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OPOSICIÓN DE JESÚS A LAS AUTORIDADES RELIGIOSAS

OPOSICIÓN DE JESÚS A LAS AUTORIDADES RELIGIOSAS

 

Como hemos dicho en programas anteriores la aristocracia de Jerusalén estaba formada por una minoría de ciudadanos ricos e importantes, que muchos de ellos eran sacerdotes y que algunos miembros de estas clases dirigentes pertenecían al grupo saduceo. Del 134 a. C. hasta el 76 a. C., durante la dinastía asmonea, los saduceos, aunque tenían una fe muy baja, gozaron de poder. Los asmoneos eran descendientes directos de los macabeos, pero tuvieron grandes diferencias en sus acciones, en los ideales que los movían y en sus aspiraciones políticas. Los ideales religiosos y su celo por la defensa del templo de Jerusalén, del monoteísmo y de la independencia del reino de Judea, que eran características de los macabeos, perdieron toda su fuerza con los asmoneos, que fueron más ambiciosos y preocupados por extender su poderío militar y marcados por las intrigas, traiciones y luchas fratricidas.

La llegada de Salomé Alejandra, la administradora y reina de Judea, que reinó desde el año 76 a. C. hasta su muerte, en el 67 a. C. que también pertenecía a la dinastía asmonea, prefirió apoyarse ya no en los saduceos, sino en los sectores fariseos, lo cual provocó la decadencia de los saduceos.

Más adelante, en el año 37 a.C., cuando Herodes el Grande subió al trono, nombró sumos sacerdotes a miembros de familias judías provenientes de Babilonia y Egipto, marginando así a la aristocracia sacerdotal de Jerusalén, que, según la tradición, provenía de Sadoc, el sacerdote de la tribu de Leví que había servido a los reyes David y Salomón en Jerusalén. Y al quedar Judea bajo el gobierno directo de un prefecto romano en el año 6 d. C, los saduceos recuperaron parte del poder que habían tenido entre los años 134-76 a. C.

Muchos saduceos llegaron a poseer grandes riquezas debido a las propiedades que iban adquiriendo con diversas estrategias y presiones. El pueblo, los consideraba como un sector poderoso y corrupto que vivía de los diezmos, tasas y donaciones que llegaban al templo desde toda la diáspora judía. Diáspora judía se llama, en términos generales, a la dispersión del pueblo judío fuera de la Tierra de Israel, más específicamente a las comunidades establecidas por ellos en todo el mundo.

Flavio Josefo en su obra Antigüedades de los judíos describe los abusos llevados a cabo por esos sumos sacerdotes, que llegaron incluso a enviar siervos para arrancar por la fuerza diezmos a sacerdotes de rango inferior y golpeando a quienes se resistían, por lo que los saduceos no contaban con seguidores ni simpatizantes en las aldeas y pueblos rurales.

El mismo autor, en otra obra titulada La guerra judía, describe que cuando el pueblo se rebeló contra Roma en el año 66, prendieron fuego a la casa del sumo sacerdote Ananías y quemaron los archivos públicos para impedir el cobro de las deudas atrasadas.

En tiempos de Jesús, el sumo sacerdote tenía poder de gobierno tanto en Jerusalén como en Judea. Por una parte, gozaba de plena autonomía en los asuntos del templo: como era la regulación del sistema sacrificial, los tributos, los diezmos y la administración del tesoro; para lo cual contaba con diferentes servicios y una policía responsable de mantener el orden tanto en el interior del templo como en Jerusalén. Por otra parte, el sumo sacerdote intervenía en los juicios y asuntos corrientes de los habitantes de Judea, aplicando las leyes y tradiciones de Israel, para lo cual le asistían diversos miembros de la aristocracia sacerdotal y laica.

Cuando los evangelios hablan de los “sumos sacerdotes” se refieren a un grupo que comprende al sumo sacerdote en ejercicio, a sacerdotes que han ejercido este cargo en el pasado, pero también a sacerdotes responsables de servicios importantes, como el comandante del templo o el responsable del tesoro. Esta aristocracia del templo colaboraba con la que contaba el prefecto de Roma para gobernar Judea, por lo que no debemos considerar a los sumos sacerdotes como una autoridad exclusivamente religiosa con unas competencias limitadas al ámbito del templo, pues al controlar las transacciones económicas del templo, que era el principal banco del país, el banco central que acuñaba la moneda propia, la moneda del templo, que recibía todos los donativos como el diezmo que todos pagaban religiosamente, y por ese sistema establecido tenían un gran poder económico, pero a su favor diré que ellos también establecían el cuidado de las viudas, de los huérfanos, de los enfermos, de los paralíticos con una estructura que parece que era bastante eficiente, pero habían corrompido la religiosidad pues ejercían un poder político en estrecha colaboración con el prefecto romano, que era quien los designaba o cesaba, pues, como recordamos, Roma se reservaba la defensa de las fronteras, el mantenimiento de la pax romana contra cualquier tipo de sedición, así como la recaudación puntual de los tributos y la facultad de dictar sentencias de muerte.

Resumiendo, se puede decir del grupo saduceo, que era un grupo minoritario bien establecido; que integraba en su seno a algunos laicos y sacerdotes de la aristocracia de Jerusalén; que tenía sus propias tradiciones, diferentes de las de los fariseos y los esenios; que como grupo vinculado al poder, colaboraba con las autoridades romanas para mantener el estado de las cosas que favorecía su poder y prosperidad; y que no se interesaba por la “vida espiritual del pueblo” y que rechazaba la doctrina de la resurrección.

La mayor parte de su tiempo ese grupo lo pasó dirigiéndose a los judíos de los pueblos de Galilea y Judea, no al pequeño grupo de ricos aristócratas de Jerusalén. Pero Jesús no les era un desconocido cuando subió a Jerusalén a celebrar la Pascua el año 30. Habían oído hablar de él y, tal vez, alguno lo había escuchado, aunque solo en una ocasión se nos habla en los evangelios de un enfrentamiento entre Jesús y los saduceos y nos lo traslada Mr 12,18-27, ahí dice: Fueron a ver a Jesús algunos saduceos. Estos dicen que los muertos no resucitan; por eso le presentaron este caso: Maestro, Moisés nos dejó escrito, que si un hombre casado muere sin haber tenido hijos con su mujer, el hermano del difunto deberá tomar por esposa a la viuda, para darle hijos al hermano que murió.

Pues bien, había una vez siete hermanos, el primero de los cuales se casó, pero murió sin dejar hijos.

Entonces el segundo se casó con la viuda, pero él también murió sin dejar hijos. Lo mismo pasó con el tercero, y con los siete; pero ninguno dejó hijos. Finalmente murió también la mujer.

Pues bien, en la resurrección, cuando vuelvan a vivir, ¿de cuál de ellos será esposa esta mujer, si los siete estuvieron casados con ella?

 Jesús les contestó: Ustedes están equivocados, porque no conocen las Escrituras ni el poder de Dios. Cuando los muertos resuciten, los hombres y las mujeres no se casarán, pues serán como los ángeles que están en el cielo. Y en cuanto a que los muertos resucitan, ¿no han leído ustedes en el libro de Moisés el pasaje de la zarza que ardía? Dios le dijo a Moisés: ‘Yo soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob.’ ¡Y él no es Dios de muertos, sino de vivos! Ustedes están muy equivocados.

La escena, está situada en el templo, pues cuando Jesús visitaba la ciudad para anunciar su mensaje durante los días de una fiesta judía se encontraba enseñando en el recinto del templo, que era el lugar donde se aglomeraba la gente y donde se movían los sectores saduceos.

Según el evangelio de San Juan, Jesús visitó Jerusalén en diversas ocasiones: con motivo de la Pascua en tres ocasiones (2,13; 6,4; 11,55), durante la fiesta de las Tiendas (7,2), durante la fiesta de la Dedicación del templo (10,22) y en otra fiesta que no precisó (5,1). Según el evangelio de San Marcos subió una sola vez, en la fiesta de Pascua en la que fue ejecutado. Pero, según ese relato, cuando llegó se comportó como si ya antes hubiera estado allí, pues tenía amigos y conocidos que le ayudaron a preparar la cena de pascua, que fue su última cena.

Lo que los dirigentes de Jerusalén oían de Jesús solo podía despertar en ellos recelo y desconfianza. Sabían que provenía del círculo del Bautista, el profeta del desierto que había ofrecido el perdón en las aguas del Jordán, ignorando el proceso de purificación de los pecados que ellos controlaban en el templo. Nunca aceptaron el bautismo de aquel sacerdote rural que un día se había alejado de ellos abandonando sus obligaciones como sacerdote, pues debemos recordar que su Padre Zacarías era un sacerdote de la tribu de Leví que oficiaba en el Templo cuando de un ángel recibió la información de que sería padre; y los hijos de los sacerdotes eran también ungidos como sacerdotes, como dice Ex 29,9 tendrán autoridad, y su sacerdocio será una ley permanente.

Según un episodio situado en el templo, del que nos informa Mr 11,27-33, cuando Jesús pregunta a los sumos sacerdotes, escribas y ancianos: “El bautismo de Juan, ¿era del cielo o de los hombres? Respondedme”, sus adversarios eludieron la respuesta, pues nunca aceptaron el bautismo de Juan en el Jordán.

Desaparecido el Bautista, la actuación carismática de Jesús, que seguía su misma línea profética al margen del sistema sacrificial del templo, irritó a los sacerdotes y más al ver que Jesús descartaba incluso la liturgia penitencial de Juan y acogía amistosamente a los pecadores ofreciéndoles el perdón gratuito de Dios. Según su práctica, para ellos escandalosa, ¡hasta los recaudadores y las prostitutas tenían un sitio en el reino de Dios, sin pasar previamente por el proceso “oficial” de la expiación o eliminación del pecado! No iban a tolerar aquel desprecio al templo, aunque más bien sentían que era desprecio a sus normas.

Tampoco podían ver con buenos ojos las curaciones y exorcismos de Jesús que tanta popularidad le daban entre el pueblo, pues socavaban de alguna manera su poder de intermediarios exclusivos del perdón y de la salvación. Cuando Jesús curaba o liberaba de espíritus malignos, no solo producía un efecto curador en los enfermos, sino que los arrancaba del pecado que, según la creencia general, se encontraba en el origen de toda enfermedad, y los incorporaba de nuevo al pueblo de Dios. Y según la tradición, ningún judío tenía derecho a ejercer esa mediación de la bendición de Dios sin pertenecer a un linaje sacerdotal, por lo que esa actuación de Jesús fue un desafío al templo como fuente exclusiva de salvación para el pueblo.

La actuación de Jesús estaba haciendo que el pueblo se planteara una pregunta decisiva: ¿seguían contando los dirigentes religiosos de Jerusalén con la autoridad de Dios sobre el pueblo de Israel o estaba Jesús abriendo camino a una situación nueva, más allá del poder religioso del templo? La tradición cristiana ha conservado una parábola que, según San Marcos, parece dirigida a las autoridades religiosas del templo. Se trata de la parábola de los viñadores homicidas que se encuentra en Mr 12,1-8 y paralelos (Lc 20,9-15 y Mt 21,33-39 y Evangelio [apócrifo] de Tomás 65). El texto de los sinópticos ha sido trabajado para ofrecer una visión simbólica de la historia de la salvación, sobre todo por Mateo, cuyo significado es el siguiente: “el señor de la viña es Dios; los labradores arrendatarios son los sacerdotes de Jerusalén; los siervos enviados son los profetas; el hijo asesinado por los labradores es Jesús y los sucesores de los sacerdotes del templo son los discípulos que forman la Iglesia.”

La parábola de “los viñadores homicidas”, encerraba una fuerte crítica a las autoridades religiosas de Jerusalén que no supieron cuidar del pueblo que se les había confiado, al pensar solo en sus propios intereses y sentirse los propietarios de Israel, cuando solo eran sus administradores. Más grave aún: no acogieron a los enviados de Dios, sino que los rechazaron uno tras otro hasta que llegó el momento en que “la viña fue entregada a otros”. Eso significaba que aquella aristocracia sacerdotal se quedaría sin ningún poder de Dios para servir al pueblo de Israel. Por ese mensaje de la parábola, la vida de Jesús corrió grave peligro pues los sumos sacerdotes no pudieron tolerar semejante agresión.

Encontramos más críticas de Jesús a los dirigentes religiosos del templo, como el que encontramos en Lc 13,34-35 y Mt 23,37-39, con el ritmo triste del lamento y la honda pena de Jesús al pronunciar un lamento profético sobre Jerusalén al estilo de los pronunciados por Amós y otros profetas cuando dijo: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los mensajeros que Dios te envía! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus pollitos bajo las alas, pero ustedes no quisieron! Pues miren, el hogar de ustedes va a quedar abandonado; y les digo que no volverán a verme hasta que llegue el tiempo en que ustedes digan: ‘¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!’” Al decir esto, Jesús no estaba pensando en los habitantes de la capital, sino en los líderes religiosos que la gobernaban.

El texto habla concretamente de “la casa desolada”. Probablemente se refirió al templo, llamado corrientemente “casa de Dios”. Aunque un investigador sugiere que Jesús pudo estar pensando en “la casa gobernante”, que era la familia saducea de Anás, un poderoso manipulador que, aun depuesto como sumo sacerdote el año 15 d. c., logró que sus cinco hijos y su yerno Caifás siguieran ocupando ese cargo durante unos treinta y cuatro años. Era la familia judía más poderosa en tiempos de Jesús.

Que este estudio sirva para que conozcas un poco más de las situaciones adversas con las que se enfrentó Jesús, las cuales lo llevaron a ser mal visto por esos poderosos, los cuales temerosos de que su autoridad fuera rechazada por el pueblo, planearon la muerte de Jesús.

Con estos datos tenemos entonces más información sobre las razones que llevaron a los poderosos grupos religiosos a tramar la desaparición de Jesús, esa persona que ponía en peligro su estado de privilegio, con lo que, sin pretenderlo, estaban propiciando que el plan de Dios para la salvación de la humanidad se llevara a cabo, pues como dijo más tarde San Pablo en Ro 6,23. el salario del pecado es la muerte; en cambio el don de Dios es la vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro.” Dios había establecido, según encontramos en el Exodo y en el Levítico, que para obtener el perdón de los pecados, debia realizarse, en el altar del Templo, un sacrificio en el que se ofreciera un cordero o una cabra que debían ser degollados en el altar del templo, es decir, quese ofrecía la vida de un animal sin defecto para que no muriera el pecador. Como dice uno de esos textos, Ex 30,10aEste altar estará completamente consagrado al Señor, y una vez al año ofrecerá Aarón sobre los cuernos del altar la sangre del sacrificio para obtener el perdón de los pecados.”  Por eso se le llama a Jesús el Cordero perfecto, pues Él, que nunca pecó, se entregó voluntariamente para ser sacrificado por los pecados de todos los que acepten ese sacrificio por sus pecados.

Queda claro con esto, que quien es esclavo del pecado recibirá como pago, la muerte, que es la separación de la Gracia divina, establecida por Dios desde el Génesis, cuando dio esta orden a Adán en el Jardín del Edén: “Puedes comer del fruto de todos los árboles del jardín, menos del árbol del bien y del mal. No comas del fruto de ese árbol, porque si lo comes, ciertamente morirás.” Gn 2,16-17 dejando claro, que quien desobedece las leyes establecidas por Dios, morirá, mientras que, en cambio Dios, a quienes se han sometido a Él de corazón y han sido liberados del pecado al hacerse esclavos de justicia, al aceptar como su Salvador a Jesucristo, el Cordero perfecto, no les paga un salario, sino que les regala la vida eterna, que empieza en la vida terrena en unión con su Hijo Jesucristo.

Toma en cuenta lo que Jesús hizo por amor a ti, y vive según sus normas, mandamientos y enseñanzas para que disfrutes de la vida plena, abundante que Jesús vino a darnos, y como Él, mantente firme sin dejarte llevar por la influencia que el mundo, que, a través de muchas formas pretende apartarnos, de lo que Dios ordena. Y recuerda que todo cuanto Dios nos manda, es por nuestro bien, para bendecirnos.

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