SEAMOS CRISTIANOS SOLIDARIOS
Por la fuerte influencia de las tendencias del mundo que impulsan a las personas a actuar egoístamente y buscar solamente del bien personal, sin importar lo que sucede a los demás; como seguidores de Jesús, debemos actuar como cristianos solidarios, esto significa que debemos buscar, el bien de los demás ,no solamente el nuestro, por eso debemos comprender lo que significa solidaridad y específicamente “solidaridad cristiana”.
Ser “cristianos solidarios” significa que debemos ir más allá de ser solidarios, es DE tener la actitud que nos lleva a tener clara nuestra responsabilidad de buscar la santidad, que no es solamente para agradar a Dios, que al final resulta ser para nuestro propio beneficio; sino que también nos lleva a buscar el bien de los demás.
Ese deseo de alcanzar la santidad no debemos sentirlo como una meta imposible de alcanzar, puesto que, al ser, en primer lugar, una forma de agradar a nuestro Padre celestial, será también nuestra manifestación de amor al prójimo. Esto nos llevará a identificarnos con cada ser humano, pero, además, a ser servidores cariñosos y amables de todos y cada uno. Porque si somos seguidores de Jesús, debemos imitar su actitud, es decir, buscar el bien de los demás, incluso aquellos que no pertenecen a nuestro grupo o a nuestra Iglesia.
Para que comprendamos el concepto que estamos tratando, vamos a analizar primero lo que es el pecado y cómo influye en nuestras relaciones.
Debemos saber que el pecado no es solamente una ofensa contra Dios Padre, y si bien es una desobediencia que lo ofende, afecta también nuestra relación con Él, pues al hacer lo malo que le disgusta, estamos yendo contra su voluntad y sus enseñanzas y esto nos aparta de Él, pues al pecar lo entristecemos porque preferimos dejarnos llevar por la influencia del mundo, por los deseos de nuestra carne o por Satanás. De igual forma se ve afectada nuestra relación con Jesús, pues Él pagó con su sangre para limpiar nuestros pecados, y pecar, es quitarle importancia a su sacrificio y rechazar las bendiciones que vino a darnos.
También nosotros nos vemos afectados, pues al pecar, se nos va endureciendo el corazón y correremos el peligro de llegar a que no nos importe si vamos contra de las normas divinas y nos alejamos de Dios.
Pero lo que hace el pecado en nuestras relaciones, no se queda ahí, porque nuestro pecado también afecta a los demás ya que les causamos penas y desgracias. Si esto lo vemos a la escala de la humanidad, el pecado individual afecta negativamente a cada uno de los demás. Con esto entendemos lo mucho que el pecado influye en cómo está el mundo hoy.
Por eso, nosotros, como miembros de la Iglesia, estamos llamados a una nueva evangelización para que la luz de la verdadera fe libere a la humanidad de la ignorancia y de la esclavitud del pecado, para conducirla a la única libertad, pues, como dijo, Jesús: «Si ustedes se mantienen fieles a mi palabra, serán de veras mis discípulos; conocerán la verdad, y la verdad los hará libres.» Jn 8,31 y 32
Si Dios nos invita a volvernos a Él y lo buscamos de corazón, se dejará encontrar y le conoceremos y le amaremos. Entonces, lo que nos corresponde hacer es conocer la Sagrada Escritura, pues allí iremos conociéndolo a Él y su voluntad. Pero además debemos tener una relación estrecha con El a través de la oración, por lo que debemos realizarla con frecuencia y con el corazón.
En la encíclica «Humani Generis», del Papa Pío XII, publicada el 12 de agosto de 1950, leemos: “En las condiciones históricas en que se encuentra, el hombre experimenta muchas dificultades para conocer a Dios con la sola luz de su razón: porque las verdades que se refieren a Dios y a los hombres, sobrepasan absolutamente el orden de las cosas sensibles y cuando deben traducirse en actos y proyectarse en la vida exigen que el hombre se entregue y renuncie a sí mismo“. Y eso es lo que debemos hacer hoy para cambiar el mundo: “Renunciar a nuestra comodidad para entregarnos en servicio amoroso a los demás” porque las tendencias del mundo impulsan a las personas a actuar egoístamente en búsqueda solamente de su propio bien, sin importar lo que sucede a los demás, por lo que se requiere que pongamos voluntad y esfuerzo para oponernos a esas tendencias.
Y debemos estar plenamente conscientes de que la misión a la que hemos sido llamados no es tarea fácil, que requerirá, en primera instancia, de nuestra entrega a Dios al abrir nuestro corazón a Jesús y hacerlo nuestro Señor y Salvador y declararlo como tal, pues: “Si con tu boca reconoces a Jesús como Señor, y con tu corazón crees que Dios lo resucitó, alcanzarás la salvación. Pues con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con la boca se reconoce a Jesucristo para alcanzar la salvación.” Ro 10,9-10; pero, no solo con nuestros labios debemos declararlo como Señor y Salvador, también debemos dar testimonio de ello con nuestra forma de vivir.
La misión a la que nos envió Jesús antes de ascender al cielo, también demanda de nosotros, como mencioné antes, que nos entreguemos a los demás, lo que implica que debemos renunciar a nosotros mismos, a nuestra comodidad y a nuestros deseos, y dejar nuestro egoísmo que no nos permite darnos a los demás.
Jesús dijo: “Entre los paganos hay jefes que se creen con derecho a gobernar con tiranía a sus súbditos, y los grandes hacen sentir su autoridad sobre ellos.” Y después, refiriéndose a sus discípulos, a sus seguidores, entre los cuales nos encontramos nosotros, dijo: “Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que quiera ser grande entre ustedes, deberá servir a los demás, y el que entre ustedes quiera ser el primero, deberá ser el esclavo de los demás. Porque ni aun el Hijo del hombre vino para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud.” Mr 10,42-45 y Él no solamente lo dijo, su vida es el mejor ejemplo de ello.
San Pablo en Ro 12,15-16, enseña que siendo muchos, formamos un solo cuerpo y con esto debemos entender nuestra responsabilidad para con los demás, ya que todas las personas resultamos ser miembros unos de los otros. Cada cristiano, aunque conserva su propia vida, y con ello su independencia y libertad, por el bautismo está insertado, con fuertes uniones que son inseparables y muy íntimas, en la Iglesia, que somos todos los bautizados. Si comprendemos esto, nos daremos cuenta, que la Iglesia, el cuerpo místico de Cristo, es algo mucho más fuerte y compacto de lo que es una sola persona.
Jesús también dijo “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia.” Jn 10,10b; esto significa que, al entregar su vida en sacrificio por nosotros, la Vida de Cristo corre en nosotros y en la humanidad completa, por lo que, como miembros del mismo cuerpo, dependemos unos de otros, pues así como el más pequeño dolor hace padecer al cuerpo entero, también el cuerpo entero trabaja para la reparación de cualquier herida.
Esta similitud que nos presentó San Pablo debe hacernos ver claramente nuestra responsabilidad y necesidad de servir a los demás, y cómo cuidarnos para permanecer sanos y disfrutando la vida que Jesús vino a darnos.
Si con nuestro actuar contribuimos a la vida de los miembros de ese cuerpo que es la Iglesia, y con nuestra santidad y esfuerzo mostramos a Cristo y sus enseñanzas, estaremos contribuyendo a la vida espiritual de todos los miembros de la Iglesia. Esto nos animará y nos impulsará a vivir según las normas de Dios y las enseñanzas de Jesucristo, en consecuencia, viviremos mejor cada día, con más amor por los demás, y por ello, con más entrega al prójimo.
Si vemos con atención, notaremos que nuestra vida es un intercambio continuo en lo humano y en lo espiritual, que hemos recibido mucho y también, que todos los días tenemos la oportunidad de dar mucho, para lo cual Dios nos otorga, los carismas, dones o gracias para que sirvamos a los demás.
Esos dones, San Pablo los presenta en Rom 12,6-19 y señala el don común a todos, la caridad, con la que cada día podemos sembrar mucho bien a nuestro alrededor.
Dice San Pablo: «Dios nos ha dado diferentes dones, según lo que él quiso dar a cada uno. Por lo tanto, si Dios nos ha dado el don de profecía, hablemos según la fe que tenemos; si nos ha dado el don de servir a otros, sirvámoslos bien. El que haya recibido el don de enseñar, que se dedique a la enseñanza; el que haya recibido el don de animar a otros, que se dedique a animarlos. El que da, hágalo con sencillez; el que ocupa un puesto de responsabilidad, desempeñe su cargo con todo cuidado; el que ayuda a los necesitados, hágalo con alegría.»
Y continúa mencionando los Deberes que tenemos como cristianos:
«Ámense sinceramente unos a otros. Aborrezcan lo malo y apéguense a lo bueno.
Ámense como hermanos los unos a los otros, dándose preferencia y respetándose mutuamente.
Esfuércense, no sean perezosos y sirvan al Señor con corazón ferviente.
Vivan alegres por la esperanza que tienen; soporten con valor los sufrimientos; no dejen nunca de orar.
Hagan suyas las necesidades del pueblo santo; reciban bien a quienes los visitan.
Bendigan a quienes los persiguen. Bendíganlos y no los maldigan.
Alégrense con los que están alegres y lloren con los que lloran.
Vivan en armonía unos con otros. No sean orgullosos, sino pónganse al nivel de los humildes. No presuman de sabios.
No paguen a nadie mal por mal. Procuren hacer lo bueno delante de todos.
Hasta donde dependa de ustedes, hagan cuanto puedan por vivir en paz con todos.
Queridos hermanos, no tomen venganza ustedes mismos, sino dejen que Dios sea quien castigue; porque en la Escritura dice el Señor: “A mí me corresponde hacer justicia; yo pagaré”.»
Esas herramientas que el Señor nos ha dado, debemos utilizarlas en reparar, con amor, los daños que puedan tener los miembros de la Iglesia, por lo que no debe, existir virtud solitaria, como tampoco debilidad solitaria, debemos pues servir con amor a los demás por lo que debemos enfocarnos en sembrar amor manifestado en obras como dice la carta de Stg c 2; pero también ser humildes para pedir ayuda cuando la necesitemos, pues tanto lo bueno como lo malo tienen efectos multiplicadores en los demás. Si vivimos sembrando amor, nuestra vida será una siembra que dará buenos frutos.
Y no debemos esperar a que se presenten momentos adecuados para realizar el trabajo de entregarnos con amor al prójimo, cualquiera es buen momento para servir a alguien. Siempre encontraremos a quien le podamos brindar la ayuda que necesite.
San Alfonso Mª de Ligorio escribió en su libro «Práctica del Amor a Jesucristo»: «Quien hace una obra por la sola gloria de Dios, aunque no prospere, no se perturba, pues ha obtenido el fin que pretendía, que era agradar a Dios «.
Estamos en tiempos en los que no podemos dormirnos y Dios no nos quiere inactivos, aceptando todos los acontecimientos como si fueran queridos por El. En el mundo, están pasando muchas cosas que Él no quiere que pasen y nuestro deber como cristianos solidarios, es hacer nuestro esfuerzo para evitar que sucedan.
Debemos actuar, pues no solamente ofende a Dios el que peca; también lo ofende el que pudiendo impedir que se cometa algún pecado, no hace lo que puede para impedirlo.
Por ejemplo, si no hacemos algo para evitar el aborto, seremos responsables de la muerte no solamente de niños que se encuentren el vientre de sus madres, sino también de muchas almas: las de quienes lo propician, las de quienes lo aceptan y las de quienes llevan a cabo esas muertes.
Si guardamos silencio, también se perderán las almas de quienes rompen las leyes naturales, aquellos que menciona San Pablo en Ro 1, 18–31: refiriéndose a las personas «que deshonraron entre sí sus cuerpos; que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y adoraron y sirvieron a sus apetencias en vez del Creador, a esos a quien Dios los entregó a pasiones infames; pues sus mujeres invirtieron las relaciones naturales por otras contra la naturaleza; igualmente los hombres, abandonando el uso natural de la mujer, se abrasaron en deseos los unos por los otros, cometiendo la infamia de hombre con hombre. Y aunque conocedores del veredicto de Dios que declara dignos de muerte a los que tales cosas practican, no solamente las practican, sino que aprueban a los que las cometen.»
Como seguidores del Rey de Reyes debemos hacer todo cuanto podamos para evitar que esto suceda pues ¡Pobre de aquel en cuyas manos estuviera evitar la muerte de un alma y no hiciera nada para impedirlo!
Entonces, mantengámonos atentos y siempre encontraremos la oportunidad de ser solidarios, de darnos a los demás, de servir, ayudar, manifestar amor, escuchar o abrazar. Recordemos que la Iglesia es inclusiva, recibe a todos los que buscan a Dios, y como miembros de la misma, no debemos rechazar a nadie, sino manifestarles el amor que Dios nos ha dado, presentemos pues, con nuestro testimonio, a Jesús, que es amor, luz, verdad, vida, paz, gozo.
Mostremos con nuestro testimonio de vida, que de la mano de Jesús y con su gracia, podemos dejar el pecado, seguir adelante y hacer mucho bien ayudando a otros a dejar el pecado al presentarles a Jesús y sus enseñanzas. En esa labor no estaremos solos pues Jesús dijo “Vayan, pues, a las gentes de todas las naciones, y háganlas mis discípulos; bautícenlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Por mi parte, yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo. Mt 28,19-20. Prometió que estaría con nosotros siempre, hasta el fin del mundo y así lo ha hecho.
Tú haz tu parte y búscalo de corazón y Él se dejará encontrar, entonces, invítalo a entrar a morar en tu corazón y Él lo hará, y desde ahí te conducirá por el camino de amor, de paz y de justicia para que disfrutes de una vida nueva y también para que sirvas con amor a los más necesitados, porque recuerda, nuestra responsabilidad es buscar la santidad, no solamente para agradar a Dios, que al final resulta ser para nuestro propio beneficio; sino que también es buscar el bien de los demás, con eso estarás haciendo algo bueno que agradará a Dios y él te dará tu premio. Que así sea.