MARÍA MAGDALENA, LA MEJOR AMIGA DE JESÚS
MARÍA MAGDALENA, LA MEJOR AMIGA DE JESÚS
Como hicimos ver en el programa anterior, Jesús trató con afecto a las mujeres cercanas a él, como Salomé o María la madre de Santiago y José. También que tuvo amigas muy queridas, como dice en Jn 11,5, “Jesús amaba a Marta, a su hermana María y a Lázaro”. Pero se ha determinado que su amiga más querida fue María Magdalena. Ella ocupó un lugar especial en su corazón y en el grupo de discípulos. Nunca apareció, como otras mujeres, vinculada a un varón. La Magdalena estaba agradecida con Jesús por haberle dado una vida nueva y le siguió fielmente hasta el final, liderando al resto de discípulas. Ella fue la primera en encontrarse con Jesús resucitado, aunque Pablo no le dedique ni una sola palabra en su lista de testigos de la resurrección.
María de Magdala, la mujer más citada en los evangelios y una de las figuras femeninas más relevantes, es también poco conocida, en parte por su identificación errónea con otras mujeres mencionadas en el evangelio, como son las referencias a la pecadora del Evangelio de Lucas, de quien dice únicamente que era pecadora y que amó mucho. Otra referencia, pero ésta directamente enfocada en ella es la que encontramos en Lc 8,1-2, en donde dice: Jesús anduvo por muchos pueblos y aldeas, anunciando la buena noticia del reino de Dios. Los doce apóstoles lo acompañaban, como también algunas mujeres que él había curado de espíritus malignos y enfermedades. Entre ellas iba María, la llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios;
María había nacido en Magdala, una ciudad situada junto al Iago de Genesaret, a unos cinco kilómetros al norte de Tiberíades, ciudad que era famosa por su industria de salazones y conservas de pescado. Jesús pasaba por esa ciudad cuando iba de Nazaret a Cafarnaún.
De la vida de María no sabemos nada adicional a la breve referencia que encontramos en las Sagradas Escrituras, sin embargo, nos deja saber algo sobre su relación con Jesús. Como dije, ella había sido una mujer “poseída por espíritus malignos” a la que Jesús curó “expulsando de ella siete demonios” y su liberación fue un nuevo comienzo para ella. Antes de conocer a Jesús, María vivía desquiciada por completo, desgarrada interiormente, sin identidad propia, víctima indefensa de fuerzas malignas que la destruían, no sabía lo que era vivir sana y libre. Encontrarse con Jesús fue para ella comenzar a vivir. Por vez primera se encontró con un hombre que la amó por sí misma, desde el amor y la ternura de Dios. En él descubrió la vida y a partir de ese momento no pudo vivir sin él puesto que en Jesús halló todo lo que necesitaba para ser una mujer sana y viva. De las otras se dice que lo dejaron todo para seguir a Jesús, pero María no tenía nada que dejar. Jesús fue quien la hizo vivir. Jamás un hombre se le había acercado así, nadie la había mirado de esa manera. Había pasado muchos años en la oscuridad, privada de la bendición de Dios. Y gracias a la presencia sanadora de Jesús, se sintió cerca de Dios, fue una vivencia que nunca había experimentado pues había sido menospreciada y rechazada por todos.
Según leemos en algunos textos, María fue la primera en encontrarse con el resucitado y en comunicar su experiencia a los discípulos, pero éstos no le dieron crédito alguno, como dice Mr 16,9-11: “Jesús resucitado “se apareció primero a María Magdalena, de la que había expulsado siete demonios. Ella fue a comunicar la noticia a los que habían vivido con él, que estaban tristes y llorosos. Ellos, al oír que vivía y que había sido visto por ella, no la creyeron”. Notamos en ese texto, lo que hemos descrito acerca de la actuación machista que prevalecía entre los hebreos de aquel tiempo, razón por la que no dieron crédito a que a una mujer, se le hubiera podido presentar Jesús, antes que a ellos, a quienes Él había escogido como sus discípulos.
También Jn 20,1-18, nos transmite un cuidadoso relato sobre el encuentro de María con el resucitado, dice ahí: “El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro muy temprano, cuando todavía estaba oscuro; y vio quitada la piedra que tapaba la entrada. Entonces se fue corriendo a donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, aquel a quien Jesús quería mucho, y les dijo: ¡Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde lo han puesto! Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Los dos iban corriendo juntos; pero el otro corrió más que Pedro y llegó primero al sepulcro. Se agachó a mirar, y vio allí las vendas, pero no entró. Detrás de él llegó Simón Pedro, y entró en el sepulcro. Él también vio allí las vendas; y además vio que la tela que había servido para envolver la cabeza de Jesús no estaba junto a las vendas, sino enrollada y puesta aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio lo que había pasado, y creyó. Pues todavía no habían entendido lo que dice la Escritura, que él tenía que resucitar. Luego, aquellos discípulos regresaron a su casa. María se quedó afuera, junto al sepulcro, llorando. Y llorando como estaba, se agachó para mirar dentro, y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús; uno a la cabecera y otro a los pies. Los ángeles le preguntaron: Mujer, ¿por qué lloras? Ella les dijo: Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto.
Apenas dijo esto, volvió la cara y vio allí a Jesús, pero no sabía que era él. Jesús le preguntó: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que era el que cuidaba el huerto, le dijo: Señor, si usted se lo ha llevado, dígame dónde lo ha puesto, para que yo vaya a buscarlo. Jesús entonces le dijo: ¡María!
Ella se volvió y le dijo en hebreo: ¡Rabuni! (que quiere decir: “Maestro”). Jesús le dijo: No me retengas, porque todavía no he ido a reunirme con mi Padre. Pero ve y di a mis hermanos que voy a reunirme con el que es mi Padre y Padre de ustedes, mi Dios y Dios de ustedes. Entonces María Magdalena fue y contó a los discípulos que había visto al Señor, y también les contó lo que él le había dicho.”
Para una mujer tan centrada en Jesús como María, su ejecución fue un trauma. Habían matado a quien era todo para ella. No podía dejar de amarlo; se aferraba a su persona; necesitaba agarrar al menos su cuerpo muerto. Tal vez el miedo se despertó en su interior porque sin Jesús podía caer de nuevo bajo la oscura opresión de las fuerzas del mal. Miró el sepulcro vacío, pero era aún mayor el vacío que tenía en su propio corazón. Nunca había sentido una soledad tan profunda. Cuando Jesús resucitado se presentó ante ella, María, cegada por el dolor y las lágrimas, no logró reconocerlo. Jesús, con la misma ternura que ponía en su voz cuando caminaban por Galilea, le dijo: “¡Miryam!”. María se volvió rápidamente y le dijo: “¡Rabbuní!”, “¡Maestro mío!”. Esta mujer que no podía vivir sin Jesús fue la primera en verlo vivo nuevamente.
San Juan trató de transmitir al lector toda la intensidad e intimidad del encuentro utilizando el arameo, la lengua materna de Jesús y de María. En aquel momento comenzó para ella una vida nueva, diferente. Podría seguir de nuevo a su querido Maestro, pero ya no como en Galilea, tendría que aprender a abrazarlo en sus hermanos y hermanas mientras les comunicaba que ya no había un abismo entre Dios y los hombres. Unidos a Jesús, todos tendrán a Dios como Padre.
Jesús resucitado le dijo: “Vete donde mis hermanos y diles: «Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios»” y como dice el Evangelio [apócrifo] de María, esta mujer es la que fue despertando la fe de los discípulos: “María se levantó, los besó a todos y dijo a sus hermanos: «No estén tristes ni duden, pues su gracia los acompañará y protegerá». No reservó sus besos y su ternura para su único Amado, a todos ofreció el amor que llevaba en su corazón.
María Magdalena no fue olvidada entre los primeros cristianos. Los libros apócrifos descubiertos en 1945 en Nag Hammadí (Alto Egipto), nos permiten trazar el perfil de María de Magdala tal como era recordada y considerada en los ambientes religiosos entre sectas judías y cristianas entre el siglo I al III. Ella era presentada como una mujer que había comprendido completamente el misterio de Jesús y lo transmitía a los discípulos, aunque Pedro y otros no aceptaban “tener que escuchar a una mujer acerca de secretos que ellos ignoraban”.
En estos escritos se narran episodios y se exponen discursos que reflejan la importancia que tuvo María Magdalena en estos ambientes como “intérprete autorizada de Jesús”.
A partir sobre todo del siglo IV, la imagen de María Magdalena fué cambiando rápidamente. San Gregorio de Nisa y San Agustín de Hipona expondrán que María Magdalena fue la primera en recibir la gracia de la resurrección de Jesús, porque una mujer fue la primera en introducir el pecado en el mundo.
Aunque María fue confundida con la “pecadora” del relato de Lc 7,36-50, convirtiéndose así en una “prostituta” y con el tiempo, la leyenda denigratoria fue creciendo. Jerarcas o Sumos Sacerdotes, teólogos y artistas, todos ellos varones, hicieron de la Magdalena una mujer lasciva y lujuriosa, poseída por los “siete demonios” o pecados capitales, que solo más tarde, arrepentida y perdonada por Jesús, dedicaría su vida entera a seguir las enseñanzas de Jesús. Sin embargo, la Iglesia de Oriente no reconoció esta imagen falsa y legendaria de Magdalena prostituta y penitente. Siempre la ha venerado como seguidora fiel de Jesús y testigo eminente del Señor resucitado.
Sea cual fuere la realidad de esa mujer, lo verdadero es que luego de tener su encuentro personal con Jesús, dedicó su vida entera a seguirlo y obedecerlo. Sigamos su ejemplo y recordemos que, sea cual fuera nuestro pasado, Jesús vino a rescatarnos y perdonar nuestros pecados, pues por eso fue voluntariamente a la cruz y pagar, con su pasión y muerte, el castigo que merecíamos por nuestros pecados y con su sangre derramada nos limpió de ellos y confirmó su alianza con nosotros, como dice el sacerdote en cada Misa cuando repite las palabras de Jesús durante su última cena, que encontramos en Mat 26,26-28: “Mientras comían, Jesús tomó en sus manos una copa y, habiendo dado gracias a Dios, se la pasó a ellos, diciendo: Beban todos ustedes de esta copa, porque esto es mi sangre, con la que se confirma la alianza, sangre que es derramada en favor de muchos para perdón de sus pecados”.
Conviene entonces que explique lo que esa alianza, a la que se refirió Nuestro Señor en la Cena de Pascua, significa. Llamada también Nuevo Pacto es un compromiso incondicional de lo que Dios prometió hacer, y había dado a conocer por medio de Jer que en 31,31-34 dice: “El Señor afirma: “Vendrá un día en que haré una nueva alianza con Israel y con Judá. Esta alianza no será como la que hice con sus antepasados, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto; porque ellos quebrantaron mi alianza, a pesar de que yo era su dueño. Yo, el Señor, lo afirmo. Esta será la alianza que haré con Israel: Pondré mi ley en su corazón y la escribiré en su mente. Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Yo, el Señor, lo afirmo. Ya no será necesario que unos a otros, amigos y parientes, tengan que instruirse para que me conozcan, porque todos, desde el más grande hasta el más pequeño, me conocerán. Yo les perdonaré su maldad y no me acordaré más de sus pecados. Yo, el Señor, lo afirmo.”
El cimiento de esa alianza es la Cruz. En la institución de la Cena del Señor, como leímos en Mt 26,27-28 él habló de Su sangre como «la sangre que confirma la alianza o nuevo pacto.» San Pablo también traslada sobre este punto en 1Co 11,23 y 25 lo siguiente: “Yo recibí esta tradición dejada por el Señor, y que yo a mi vez les transmití: después de la cena, tomó en sus manos la copa y dijo: “Esta copa es la nueva alianza confirmada con mi sangre. Cada vez que beban, háganlo en memoria de mí.” Confirmando con esto que Jesús es «el Mediador del nuevo pacto» como dice Hb 9,15 y 12,24. Por eso, Jesucristo es mediador de la nueva alianza o nuevo testamento, pues con su muerte libra a los hombres de los pecados cometidos bajo la primera alianza, y hace posible que los que Dios ha llamado reciban la herencia eterna que él les ha prometido. Ustedes, se han acercado a Jesús, mediador de una nueva alianza, y a la sangre con que hemos sido purificados.”
Al decir que Jesús es el mediador significa que Él es quien mantiene el acuerdo o la alianza hecha en la última cena, porque su palabra se mantiene firme, como dice Nm 23,19 “No es Dios un hombre, para mentir, ni hijo de hombre, para volverse atrás.”
El principio del nuevo pacto, el de la gracia divina, es decir el don que Dios otorga por su bondad y que nos lleva a buscar la salvación, pero que también nos ayuda al brindarnos su auxilio para lograrlo, ya está en vigor, y Dios actúa en conformidad con esta gracia soberana al establecer las condiciones, los mandamientos, en base a los cuales él mora en medio de Su pueblo. Y siendo el Señor Jesús el Mediador, por medio de quien se obtiene toda bendición, al seguirlo y obedecerlo, como hizo María Magdalena, podremos alcanzar la salvación eterna. Que así sea.
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