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La RESURRECCIÓN MOSTRÓ A JESÚS COMO EL MESÍAS

LA RESURRECCIÓN MOSTRÓ A JESÚS COMO EL MESÍAS.

 

Para los seguidores de Jesús, desacreditando a quienes lo condenaron. Como dijo Pedro según se lee en Hch 2,22-24; Como ustedes saben muy bien, Dios demostró ante ustedes la autoridad de Jesús de Nazaret, haciendo por medio de él grandes maravillas, milagros y señales. Y a ese hombre, que conforme a los planes y propósitos de Dios fue entregado, ustedes lo mataron, crucificándolo por medio de hombres malvados. Pero Dios lo resucitó, liberándolo de los dolores de la muerte, porque la muerte no podía tenerlo dominado.” Más Adelante en 4,10, dice: “Declaramos ante ustedes y ante todo el pueblo de Israel que este hombre que está aquí, delante de todos, ha sido sanado en el nombre de Jesucristo de Nazaret, el mismo a quien ustedes crucificaron y a quien Dios resucitó.” También en 5,30 Pedro y los demás apóstoles contestaron al jefe de la guardia del Templo y a los guardias: El Dios de nuestros antepasados resucitó a Jesús, el mismo a quien ustedes mataron colgándolo en una cruz.”

Éso fue lo primero que predicaron los discípulos una y otra vez en las cercanías del templo y por las calles de Jerusalén. Ese“contraste” entre lo que hicieron con Jesús y la reacción de Dios al resucitarlo, es el elemento central en las primeras predicaciones.

Con su acción resucitadora, Dios confirmó la vida y el mensaje de Jesús, su proyecto del reino de Dios y toda su actuación. Lo que Jesús anunció en Galilea sobre la ternura y misericordia del Padre es verdad: Dios es como lo sugirió Jesús en sus parábolas. Su manera de ser y de actuar coincidía con la voluntad del Padre. La solidaridad de Jesús con los que sufrían, su defensa de los pobres, su perdón a los pecadores, una vida más digna y dichosa para todos, es lo que Jesús buscaba. Esa es la actuación que quiere que imitemos de Él, porque es la manera de vivir que agrada al Padre, es la vida que espera que llevemos, porque es el camino que conduce a la vida. Y es lo que hicieron los discípulos, “volvieron a Galilea”, al inicio, a recordar todo lo vivido con él. Y reavivaron lo que habían experimentado junto a Jesús, pero esta vez a la luz de la resurrección.

Impulsados por su fe en Jesús resucitado, recordaron sus palabras, pero no como si fueran el testamento de un maestro muerto, sino como palabras de quien estaba “vivo” que seguía hablando con la fuerza de su Espíritu. Así nacieron los “Evangelios”, los escritos que recopilaron el mensaje del resucitado por Dios, que comunican Su espíritu y Su vida a quienes le seguimos. Es tal la convicción de que Jesús está vivo, que aquellos hombres, dijeron las palabras y enseñanzas que recogían el espíritu de su maestro y Señor, aunque no coincidían literalmente con las pronunciadas por Jesús en Galilea. Por eso las personas escucharon las palabras recogidas en los evangelios como palabras que son “espíritu y vida”, “palabras de vida eterna” (Jn 6,63.68), que transmiten la alegría y la paz del resucitado, razón por la que, de ser simples oidores, se convirtieron en verdaderos creyentes.

Los discípulos de Jesús recordaban sus palabras, sus hechos y su vida. No redactaron la biografía de un personaje ya muerto, ni para describir su retrato histórico. Eso no les interesaba, lo que quisieron mostrar fue la presencia salvadora de Dios que ya había actuado en la vida terrena de Jesús, y que lo resucitó. Cuando Jesús curaba a los enfermos, les estaba comunicando la fuerza, la salud y la vida de Dios, que después revelaría todo su poder salvador resucitándolo de la muerte.

Al defender la dignidad de los pobres, víctimas de tantas injusticias, Jesús estaba exigiendo la justicia de Dios. Al acoger a los pecadores y prostitutas a su mesa, les estaba ofreciendo el perdón y la paz. Y después, los discípulos que disfrutaron del encuentro con el resucitado, actuaron en su nombre: Dieron a conocer que estaba vivo, que Dios lo resucitó y enseñaron lo que de Él habían aprendido, defendieron la dignidad de los pobres, las mujeres y los niños, acogieron a los pecadores, sanaron a los enfermos.

Eso no fue algo del pasado. Al resucitar a Jesús, Dios dio validez indestructible a su vida terrena y llevó a un punto culminante lo que había iniciado en Galilea. Por ello la actuación de Jesús no terminó con su muerte. Aquel que los invitaba a seguirlo, siguió llamando como hoy también sigue llamando a todos, y así como ofrecía el perdón de Dios a los pecadores, hoy lo sigue ofreciendo a los que se vuelven a Él arrepentidos pidiendo perdón. A aquel que se acercaba a los pequeños y maltratados, hoy lo podemos encontrar identificado con los pobres y necesitados para que, como hizo Él, nos acerquemos a ellos y los consolemos, les tendamos la mano y les hagamos sentir, con nuestros actos de misericordia, que son valiosos para Dios, para que, con confianza, lo busquen; y como Él se deja encontrar a los que lo buscan de corazón, al conocerlo, lo amarán y al amarlo, lo seguirán.

Queridos oyentes “La causa de Jesús sigue”. Esa expresión es correcta si se entiende que es Jesús mismo quien, resucitado, la inspira y la impulsa. Que “sigue” implica que debe haber quien la lleva a cabo, y a eso es a lo que nos llama el Señor, a que cumplamos con la misión que el inició y nos encomendó a continuar cuando dijo “Vayan por todo el mundo y den a conocer lo que me vieron hacer y lo que me escucharon decir.”

Los evangelios fueron escritos no solo para saber quién fue Jesús y lo que hizo, sino para anunciar qué y quién es para sus seguidores, y qué podemos esperar de él.

San Marcos no escribió una “vida de Jesús”, al estilo de los historiadores romanos Tácito o Suetonio, que escribieron sobre la historia de los emperadores. Como dice el título de obra de San Marcos en Mr 1,1, lo que quiso fue anunciar “la Buena Noticia de Jesús, Mesías e Hijo de Dios”.

A la luz de la resurrección se puede descubrir que Jesús es el “Mesías” esperado, en el que el pueblo de Israel había puesto todas sus esperanzas; por lo que ya no hay que esperar otros mesías ni salvadores. Él es el “Hijo de Dios”, un hombre que actuó con su fuerza salvadora, no como el emperador de Roma, que era llamado “hijo de Dios”, pero no podía salvar. Jesús, encerraba un misterio que la gente no pudo captar del todo en Galilea. Solo entendiendo la “voz del cielo” hubieran podido descubrir que era el “Hijo querido” de Dios. Según San Marcos, fue una voz del cielo la que reveló la verdadera identidad de Jesús en las escenas del bautismo (1,9-11) y de la transfiguración (9,2-13). Sin embargo, Pedro pudo confesar: “Tú eres el Mesías” (8,29), y el centurión romano, al morir Jesús, pudo exclamar: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (15,39).

Tanto los judíos, como Pedro, y los paganos, como el centurión, pudieron llegar a percibir el misterio que se encerraba en Jesús. Después de la resurrección, se pudo ahondar mejor en su misterio. No huir como los discípulos ante su crucifixión; ni asustarse como las mujeres ante el “sepulcro vacío”. Ahora, después de Su resurrección, es posible seguir a Jesús sabiendo que es el Mesías e Hijo de Dios quien va delante de nosotros, mostrándonos el camino de salvación, el camino que lleva al Padre.

San Mateo tampoco estaba interesado en escribir una biografía de Jesús. Después de la caída de Jerusalén el año 70, y con el templo destruido para siempre, los rabinos fariseos se esforzaron por restaurar el judaísmo en torno a la Torá. Mientras tanto, los seguidores de Jesús fueron estableciendo comunidades cristianas entre los judíos de la diáspora. No fueron raras las tensiones y conflictos. En aquel momento crucial, San Mateo quiso proclamar lo que los seguidores de Jesús descubrieron en él, a la luz de la resurrección, que Jesús no fue un gran rabino ejecutado en la cruz, sino que es el verdadero “Mesías”: con él alcanzó su culminación la historia de Israel; en él se cumplieron las Escrituras sagradas de los judíos; él es el nuevo Moisés, que mostró una nueva Ley de vida, de amor, de perdón, de paz, de libertad, de alegría.

San Mateo comenzó su escrito presentando la “genealogía de Jesús”, como verdadero “hijo de David” e “hijo de Abrahán” en el que culmina la historia del pueblo elegido (1,1-17). Y fue narrando a Jesús demostrando que todo se fue realizando como cumplimiento de las Escrituras. En su Evangelio, se pueden contabilizar más de setenta citas del Antiguo Testamento. San Mateo quiso construir su evangelio en torno a cinco grandes discursos de Jesús. En el primero de ellos, llamado “discurso de la montaña”, Jesús es presentado como nuevo Moisés proclamando la nueva Ley en el nuevo Sinaí como se lee en Mt 5,1-9,28.

Pero se atrevió a decir mucho más. Los seguidores de Jesús llevaban cuarenta o cincuenta años experimentando la presencia viva del resucitado en medio de ellos, y destruido el templo, Jesús fue la nueva presencia de Dios entre los hombres. Solo a él se le puede llamar Emmanuel, que significa, “Dios con nosotros” (Mt 1,23). Dios se mostró tan identificado con Jesús en la resurrección, que ahora es posible decir que Jesús es “Dios con nosotros”. En Jesús, Dios está compartiendo Su vida con nosotros; en sus palabras escuchamos la Palabra de Dios y en sus gestos captamos su amor salvador.

En el evangelio de San Lucas se respira otro clima. La alegría está presente desde el principio. Así anuncia el ángel el nacimiento de Jesús:No tengan miedo, porque les traigo una buena noticia, que será motivo de gran alegría para todos: Hoy les ha nacido en el pueblo de David un salvador, que es el Mesías, el Señor.(Lc 2,11).

El que nació en Belén es el “Salvador”. Las comunidades cristianas llevaban años confesándolo como “Mesías” y “Señor” y de él quiso hablar San Lucas en su escrito. El quiso que esa “alegría” que anunció el ángel, inundara todos los corazones; también que sintieran la paz que cantaron los ángeles en Belén, y que experimentaron los discípulos al encontrarse con el resucitado. A lo largo de su evangelio, San Lucas fue presentando a Jesús como el “Salvador” que, con gestos de gran ternura y misericordia, fue salvando a la gente de la enfermedad, del pecado, de la exclusión y la humillación: Jesús es el “Hombre” que “vino a buscar y salvar lo que estaba perdido” (Lc 19,10). El pueblo no lo pudo captar plenamente en Galilea, pero al ser resucitado Jesús por el Espíritu de Dios, Lucas invitó a todos a descubrir que ese mismo Espíritu lo había estado animando siempre.

Jesús fue concebido virginalmente por la fuerza del Espíritu (Lc 1,35). Ese Espíritu que bajó sobre él mientras hacía oración después de su bautismo (Lc 3,22), lo condujo en el desierto y lo guió con su fuerza por los caminos de Galilea (Lc 4,1; 4,14). Saturado de ese Espíritu de Dios, vivió anunciando a todos, a los pobres, a los oprimidos y a los desamparados la Buena Noticia de su liberación (Lc 4,7-20). A la luz de la resurrección se puede expresar el recuerdo que dejó Jesús entre sus seguidores, que Jesús de Nazaret, fue un hombre que, “ungido con el Espíritu Santo y con poder, pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. Estas palabras redactadas por San Lucas se encuentran en Hch 10,38. Según Lucas, porque Dios estaba con él fue lo que transformó a sus seguidores en verdaderos testigos de Jesús (Hch 1,8).

El último evangelio, atribuido por la tradición a San Juan, es un escrito que ilumina la vida de Jesús con una profundidad teológica que, nunca antes había sido desarrollada. San Juan presenta a Jesús no solo como el gran Profeta de Dios, sino como “la Palabra de Dios hecha carne” (Jn 1,10); como Dios hablándonos a través de ese hombre. Más aún, en la resurrección, Dios se manifestó tan identificado con Jesús que el evangelista se atrevió a poner en su boca estas misteriosas palabras: “El Padre y yo somos uno”, “el Padre está en mí y yo en el Padre” (Jn 10,30; 10,38b). Por supuesto, Dios sigue siendo un misterio. Nadie lo ha visto, pero Jesús, que es su Hijo y viene del seno del Padre “nos lo ha dado a conocer” dice Jn 1,18. Por eso Juan fue narrando los “signos” que Jesús hacía revelando la gloria que se encerraba en él, como Hijo de Dios enviado por el Padre para salvar al mundo. Si curó a un ciego fue para manifestar: “Yo soy la luz del mundo. El que me siga no caminará a oscuras, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12). Si resucitó a Lázaro fue para proclamar: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá” (Jn 11,25).

A la luz de la resurrección, San Juan revela en su Evangelio que el objetivo supremo de Jesús es dar vida, porque dijo: “Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia” (Jn 10,10). Y dejó claro lo que Dios quiere para sus hijos al escribir: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo” (Jn 3,16-17).

Pudimos notar, por lo que nos dicen San Mateo, San Marcos y San Juan, que a la luz de la resurrección, todo cobró una profundidad grandiosa y que no podían sospechar cuando le seguían por Galilea. Aquel Jesús al que vieron curar, acoger, perdonar, abrazar y bendecir, es el gran regalo que Dios hizo al mundo para que todos encuentren en él la salvación. Para eso debes aceptarlo como tu Salvador y Señor. Ríndete a Él y entrégale tu vida para que Él sea tu guía por el camino de bendición que conduce al Padre, y mientras vas por ese camino, muéstralo a cuantos encuentres, para que también sean perdonados y al cambiar su vida puedan disfrutar de la vida que Jesús vino a darnos. Que así sea.

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