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JESÚS OFRECE EL PERDÓN A TODOS

JESÚS OFRECE EL PERDÓN A TODOS

La alegría de Jesús se contagiaba a todos. No se podía estar triste en su compañía. Eso sería tan absurdo como ayunar junto al novio en su boda, por eso dijo Jesús: “¿Acaso pueden ayunar los invitados a una boda, mientras el novio está con ellos? Mientras está presente el novio, no pueden ayunar”. Mr 2,19.
Por supuesto, las cenas en las que compartía hasta con pecadores, no eran banquetes en las que se manifestaba una pasión por la bebida, como las que tenían lugar en las ciudades Séforis o Tiberíades. Seguramente en las acusaciones contra Jesús había un intento de desacreditar sus comidas con pecadores sugiriendo una semejanza con esos banquetes.
Pero debemos tener claro que Jesús no invitaba al libertinaje, porque Él no justificaba el pecado, ni la corrupción, ni la prostitución. Lo que hacía era romper el círculo diabólico de la discriminación al participar con ellos en esas cenas, abriendo así un espacio para el encuentro con Dios.
Esa es la razón por la cual Jesús se sentó a la mesa con los pecadores, y no lo hizo como un juez severo, sino como amigo que los acogía, mostrando así que el reino de Dios es gracia antes que juicio, es decir, que proviene de Dios y genera gozo, placer, deleite, encanto, dulzura, hermosura; buena voluntad, bondad, misericordia y mucho más; Gracia es pues, el favor inmerecido de Dios para con el hombre caído por la cual, por amor de Cristo —el unigénito del Padre, lleno de gracia y verdad (Jn 1,14)— ha proveído la redención del hombre, lo que significa, que ha liberado a su pueblo de la cautividad que padecía al estar esclavizado por el pecado.
En esas cenas entonces, conocían la buena noticia: que Dios es amor y que los acogía, y no una amenaza, un castigador. Por ello los pecadores se alegraban, bebían vino y cantaban junto a Jesús.
Esas comidas eran un auténtico “milagro” que los iba curando por dentro. En ellas empezaban a descubrir que Dios no es un juez siniestro que les espera enojado; que es un amigo que se les acercaba ofreciéndoles su amistad y su perdón. La acogida de Jesús, les daba a esas personas la fuerza para reconocerse pecadoras, sin nada que temer. El desprecio y el alejamiento social les había impedido mirar a Dios con confianza; pero la acogida de Jesús les devolvió la dignidad perdida. Ya no necesitaban ocultarse de nadie, ni siquiera de sí mismos. Podían abrirse al perdón de Dios y cambiar, porque supieron con Jesús que todo era posible.
A estos pecadores que se sentaban a su mesa, Jesús les ofrecía el perdón envuelto en una acogida amistosa. No hubo ninguna declaración; no les absolvió de sus pecados; solo los acogió como amigos. Hay dos escenas en las que Jesús ofrece el perdón en nombre de Dios. En Mr 2,5 una escena en Cafamaún, de un paralítico tendido a sus pies, sin fuerza alguna para caminar al que Jesús le dice con ternura: “Hijo mío, tus pecados te son perdonados”. En otra escena no menos conmovedora, a la prostituta que le está ungiendo los pies entre lágrimas, besos y caricias, Jesús le dice estas palabras que la deben haber llenado de paz: “Tus pecados quedan perdonados” – “Por tu fe has sido salvada; vete tranquila”. Lc 7,48 y 50.
Tras esa fórmula solemne en la que Jesús otorga en nombre de Dios la absolución, el perdón, Dios aparece como un juez compasivo y benévolo, pero que todavía sigue presentándose como juez. No es esto lo que Jesús revela con su perdón y acogida al sentarse a la mesa con los pecadores. Su aceptación a publicanos y prostitutas incluye la absolución del pecado, sí, pero es mucho más. Jesús indica que Dios sale hacia el pecador no como un juez que dicta sentencia, sino como un padre que busca recuperar a sus hijos perdidos. Esta manera de actuar está más acorde con sus parábolas del pastor que busca la oveja perdida, la mujer que se afana por recuperar la dracma perdida y el padre que acoge al hijo perdido que menciona Jesús en Lc 15, 4-32.
Probablemente fue sobre todo en estas comidas donde se aprendió a rezar a Dios con la oración del Padrenuestro. Aunque Mateo la colocó, junto a otros dichos de Jesús, dentro del Sermón de la montaña (Mt 6,9 – 13). Lucas, por su parte, la sitúa en un escenario elaborado probablemente por él mismo en el que, “estando Jesús orando en cierto lugar”, se le acercan los discípulos pidiéndole que les enseñe a orar (Lc 11,1-4). Sin embargo, algunos investigadores, basándose en el contenido de la oración “danos pan” y “perdóna nuestras ofensas”, tienden a pensar que es probable que Jesús lo dijera repetidas veces en esas comidas abiertas a todos.
Invocar a Dios como Padre, mientras comían y bebían en tomo a Jesús, era una experiencia nueva que los iba sanando por dentro y les ayudaba a volverse a Dios, al que comenzaban a sentir como Padre. Poco a poco, animados por Jesús, empezaron a llamarle Abbá, Padre, bendicen su nombre santo y le piden que se cumpla en ellos el gran deseo de Jesús: “Venga tu reino”.ensaba
Estos hombres y mujeres, despreciados por casi todos, no pensaban en cosas sublimes o extraordinarias. Jesús les enseñó a ser realistas, les enseñó a pedir pan, para que a nadie le falte cada día su trozo de pan. También les enseñó a pedir perdón, como ellos mismos estaban dispuestos a perdonar superando los impulsos de venganza y el resentimiento que brotaban de su corazón. No estaban pensando solo en el reino de Dios, que llegará un día lejano a liberar el mundo del mal; pedían experimentar desde su presente la llegada de Dios Padre para poder vivir como hijos e hijas suyos: con un trozo de pan que llevarse a la boca y con fuerzas para acogerse y perdonarse mutuamente.
Y así, comiendo y bebiendo junto a Jesús, esos “perdidos” fueron experimentando que Dios llegaba a sus vidas no con “grandes señales del cielo”, como pedían algunos, sino como una fuerza compasiva que los sanaba y transformaba. Junto a Jesús, estaban entrando en un mundo nuevo, un mundo de amor, comprensión, paz y gozo que jamás habían sospechado, un mundo al que Él llamaba “reino de Dios”.
Esta conducta de Jesús ofreciendo su acogida y el perdón de Dios a los pecadores provocó escándalo e indignación ¿Por qué? El pueblo judío creía en el perdón de todos los pecados, incluidos el homicidio y la apostasía, sabían que Dios sabe perdonar a quienes se arrepienten. Pero, es necesario seguir un camino, en primer lugar, el pecador debía manifestar su arrepentimiento mediante los sacrificios apropiados en el templo; también debía abandonar su vida alejada de la Alianza, que es el acuerdo entre Dios y los hombres, mediante el cual Dios prometió bendecir a los que aceptaran su voluntad y guardaran sus mandamientos. Además de abandonar su vida alejada de la Alianza, debían cumplir con lo que dicta la ley; pero también los daños y ofensas al prójimo debían ser restituidos o reparados.
Si Jesús hubiera acogido a su mesa a pecadores para predicarles el retorno a la Ley, logrando que publicanos y prostitutas abandonaran su vida de pecado, nadie se hubiera escandalizado, al contrario, lo hubieran admirado y aplaudido. Lo sorprendente es que Jesús acogió a los pecadores sin exigirles previamente el arrepentimiento, tal como era entendido tradicionalmente, y sin someterlos siquiera a un rito penitencial, como había hecho el Bautista. Él ofrecía su comunión y amistad como signo de que Dios los acoge en su reino, incluso antes de que vuelvan a la ley y se integren en la Alianza. Los acogió tal como eran: pecadores, confiando totalmente en la misericordia de Dios, que los estaba buscando. Por eso Jesús pudo ser acusado de ser amigo de gente que seguía siendo pecadora. Su actuación era intolerable. ¿Cómo podía acoger a su mesa asegurándoles su participación en el reino de Dios a gentes que no estaban reformando su vida de acuerdo con la Ley? Este parece ser el motivo fundamental del escándalo y conflicto que provocaba Jesús.
Sin embargo, la actuación de Jesús es clara. Ofrecía el perdón sin exigir previamente un cambio. No ponía a los pecadores ante las tablas de la ley, sino ante el amor, la misericordia y la ternura de Dios. Este es su trato personal con aquellos “perdidos” que no lograban encontrar a Dios por el camino de la ley. Jesús los perdonaba, pero lograba el arrepentimiento de los pecadores, como sucedió con Zaqueo en la escena que se encuentra en Lc 19,1-10, o la mujer pecadora que llegó a la cena en casa de un fariseo con un frasco de alabastro lleno de perfume que derramó en los pies de Jesús (Lc 7,36-50), así como en la parábola del pastor y la oveja perdida y a la de la mujer y la dracma perdida (Lc 15,10 y 7), que son símbolos del gozo de Dios que encuentra a sus hijos perdidos por el pecado.
Jesús actuaba mostrando la misericordia de Dios. Era amigo de los pecadores antes de verlos convertidos, porque Dios es así. No espera a que sus hijos e hijas cambien, es él quien comienza ofreciendo su perdón.
Por eso el perdón que ofrecía Jesús no tenía condiciones. Su actuación terapéutica no seguía los caminos de la ley que eran: definir la culpa, llamar al arrepentimiento, lograr el cambio y ofrecer el perdón, condicionado al cambio de actuar. Jesús seguía los caminos del reino, Él ofrecía: acogida y amistad, regalaba el perdón de Dios y confiaba en su misericordia, que sabría recuperar a sus hijos e hijas perdidos. Por eso se acercaba, los acogía e iniciaba con ellos un camino hacia Dios que solo se sostiene en su compasión infinita. Nadie había realizado en esta tierra un signo más cargado de esperanza, más gratuito y más absoluto del perdón de Dios.
Jesús situaba a todos, pecadores y justos, ante el abismo insondable del perdón de Dios. Ya no había justos con derechos frente a pecadores a los que se les negaban derechos. Desde la compasión de Dios, Jesús plantea todo de manera diferente: a todos les ofrece el reino de Dios; solo quedan excluidos quienes no se acogen a su misericordia, es decir, quienes voluntariamente rechazan lo que Dios les ofrece.
Eso significa que todo quedaba confiado al misterio del perdón de Dios. Entre quienes le escuchaban, el mensaje de Jesús sonaba así: “Cuando se vean juzgados por la ley, siéntanse comprendidos por Dios. Cuando se vean rechazados por la sociedad, sepan que Dios los abraza. Cuando nadie les perdone su libertinaje, su corrupción, su perversidad, su maldad, sientan sobre ustedes su perdón inagotable. No lo merecen. No lo merece nadie. Pero Dios es así: amor y perdón”.
Los pobres y los enfermos, los impuros y los pecadores, los publicanos y las prostitutas le entendían y lo aceptaban. Para ellos, ese Dios sugerido por Jesús era la mejor noticia. El problema era si las personas moralmente justas y legalmente correctas entenderían su manera de ver las cosas y eso se manifiesta en una frase dirigida por Jesús a quienes se resistían a su mensaje que la tradición cristiana ha conservado: “En verdad, yo os digo: los publicanos y las prostitutas entran antes que vosotros al reino de Dios”. Mt 21,31. Su amistad con publicanos y prostitutas, el carácter escandaloso de ese dicho y el fuerte contraste, similar al que nos tralsada Mr 10,23 y 25 en donde Jesús dice: “¡Qué difícil va a ser para los ricos entrar en el reino de Dios! Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja, que para un rico entrar en el reino de Dios. Estos textos muestran dos lecturas: una fuerte y exclusivista: los publicanos y las prostitutas entrarán, ustedes no, refiriéndose a quienes se resistían a su mensaje; y la otra que es suave y no excluyente: ellos, los publicanos y las prostiturtas, entrarán primero, después ustedes.
Trayendo el contenido de este tema al presente podemos comprender que al igual hizo con los pecadores de aquel tiempo, Jesús nos hace ver hoy, que por mucho que nos hayamos apartado del camino que nos conduce a la presencia del Padre, podemos volvernos a Él con corazón arrepentido por haberle fallado, y con el firme propósito de mantenernos dentro de sus normas y mandamientos, le pidamos perdón confiados en su misericordia y amor.
Acude pues, a confesarle a Jesús, en la persona de alguno de sus ministros, los sacerdotes, a quienes dejó a cargo de otorgar el perdón en su nombre, cuando instituyó el Sacramento de la Reconciliación o Perdón según leemos en Jn 20,21-23 en donde Jesús dice: “¡Paz a ustedes! Como el Padre me envió a mí, así yo los envío a ustedes. Y sopló sobre ellos, y les dijo: Reciban el Espíritu Santo. A quienes les perdonen sus pecados, les serán perdonados; a quienes no se los perdonen, no les serán perdonados.”
Recuerda y ten en cuenta que en todas las ocasiones en las que, quienes se encontraban atrapados en el pecado se acercaron a Jesús, Él los aceptó y acogió, pues eso es lo que hará contigo por muy pecador que te consideres. Lo hará así para que conozcas su misericordia y dejes toda carga de pecado a los pies de la cruz, en donde pagó el castigo que merecíamos por nuestros pecados y con su sangre nos redimió, como dice Mat 26,28; “Esto es mi sangre, con la que se confirma la alianza, sangre que es derramada en favor de muchos para perdón de sus pecados.” Se refería a la nueva alianza que hizo con la humanidad. Esto significa que podemos acudir a confesar nuestros pecados ante Él para ser perdonados porque es su promesa. Solo debes confesarte y pedir que el Espíritu Santo venga en tu ayuda para que puedas mantenerte firme en sus mandamientos y enseñanzas, como dijo Jesús a la adúltera. “Tampoco yo te condeno; vete y a partir de ahora no peques más.” Jn 8,11
No lo dejes para después, acude a confesarte por tu salvación eterna y para que disfrutes de la vida nueva que Jesús quiere otorgarte también en esta vida. Que así sea.

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