AL RESUCITAR A JESÚS, DIOS LE DIO EL MÁS ALTO HONOR
AL RESUCITAR A JESÚS, DIOS LE DIO EL MÁS ALTO HONOR.
Fil 2,9
¿Por qué tuvo que morir Jesús? Si Dios lo ama tanto, ¿por qué le dejó morir así? ¿Para qué tanta humillación y sufrimiento? ¿Qué puede haber de bueno en ese crimen cometido con él? Los cristianos tuvieron que recorrer un largo camino hasta encontrar alguna respuesta a algo tan escandaloso e injusto. Hacia los años 40 o 42 lograron acuñar una fórmula extraña: “Cristo ha muerto por nuestros pecados según las Escrituras” (1 Co 15,3); pero, ¿qué tiene que ver la muerte de un hombre con el conjunto de pecadores de todos los tiempos? La muerte pone fin a la vida, ¿cómo puede una muerte salvar a otros?
La resurrección obligó a los primeros creyentes a profundizar en su muerte con una luz nueva. Descubrieron que, al morir, Jesús entró en la “gloria” de Dios. Murió confiando en el Padre, y el Padre lo acogió en su vida incomprensible. La de Jesús fue una “muerte-resurrección”. No murió hacia el vacío de la nada, sino hacia la comunión plena con Dios. El Padre no lo salvó de la muerte, pero sí en la muerte. Se puede decir que, al resucitarlo, lo engendró como al hijo más querido. Como leemos en Hch 13,33, San Pablo encontró de lo más natural aplicar a la resurrección de Jesús un conocido salmo: “Resucitando a Jesús, Dios ha cumplido lo que está escrito en el Sal 2,7: «Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy”.
Dios que acogió a Jesús en el interior de su muerte no estuvo nunca separado de él. Mientras agonizaba, Dios estaba con él, sosteniéndolo con su amor fiel, sufriendo con él y en él, identificado totalmente con él, como se pudo ver en la resurrección. El Padre no quiso ver sufrir a Jesús nunca. ¿Cómo va a querer la destrucción injusta de un inocente? ¿Cómo va a querer aquel final trágico para su hijo querido? Lo que el Padre quiso es que Jesús fuera fiel hasta el final, que siguiera identificado con todos los desgraciados del mundo y buscando el reino de Dios y su justicia para todos. Ni el Padre buscó la muerte ignominiosa de Jesús, ni Jesús le ofreció su sangre pensando que le sería agradable. Los primeros cristianos nunca dijeron algo parecido. En la crucifixión, Padre e Hijo estaban unidos, no buscando sangre y destrucción, sino enfrentándose al mal hasta las últimas consecuencias. Aquel sufrimiento fue malo; la crucifixión fue un crimen. Solo la buscaron las autoridades judías y los representantes del Imperio, que no quisieron reconocer a Jesús como el Mesías, el Salvador, y se cerraron así al reino de Dios.
Jesús no quiso que lo mataran; se resistió a beber aquella “copa” de sufrimiento: aquello era absurdo e injusto. Pero en obediencia y fiel al reino de Dios, fue hasta la muerte para cumplir así con el plan de Dios, para la salvación eterna de la humanidad. Por eso, todos podemos conocer hasta dónde llegó su confianza en el Padre y su amor a los hombres. El Padre no quiso que mataran a su Hijo querido, pero dejó que lo sacrificaran; no intervino para destruir a quienes lo crucificaron, por amor a los hombres reveló a todos hasta qué extremos llegaba su amor a la humanidad.
Los primeros cristianos confesaron admirados: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo” Jn 3,16. En la cruz, nadie le estaba ofreciendo a Dios nada para que mostrara un rostro más benevolente hacia la humanidad. Fue Dios Padre quien entregó a su propio Hijo. San Pablo no tuvo duda alguna cuando escribió: “Dios prueba que nos ama, en que, cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros.” (Ro 5,8). Y agregó: “Si Dios no nos negó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos también, junto con su Hijo, todas las cosas?” Ro 8,32. Este amor de Dios es inconcebible. Mientras Jesús agonizaba, Dios no hizo ni dijo nada. No intervino. No accedió a lo que Jesús le pidió en Getsemaní, pero sí sufrió por el padecimiento y la muerte de su Hijo, que aceptó todo ello, por amor a los hombres, que sin ese sacrificio, hubiéramos quedado perdidos para siempre. Esa “crucifixión-resurrección” nos revela de manera suprema el amor de Dios. Nadie lo hubiera sospechado. En Jesús “crucificado-resucitado”, Dios estaba con nosotros, solo pensaba en nosotros, sufría como nosotros, moría para nosotros.
Ese silencio de Dios en la cruz no significó abandono del crucificado ni complicidad con los verdugos. Dios Padre estaba con Jesús. Y por su obediencia fue resucitado. La resurrección mostró que Dios estaba con el crucificado de manera real, y, aunque no intervino contra sus verdugos, sí aseguró su triunfo final. Eso es lo grandioso del amor de Dios: que tiene poder para aniquilar el mal sin destruir a los malos. Hizo justicia a Jesús sin destruir a quienes lo crucificaron. San Pablo lo dijo bellamente: “En Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo, sin tomar en cuenta los pecados de los hombres” (2 Co 5,19). La “predicación de la cruz es una locura”. 1Co 1,18. Pablo lo sabía, pues se encontró constantemente con el rechazo, por eso escribió en 1 Co 1,22-25. “Mientras los judíos piden signos y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos y locura para los gentiles. Mas para los que han sido llamados, sean judíos o griegos, se trata de un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Pues lo que en Dios parece locura es más sabio que los hombres, y lo que en Dios parece debilidad es más fuerte que los hombres.”
En esa cruz que parece una “locura” se encuentra la “sabiduría” de Dios pues fue el camino para salvar al mundo. En ese Cristo crucificado que parece debilidad e impotencia se encierra la fuerza salvadora de Dios. Por eso decimos los cristianos que Cristo murió por nuestros pecados “según las Escrituras” pues en la cruz se cumplieron los designios de Dios. Era necesario que Cristo padeciera pues, en medio de esa increíble locura, Dios amó a sus hijos hasta el extremo. Y como dice San Pablo: “La paga del pecado, es la muerte; en cambio, el don de Dios es la vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro. ” Ro 6,23
Los primeros cristianos utilizaron diversos modelos para explicar la “locura” de la crucifixión. Lo presentaron como un sacrificio de expiación o purificación, una alianza nueva entre Dios y los hombres sellada con la sangre de Jesús; describían su muerte como la del siervo sufriente, un hombre justo e inocente que, según el libro de Isaías, cargó con las culpas y pecados de otros para convertirse en salvación para los demás. (Is 53,1-12) Debemos entender bien este lenguaje, pues no quiere anular o desfigurar el amor gratuito de Dios anunciado con tanta fuerza por Jesús. Porque Dios no aparece en esos modelos como alguien que exigió de Jesús sufrimiento y destrucción para que su honor y su justicia quedaran satisfechos y pudiera así “perdonar” a los hombres. Jesús, por su parte, no trató de influir en Dios con su sufrimiento para obtener de él una actitud más benevolente hacia el mundo. A nadie se le ocurrió decir algo parecido en las primeras comunidades cristianas.
Si Dios fuera alguien que exige previamente la sangre de un inocente para salvar a la humanidad, la imagen que Jesús había dado del Padre hubiera quedado totalmente desmentida, pues pareciera que Dios es un justiciero que no sabe perdonar gratuitamente, un acreedor implacable que no sabe salvar a nadie si antes no se salda la deuda que se ha contraído con él. Si Dios fuera así, ¿quién podría amarlo con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas? Lo mejor que uno podría hacer ante un Dios tan riguroso y amenazador sería actuar con cautela y defenderse de él teniéndolo satisfecho con toda clase de ritos y sacrificios.
Dios no aparece tampoco descargando su ira sobre Jesús. En ningún momento el Padre le hizo responsable de pecados que no había cometido; no consideró a su Hijo como “sustituto” de pecadores. ¿Cómo un Dios justo le iba a imputar a Jesús los pecados que no había cometido? Por ello no es fácil interpretar una frase muy concisa de San Pablo: “A quien no ha conocido el pecado, Dios lo ha hecho pecado por nosotros, para que viniéramos a ser justicia de Dios en él” (2 Co 5,21). Probablemente estaba acentuando la solidaridad de Jesús con los pecadores. Desde luego, no debemos forzar el sentido literal, pues cuando escribió: “A quien no ha conocido el pecado”, San Pablo estaba afirmando la absoluta inocencia de Jesús.
Jesús era inocente porque el pecado no entró en su corazón. En la cruz no sufrió ningún castigo de Dios. Padeció el rechazo de quienes se oponían a Su Reino; no fue víctima del Padre, sino de Caifás y Pilato. Jesús cargó con el sufrimiento que los hombres le infligimos injustamente, y el Padre cargó con el sufrimiento que padeció su Hijo amado. Así lo expresa 1 Pe 2,22-24: “Cristo no cometió ningún pecado ni engañó jamás a nadie. Cuando lo insultaban, no contestaba con insultos; cuando lo hacían sufrir, no amenazaba, sino que se encomendaba a Dios, que juzga con rectitud. Cristo mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre la cruz, para que nosotros muramos al pecado y vivamos una vida de rectitud. Cristo fue herido para que fueramos sanados.” Los pecados no son cosas que se pueden llevar sobre el cuerpo. San Pedro expresó con esa imagen el peso enorme que cayó sobre Jesús al solidarizarse con los que le rechazaron a él y su proyecto de Dios.
Lo que da valor redentor al suplicio de la cruz es el amor, y no el sufrimiento. Lo que salva a la humanidad no es algún misterioso poder salvador encerrado en la sangre derramada ante Dios, porque, por sí mismo, el sufrimiento es malo y no tiene fuerza redentora alguna. De hecho, al Padre no le agradó ver a Jesús sufriendo. Lo que salvó a la humanidad en el Calvario fue el infinito amor de Dios, interpretado en el sufrimiento y la muerte de su Hijo. No hay ninguna otra fuerza salvadora fuera del amor.
El sufrimiento sigue siendo malo, pero, precisamente por eso, se convierte en la experiencia humana más sólida y real para vivir y expresar el amor. Por eso los primeros cristianos vieron en Jesús crucificado la expresión más realista y extrema del amor incondicional de Dios a la humanidad, el signo misterioso de su perdón, compasión y ternura redentora. Solo el amor increíble de Dios puede explicar lo ocurrido en la cruz. Solo contemplando la cruz pudo surgir la trascendental afirmación “Dios es amor” que aparece dos veces en la 1Jn 4,8 y 16. Esto es lo que Pablo percibió cuando escribió conmovido: “el Hijo de Dios, me amó y se entregó a la muerte por mí” Gal 2,20b.
Con su acción resucitadora, Dios confirmó la vida y el mensaje de Jesús, como la presencia salvadora de Dios, ya no solo para el pueblo judío, sino para toda la humanidad. Pues su obra fue la redención, sacó al hombre del reinado de Satanás para llevarlo al Reino de los Cielos, pues con su resurrección, nosotros también obtuvimos el perdón de nuestros pecados y la vida nueva que Jesús ofreció cuando dijo: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.” Gracias a ese proceso, iniciado en la Pasión y pasando por la resurrección, Dios, por gracia, regenera al creyente y le da vida eterna, esto implica nuestra conversión, que es el acto de volverse del pecado y del yo, hacia Dios.
Agradecidos por el acto de amor tan grande que nos manifestó Jesús al aceptar su pasión y muerte en la cruz para darnos libertad y vida nueva, mantengámonos firmes en sus enseñanzas, y reconociéndolo como nuestro Salvador y Señor, sigamos el ejemplo de su testimonio entregándonos en servicio de amor al prójimo para honrarlo.
Que así sea para honra y gloria de Dios Padre y de su amado Hijo Jesucristo, nuestro Señor y Salvador.
BIBLIOGRAFÍA
- Estudios de carácter general sobre la resurrección de Jesús
LÉON-DuFOUR, Xavier, Resurrección de Jesús y mensaje pascual. Salamanca, Sígueme,51992.
SCHMITT, J., Jésus ressuscité dans la prédication apostolique. Étude de théologie biblique. París, Gabalda, 1968.
EVANS, C. E, Resurrection and the New Testament. Londres, SCM Press, 1970.
WILCKENS, Ulrich, La resurrección de Jesús. Estudio histórico-crítico del testimonio bíblico. Salamanca, Sígueme, 1981.
RIGAUX, Beda, Dieu l’a ressuscité. Exégese et théologie biblique. Gembloux, Duculot, 1973.
RUCKSTUHL, Eugen / PFAMMATER, Josef, La resurrección de
Jesucristo. Hecho histórico-salvífica y foco de la fe. Madrid, Fax, 1973.
PERKINS, Pheme, Resurrection. New Testament Witness and Contemporary Reflection. Londres, Geoffrey Chapman, 1984. LORENZEN, Thorwald, Resurrección y discipulado. Modelos interpretativos, reflexiones bíblicas y consecuencias teológicas. Santander, Sal Terrae, 1999. DENEKEN, Michel, La foi pascale. Rendre compte de la résurrection de Jéus aujourd’hui. París, Cerf, 1997.
BRAMBILLA, Franco Giulio, El crucificado resucitado. Salamanca, Sígueme, 2003.
ALVES, Manuel Isidro, Ressurreiçao e fe pascal. Lisboa, Didaskalia, 1997.
KESSLER, Hans, La resurrección de Jesús. Aspecto bíblico, teológico y sistemático. Salamanca, Sígueme, 1989.
BONY, Paul, La résurrection de Jésus. París, Eds. de l’Atelier, 2000.
WRIGHT, N. T., The Resurrection of the Son of God. Minneapolis, Fortress Press, 2003.
MOINGT, Joseph, El hombre que venía de Dios n. Bilbao, Desclée de Brouwer, 1995, pp. 49-88.
THEISSEN, Gerd I MERZ, Annette, El Jesús histórico. Salamanca, Sígueme, 1999, pp. 523-560.
2. Para el estudio de nuevos planteamientos sobre la resurrección de Jesús,
el sepulcro, las apariciones y la génesis de la fe pascual
ALEGRE, Xavier, “Perspectiva de la exégesis actual ante la resurrección de Jesús y el nacimiento de la fe pascual”, en Manuel FRAIJó I Xavier ALEGRE I Andrés TORNOS, La fe cristiana en la resurrección. Santander, Sal Terrae, 1998, pp. 33-62.
DE SURGY, E. I GRELOT, Pierre I CARREZ, Maurice I GEORGE, Augustin I DELORME, Jean I LÉoN-DuFOUR, Xavier, La résurrection du Christ et l’exégese moderne. París, Cerf, 1969.
DELORME, Jean, “La résurrection dans le langage du Nouveau Testament”, en Le langage de la foi dans l’Écriture. París, Cerf, 1972, pp. 101-182.
KREMER, J. I ScHMITT, J. I KESSLER, H., Dibattito sulla risurrezione di Gesu. Brescia, Queriniana, 1969.
D’ACOSTA, Gavin (ed.), Resurrection reconsidered. Oxford, Oneword, 1996.
DAVIES, S.I KENDALL, D. I O’COLLINS, G., The Resurrection. An Interdisciplinary Symposium on the Resurrection ofJesus. Oxford, University Press, 1998.
BORG, Marcus J. I WRIGHT, N. T., The Meaning ofJesus. Two Visions. San Francisco, Harper, 1998, pp. 111-142.
BOISMARD, Marie-Émile, ¿Es necesario aún hablar de
“resurrección”? Los datos bíblicos. Bilbao, Desclée de Brouwer, 1996.
MULLER, Ulrich B., El origen de la fe en la resurrección de Jesús. Estella, Verbo Divino, 2003.
TORRES QUEIRUGA, Andrés, Repensar la resurrección. Madrid, Trotta, 2003.
SCHILLEBEECKX, Edward, Jesús: la historia de un viviente. Madrid, Cristiandad, 1981, pp. 482-509.
SCHILLEBEECKX, Edward, En torno al problema de Jesús. Claves de una cristología. Madrid, Cristiandad, 1983, pp. 103-128.
HA1GHT, Roger, Jesus, symbol of God. Maryknoll, NY, Orbis Books, 2002, pp. 119 151.
MARXSEN, Willy, La resurrección de Jesús de Nazaret. Barcelona, Herder, 1974.
LUDEMANN, Gerd / OZEN, Alf, La resurrección de Jesús. Historia. Experiencia. Teología. Madrid, Trotta, 2001.
WEDDERBURN, A. J. M., Beyond Resurrection. Peabody, MA, Hendrickson, 1999.
CROSSAN, John Dominic, El nacimiento del cristianismo. Qué sucedió en los años posteriores a la ejecución de Jesús. Santander, Sal Terrae, 2002, pp. 481-573.
SCHENKE, L., Le tombeau vide et l’annonce de la Résurrection (Me 16,1-8). París, Cerf, 1970.
3. Para un estudio general del significado de la resurrección de Jesús
MOULE, C. F. D., The significance of the Message of the Resurrection for Faith in Jesus Christ. Londres, SCM Press, 1968.
BEASLEY-MuRRAY, Paul, The Message of the Resurrection. Downers Grove, 1L, InterVarsity Press, 2000.
VIDAL, Senén, La resurreción de Jesús en las cartas de Pablo. Análisis de las tradiciones. Salamanca, Sígueme, 1982.
PIKAZA, Xabier, El evangelio. Vida y Pascua de Jesús. Salamanca, Sígueme, 1990, pp. 245-428.
KANNENGIESSER, Charles. Foi en la Résurrection. Résurrection de la foi. París, Beauchesne, 1974.
COUNE, M. / DELORME, Jean / GAIDE, G. / GAMBIER, J. M. / MARTIN1, Carlo Maria / MOLLAT, Daniel / RrDOUARD, A. / SE1NAVE, J. / TRILLING, Wolfgang, La Bonne Nouvelle de la Résurrection. París, Cerf, 1981.
WAGNER, Guy, La résurrection, signe du monde nouveau. París, Cerf, 1970. M1CHIELS, Robrecht, Jésus-Christ, hier, aujord’hui, demain. Tournai, Casterman, 1971, pp. 95-135.
LECLERC, Élol, Paques en Galilée ou la rencontre de Christ pascal. París, Desclée de Brouwer, 2003.
4. Para el estudio del contenido salvífico de la muerte y resurrección de Jesús
KARRER, Martin, Jesucristo en el Nuevo Testamento. Salamanca, Sígueme, 2002, pp. 25-96.
SABOURIN, Léopold, Redención sacrificial. Encuesta exegética. Bilbao, Desclée de Brouwer,1969.
SESBOUÉ, Bemard, Jesucristo, el único Mediador. Ensayo sobre la redención y la salvación 1-11. Salamanca, Secretariado Trinitario, 1990.
SESBOUÉ, Bemard, ”Redención y salvación en Jesucristo”, en Olegario
GONZÁLEZ DE CARDEDAL / José Ignacio GONZÁLEZ FAUS / Joseph RATZINGER (eds.), Salvador del mundo. Salamanca, Secretariado
Trinitario, 1997, pp. 113-132.
REY, Bemard, Nous préchons un Messie crucifié. París, Cerf, 1989.
DURRWELL, François-Xavier. La mort du Fils. Le mystere de Jésus et de l’homme. París, Cerf, 2006.
LÉON-DUFOUR, Xavier / VERGOTE, Antoine / BUREAU, R. / MOINGT, Joseph, Mort pour nos péchés. Bruselas, Facultés Universitaires Saint Louis, 1976.
SOBRINO, Jon, Jesucristo liberador. Lectura histórico-teológica de Jesús de Nazaret. Madrid, Trotta, 1991, pp. 281-320.
VARONE, François, El Dios “sádico”. ¿Ama Dios el sufrimiento? Santander, Sal Terrae,1988.
DUQUOC, Christian, “Actualidad teológica de la cruz”, en Teología de la cruz. Salamanca, Sígueme, 1979, pp. 19-25.
5. Otras obras de interés
MARTIN-ACHARD, Robert, De la muerte y la resurrección según el Antiguo Testamento. Madrid, Marova, 1969.
BULTMANN, Rudolf / RAD, Gerhard von / BERTRAN, G. / OEPKE, A., “Vie, mort, résurrection”, en Gerhard KITTEL (ed.), Dictionnaire biblique. Ginebra, Labor et Pides, 1972.
PUECH, Émil, “Mesianismo, escatología y resurrección en los manuscritos del mar Muerto”, en Julio TREBOLLE BARRERA (coord.), Paganos, judíos y cristianos en los textos de Qumrán. Madrid, Trotta, 1999, pp. 245-286.
SCHLIER, Heinrich, De la resurrección de Jesucristo. Bilbao, Desclée de Brouwer, 1970.
RAMSEY, A. Michael, La resurrección de Cristo. Bilbao, Mensajero, 1971.
BUSTO, José Ramón, “El resucitado”, en Juan José TAMAYO AcosTA (dir.), 10 palabras clave sobre Jesús de Nazaret. Estella, Verbo Divino, 1999, pp. 357-399.
MUSSNER, Franz, La resurrección de Jesús. Santander, Sal Terrae, 1971.
BERTEN, 1/ BOISMARD, Marie-Émile / BOUTIER, M. / CARREZ,
Maurice / DUQuoc, Christian / GEFFRÉ, Claude / MOINGT, Joseph, “La Résurrection”, número monográfico de Lumiere et Vie XXI, n. 107 (marzomayo de 1972).
SEIDEN5TICKER, Philip, La resurrezione di Gesu nel messagio degli evangelisti. Brescia, Paideia, 1972.
BONNET, G., Jésus est ressuscité. París, Desc1ée, 1969. GUILBERT, Pierre, Il ressuscita le troisieme jour. París, Nouvelle Cité, 1988.
CHARPENTIER, Étienne, ¿Cristo ha resucitado? Estella, Verbo Divino, 1981.
DUNN, James D. G., Jesús y el Espíritu. Salamanca, Secretariado Trinitario, 1981, pp. 163-255.
SPONG, JoOO Shelbi, Resurrection. Mith or Reality. San Francisco, Harper, 1994.