LA ORACIÓN ES COMUNICACIÓN CON DIOS
LA ORACION ES COMUNICACIÓN CON DIOS
Dios nos creó para que tengamos una relación personal con El como nos muestra la Biblia desde el Génesis en donde podemos ver que existía comunión entre Dios, Adán y Eva. En el 2,8ª nos dice que Dios bajaba por las tardes al jardín del Edén a platicar con ellos. Encontramos en el Antiguo Testamento muchos relatos de Dios comunicándose con Su pueblo a través de los profetas, como Moisés y Abraham, hombres escogidos por Él, para cumplir alguna mision.
En el Nuevo Testamento, los Evangelios muestran la importancia que Jesús da a la oración, pues lo muestran orando o que se dirige a orar o que viene de orar. Pero no solo oraba, también enseñó la manera en que debemos hacerlo, como leemos en Mt 6,5-15 en donde Jesús dice: “Cuando oren, no sean como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas para que los vea la gente. Les aseguro que ya han recibido su recompensa. Tú, cuando ores, entra en tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Y al orar, no hablen mucho como hacen los paganos, creyendo que Dios va a escuchar todo lo que hablaron. No sean como ellos, pues su Padre ya sabe lo que ustedes necesitan antes de que se lo pidan.
Ustedes oren así: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre; venga tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo; danos hoy el pan que necesitamos; perdónanos nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación; y líbranos del mal. Porque si ustedes perdonan a los demás sus culpas, también a ustedes los perdonará el Padre celestial. Pero si no perdonan a los demás, tampoco su Padre les perdonará sus culpas.”
Notamos, según la enseñanza de Jesús, que para orar no es necesario saber mucho o recitar oraciones complicadas pues lo que Dios quiere es que nos acerquemos a Él con confianza y humildad, exponiendo nuestro corazón necesitado de Su amor con sencilez, sabiendo que Él sabe lo que hay dentro de nosotros, como dice 1 Sam 16,7b: “La mirada de Dios no es como la del hombre: el hombre ve las apariencias, pero el Señor ve el corazón.” Así que basta que lo busquemos para decirle lo que nos está pasando, y el Señor se hará presente. En Jr 33,3a nos dice: “Llámame, y te responderé.”
Ahora bien, para acercarnos a Dios es necesario que vayamos con el corazón como de niño. Esto quiere decir sin cuestionar ni pretender comprender todo con nuestra mente. Jesús enseñó esto a sus discípulos cuando les dijo “Les aseguro que si no cambian y se hacen como los niños no entrarán en el reino de los cielos.” Mt 18,3.
La oración no es un monólogo, sino un diálogo entre Dios y nosotros, por lo que debemos aprender a escuchar Su voz, para lo cual, tenemos que ejercitar nuestros oídos espirituales siendo perseverantes en la oración y dejando que el Espíritu Santo nos guíe, reconociendo que dependemos de Dios y que sin Él no podemos hacer nada, como dijo Jesús en Jn 15,5b: “Sin mí no pueden hacer nada.”
La oración es la oportunidad para expresar a Dios nuestros deseos, anhelos, inquietudes y sentimientos. Es nuestro momento de comunión con El, pues lo que le expresamos desde lo más profundo de nuestro corazón es un secreto que verdaderamente le interesa a El.
Es común que oremos cuando tenemos alguna necesidad, pero debemos entender que la oración no es sólo para exponerla. Al orar reconocemos que acudimos a Dios, por lo que es y hace en nosotros, por nosotros y con nosotros, por lo que es también un momento para darle gracias, alabarlo y para rendirnos a Él y escuchar lo que nos dice al corazón.
Pero, ¿Cómo debemos orar? Tomando en consideración que somos los interesados en establecer una comunicación con Dios, hemos de tener presente en todo momento quién es a quien nos dirigiremos, por lo que debemos hacerlo con humildad y respeto. Y así como deseamos hablar con Él, tembién Él se interesa en escucharnos y respondernos, por lo que es conveniente tener establecido, cada día, un tiempo para encontrarnos con Él en un lugar que tengamos preparado para ello, con la seguridad que Él siempre estará esperándonos.
Y en cuanto a la forma de orar, daré un ejemplo de cómo puede ser y lo que debemos tomar en cuenta en nuestra oración:
Lo primero es pedir perdón al Señor. Cuando hacemos un examen de conciencia y cobramos conciencia de lo bueno que es nuestro Padre celestial, del amor que nos tiene y nos damos cuenta de lo mal agradecidos que hemos sido, que dentro de nuestro corazón hay cosas que le son desagradables y lastiman su corazón, y que no podemos acercarnos a Dios con las manos manchadas y el corazón sucio de pecado, necesitamos expresarle genuino arrepentimiento por las cosas que sabemos le han ofendido, esto significa que debemos confesar nuestros pecados, porque el Sal 24,3-4 dice: “¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede permanecer en su santo templo? El que tiene sus manos y la mente limpias de todo pecado.” Y puesto que diariamente lo ofendemos con pensamientos, palabras, obras y omisiones, necesitamos reconciliarnos con Él para que podamos estar en Su presencia.
Cuando oramos pidiendo perdón por nuestras faltas con sinceridad, el corazón de Dios es movido a compasión, como dice el Sal 51,17: “Tú no desprecias, oh Dios, un corazón hecho pedazos.” Recuerda que Dios siempre está dispuesto a perdonarnos y a darnos otra oportunidad, como dice la oración de Miq 7,19: “Ten otra vez compasión de nosotros y sepulta nuestras maldades. Arroja nuestros pecados a las profundidades del mar”. Así de bondadoso es Dios, pues al perdonarnos arroja nuestros pecados al fondo del mar y no vuelve a acordarse de ellos jamás.
Después de pedir perdón, debemos dar gracias a Dios, pues cuando analizamos las cosas que ha hecho, por nosotros y en nosotros, surge de nuestro corazón gratitud, porque aun siendo como somos, nos trató con misericordia, por lo que debemos manifestarle nuestra gratitud, reconociendo que sin Él nada somos ni nada tendríamos. La gratitud es la mejor ofrenda que podemos llevarle a Dios, que se complacerá con nuestro corazón agradecido.
San Pablo en 1 Tes 5,18 nos exhorta a “dar gracias por todo”. Esto suena bien cuando en nuestra vida suceden cosas buenas, pero no nos parece que tiene sentido cuando estamos pasando alguna tribulación. Pero debemos recordar que la Biblia no se equivoca al decirnos que demos gracias, tanto por lo bueno como por lo malo, ya que muchas veces, la forma de obrar de Dios es incomprensible para nosotros, pero, aunque no lo entendamos, seamos obedientes a lo que nos dice en la Sagrada Escritura, y demos gracias por todo, pues, de alguna manera, el Señor convertirá las situaciones aparentemente sin sentido, en bendiciones, como dice San Pablo en Ro 8,28: “Dios dispone todas las cosas para bien de los que lo aman, a los cuales Él ha llamado de acuerdo con su propósito.”
Entendiendo esto, debemos dar gracias por el don de la vida y por todo lo que nos ha dado, empezando por lo más importante, lo que tiene valor eterno: la salvación por medio del sacrificio de su Hijo Jesús, desde luego también agradecerle por la familia, el trabajo, el techo que nos cobija, la salud y hasta por las pruebas que estemos pasando pues esas las ha permitido Dios para fortalecernos espiritualmente y para que aprendamos a no cometer los errores que nos llevaron a ellas; también agradecerle por las enfermedades porque nos hacen reconocer el amor de Jesús al padecer por nosotros hasta la Muerte en la cruz; todo es motivo para darle gracias, y el Sal 107,1 nos da dos buenas razones para que agradezcamos a Dios, dice: “Den gracias al Señor, porque es bueno, porque su amor es eterno.”
Después de manifestarle nuestro agradecimiento a Dios, alabarlo, y el Rey David en el Sal 103 nos proporciona una buena referencia para hacerlo, dice en los versos 1 y 2: “Bendice al Señor, alma mía, y todo mi ser a su santo nombre. Bendice al Señor, alma mía, no te olvides de sus beneficios.” Con nuestra alabanza a Dios le estaremos expresando nuestra admiración por Ser El Quien Es: “El Todopoderoso, El que todo lo conoce, El que todo lo ve, El que puede estar en todo lugar.” Es la forma en que expresamos alegría porque nos ama, nos cuida, nos da todo lo que necesitamos. Es el momento en que reconocemos todo lo que El hace y se lo decimos con entusiasmo. En pocas palabras, la Alabanza es la manera de decirle lo grande y bueno que Es. Un buen ejemplo de esta oración es el Sal 100,1-4 en donde el salmista nos invita a dar gracias a Dios con alegría. Dice: “¡Aclame al Señor la tierra entera, sirvan al Señor con alegría, lleguen a él, con cánticos de gozo! Sepan que el Señor es Dios, él nos hizo y nosotros somos suyos, su pueblo y el rebaño de su pradera. ¡Entren por sus puertas dando gracias, en sus atrios canten su alabanza. Denle gracias y bendigan su nombre!
Entonces, cuando nuestro buen Padre nos ha perdonado y agradecidos le alabamos, podemos acercarnos confiadamente al Trono de la Gracia y admirar al Señor en toda su majestuosidad. En ese momento sobran las palabras, pues lo único que podemos hacer es dejar que Su presencia nos envuelva y admirar su grandeza, su bondad y belleza. Es el momento en que surgen de nuestro corazón palabras del más puro amor, y podemos decirle que lo amamos y lo que significa para nosotros. Eso es adorarlo. Un ejemplo de oración de adoración lo encontramos en el Sal 63,2-5 que dice: “Oh Dios, tú eres mi Dios, desde el amanecer te deseo; estoy sediento de ti, a ti te anhelo en una tierra sedienta, reseca, sin agua. Quisiera contemplarte en tu templo, ver tu poder y tu gloria. Tu amor vale más que la vida, te alabarán mis labios; te bendeciré mientras viva, hacia ti levantaré mis manos.”
Esta forma de oración sólo puede darse cuando hemos podido dejar atrás nuestras cargas y preocupaciones para concentrarnos sólo en Dios. Pero debemos tener en cuenta que nuestra mente puede ser un obstáculo para llegar a adorar al Señor, pues constantemente tenemos pensamientos que nos distraen e inquietan. Por eso es necesario pasar antes por el proceso de pedirle perdón, darle gracias y alabarlo, para entonces, con nuestra mente tranquila, escuchar Su voz cuando nos hable al corazón.
Luego podemos dedicar una parte de nuestra oración a la intercesión que es la súplica que hacemos por las necesidades de los demás, tanto de los vivos como de los difuntos. Por último, podemos pasar al momento de petición, cuando ponemos en Su presencia nuestras necesidades, deseos y anhelos. El Señor conoce de antemano lo que necesitamos pues, antes de que salga de nuestra boca alguna petición, El ya la conoce, como dice Jesús en Mt 6,8b: “su Padre ya sabe lo que ustedes necesitan antes de que se lo pidan.” Pero le agrada que le pidamos, que nos acerquemos con la confianza de un hijo a pedirle lo que queremos o necesitamos, porque es nuestro Padre que nos ama y quiere lo mejor para nosotros.
Pero recordemos que el móvil para orar no debe ser únicamente pedir. Lo más importante para Dios es nuestro corazón, decirle que lo amamos, que lo necesitamos. Y como resultado, el Señor nos concederá los anhelos más profundos de nuestro corazón, como dice el Sal 37,4 “Deléitate en el Señor, y él te dará lo que desea tu corazón.” Sabiendo esto y luego de haber pasado por las etapas anteriores, con frecuencia ya no sentiremos la necesidad de expresarle nuestras peticiones personales, pues como las conoce y nos hemos enfocado en Él y en los demás, el Señor toma nuestras necesidades y nos da Su paz. Una paz que no depende de las circunstancias que nos rodean y es el resultado de haberle presentado todo lo que queríamos decirle, con la seguridad de que nos responderá, es la paz que sobrepasa todo entendimiento. San Pablo lo expresa claramente en Fil 4,6-7, ahí dice: “Que nada los angustie; al contrario, en cualquier situación presenten sus deseos a Dios orando, suplicando y dando gracias. Y la paz de Dios, que supera cualquier razonamiento, protegerá sus corazones y sus pensamientos por medio de Cristo Jesús.”
Para cerrar nuestra oración y con fe en que su respuesta llegará, aunque no necesariamente será lo que pedimos y esperamos, pero sí sabemos que será lo mejor para nosotros o para quienes pedimos, pues Dios que quiere bendecirnos, dará lo que Él sabe es lo que conviene a cada uno, entonces pasamos a darle gracias nuevamente, ahora por su respuesta, y a pedirle que su Espíritu Santo nos conduzca por el camino de bendición, el que nos ayudará a alcanzar nuestra santificación y a vivir en paz, pues como dice Hb 12,14 “Procuren estar en paz con todos y progresen en la santidad, pues sin ella nadie verá al Señor.»
Recuerda, la oración no debe ser solo hablarle a Dios. Al ser una comunicación, debemos también guardar silencio en Su presencia, porque debemos estar seguros que Él estará atento a lo que le estemos diciendo y nos responderá y guiará, por lo que debemos permanecer en silencio para escuchar lo que quiera decir a nuestro corazón. Y para estar seguros de que lo que sentimos o pensamos es la dirección de Dios, debemos pasar a la última etapa de nuestra oración con la que nos alimentamos espiritualmente, esta es acudir a las Sagradas Escrituras, que es en donde encontraremos Su dirección, pues como dice el Sal 119,105: “Tu palabra es lámpara para mis pasos, y luz en mi camino.” Y si lo que pensamos o sentimos es la respuesta de Dios a nuestra oración, la encontramos en la Biblia, entonces Podemos actuar según nos haya confirmado Dios por medio de la Sagrada Escritura. Si no es así, y resulta que nuestro pensamiento va en contra de las instrucciones de Dios, eso significa que no es un pensamiento que Dios puso en nuestra mente, puesto que Dios nunca se contradice, por lo tanto, no debemos actuar según lo que pensamos, porque no tendría ningún sentido orar para pedir la dirección de Dios, y luego, actuar por nuestra cuenta, sobre todo porque lo que nos pueda parecer correcto puede llevarnos a cometer un gran error, lo dice la Sagrada escritura en Pr 14,12: “Hay caminos que parecen rectos, pero al final conducen a la muerte.”
También tengamos en cuenta lo que nos dice St 5,16b: “La súplica perseverante del justo tiene mucho poder.” Y con esto notamos una condición que debe tener nuestra oración de intercesión: la perseverancia. Que insistamos en nuestras peticiones no significa falta de fe, ya que Jesús lo hace ver en el ejemplo que dio a los discípulos cuando dijo, después de enseñarles la oración del Padrenuestro: “Supongan que uno de ustedes tiene un amigo y va a su casa a la media noche a decirle: »Un amigo mío que está de viaje ha venido a visitarme y no tengo nada para darle de comer. ¿Me podrías prestar tres panes?» Tu amigo responde desde adentro de la casa: »¡No me molestes! La puerta ya está cerrada, mis niños y yo ya estamos en la cama y no me puedo levantar a darte nada». Tal vez no se levante a darte nada por amistad, pero tu insistencia lo hará darte todo lo que necesites.” Lc 11,6-8
Dios, siempre está atento a lo que necesitamos, como dice en el Sal 121,5: “El Señor es quien te cuida; el Señor es quien te protege, quien está junto a ti para ayudarte” y la oración es el medio que el Señor nos da para acercarnos a Su corazón. Conoceremos más a Dios, conforme nos vayamos ejercitando en la oración, porque percibiremos su misericordia que es la manifestaciTema LA ORACIÓN ES COMUNICACIÓN CON DIOSón de su amor. Su respuesta a nuestras oraciones, nos mostrarán que está pendiente de nosotros y nos enseñará su amor y más, como nos dice por medio de Jr 33,3: “Llámame, y te responderé; te mostraré cosas grandes y ocultas que tú no conoces.”
Por tanto, también notaremos su gloria, como dice Jesús en Jn 11, 40: “¿No te he dicho que, si tienes fe, verás la gloria de Dios?” Entonces, orémos con fe y no solo sentiremos el amor de nuestro Padre que nos dará respuestas, con lo que aumentará nuestra fe y sentiremos gozo y paz sabiéndonos guiados y protegidos por nuestro amoroso Padre Dios, el todopoderoso creador de cuanto existe.
Que así sea.
