JESÚS FUE ENTREGADO POR LAS AUTORIDADES DEL TEMPLO
JESÚS FUE ENTREGADO POR LAS AUTORIDADES DEL TEMPLO
Sin duda el incidente de Jesús en el templo precipitó la actuación de las autoridades religiosas contra Él. No fue arrestado inmediatamente, pues convenía que la operación se llevara a cabo sin provocar un altercado multitudinario, pero el sumo sacerdote no se olvidaría de Jesús. Mr 14,1-2 nos informa de una conspiración de los sumos sacerdotes y los escribas, los maestros de la ley, que, faltando dos días para la Pascua, buscaban por medio de algún engaño, y evitando la reacción del pueblo, cómo prender a Jesús para matarlo. Del Sumo Sacerdote partió la orden de detención, pues estaba facultado para tomar medidas contra los alborotadores en el recinto sagrado. Por eso, los que irrumpieron en el huerto de Getsemaní fueron las fuerzas de seguridad del templo, no los soldados romanos de la torre Antonia. En algunas versiones Jn 18,3.12 habla de la presencia de una “cohorte”, unidad militar formada por cuatrocientos ochenta soldados. Ese dato no merece mucho crédito, no solo por el número evidentemente exagerado de hombres, sino porque no hubiera sido posible que soldados romanos condujeran a Jesús ante el sumo sacerdote y no ante su prefecto; a menos que San Juan escribiera cohorte para indicar que se trataba de un grupo de guardias del Templo. De cualquier manera, la escena descrita en 18,1-9 debió ser incluida por Juan para destacar el señorío de Jesús, que, al decirles “yo soy”, los hizo retroceder y caer a tierra.
Aunque eso fuera un agregado posterior o una exageración, el hecho es que sí llegaron dirigidos por Judas, uno de los Doce, unos guardias del templo debidamente armados, pues su objetivo era identificar a Jesús, localizarlo y prenderlo de manera discreta para conducirlo ante el sumo sacerdote Caifás. No debemos dudar de la intervención de Judas pues en la comunidad cristiana no se hubiera inventado semejante traición protagonizada por uno de los Doce.
Al ser detenido Jesús, los discípulos huyeron asustados a Galilea. Solo se quedaron en Jerusalén algunas mujeres, tal vez porque corrían menos peligro. La huida de los discípulos que menciona Mr 14,50, parece la reacción instintiva de quienes buscan salvar su vida, por lo que no hay que considerarla como una repentina pérdida de fe en Jesús.
Jesús fue conducido a casa de Caifás, el hombre fuerte de Jerusalén por los años treinta. Su nombre completo, según Flavio Josefo, era Yosef Caifás y no solo era el sumo sacerdote que gobernaba el templo y la ciudad santa, sino la máxima autoridad del pueblo judío disperso por todo el Imperio. Presidía el Sanedrín y representaba al pueblo de Israel ante el poder supremo de Roma. Sin duda fue un hombre sumamente hábil. Su matrimonio con una hija de Anás le había permitido emparentar con la familia sacerdotal más poderosa de Jerusalén. Contando con la ayuda de su suegro logró ser nombrado sumo sacerdote por Valerio Grato el año 18. Cuando, después de ocho años, Grato fue sustituido por Poncio Pilato, Caifás consiguió ser confirmado por el nuevo prefecto para continuar en su cargo hasta que ambos fueron destituidos el año 36 por Vitelio, gobernador de la provincia romana de Siria. Habían pasado dieciocho años. Ningún otro logró mantenerse durante tanto tiempo en su cargo de sumo sacerdote bajo el mandato de Roma, pues tanto Herodes el Grande como los prefectos romanos tendían a cambiar con mucha frecuencia a los sumos sacerdotes, a veces cada año. Con ello lograban impedir el asentamiento de su poder y, al mismo tiempo, asegurar mejor su sumisión.
Detrás de Caifás se movía un poderoso clan que dominó la escena religiosa y política de Jerusalén durante toda la vida de Jesús: la familia de los Anás, los Ben Hanín. Anás, su fundador, había sido sumo sacerdote durante muchos años. Nombrado por Quirino el año 6, al inicio de la ocupación romana, dejó su cargo el año 15, pero no por eso perdió su influencia y poder. Amigo personal de Valerio Grato y Poncio Pilato, logró que cinco de sus hijos, un nieto y, sobre todo, su yerno Yosef Caifás le sucedieran en el poder. El clan sacerdotal de los Anás dejó en la tradición judía el recuerdo de una familia rapaz, que utilizaba toda clase de intrigas, presiones y maquinaciones para acaparar los cargos más influyentes y rentables del templo entre sus miembros. El año 30, el “jefe del clero”, que vigilaba el culto y controlaba la policía de seguridad del templo, era Jonatán, un hijo de Anás y cuñado de Caifás. Se sospecha con razón, que el comercio de animales para su sacrificio era un negocio rentable controlado por la familia de los Anás. Varios miembros del clan poseían tiendas y negocios en Jerusalén. Los Ben Hanín eran la familia más poderosa y opulenta de la aristocracia sacerdotal, y sus principales miembros vivían en el barrio residencial de los sacerdotes, en la parte alta de la ciudad, no lejos del palacio donde residía Pilato durante sus estancias en Jerusalén.
Las excavaciones del arqueólogo israelí Nahman Avigad (1969-1980) descubrieron un palacio que, según todos los indicios, podría ser el de la familia de Anás. Se trata de un lujoso edificio, decorado con frescos y mosaicos de estilo romano, con una fachada que daba al templo y al monte de Getsemaní. Contaba con una amplia sala de audiencias, cuatro piscinas para baños rituales y tres pequeños comedores (cubiculi). Y es probable que tanto Valerio Grato como Poncio Pilato, amigos de la familia, hayan sido invitados a la mesa en alguno de ellos.
No hay duda de las buenas relaciones y estrecha colaboración que existió entre Caifás y Pilato. No hemos de olvidar que los sumos sacerdotes eran seleccionados por el prefecto no por su piedad religiosa, sino por su disponibilidad para colaborar con Roma; por su parte, los sumos sacerdotes procuraban, por lo general, plegarse a una “prudente” colaboración que les permitiera mantenerse durante largo tiempo en el poder. El caso de Caifás es un ejemplo palpable. No reaccionó a favor del pueblo en ninguna de las ocasiones en que este se levantó airado contra Pilato: primero, por haber introducido los estandartes imperiales en la ciudad santa y, después, al apoderarse del tesoro del templo para construir un acueducto. De manera hábil logró sortear los conflictos y mantenerse en su cargo junto a Pilato. Solo cayó cuando Vitelio, gobernador romano de Siria, ordenó a Pilato regresar a Roma para dar cuenta de su gestión ante el emperador, al mismo tiempo que Caifás era destituido de su cargo de sumo sacerdote.
En noviembre de 1990 fue descubierto al sur de la ciudad antigua de Jerusalén un espléndido osario familiar del siglo I que lleva la inscripción: “Yehosef bar Caiafa”. Todo hace pensar a los arqueólogos que estaban ante el osario del sumo sacerdote que intervino en la ejecución de Jesús.
¿Qué es lo que ocurrió esa última noche que Jesús pasó en la tierra, detenido por las fuerzas de seguridad del templo? No es nada fácil reconstruir los hechos, pues las fuentes ofrecen versiones notablemente diferentes. Según Marcos, Jesús fue llevado desde Getsemaní ante el sumo sacerdote; reunidos “todos los sumos sacerdotes, los ancianos y escribas”, es decir, los grupos que constituyen el Sanedrín, llegaron a la conclusión de que era “reo de muerte” Mr 4,53-64; al día siguiente por la mañana volvieron a reunirse, pero fue solo para “atar” a Jesús y “entregarlo” a Pilato 15,1. Según Lucas, no hubo reunión alguna durante la noche; el Sanedrín solo se reúne al día siguiente por la mañana, pero la escena concluye sin el menor acto jurídico 22,66-71; a continuación lo conducen ante Pilato 23,1. Según Juan, Jesús fue conducido a casa de Anás, suegro de Caifás 18,13, que le pregunta “sobre sus discípulos y su doctrina”; a continuación, lo envió atado a casa de Caifás, donde nada sucede 18,24; finalmente fue conducido a la residencia de Pilato 18,28; en este último relato, el Sanedrín está totalmente ausente y no hay nada que evoque la celebración de un proceso por parte de las autoridades judías.
En general, los relatos dan la impresión de que fue una noche confusa. Lo que sí podemos concluir es que hubo una confrontación entre Jesús y las autoridades judías que lo habían mandado arrestar, y que el sumo sacerdote Caifás y la clase sacerdotal dirigente tuvieron un papel destacado.
Según Mr 26, el Sanedrín se reunió durante la noche y condenó a Jesús por haberse proclamado Mesías e Hijo de Dios, y por haberse arrogado la pretensión de venir un día sobre las nubes del cielo, sentado a la derecha de Dios. Su actitud, según el relato, provocó el escándalo del sumo sacerdote, que gritó horrorizado: “Este hombre que está aquí atado ante nosotros no es el Mesías ni el Hijo de Dios: ¡es un blasfemo! El veredicto del Sanedrín fue unánime: “Reo de muerte”.
También Jn 10,33 refleja esta misma sensibilidad: “No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino por una blasfemia: porque tú, siendo hombre, te haces Dios”.
Probablemente existía ya en tiempos de Jesús una institución parecida al Sanedrín que describe años más tarde la Misná, pero ciertamente no tenía poder de dictar sentencias de muerte, y menos de ejecutarlas. Hoy sabemos que Roma nunca dejaba esta competencia en manos de las autoridades locales. Durante muchos años se había debatido si el Sanedrín la poseía o no, pero hoy se afirma que en tiempos de Jesús no tenía esta competencia.
Por otra parte, el “proceso” ante el Sanedrín, tal como aparece en los evangelios, contradice lo que podemos saber por la Misná, la gran colección escrita de las tradiciones orales judías conocida como la Torá oral, que al describir el funcionamiento del Sanedrín, dice que las reuniones estaban prohibidas en días festivos o preparatorios, no podían celebrarse de noche y debían tener lugar en el atrio del templo, no en el palacio del sumo sacerdote. Entonces, aquella noche lo que hubo no fue una sesión oficial del Sanedrín, y mucho menos un proceso en toda regla por parte de las autoridades judías, sino una reunión informal de un consejo privado de Caifás para hacer las debidas indagaciones y precisar mejor los términos en que se podía plantear la cuestión ante Pilato.
Aunque si pudo haber habido una sesión formal del Sanedrín en la que se decidió la muerte de Jesús, pero tuvo lugar mucho antes de su arresto, como narran Jn 11,47-53, y Mr 11,18. Por lo que, en aquella noche, tiene más sentido que se haya llevado a cabo un interrogatorio previo a la entrega de Jesús a los romanos que todo un proceso nocturno ante el Sanedrín.
Una vez detenido Jesús, lo que preocupaba a las autoridades del Templo, era establecer la forma en la que funcionaría la acusación que llevarían por la mañana al prefecto romano, por lo que era necesario reunir en su contra cargos que merecieran la pena capital. Por ello Jesús no fue conducido ante el gran Sanedrín, sino al “consejo privado” de Caifás, cuya función era asesorarle, no en doctrinas religiosas, sino en cuestiones de gobierno que pudieran tener repercusiones políticas. No es posible saber quiénes estuvieron esa noche interrogando a Jesús. Probablemente fue un grupo restringido en el que tuvieron un papel destacado Caifás, sumo sacerdote en ejercicio, su suegro Anás, antiguo sumo sacerdote y jefe del clan, y otros miembros de su familia.
Algunos investigadores subrayan la importancia que tuvo la actuación astuta de Anás. Jn 18,12-19 dice que Jesús fue conducido primeramente al palacio de Anás, quien “le interrogó sobre sus discípulos y su doctrina”, dos cuestiones decisivas para determinar la peligrosidad de Jesús.
La decisión de eliminar a Jesús parece haber sido tomada desde tiempo atrás, pero ¿cuáles fueron los motivos reales que movieron a este grupo de dirigentes judíos a condenarlo? En ningún momento se habla de la actitud de Jesús ante la Torá, su crítica a las “tradiciones de los mayores”, su acogida a los pecadores o las curaciones realizadas en sábado. Este tipo de cuestiones había sido motivo de conflicto y discusión entre Jesús y algunos sectores fariseos, pero ningún grupo judío tomaba medidas de castigo contra miembros de otros grupos por defender posturas diferentes a las suyas, pues parece que el principio que regía las relaciones entre los diferentes grupos judíos, saduceos, fariseos y esenios, era “vivir y dejar vivir”. En el consejo de Caifás no tomó parte el grupo fariseo como tal y, por otra parte, lo que realmente preocupaba eran las repercusiones políticas que pudiera tener la actuación de Jesús.
Aunque, según el relato evangélico, Jesús fue condenado por “blasfemo” al haberse proclamado “Mesías”, “Hijo de Dios” e “Hijo del hombre”, la combinación de estos tres títulos que constituían el núcleo de la fe en Jesús, indica que Jesús no fue condenado por nada de esto, pues en ningún momento manifestó ser Dios ni utilizó el título de “Hijo de Dios”, y mientras Él vivía, tampoco lo hicieron sus seguidores para confesar su condición divina. Tampoco se le condenó por su pretensión de ser el “Mesías” esperado, aunque algunos de sus seguidores vieran en él al Mesías y lo comentaran entre la gente, pero, Jesús nunca se pronunció abiertamente como tal y cuando le preguntaban al respecto, respondía de forma ambigua, ni lo afirmaba ni lo negaba. En cualquier caso, sabemos que, desde la vuelta de Israel del destierro, fueron varios los que se presentaron con la pretensión de ser el “Mesías” de Dios, sin que las autoridades judías se sintieran obligadas a perseguirlos. No se conoce el caso de ningún pretendiente mesiánico juzgado en nombre de la ley o considerado como blasfemo contra Dios. Más aún. Cuando, en el año 132, Bar Kosiba se presentó como Mesías para liderar el levantamiento contra Roma, fue reconocido solemnemente como tal por Rabí Aqiba, el rabino más prestigioso en aquel momento. Eso manifiesta que, si alguien se presentaba como “Mesías”, podía ser aceptado o rechazado, pero no se le condenaba como blasfemo.
Por supuesto, ninguno de los que tomó parte en el interrogatorio pensaba que Jesús fuera el Mesías. Lo que de verdad les preocupaba no era clarificar su identidad. Ellos lo veían como un falso profeta que se estaba convirtiendo en un peligro para todos. Presentarse como “Mesías” no era “blasfemia”, pero sí algo políticamente explosivo que podía ser motivo para acusarlo como un peligro para Roma, porque su actitud comenzaba a ser una amenaza para la estabilidad del sistema. El ataque al templo fue, sin duda, la causa principal de la hostilidad de las autoridades judías contra Jesús y la razón decisiva de su entrega a Pilato. Lo recuerda Mr 14,57-58 en la escena ante el sumo sacerdote; aparece luego en las burlas que se le hacen al crucificado en Mr 15,29-30 y Mt 27,39-40; también se recuerda en la acusación a Esteban que se encuentra en Hch 6,13-14.
El gesto del templo fue el último acontecimiento público que llevó a cabo Jesús. Ya no se le dejó actuar. Su intervención en el recinto sagrado fue una actuación grave contra el corazón del sistema. El templo era intocable. Desde los tiempos de Jeremías, en el 610 a.C., las autoridades religiosas habían reaccionado siempre violentamente contra los que se atrevían a atacarlo como dice en Jer 26,1-19.
Aun cuando presenté los estudios realizados en los documentos históricos que nos presentan algunos datos diferentes a los presentados por los Evangelios, pudimos notar que son datos que no varían el contenido fundamental de lo que nos presentan los evangelistas, los cuales, como mencioné en el tema anterior, son biografías fragmentarias de Jesús con una finalidad eminentemente religiosa y pastoral, ya que los evangelistas no pretendían satisfacer meras curiosidades históricas, sino exponer los hechos y doctrinas fundamentales de Jesús, sentando las bases de la fe en Él como Mesías, el Hijo de Dios y Salvador de la Humanidad. Los Evangelios son datos que han llegado hasta nosotros y nos han permitido conocer a Jesús y mantener con Él una comunicación de dos vías, pues no se trata solamente de nuestra oración, ya que también obtenemos respuesta como podemos testimoniar quienes nos hemos entregado a Él reconociéndolo como nuestro Señor y Salvador. Y esas respuestas van más allá de haber recibido muestras de amor y de haber sido llenos de paz, aun en medio de dificultades, hemos recibido entre muchas bendiciones, sanidades de enfermedades que los medicos decían ser incurables, ha otorgado corazones nuevos, y no solo me refiero al órgano, sino a la sanidad de todo cuanto había afectado negativamente la vida de las personas, haciéndo de ellas nuevas criaturas que difrutan ahora de amor, gozo y armonía en las familias antes destruídas. Por eso con confianza y respaldo de mi propia experiencia te digo, vuélvete a Dios y cree en el Evangelio.