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LA GLORIOSA EXALTACIÓN DE JESÚS

LA GLORIOSA EXALTACIÓN DE JESÚS

«Subió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso»

El día de la Ascensión se celebra cuarenta días después del domingo de resurrección conmemorando la Ascension del Señor al cielo, en presencia de sus discípulos tras anunciarles que les enviaría el Espíritu Santo.

La Ascensión es un momento más del misterio pascual de la muerte y resurrección de Jesucristo, y expresa sobre todo la dimensión de exaltación y glorificación de la naturaleza humana de Jesús como contrapunto a la humillación padecida en la pasión, muerte y sepultura.

Para comprender lo que significa gloriosa exaltación, debemos comprender lo que significa Gloria. En general es el equivalente de honor, dignidad, buena reputación, fama, celebridad y popularidad. Y en terminología popular, alude al lugar o situación de los que se han salvado y esperan en el «cielo» el juicio final y la confirmación de su salvación eterna. En el lenguaje bíblico tiene un sentido de manifestación de Dios.

En el Antiguo Testamento, Gloria es el término que se emplea para la manifestación del poder o de la presencia de Dios, como cuando se manifestó como una nube, en el Sinaí y en la Tienda del Encuentro; según dice Ex 24,15 y Ex 40,34; y ante Salomón, al inaugurar el Templo, según 1 Re 8,11; se menciona también en Is 3,8 y 6,3; Jer 2,2; Ez 9,3; Sal 8,6; Sal 21,6

  En el Nuevo Testamento la idea de gloria de Dios se convierte en concepto de relación con Dios Padre y Creador.

El término griego de gloria es «doxa» que significa: fama, gloria, opinión excelente, aparece en los 27 Escritos neotestamentarios más de 200 veces. De ellas, 28 se atribuyen a los labios de Jesús que hace alusión a la gloria del Padre o a la gloria que el Padre tributa al Hijo como se lee en Lc 9,26; Mt 24,30; Jn 12,28. Las otras 217 veces, se reparten en muchas referencias, desde los ángeles que al nacer el Salvador, entonaban «Gloria a Dios en la alturas» según dice Lc 2,14, hasta las palabras finales del centurión encargado de la ejecución de Jesús que «glorificaba a Dios diciendo: «Verdaderamente este hombre era inocente.» Lc 23,47.

Los cristianos de todos los tiempos recogieron este mensaje de la gloria como esperanza y como recompensa. Sin embargo, debemos tener claro que la participación en la gloria de Jesús significa también, aceptar los sufrimientos de la vida, buscar solo la gloria de Dios y vivir según los planes trazados por Dios puesto que la misión de toda criatura que ha sido creada por Dios, consiste en reconocerle como Creador y como Padre y darle gracias por sus beneficios. Así lo entendieron siempre los cristianos desde los primeros días como podemos ver en Hch 4,21.

Además se entiende la idea de gloria como recompensa, al participar en la Gloria de Jesús muerto y resucitado, como anunció Él mismo en Mt 24,30 en donde dice: “Entonces se verá en el cielo la señal del Hijo del hombre, y llenos de terror todos los pueblos del mundo llorarán, y verán al Hijo del hombre que viene en las nubes del cielo con gran poder y gloria.”

 

El término Gloria proviene del hebr. kabod; del gr. doxa; del lat. Glória y significa riqueza, que es fuerte y que inspira «respeto y honor», no sólo la capacidad de un ser o de una cosa para infundir respeto, veneración y honor; sino el sentimiento experimentado ante la presencia de lo que inspira el honor. Es una manifestación de poder que también significa éxito y triunfo; Gloria es pues, la manifestación del esplendor y de la magnificencia de la presencia divina, por eso, gloria significa honor.

 

En el A. T., la gloria de Dios, es la misma persona de Dios que se manifiesta a los hombres. Dios es el invisible que se hace visible a través de su gloria. Y su gloria se hace presente, a través de las criaturas y de los fenómenos físicos,  como las tormentas, los truenos, los relámpagos, el fuego o las nubes.

 

La gloria está ordenada a ser percibida por los sentidos; por eso se presenta siempre como algo luminoso y deslumbrante, por lo que toda esa manifestación del poder y de la gloria de Dios exige como respuesta del hombre, el reconocimiento y la alabanza. Los hombres deben glorificar a Cristo mediante la fe en Él, aun cuando Jesús, para pasar a la gloria, tuvo que pasar antes por el dolor.

El hombre debe glorificar a Jesucristo, es decir, debemos reconocer su poder sobrenatural y proclamar su origen divino, pues Jesucristo es la encarnación y la manifestación de Dios, por lo que la gloria de Jesucristo es la misma del Padre.

La elevación de Cristo al cielo en presencia de sus discípulos, el cuadragésimo día después de Su Resurrción, es narrado en Mr 16,19, Lc 24,51, y en el primer capítulo de los Hch.

La Ascensión también es mencionada en otros documentos como un hecho establecido. Por ejemplo en Jn 6,62, Cristo pregunta a los Judíos: «Pues que sería si vierais al Hijo del hombre subir ahí a donde estaba antes?» y en 20,17, dice a María Magdalena: «No me toques, porque aún no he subido al Padre, pero ve a mis hermanos y díles: Subo a mi padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios.» Además en Ef 4,8-10, y en Tim 3,16, se habla de la Ascensión de Cristo.

 

«Fue arrebatado a vista de ellos y una nube lo sustrajo de sus ojos» Hch1,9, y entrando en la gloria permanece con el Padre en el honor y poder expresado en la escritura y San Pablo dice en 1Co 2,8 que por su resurrección, Jesús ha manifestado que es «el Señor de la gloria«.

 

A la luz del misterio de Cristo, la humanidad pasa a participar de la gloria de Dios de un modo especial «Nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en él… según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en el Amado« Ef 1,3-6. La gloria de Dios consiste, para el cristiano, en hacerse (con ayuda de la gracia) expresión del mismo Cristo Hijo de Dios.

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Pasaré a entrar directamente al tema que nos interesa hoy por haber celebrado recientemente la Ascención de Jesús a los cielos.

La exaltación gloriosa de Jesús comprende su Ascensión, acaecida cuarenta días después de su Resurrección (Hch 1, 9-10), y su entronización gloriosa en ellos, para compartir, también como hombre, la gloria y el poder del Padre y para ser Señor y Rey de la creación.

Cuando confesamos en el Credo que Jesús «está sentado a la derecha del Padre», nos referimos con esta expresión a «la gloria y el honor de la divinidad, donde el que existía como Hijo de Dios antes de todos los siglos, como Dios y consubstancial al Padre, está sentado corporalmente después de que se encarnó y de que su carne fuera glorificada»​.

Con la Ascensión termina la misión de Jesús, su envío entre nosotros en carne humana para obrar la salvación, pero era necesario que, tras su Resurrección, continuase su presencia entre nosotros, para manifestar su vida nueva y completar la formación de los discípulos. Pero su presencia corporal terminó el día de la Ascensión; sin embargo, aunque Jesús volvió al cielo con el Padre, se quedó entre nosotros en la Sagrada Eucaristía.

La Ascensión es signo de la nueva situación de Jesús que subió al trono del Padre para compartirlo, no sólo como Hijo eterno de Dios, sino también como verdadero hombre, vencedor del pecado y de la muerte. La gloria que había recibido físicamente con la Resurrección se completó con su pública entronización en los cielos como Soberano de la creación, junto al Padre, donde recibió y recibe el homenaje y la alabanza de los habitantes del cielo.

Puesto que Jesús vino al mundo para redimirnos del pecado y conducirnos a la perfecta comunión con Dios, la Ascensión de Jesús inauguró la entrada en el cielo de la humanidad. Jesús es la Cabeza de la Iglesia Col 1,18. Y puesto que la Cabeza está en el cielo, también nosotros, sus miembros, tenemos la posibilidad real de alcanzarlo. Él prometió ir a la Casa del Padre para prepararnos un lugar dice en Jn 14, 2-3. Para llegar allí debemos seguir su ejemplo y vivir según sus enseñanzas y la dirección del Espíritu Santo, que diez días después de su Ascensión al cielo, Jesús envió a los discípulos conforme a su promesa. Desde entonces Jesús manda incesantemente a los hombres el Espíritu Santo, para comunicarnos la potencia vivificadora que Él posee, y reunirnos por medio de su Iglesia para formar el único pueblo de Dios.

La Exaltación gloriosa de Cristo nos alienta a vivir con la mirada puesta en la gloria del Cielo: (Col 3, 1); y con el deseo de santificar las realidades humanas nos impulsa a vivir con fe, pues sabemos que somos acompañados por Jesús, que nos conoce, nos ama, y que nos da sin cesar la gracia de su Espíritu. Por ello, con la fuerza de Dios podemos realizar la labor apostólica que nos ordenó en Mt 28,19, y ponerle en la cima de todas las actividades humanas para que su Reino sea una realidad. Además, tengamos en cuenta que Él nos acompaña siempre porque se ha quedado con nosotros en el Sagrario, pero recordemos también que Jesús volverá, como dijeron los ángeles a los discípulos que se quedaron viendo al cielo después de que una nube cubrió a Jesús y ya no pudieron verlo: «Este mismo Jesús que estuvo entre ustedes y que ha sido llevado al cielo, vendrá otra vez de la misma manera que lo han visto irse allá.« Hch 1,11. Jesús volverá. Este mensaje del día de la Ascensión ha mantenido viva la esperanza de la Iglesia en su camino a lo largo de los siglos y es parte esencial del mensaje evangelizador.

El Señor «Fue elevado al cielo para hacernos compartir su divinidad» y volverá al fin de los tiempos para consumar definitivamente lo que ha comenzado a gestarse en su Ascensión: nuestra entrada definitiva en la casa del Padre» La ascensión de Jesús, el Hijo de Dios, es ya nuestra victoria, y a donde Él, que es nuestra cabeza, nos ha precedido, esperamos llegar también nosotros como miembros de su cuerpo». Sólo falta que, por la acción evangelizadora de la Iglesia, se vaya cumpliendo el misterio de la Redención para cada generación: «… hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, de ahí la importancia que cumplamos con hacer nuestra parte en la misión que nos dejó justamente antes de ascender al lado del Padre cuando dijo: Vayan, pues, a las gentes de todas las naciones, y háganlas mis discípulos; bautícenlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enséñenles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Por mi parte, yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo.” Mat 28,19.20

Ahora bien, aunque Jesús fue exaltado por Dios Padre, mostrándolo así como Rey del universo, todavía no le están sometidas todas las cosas de este mundo (Hb 2, 7; 1 Co 15, 28), por eso concede tiempo a los hombres para probar su amor y su fidelidad, pero al final de los tiempos tendrá lugar su triunfo definitivo porque, Entonces se verá al Hijo del hombre venir en una nube con gran poder y gloria.” (Lc 21, 27).

Jesús no ha revelado el tiempo de su segunda venida (Hch 1, 7), pero nos anima a estar siempre vigilantes y nos advierte que antes de esta segunda venida o parusía, habrá un último asalto del diablo con grandes calamidades y otras señales (Mt 24, 20-30; Catecismo, 674-675) lo cual ya está sucediendo.

El Señor Jesús vendrá como Supremo Juez Misericordioso para juzgar a vivos y muertos en el juicio universal, en el que los secretos de los corazones serán descubiertos, así como la conducta de cada uno con Dios y con el prójimo. Este juicio confirmará la sentencia que cada uno recibió después de su muerte y todo hombre será colmado de vida o condenado para la eternidad, según sus obras. “Y cuando todo haya quedado sometido a Cristo, entonces Cristo mismo, que es el Hijo, se someterá a Dios, que es quien sometió a él todas las cosas. Así, Dios será todo en todos” 1 Co 15, 28.

En el juicio final los santos recibirán, públicamente, el premio merecido por el bien que hicieron, como dio a conocer Jesús como leemos en Mt 25,31-46, en donde dice: “Cuando el Hijo del hombre venga, rodeado de esplendor y de todos sus ángeles, se sentará en su trono glorioso. La gente de todas las naciones se reunirá delante de él, y él separará unos de otros, como el pastor separa las ovejas de las cabras. Pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Y dirá el Rey a los que estén a su derecha: ‘Vengan ustedes, los que han sido bendecidos por mi Padre; reciban el reino que está preparado para ustedes desde que Dios hizo el mundo. Pues tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; anduve como forastero, y me dieron alojamiento. Estuve sin ropa, y ustedes me la dieron; estuve enfermo, y me visitaron; estuve en la cárcel, y vinieron a verme.’ Entonces los justos preguntarán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos con hambre, y te dimos de comer? ¿O cuándo te vimos con sed, y te dimos de beber? ¿O cuándo te vimos como forastero, y te dimos alojamiento, o sin ropa, y te la dimos? ¿O cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?’ El Rey les contestará: ‘Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicieron.’

 “Luego el Rey dirá a los que estén a su izquierda: ‘Apártense de mí, los que merecieron la condenación; váyanse al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Pues tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; anduve como forastero, y no me dieron alojamiento; sin ropa, y no me la dieron; estuve enfermo, y en la cárcel, y no vinieron a visitarme.’ Entonces ellos le preguntarán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o como forastero, o falto de ropa, o enfermo, o en la cárcel, y no te ayudamos?’ El Rey les contestará: ‘Les aseguro que todo lo que no hicieron por una de estas personas más humildes, tampoco por mí lo hicieron.’ Esos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.”

De este modo se restablecerá la justicia ya que en esta vida, muchas veces los que obran mal son alabados y los que obran bien son despreciados u olvidados.

Esta información del Juicio final debe animarnos a volvernos a Dios, a convertirnos, y dejar la vida de pecado y de falta de misericordia para con los demás para actuar como Jesús enseñó: sirviendo al prójimo. Aún podemos hacerlo, pues como escribió San Pablo en  2 Co 6, 2: “En el momento oportuno te escuché; en el día de la salvación te ayudé.” Y ahora es el momento oportuno. ¡Ahora es el día de la salvación! Esto debe inspirarnos en el santo temor de Dios, que es el temor a ofenderlo, además nos compromete a ser justos y anunciar a todos la bienaventurada esperanza de la vuelta del Señor que “vendrá para ser glorificado en sus santos y admirado en todos los que hayan creído” (2 Ts 1, 10)» (Catecismo, 1041).

Y consideremos seriamente que San Pablo en Tit 2,11-13 dice: Dios ha mostrado su bondad, al ofrecer la salvación a toda la humanidad. Esa bondad de Dios nos enseña a renunciar a la maldad y a los deseos mundanos, y a llevar en el tiempo presente una vida de buen juicio, rectitud y piedad, mientras llega el feliz cumplimiento de nuestra esperanza: el regreso glorioso de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo.

Recordemos, que, en uno de los momentos en los que Jesús resucitado se presentó a los suyos les dijo: «“Tengo mucho más que decirles, pero en este momento sería demasiado para ustedes. Cuando venga el Espíritu de la verdad, él los guiará a toda verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que dirá todo lo que oiga, y les hará saber las cosas que van a suceder. Él mostrará mi gloria, porque recibirá de lo que es mío y se lo dará a conocer a ustedes. Todo lo que el Padre tiene, es mío también; por eso dije que el Espíritu recibirá de lo que es mío y se lo dará a conocer a ustedes. » Jn 16,12-15.

Con esto estaba anunciando que vendría a auxiliarnos el Espíritu Santo, y esto sucedió en Pentecostés y de esto tratará el tema que te invito a escuchar la próxima semana.

Que así sea para honra y gloria de Dios y para bendición nuestra y de aquellos a los que les mostremos a Jesús y sus enseñanzas.

 

 

Bibliografía básica

Catecismo de la Iglesia Católica, 638-679; 1038-1041.

Lecturas recomendadas

Juan Pablo II, La Resurrección de Jesucristo, Catequesis: 25-I-1989, 1-II-1989, 22-II-1989, 1-III-1989, 8-III-1989, 15-III-1989.

Juan Pablo II, La Ascensión de Jesucristo, Catequesis: 5-IV-1989, 12IV-1989, 19-IV-89.

San Josemaría, Homilía La Ascensión del Señor a los Cielos, en Es Cristo que pasa, 117-126.

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