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LA ORACIÓN SÍ FUNCIONA

LA ORACIÓN SÍ FUNCIONA

A veces puede suceder que estemos totalmente convencidos del poder infinito de Dios, de que Él efectivamente hace milagros e interviene constantemente en la vida humana; es decir, podemos tener una gran fe en el poder de Dios. Pero puede resultar que, al mismo tiempo, no estemos seguros, que Dios nos vaya a conceder lo que pedimos, es decir, dudamos que lo que pedimos en oración sea voluntad divina. Entonces, vale preguntarnos ¿De verdad tengo fe en la oración? Y es que, en el fondo, aunque tenemos fe, por ejemplo, en que puede librarnos de una enfermedad, no tenemos fe en que, por nuestra oración, vaya a librarnos de ella. Y esto significa que no creemos plenamente en que todo lo que Dios hace es para nuestro bien. Quien ora pensando así, desde el principio va por mal camino, un camino que no lleva a ninguna parte porque no espera realmente que el milagro suceda.
Dice Santiago, que cuando uno le pide algo al Señor debe hacerlo «con fe, sin vacilar; porque el que vacila es semejante al oleaje del mar, movido por el viento y llevado de una a otra parte. Que no piense recibir cosa alguna del Señor un hombre como éste» St 1,6-7. Con esto nos hace saber que el que vacila ya fracasó, es decir, no obtendrá lo que pide. Y no hay que pensar que esta es una opinión del apóstol, pues el propio Jesús ya había dicho: «Yo les aseguro: si tienen fe y no vacilan, si dicen a este monte: «Quítate y arrójate al mar», así se hará. Y todo cuanto pidan con fe en la oración, lo recibirán» Mt 21, 21-22.
A la religiosa sor Josefa Menéndez, en una de sus visiones Jesús le dijo: “Quiero que el mundo entero me conozca como Dios de amor, de perdón y de misericordia. Quiero que el mundo lea que deseo perdonar y salvar”, y le reveló la misma doctrina cuando le dijo, en relación a la oración, «Si vacilan, si dudan de Mí, no honran mi Corazón, pero si esperan firmemente lo que me piden, sabiendo que sólo puedo negárselo si es conveniente al bien de su alma, entonces me glorifican». Fijémonos bien qué significa lo que Jesús dijo, que Él no nos otorgará lo que le pedimos, si eso que pedimos no nos conviene, si negar nuestra petición es para bien de nuestra alma.
Al respecto san Alfonso María de Ligorio dice: «Quien se pone a orar con duda y desconfianza, nada recibirá. Nada alcanzará, porque la necia desconfianza que turba su corazón será un obstáculo para los dones de la divina misericordia». Y San Basilio nos recalca el mismo concepto cuando dice: «No pediste bien cuando pediste con desconfianza».
Ahora bien, nuestro Señor Jesús no puso un límite a su omnipotencia, es decir a su poder que todo lo puede. Por lo mismo, a pesar de nuestra falta de fe, bien podría darnos lo que le pedimos. No lo hace si dudamos porque eso significa que nos falta confianza en que nos escucha, que quiera respondernos, y como dice san Alfonso María de Ligorio «la causa de que nuestra confianza en la misericordia divina sea tan grata al Señor, es porque de esta manera honramos y ensalzamos su infinita bondad, que fue la que Él quiso manifestar al mundo cuando nos dio la vida».
A santa Gertrudis, el Señor le reveló que «el que pide con confianza tiene tal fuerza sobre su corazón, que parece que le obliga a oírle y darle todo lo que pide.»

Habiendo entendido que no recibiremos de Dios la respuesta que esperamos cuando oramos, pero nos falta fe en que su respuesta llegará, ¿Qué podemos hacer cuando no tenemos fe y la confianza se nos escapa?
San Alfonso María de Ligorio en sus enseñanzas, dice: «Verdad es que hay momentos en que, por aridez del espíritu o por otras turbaciones que agitan nuestro corazón, no podemos rezar con la confianza que quisiéramos tener. Mas ni en estos casos dejemos de rezar, aunque tengamos que obligarnos. ¡Oh, cómo se complace el Señor al ver que, en la hora de la tribulación, de los temores y de la tentación, seguimos esperando en Él contra toda esperanza, contra aquel sentimiento de desconfianza que la desolación interior quiere levantar en nuestro espíritu! Perseveremos en la oración hasta el fin. Así lo hacía el Santo Job, el cual repetía generoso: Dios mío, aunque me arrojes de tu presencia no dejaré de orar». Y ése es, precisamente, el segundo requisito para obtener lo que pedimos en la oración: la perseverancia. Jesús es ejemplo de esto como dice en Lc 6,12 “Él se fue al monte a orar, y pasó toda la noche en oración a Dios.” Y nos hace ver que daremos fruto abundante y tendremos fe cuando seamos perseverantes como dice al final de la parábola del sembrador: “Lo caído en buena tierra son aquellos que, oyendo con corazón generoso y bueno, retienen la palabra y dan fruto por la perseverancia.” Lc 8,15
Ahora bien, es necesario que comprendamos que “La fe nace de la predicación, cuando lo que se proclama es el mensaje de Cristo.” Ro 10,17. Esto significa que nuestra fe vino al haber escuchado las enseñanzas de Jesús, es decir el Evangelio. Pero, ese escuchar debe ser con atención, no solo de mente sino con el corazón, pues solo así comprenderemos que Jesús con su sacrificio nos liberó de la esclavitud del pecado y nos hizo libres, es entonces, cuando creemos y nos entregamos a Él proclamándolo nuestro Señor y Salvador. Dice Jn 1,12: “A todos los que le recibieron, les dio el derecho de llegar a ser hijos de Dios, es decir, a los que creen en su nombre.” Entonces, a los que creen en Jesús como Hijo de Dios, y lo proclaman su Salvador y Señor, es decir a los que tienen fe en Él, pueden dirigirse en oración a Dios Padre, en el nombre de Jesús, confiados en que escuchará y responderá lo que sea conveniente para su alma, porque es una promesa de Jesús como dice Mt 21,21-22: “Les aseguro que si tienen fe y no dudan, no sólo harán lo de la higuera, sino que, si dicen a esta montaña: «Quítate de ahí y arrójate al mar», así pasará. Y todo lo que pidan con fe en la oración lo obtendrán.”

El Señor Jesús quiere que seamos felices y libres, que todos conozcamos su Corazón y su amor, que todos sepamos lo que ha hecho por nosotros y también que sepamos que en vano buscaremos su felicidad fuera de Él, pues no la encontraremos. Él dirige su llamado a todos: religiosos y laicos, justos y pecadores, sabios e ignorantes, gobernantes y gobernados. A todos nos dice: “Si buscan felicidad, Yo lo soy. Si quieren riqueza, Yo soy riqueza infinita. Si desean paz, Yo soy la Paz, Yo soy la misericordia y el amor.” Jesús quiere que Su amor sea el sol que ilumine y el calor que caliente a todas las almas. Quiere que el mundo entero lo conozca como Dios de amor, de perdón y de misericordia. Quiere que el mundo sepa que desea perdonar y salvar. Quiere que los pecadores no huyan de Él, sino que se vuelvan a Él, que se le acerquen. Quiere que todos vayamos a Él, porque está siempre esperándonos con los brazos abiertos para darnos vida y felicidad.
Con esa invitación, podemos tener la certeza de que si deseamos ser felices debemos rendirnos a Él y reconociéndolo como Salvador y Señor, entregarle nuestra vida para seguir sus enseñanzas, obedecerle y servirle a través del servicio a los demás. Rendirse y entregarse a Jesús cambia radicalmente a las personas, es un cambio que no permite la neutralidad, sino que exhorta a tomar la opción de seguirle para conocerlo más, lo cual requiere que tengamos fe y confianza en Él. Por lo que, quienes aceptamos a Jesús como Salvador y Señor y queremos seguirlo, deberemos luchar contra nosotros mismos, porque tanto nuestra carne como el mundo, tratarán de mantenernos alejados de Dios, por lo que también deberemos luchar contra la incredulidad, y confiar plenamente en Él, pero más que eso, deberemos también estar dispuestos a pagar el precio para lograr las más duras renuncias, como hizo Jesús, al arriesgar la vida por su causa. Y digo que deberemos luchar para alcanzar esa meta, porque el mal, representado en la tiranía de los demonios y de sus secuaces terrestres, que intentan conservar el imperio de este mundo, tratarán de derrotar y obstaculizar la expansión del Reino de Dios, por lo que debemos orar para mantenernos fuertes y firmes para combatir pues como dice San Pablo en 2 Cor 10,3-5ª: “Porque, aunque vivimos en la carne, no militamos según la carne; porque las armas de nuestro combate no son carnales, sino que Dios las hace poderosas para derribar fortalezas: deshacemos sofismas y toda altanería que se levanta contra la ciencia de Dios.”
Y cuando San Pablo dice que las armas de nuestro combate no son carnales, en Ef 6,10-18 nos da a conocer cuáles son las armas que Dios nos da. Ahí dice: “Que el Señor los conforte con su fuerza poderosa. Revístanse de las armas que les ofrece Dios para que puedan resistir a las asechanzas del diablo. Porque nuestra lucha no es contra adversarios de carne y hueso, sino contra los poderes, contra las potestades, contra los que dominan este mundo de tinieblas, contra los espíritus del mal que tienen su morada en las alturas. Por eso deben empuñar las armas que Dios les ofrece, para que puedan resistir en los momentos adversos y superar todas las dificultades sin ceder terreno. Manténganse, pues, en pie rodeada su cintura con la verdad, protegidos con la coraza de la justicia, bien calzados sus pies para anunciar el evangelio de la paz. Tengan en todo momento en la mano el escudo de la fe con el que puedan detener las flechas encendidas del maligno; usen el casco de la salvación y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios.
Y finaliza la cita motivándonos para que nos mantengamos en oración. En el versículo 18 dice San Pablo: “Vivan en constante oración y súplica guiados por el Espíritu y para esto perseveren y oren con la mayor insistencia por todos los creyentes.
Entonces sigamos las instrucciones de San Pablo, vivamos orando y suplicando. Orando en todo tiempo según nos inspire el Espíritu. Velemos y perseveremos en nuestras oraciones sin desanimarnos nunca, intercediendo por nuestros hermanos.
Nos damos cuenta en esta última línea que también debemos orar por nuestros hermanos en la fe, para que todos nos mantengamos firmes en la voluntad de Dios, porque el combate es permanente ya que el enemigo de nuestra alma no descansa y tratará por todos los medios de apartarnos de Dios y de su amor, pero podemos tener la confianza en que venceremos en cada batalla porque sabemos que “en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de Dios que nos amó.” Ro 8,37
Jesús prometió que todo lo que pidamos con fe en la oración lo obtendremos, sin embargo debemos tener en cuenta que debemos pedir correctamente pues como dice St 4,3 “Piden y no reciben, porque piden mal, con la intención de satisfacer sus pasiones.” Entonces, para pedir correctamente debemos pedir la dirección del Espíritu Santo y tener en cuenta lo que dicen las Sagradas Escrituras para no pedir algo que vaya en lo que Dios ha indicado es camino de maldición, aunque a los ojos de los hombres parezca bueno, como dice Pr 14,12: “Hay caminos que parecen rectos, pero al final conducen a la muerte.” Y con esto confirmamos la importancia de conocer las Sagradas Escrituras pues ellas nos conducirán por el camino de bendición, pero también debemos acudir al Espíritu Santo, el ayudador que dejó Jesús para que nos guíe por el camino de bendición, como dice San Pablo en Ef 6,18: “Vivan en constante oración y súplica guiados por el Espíritu y para esto perseveren y oren con la mayor insistencia por todos los creyentes.”
Entonces, si oramos con fe y pedimos bien, guiados por el Espíritu Santo, podemos confiar en que nuestra oración será escuchada y respondida por nuestro Padre celestial, y al obtener su respuesta, nuestra fe crecerá y con ella nuestro agradecimiento y deseo de mantenernos obedientes a los mandamientos y normas de Dios, y daremos testimonio de la obra realizada por Él para que más personas se vuelvan a Él, confiadas en que no es un Dios distante, que es cercano y está atento a las necesidades de todos y cada uno, por lo que podrán también orar con fe por sus necesidades, porque sabrán, que poniendo su fe en acción al orar, obtendrán respuesta.
Que así sea.

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