PENTECOSTÉS Y EL ESPÍRITU SANTO
PENTECOSTÉS Y EL ESPÍRITU SANTO
Pentecostés es una celebración en la que los judíos de la época de Cristo daban gracias por las cosechas. Se llevaba a cabo 50 días después de la Pascua, de ahí el nombre de Pentecostés. Después cambió para celebrar el día en que Moisés recibió las tablas de la ley en El Monte Sinaí con las que Dios le enseñó al pueblo de Israel lo que quería de ellos y también se celebraba la alianza que el pueblo estableció con Dios, cuando se comprometieron a vivir según los mandamientos y Dios se comprometió a estar con ellos siempre. Por ello, para la celebración de Pentecostés la gente llegaba de muchos lugares al templo de Jerusalén.
La antigua celebración de Pentecostés, en la que se recordaba y se daban gracias por el día en que Moisés recibió las tablas de la ley y por la alianza que el pueblo estableció con Dios, quedó atrás, pues ahora se celebra la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles y los discípulos de Jesús, para que con los dones que les dio en aquella ocasión, llevaran la buena nueva de Jesús a todos. Y lo celebramos nosotros porque nos recuerda que, como seguidores de Jesús ,también podemos ser llenos del Espíritu Santo que nos dará sus dones para que tengamos una mejor relación con Dios Padre y para que con esos dones seamos sus instrumentos y sirvamos al prójimo y los conduzcamos hasta el conocimiento de Jesús, como leemos en Hch 1,8 en donde Jesús dice: “Cuando el espíritu santo venga sobre ustedes, recibirán poder y saldrán a dar testimonio de mí en Jerusalén, en toda la región de Judea y de Samaria, y hasta en las partes más lejanas de la Tierra.” Notamos aquí, que Jesús no solamente nos dejó el encargo de dar a conocer la Buena Nueva de Salvación, además ofreció la ayuda del Espíritu Santo
Lo que Jesús había anunciado sucedió después de la Ascensión de Jesús, cuando los apóstoles, la Virgen María y algunas mujeres se encontraban reunidos orando. Era el día de la fiesta de Pentecostés, pero ellos tenían miedo de que los apresaran y se encontraban reunidos como Jesús les había ordenado, como dice Hch 1,4. De repente se escuchó un fuerte viento y pequeñas lenguas de fuego se posaron sobre cada uno de ellos y fueron llenos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas desconocidas. En esos días había muchos visitantes extranjeros en Jerusalén que habían llegado de todas partes del mundo a celebrar la fiesta de Pentecostés Judía. Pero todos oían hablar a los apóstoles en su propio idioma y entendían a la perfección lo que ellos decían. Desde ese momento, los apóstoles y unos discípulos de Jesús, que eran unos 120, contando también a las mujeres, según dice, Hch 1,13-15, ya no tuvieron miedo y salieron a predicar para dar a conocer la buena nueva de salvación por Jesucristo. Y llevaron las enseñanzas de Jesús a todas las naciones. Iban bautizando en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo a todos los que aceptaban a Jesús como el hijo de Dios que murió para salvarlos de sus pecados. Por ello decimos que ese día fue cuando comenzó a existir la Iglesia, ya que la función principal de ella es llevar a cabo la misión de presentar a Jesús el hijo de Dios y dar a conocer que por su sacrificio hemos sido liberados del pecado y del castigo que merecíamos por haber ofendido a Dios. Por lo que es nuestro Salvador y nuestro libertador.
El Espíritu Santo les dio a los que se encontraban orando: poder, autoridad, valor y todos los dones que utilizaron posteriormente para respaldar que lo que decían era verdaderamente enseñanza divina. Ese Espíritu es la tercera persona de la Santísima Trinidad que nos llena con su presencia en los Sacramentos del Bautismo y la Confirmación. Por lo que, con el amor de Dios en nosotros, somos capaces de amar verdaderamente a Dios y al prójimo. También nos ayuda a cumplir nuestro compromiso de vida con Jesús porque nos capacita con sus dones. Hay diferentes representaciones con las que se manifiesta el Espíritu Santo y estas son, entre otras, el viento, el fuego y la Paloma, símbolos que nos revelan los poderes que el Espíritu Santo nos da.
El viento es una fuerza invisible pero real. Por ejemplo, no lo vemos, pero notamos su acción sobre las hojas de los árboles. Las Escrituras nos presentan al Espíritu Santo como el viento que mandó Dios sobre el Mar Rojo para secarlo y hacer pasar a los israelitas por el medio del mar, liberándolos de la esclavitud del faraón y de Egipto, Ex14 21-31. También presenta al Espíritu Santo, como el viento que Dios hizo soplar sobre un montón de huesos secos para traerlos a la vida. Ez 37,1-14. Jesús en Jn 20,22, usó también la imagen del viento cuando sopló sobre los discípulos y les dijo, “reciban el Espíritu Santo.” La palabra espíritu significa, viento. Procede del latín spiritus, soplar. Y la palabra latina para alma era ánima, que a su vez viene del griego ánimos que significa viento.
El Espíritu Santo es una fuerza invisible pero poderosa que habita en nosotros y nos purifica del egoísmo para dejar paso al amor. En las Sagradas Escrituras vemos al Espíritu Santo participando activamente en la creación del mundo. En la historia del hombre, el espíritu preparó y envió mensajeros, patriarcas y profetas, hombres justos para indicar, el camino de justicia, verdad y belleza.
En la plenitud de los tiempos, el espíritu descendió sobre la Virgen María y el verbo se hizo hombre. En el inicio de su vida pública, el Espíritu se manifestó sobre Jesús en el río Jordán. El Gn, narra que cuando Dios creó al hombre modelándolo en barro, sopló en las narices y así se convirtió en un ser vivo, Gn 2,7. Y Cristo, como el Padre, sopló su espíritu sobre los apóstoles para transmitirles los dones.
En el credo decimos que creemos en el Espíritu Santo, que es señor y dador de vida. El Espíritu Santo, da la Gracia Santificante por medio de los sacramentos. Es el espíritu santificador que da vida, alienta y anima todo. Por ello, donde está la iglesia ahí está el espíritu de Dios. Y donde está el espíritu de Dios, ahí está la iglesia y toda gracia. El espíritu es verdad y amor. Gracias al Espíritu Santo, cada bautizado es transformado desde lo más profundo del corazón, es enriquecido con la fuerza especial en el sacramento de la confirmación y forma parte del mundo de Dios.
El Papa Benedicto XVI explicaba cómo en Pentecostés ocurrió algo totalmente opuesto a lo que había sucedido en Babel, donde el orgullo humano buscó caminos para llegar al cielo y cayó en divisiones profundas, en anarquías y odios. El Espíritu Santo, por el contrario, capacita los corazones para comprender a todos, porque reconstruye la auténtica comunicación entre la Tierra, el cielo y los hombres, porque el Espíritu Santo es amor.
En Hch 1,4 dice que el Espíritu Santo descendió como lenguas de fuego que se posaron sobre cada uno de los discípulos. Aquí vemos otra imagen del Espíritu Santo: El fuego, que es también una imagen riquísima a lo largo de toda la Biblia. El fuego es símbolo de luz, de calor, de energía y de fuerza. El Espíritu Santo es todo eso y mucho más, es el fuego de la fe, del amor, de la fuerza y de la vida. Y recordemos que el fuego purifica.
También tenemos otro símbolo: la Paloma, que es el símbolo que vio Jesús después de que fue bautizado por Juan en el río Jordán, como leemos en Mr 1,10. Pero el Espíritu Santo es sobre todo Dios que se une al padre y al hijo en la intimidad de su vida divina por el vínculo del amor. Y como Jesús aseguró, vive dentro de nosotros según dice en Jn 14,23: “Si alguno me ama, guardará mi palabra y mi padre lo amará, y vendremos a hacer en él nuestra morada.”
Y así como tiene diferentes formas de manifestarse, el Espíritu Santo ha recibido también varios nombres. En el Nuevo Testamento se le llama “Espíritu de Verdad”, porque nos muestra la verdad que nos hace libres. Se le identifica como “Abogado” porque intercede por nosotros. Como “Paráclito” porque nos sostiene, nos anima. Como “Consolador”, porque nos consuela y nos hace sentir amados por nuestro padre Dios. Y se le llama “santificador”, porque nos ayuda, nos da fuerzas para resistir las tentaciones y mantenernos dentro de la voluntad de Dios y podamos así, alcanzar la Santidad a la que somos llamados.
Para que el Espíritu Santo cumpla su función, es necesario que nos entreguemos totalmente a él y que nos dejemos conducir por Él para perfeccionarnos y crecer en Santidad. En Jn 14,16, nos promete Jesús: “Yo rogaré al Padre y les dará otro abogado que estará con ustedes para siempre.” Y en 1Co 3,16, San Pablo nos dice: “¿No saben que son templo de Dios y que el Espíritu Santo habita en ustedes?” Por ello debemos respetar y cuidar nuestro cuerpo y nuestra alma.
El Espíritu Santo viene a nosotros para actuar, porque es dador de vida y es amor. Pero esta acción en nosotros está condicionada a nuestra aceptación y libre colaboración, es decir, que vendrá a nosotros a darnos vida y lo que tiene para nosotros, si nos entregamos a su acción amorosa y santificadora, si dejamos que obre en nosotros y si somos dóciles a su actuar. Entonces hará maravillas en nosotros, porque Dios interviene siempre para bien de los que le aman.
La manifestación de amor al Espíritu Santo, es dejarle entrar a nuestra vida y dejar que actúe y nos enseñe lo que espera de nosotros. También nos lleva a la verdad plena y nos muestra la maravillosa riqueza del mensaje de Jesús, nos fortalece, nos llena de amor, de paz, de fe y de esperanza, para que podamos ser testigos de Jesús. Además, el Espíritu Santo trabaja en la iglesia, no solo a nivel individual.
Desde la fundación de la Iglesia el día de Pentecostés, el Espíritu Santo la ha construido, animado y santificado; le ha dado vida y unidad, la ha enriquecido con sus dones y sigue trabajando en ella de muchas maneras: inspirando, motivando e impulsando a los cristianos a proclamar la buena nueva de Jesús. Para realizar esta misión, el Espíritu Santo la dirige con diversos dones carismáticos. La iglesia, enriquecida con los dones de su fundador Jesucristo y guardando fielmente sus mandamientos de amor, de humildad y de entrega misericordiosa, recibe la misión de anunciar y establecer en todos los pueblos el Reino de Cristo y de Dios.
Para hacernos crecer hacia Jesús, el Espíritu Santo distribuye en su cuerpo, “la Iglesia”, los dones mediante los cuales nos ayudamos mutuamente en el camino de la salvación. Pero asiste especialmente al representante de Cristo en la Tierra, el Papa, para que guíe rectamente a la iglesia y cumpla su labor de pastor del rebaño de Jesús o ya que Él es quien construye, santifica y da vida y unidad a la Iglesia, el Espíritu Santo con su poder alienta y santifica y logra que realicemos actos que por nuestra cuenta no podríamos realizar, a través de sus dones o carismas, los regalos de Dios que nos son dados para que mejoremos espiritualmente, para que tengamos una mejor relación con nuestro padre celestial y sirvamos bien a nuestro prójimo, según leemos en Is 11. Y en 1Co 12,7-10. Isaías se refirió proféticamente al señor Jesús cuando dice: “De ese tronco que es Jesé, sale un retoño. Un retoño brota de sus raíces. El espíritu del Señor estará continuamente sobre él y le dará sabiduría, inteligencia, prudencia, fuerza, conocimiento y temor del Señor. Él no juzgará por la sola apariencia ni dará su sentencia fundándose en rumores. Juzgará con justicia a los débiles y defenderá los derechos de los pobres del país. Sus palabras serán como una vara para castigar al violento y con el soplo de su boca hará morir al malvado. Siempre irá revestido de justicia y de libertad.”
Esos dones actúan en nosotros de la siguiente manera: El don de sabiduría permite entender, experimentar y saborear las cosas divinas para poder juzgarlas rectamente.
Por el don de inteligencia, llamado también de entendimiento, nuestra inteligencia se hace apta para entender intuitivamente las verdades reveladas y las naturales, de acuerdo, al fin sobrenatural que tienen y nos ayuda a entender la razón de las cosas que nos manda Dios.
Otro, es el don de ciencia que nos permite juzgar rectamente las cosas creadas de acuerdo con su fin sobrenatural, nos ayuda a pensar bien y a entender con fe las cosas del mundo.
El don de Consejo permite que el alma comprenda lo que debe hacer en una circunstancia determinada y nos ayuda a ser buenos consejeros de los demás, guiándonos por el camino del bien.
El don de Fortaleza fortalece al alma para practicar toda clase de virtudes heroicas, con invencible confianza en superar los mayores peligros o dificultades que puedan surgir. También nos ayuda a no caer en la tentación.
El don de Piedad, es un regalo que da el Espíritu para ayudarnos a amar a Dios como padre y a los hombres como hermanos.
Por último, el don del temor de Dios, da docilidad para apartarse del pecado por temor a disgustar a Dios que es el supremo bien. Nos ayuda a respetarlo y a darle su lugar como lo más importante del mundo,
En el nuevo testamento encontramos otro listado de dones, en 1Cor 12,7-10. Ahí leemos cuáles son sus características y lo que hacen. Dice San Pablo: “Dios da a cada uno, alguna prueba de la presencia del espíritu para provecho de todos. Por medio del espíritu, a unos les concede que hablen con sabiduría y a otros, por el mismo espíritu, les concede que hablen con profundo conocimiento. Unos reciben fe por medio del mismo espíritu. Y otros reciben el don de curar enfermos. Unos reciben poder para hacer milagros y otros tienen el don de profecía. A algunos Dios les da la capacidad de distinguir entre los espíritus falsos y el espíritu verdadero, y a otros la capacidad de hablar en lenguas y todavía a otros les da la capacidad de interpretar lo que se ha dicho en esas lenguas.”
Notamos en este texto: “Dios da a cada uno alguna prueba de la presencia del espíritu para provecho de todos.” Esto significa que son para beneficio de todos y que todos los podemos recibir. Por lo que podemos pedirlo si es nuestro deseo trabajar en la ampliación del Reino. Porque el Señor quiere que los dones que nos da los pongamos al servicio de los demás para su provecho. En Hch,1,8, vemos que el Señor Jesús lo había ofrecido desde antes de su pasión a los suyos. Esto significa que los dones les serían dados a aquellos que ya habían recibido instrucción de Jesús, por lo tanto, a quienes pudieran dar a conocer las enseñanzas de Jesús. Él dijo, “cuando el Espíritu Santo venga sobre ustedes, recibirán poder y saldrán a dar testimonio de mí en Jerusalén, en toda la región de Judea y de Samaria, y hasta en las partes más lejanas de la Tierra”.
San Pablo nos dice en 1Co 3,16. “¿No saben que son templos de Dios y que el Espíritu santo habita dentro de ustedes?” El Espíritu Santo vive dentro de nosotros por el amor, la fe, la vida de gracia, los sacramentos y las virtudes cristianas. Por eso, el Dulce Huésped del Alma es otro de los nombres que se le dan al Espíritu Santo. Ahora bien, lo más importante no es saber mucho del Espíritu Santo, sino dejar que él esté realmente en nosotros. Y esto será posible sólo si le damos cabida en nuestro corazón a través de la gracia santificante, porque donde reina el pecado no puede habitar Dios.
Dios vivirá en nosotros en la medida en que desterremos el pecado y los vicios, para que él sea el único Señor de nuestra existencia. Por ello, si deseas agradar y servir a Dios en la expansión de su reino, aquí en la tierra, haz conmigo la siguiente oración:
Señor Dios; te alabo, te bendigo, te glorifico y dispuesto a agradarte y servirte, te pido que envíes tu Espíritu Santo sobre mi para que me transforme desde lo más profundo de mi ser, para que con sus dones y bajo su dirección, mi labor y testimonio consiga que las personas con las que comparto, por la acción de tu amor, sean transformadas, renovadas y llenas de tu amor y de tu paz.
Espíritu Santo, si tú faltas, mi vida está vacía, por eso te ruego que vengas a mí y enciendas mi corazón con el fuego de tu amor para ser un instrumento de bendición en tus manos. Oh Dios, ilumina los corazones de mis hermanos en la fe, con la luz del Espíritu Santo, para que, con gozo sigamos tus mandamientos y así, quienes nos vean también quieran conocerte, seguirte y servirte. Te lo pido en nombre de Jesucristo, tu Hijo, mi Señor y Salvador. Amén.