Skip links

JESÚS UN MAESTRO DIFERENTE

JESÚS UN MAESTRO DIFERENTE

 

Hemos descrito en los programas anteriores, que la presencia salvadora de Jesús se estaba haciendo notar, porque los enfermos y atormentados por espíritus malignos experimentaban en carne propia la fuerza curadora de Dios que actuaba como amigo de la vida. Los mendigos y desposeídos, que eran víctimas de toda clase de abusos y atropellos, sintieron a Dios como su defensor y Padre; los pecadores, las prostitutas y los indeseables se sintieron aceptados. Mientras comían con su amigo Jesús, en su corazón se despertaba una fe nueva en el perdón y la amistad de Dios, y hasta las mujeres comenzaron a disfrutar de dignidad, algo que antes desconocían. Con Jesús, todo empezó a cambiar.

Jesús pudo enseñar a los demás porque Él vivía el reino de Dios, y la gente lo percibía enseguida no solo como profeta de Dios, curador de la vida o defensor de los últimos, sino como un maestro poco convencional, un maestro de vida, que enseñaba a vivir de manera diferente bajo las normas del reino de Dios: el amor, la paz, el perdón, el servicio, la libertad y el gozo. Por eso lo llamaban rabí, y no era solo una forma de tratarle con respeto, lo veían como un verdadero maestro pues, su manera de dirigirse al pueblo para invitar a todos a vivir de una manera diferente se ajustaba a la imagen de un maestro de su tiempo. No era solo un profeta que anunciaba la llegada del reino de Dios. Era un sabio que enseñaba a vivir como Dios mostraba, con amor y respeto, perdonando y sirviendo a los demás, sin embargo, nadie lo confundía con los intérpretes de la ley o con los escribas que trabajaban al servicio de la jerarquía sacerdotal del templo. Jesús no se dedicó a interpretar la ley y nunca empleó la forma de enseñar tradicional entre los rabinos, que decían: “Así dice la Torá”. Apenas recurría a las Escrituras sagradas, y no citó nunca a maestros anteriores a él. No perteneció a ninguna escuela ni se ajustó a ninguna tradición, sin embargo, su autoridad era sorprendente. La gente lo escuchaba atentamente y actuaba según sus enseñanzas. En Mr 1,22 dice que las gentes “quedaban asombradas de su enseñanza, pues les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas”.  Y así recordaban a Jesús.

 

Como en todos los pueblos, también en la sociedad judía que conoció Jesús predominaba una sabiduría convencional que se había ido formando a lo largo de los siglos y era aceptada básicamente por todos. La fuente principal de la que provenía era la ley de Moisés, es decir los diez mandamientos que Dios había escrito en piedra, pero también contenía las tradiciones que se iban transmitiendo de generación en generación. Esta “cultura religiosa”, alimentada semanalmente en las sinagogas con la lectura de las Escrituras, y reavivada en las grandes celebraciones y fiestas del templo, conservada y actualizada por los intérpretes oficiales, llenaba todos los ángulos de la vida de Israel. De esta tradición religiosa, fundida en la conciencia del pueblo, todos extraían su imagen de Dios pero también el marco de valores que configuraban su visión de la vida, como: la elección de Israel como su pueblo realizada por Yahvé y su alianza con él; la ley, es decir los mandamientos; el culto del templo, la circuncisión o el descanso del sábado. Con lo que se alimentaba su identidad de “hijos de Abrahán”.

Aunque Jesús vivió enraizado en esta tradición, su enseñanza tenía un carácter subversivo, pues ponía en conflicto la religión convencional, ya que de su enseñanza se desprendía la conclusión de que el reino de Dios estaba llegando, por lo que no se podía seguir viviendo como si nada ocurriera; había que pasar de una religión a la que estaban acostumbrados a una vida centrada en el reino de Dios. Lo que se estaba enseñando en Israel no servía ya como punto de partida para construir la vida tal como la quiere Dios. Había que aprender a responder de manera nueva a la nueva situación creada por la llegada de Dios.

Con lenguaje de la sabiduría popular, Jesús dejó ver su propósito. No quería enseñar a caminar por el “camino ancho”, transitado por mucha gente, pero que conduce al pueblo a su perdición. Él deseaba mostrar un camino diferente; un camino por el que son pocos los que caminan por él, porque es más “angosto”, pero es el camino que conduce a la vida. En Mt 7,13-14, dice Jesús “Entren por la puerta angosta. Porque la puerta y el camino que llevan a la perdición son anchos y espaciosos, y muchos entran por ellos; pero la puerta y el camino que llevan a la vida son angostos y difíciles, y pocos los encuentran.”

Jesús no quiso ser un guía ciego en medio de aquel pueblo; había ya muchos “ciegos guiando a ciegos”, con el riesgo de llevarlos a todos a caer en un gran hoyo. Lc 6,39 / / Mt 15,14. Tampoco pretendía echar un remiendo de tela nueva a un vestido viejo, pues el rasgón puede ser mayor; ni introducir vino nuevo en odres viejos, pues se podría echar a perder todo, vino y odres, como dijo según Mr 2,21-22; Mt 9,16-17, Lc 5,36-38 y Evangelio [apócrifo] de Tomás 47,4-5. Son proverbios populares utilizados por Jesús. El reino de Dios exige una respuesta nueva capaz de transformarlo todo de raíz, por eso “¡El vino nuevo, en odres nuevos!”

Jesús no acudía a las Escrituras para analizarlas y extraer de ellas su enseñanza, tal como se acostumbraba entre los fariseos o en la comunidad de Qumrán. A él las Escrituras le servían para mostrar que los designios de Dios ya se estaban cumpliendo con la llegada del reino de Dios. Su experiencia de Dios le decía que ya se estaba revelando de manera más plena y decisiva lo que se decía en los textos sagrados.

Jesús estaba muy familiarizado con la tradición bíblica y con las expresiones e imágenes que en ella se utilizaban. Probablemente, el libro que más le atraía era el del profeta Isaías, y los textos más queridos, aquellos que anunciaban un mundo nuevo para los enfermos y los más pobres. ¿Cómo no se iba a encender de gozo cuando algún sábado escuchaba en la sinagoga estas palabras: “¡Ánimo, no temáis! Mirad a vuestro Dios… viene en persona a salvaros. Se despegarán los ojos de los ciegos, los oídos de los sordos se abrirán, brincará el cojo como un ciervo, la lengua del mudo cantará”? Is 35,5-6.

El texto de Is 61,1-2 citado por Jesús en la sinagoga de Nazaret como narra Lc 4,18-19 recoge su experiencia, pero probablemente fue introducido por Lucas como texto programático: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres; me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y dar la vista a los ciegos, a libertar a los oprimidos y a proclamar un año de gracia del Señor”. Para comprender esta última parte de la cita leída por Jesús, debemos comprender que la ley de Moisés ordenaba la celebración de un Año de gracia cada cincuenta años en Israel. En ese año los que habían debido venderse como esclavos recobraban la libertad, los que habían vendido sus tierras recuperaban su posesión y todas las deudas quedaban canceladas. Y como notamos, recuperar la libertad y las bendiciones de Dios y perdonar el castigo que merecíamos por haber pecado contra Dios, es lo que hizo Jesús al padecer y morir en la cruz.

Jesús no citó las Escrituras según el texto de los libros hebreos que se guardaban en las sinagogas, pues como dijimos en un programa anterior, la mayoría de las personas no sabía leer por lo que nadie tenía en su casa libro alguno, además la gente hablaba arameo y no sabía hebreo. Por eso Jesús citaba las Sagradas Escrituras de una forma más popular, pero con comentarios o traducciones que hacía en arameo para que el pueblo entendiera la Palabra de Dios. Pero no se limitaba a repetir el texto. Adaptaba el lenguaje y las imágenes bíblicas a su propia experiencia de Dios. Todo lo leía y lo recreaba desde su fe en la llegada de su reinado.

La gente sabía que Jesús no era un maestro de la ley, que no había estudiado con ningún maestro famoso y que no procedía de ningún grupo dedicado a interpretar las Escrituras. Jesús se movía en medio del pueblo, hablaba en las plazas y descampados, junto a los caminos y a orillas del lago. Tenía su propio lenguaje y su propio mensaje y para comunicar su experiencia del reino de Dios, narraba parábolas que abrían a sus oyentes a un mundo nuevo.

Para provocar a la gente a entrar en la dinámica de ese reino, pronunciaba frases breves en las que resumía y condensaba su pensamiento. De su boca salían frases directas y precisas que estimulaban a todos a vivir la vida de otra manera.

Sus dichos quedaron grabados en quienes le escuchaban. Breves y concisos, llenos de verdad y sabiduría, pronunciados con fuerza, obligaban a la gente a pensar algo que, de otro modo, se les podía escapar.

Jesús los repetía una y otra vez, en circunstancias diversas. Algunos le servían para remachar en pocas palabras, lo que había explicado largamente. No son mensajes para ser pronunciados uno detrás de otro. Bastantes de los dichos pronunciados por Jesús en diversas circunstancias están en los evangelios formando verdaderas “colecciones”, como la que encontramos, en Mt 7. Aquí cabe la recomendación de no desorientarse por la presentación simultánea que ahí encontramos y el consejo es que dediquemos tiempo para pensar en cada uno de esos dichos o parábolas.

Sigo ahora con el tema de este capítulo.

Jesús tenía un estilo de enseñar muy suyo. Él sabía tocar el corazón y la mente de las gentes. Con frecuencia les sorprendía con dichos contradictorios y desconcertantes, como: “Quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará.”  Mr 8,35

A veces los provocó con expresiones increíblemente exageradas, como: “Si tu ojo derecho te escandaliza, arráncatelo y tíralo… y si tu mano derecha te es ocasión de pecado, córtatela y arrójala” Mt 5,29-30.

Otras veces habló con ironía y humor: “¿Cómo es que ves la mota en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que hay en el tuyo?” Mt 7,3. La gente se reía a carcajadas, pero difícilmente olvidaban la lección. Sabía también utilizar con gracia juegos de palabras que les diviertían como la que encontramos en Mt 23,24: “¡Guías ciegos, que cuelan un mosquito y se tragan un camello!” Sobre todo, si consideramos que Mosquito en arameo es galma y camello en arameo es gamla. La gente se habrá reído todavía más al recordar que el camello era un animal impuro. Notamos también con esto su gran sentido del humor con lo que llegaba a presentar temas de profundidad que todos podían comprender y recordar, pues Jesús quería llegar hasta las gentes más sencillas e ignorantes. Por lo cual empleaba también refranes conocidos por todos. Al pueblo siempre le gustan esos dichos de autor desconocido donde se recoge la experiencia de generaciones. No son dichos originales de Jesús, pero él los utilizó de manera original para enseñar a entrar en el reino de Dios. Por ejemplo, cuando dijo: “Nadie puede ser esclavo de dos señores”; eso lo dice la experiencia, pero Jesús añadió: “No puedes servir a Dios y al Dinero.”  Lc 16,13 y Mt 6,24. La gente entendía: no se puede responder al llamado del Dios que defiende a los últimos y al mismo tiempo vivir acumulando riqueza. En otra ocasión utilizó otro refrán: “No ‘necesitan médico los sanos, sino los enfermos.” Mr 2,17. Todos sabían que el médico está para atender a los enfermos. Entonces, ¿por qué no aceptaban que Él se acercara a los pecadores y comiera con ellos?

Pero, más que refranes populares, Jesús pronunció frases propias nacidas de su manera de entender la vida desde el reino de Dios. Dichos breves que muchas veces se caracterizan por su radicalidad que Jesús pronunció con autoridad, sin respaldarse en las Escrituras y sin aportar argumento alguno, como: “Amen a sus enemigos” o “No juzguen y no serán juzgados”. Son una especie de “contraorden” que muestran como vivir bajo el signo del reino de Dios frente al modo de vivir aceptado convencionalmente por todos.

En tiempos de Jesús eran conocidos y apreciados diversos libros que recogen proverbios y dichos que tienen relación con la sabiduría como son: el libro de los Proverbios, terminado de redactar hacia el 480 a. C; el libro Qohélet o Eclesiastés, escrito hacia el 250 a. C o el libro de Jesús ben Sirá o Eclesiástico, escrito hacia el 132 a. C y traducido al griego por un nieto del autor que vivía en Alejandría. En estos libros se enseña a vivir de manera sensata y razonable: buscando la sabiduría; distinguiendo entre virtudes y vicios; y tienen recomendaciones para el trabajo y la familia; así como para la relación con las mujeres; y definen también los rasgos del hombre sensato; sin embargo, Jesús nunca habló de esos programas de vida, Él siempre se enfocó en la respuesta radical que se debe tener al reino de Dios.

Cada una de las enseñanzas de Jesús son perfectamente aplicables hoy, y debemos considerarlas como fundamentales para vivir libres, disfrutando de paz, de gozo y del amor que recibimos de Dios y del prójimo. Pero, para ello debemos seguirlas, y esto significa que debemos conocerlas, para lo cual debemos leer la Biblia, estudiarla y meditarla, para que podamos hacerlas vida, es decir para vivir según Dios nos enseña en ella. Recordemos que, aunque fueron escritas por hombres, escogidos por Dios para ser sus mensajeros, fue Dios mismo por medio del Espíritu Santo, quien dictó lo que contienen. Conozcamos pues su contenido y vivamos según las normas dejadas por Dios como guía de nuestras vidas para que podamos ser bendecidos y gratos a Él.

Que así sea.

X