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Jesús nos dejó una misión

Jesús nos dejó una misión.

¿Cuál ha sido nuestra actitud desde que el Señor se presentó a nuestra vida,? 

¿Le abrimos nuestro corazón para que entrara a morar en él y desde allí nos condujera y pudiéramos disfrutar de la vida plena que quiere darnos?

Si lo hicimos, y lo invitamos a ser nuestro Salvador y Señor, ¿Nos quedamos solamente alabándolo y agradeciéndole? Y digo solamente, porque, aunque esto es bueno, no es suficiente.

¿Nuestra vida ha sido verdaderamente transformada? Es decir, ya no somos los pecadores que fuimos, y estamos viviendo según sus enseñanzas. Pero, ¿estamos obedeciendo su último mandato? ¿Estamos llevando a los demás la buena nueva del Reino de Dios que predicó Jesús?

¿Tenemos acaso el fuego interior que nos abraza, para que presentemos el Evangelio, es decir las buenas nuevas de Jesucristo, de su victoria, el anuncio de que el pecado ha sido derrotado, que la muerte ha sido vencida? 

Debemos ser imitadores de San Pablo, el apóstol de los gentiles que dice en 1Co 9,16: «Para mí no es motivo de orgullo anunciar el evangelio, porque lo considero una obligación ineludible. ¡Y ay de mí si no lo anuncio! Si lo hago por obligación, es porque estoy cumpliendo un encargo que Dios me ha dado. Y mi recompensa es la satisfacción de anunciar el evangelioAunque no soy esclavo de nadie, me he hecho esclavo de todos, a fin de ganar para Cristo el mayor número posible de personas.»

Y en Ro 1,16 dice: «No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para que todos los que creen alcancen la salvación”, y más adelante en Ro 10,13 y 14 menciona la necesidad que tenemos de llevar a cabo la misión, cuando dice: –“Todos los que invoquen el nombre del Señor, alcanzarán la salvación.”  Pero ¿cómo van a invocarlo, si no han creído en él? ¿Y cómo van a creer en él, si no han oído hablar de él? ¿Y cómo van a oír, si no hay quien les anuncie el mensaje?” — (bis)

Notamos en esos textos, el profundo interés de San Pablo, en que todos conozcan la salvación que Jesús vino a darnos por medio de su sacrificio en la cruz.

Y nosotros que nos llamamos cristianos, confesamos en el credo, que la Iglesia es apostólica, lo que significa que continúa con la predicación de los apóstoles, que dentro de esta tradición apostólica hay una sucesión del ministerio que está al servicio de la continuidad de la Iglesia en su vida en Cristo y de su fidelidad a las palabras y a los gestos de los apóstoles. Y cada uno de nosotros como miembros de la Iglesia fundada por Cristo, debemos ser consecuentes con eso y actuar de acuerdo a la orden que ellos recibieron de Él cuando dijo: «Vayan, pues, a las gentes de todas las naciones, y háganlas mis discípulos; bautícenlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Por mi parte, yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo.» Mat 28,19-20  

Esa labor debemos llevarla a cabo sin perder el tiempo, sin que haya nada que nos quite la atención al llamado del Señor, porque a nosotros ya no vendrán ángeles a decirnos como a los apóstoles lo que encontramos en Hch 1,10-11, ahí dice: 

“Y mientras miraban fijamente al cielo, viendo cómo Jesús se alejaba, dos hombres vestidos de blanco se aparecieron junto a ellos y les dijeron:

Galileos, ¿por qué se han quedado mirando al cielo? Este mismo Jesús que estuvo entre ustedes y que ha sido llevado al cielo, vendrá otra vez de la misma manera que lo han visto irse allá.”

Con esto quisieron decirles que era el tiempo de ponerse a trabajar en la misión que les había encomendado, que no debían perder tiempo pensando en que Jesús, su Señor y maestro ya no estaba con ellos.  

En las Escrituras, se definían como apóstoles a los que recibieron la revelación del misterio de Dios por Cristo, y ahora, esa función continúa ahora en los miembros de la Iglesia, incluidos los laicos, a quienes el Señor nos ha llamado para que trabajemos entre nuestros iguales, pues como dijo San Juan Pablo II reconociendo la importancia de nuestra labor: «La nueva evangelización se llevará a cabo por los laicos, o no se realizará.» 

¿Estamos convencidos de la importancia de esa labor que nos corresponde llevar a cabo?

En los evangelios, la palabra discípulo indica, casi siempre, a los seguidores de Jesús, y en los Hechos de los Apóstoles a los miembros de las primeras comunidades cristianas. Pero Jesús llama a ser su discípulo, a cualquiera que lo quiere seguir, sin barrera alguna, y esto significa, que también a pecadores y a personas de toda condición, como nosotros. Eso lo vemos en la elección de sus apóstoles: cuatro pescadores, un cobrador de impuestos y un casado, entre otros. Todos hemos sido llamados por Jesús a otra profesión cuando dijo: «Síganme, y yo haré que ustedes sean pescadores de hombres. « Mr 1,17

La finalidad de esta nueva profesión será la de reunir miembros del pueblo de Dios para el juicio definitivo y hará que los discípulos nos parezcamos al maestro en las contradicciones y persecuciones que padeceremos y nos obligará a confesarlo públicamente, sin renegar de Él jamás.

Para Lucas, después de pentecostés, el término discípulo se convierte en sinónimo de «creyentes en Cristo», que significa, los comprometidos a imitarle, con lo que se refiere a todos los cristianos, (los que se han convertido y han dejado el pecado para volverse a Dios; los que han pasado de las tinieblas a la luz, los que Jesús ha ganado para sí con su palabra y con sus signos milagrosos; ésos son sus amigos, a quienes ha revelado los secretos del Padre y a quienes Jesús les promete que después de su partida se verán animados por su Espíritu que los guiará a toda verdad y que les anunciará además las cosas futuras. Esos discípulos que mencionan las Sagradas Escrituras, somos nosotros.

Jesús asignó a los discípulos, un seguimiento que supone el abandono de la profesión y de la familia; a los apóstoles o misioneros, que partan sin equipaje y que, para la comida y el alojamiento confíen en la acogida de los evangelizados. ¿Acogemos así a quienes nos presentan la Palabra de vida nueva?

Están, además, las exigencias de llevar nuestra propia cruz por la causa de Jesús, lo que significa entregarnos en servicio de amor al prójimo, y compartir nuestros bienes con los necesitados. 

Podemos preguntarnos, ¿Son los destinatarios de esas órdenes solamente los primeros discípulos de Jesús? 

No. Van dirigidas a todos los discípulos, a todos los cristianos. Por lo tanto, el llamado de los ángeles que les hablaron a quienes se quedaron viendo hacia arriba, donde el Señor Jesús había desaparecido entre las nubes ¿por qué se han quedado mirando al cielo?  indica que, como aquellos, también nosotros debemos obedecer y trabajar en lo que el Señor nos ha estado preparando con las Sagradas Escrituras, para que demos a conocer la buena nueva de salvación, para dar a conocer las enseñanzas de Jesús, y la vida que, como sus discípulos, debemos llevar. En resumen, debemos mostrar el Evangelio y hacerlo con nuestra forma de vida.

Teniendo la certeza de que, así como se fue, después de manifestarles a los suyos su poder, al resucitar y realizar otras muchas señales, volverá para recoger a los que le son fieles, a los que obedecieron sus normas, sus enseñanzas y los mandamientos de su Padre. 

En la primera parte del Sermón del Monte, en Mt 5,1-12 donde se encuentran las bienaventuranzas, dice algo de lo que debemos cumplir para irnos con Él cuando vuelva por los suyos. Ahí leemos que Jesús tomó la palabra y comenzó a enseñar, diciendo: “Dichosos los que tienen espíritu de pobres, porque de ellos es el reino de los cielos. “Dichosos los que sufren, porque serán consolados. “Dichosos los humildes, porque heredarán la tierra prometida. “Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque serán satisfechos. “Dichosos los compasivos, porque Dios tendrá compasión de ellos. “Dichosos los de corazón limpio, porque verán a Dios. “Dichosos los que trabajan por la paz, porque Dios los llamará hijos suyos. “Dichosos los perseguidos por hacer lo que es justo porque de ellos es el reino de los cielos. “Dichosos ustedes, cuando la gente los insulte y los maltrate, y cuando por causa mía los ataquen con toda clase de mentiras. Alégrense, estén contentos, porque van a recibir un gran premio en el cielo; pues así también persiguieron a los profetas que vivieron antes que ustedes.”

Como notamos, varias de las bienaventuranzas son afirmaciones que parecen contradecir el sentido común, pero expresan los verdaderos valores del reino de Dios que nosostros debemos vivir. 

Desde luego que la Biblia entera nos dice cómo vivir, pero podemos considerar estas normas, como la base de nuestra conducta, situaciones que debemos aceptar si llegan a nuestra vida. 

¿Estamos viviendo así, dispuestos a pasar por esas dificultades por Cristo? Si queremos agradar a nuestro Salvador y Señor, y cumplir su llamado, debemos hacerlo y mostrarlo a todos cuantos podamos para que también ellos, al conocerlo, lo acepten como su Salvador, y como su Señor sigan sus enseñanzas, y así, vivan plenamente aquí en la tierra y se salven por la eternidad.

Pero si aún no has tenido tu encuentro personal con el Señor Jesús y tu vida vaga sin rumbo por el mundo, padeciendo las consecuencias de tus malas decisiones, hoy puedes cambiar el curso de tu vida dejándote conducir por las enseñanzas que encontrarás en los Evangelios, y abrirle tu corazón a Jesús e invitarlo a vivir en ti, porque Todos los que invoquen el nombre del Señor, alcanzarán la salvacióndice San Pablo en Ro 10,13.

Jesús te conducirá por el sendero de luz que lleva al Padre y mientras vas por ese camino, notarás el cambio de tu corazón, de tu sentir, de tu pensar y de tu actuar, todo para bien tuyo y de los demás, porque disfrutarás del amor con el que serás lleno, porque Dios es amor, y te alegrarás de tenerlo en tu interior y de la paz que sobrepasa todo entendimiento que Él te dará. Entonces, al disfrutar de esa vida nueva, querrás contar esa experiencia a los demás y podrás hacerlo con la dirección del Espíritu Santo que te llenará con su presencia, como llenó a los discípulos y los apóstoles en Pentecostés. Actúa entonces y busca al Señor y Él se dejará encontrar, si lo buscas de corazón.  Que así sea.

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