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JESÚS ES LA ALEGRÍA DE LA NAVIDAD

JESÚS ES LA ALEGRÍA DE LA NAVIDAD

Jesús es la alegría de la Navidad porque es la celebración de su nacimiento y debemos festejarla por lo que significa su llegada; el Hijo de Dios se hizo hombre para salvarnos, para perdonar nuestros pecados con su sacrificio y darnos una vida nueva.
Sin embargo, algunas personas, lejos de sentirse alegres, tienen nostalgia o tristeza ya que este año pasaron por momentos difíciles por enfermedad, desempleo, problemas familiares y tal vez hasta por la muerte de algún ser querido. Pero aún con las dificultades y momentos tristes, debemos sobreponernos para celebrar la más grande prueba del amor de Dios, por ello la Navidad debemos celebrarla con alegría, como la que nos narra Lc 1,41, cuando la Virgen María visita a su prima Isabel que, ante el saludo de María, el niño saltó de gozo en su seno y ella quedó llena del Espíritu Santo. Las circunstancias de ambas primas no eran favorables, María iniciando su embarazo en condiciones muy difíciles e Isabel, ya próxima a dar a luz a su avanzada edad, sin embargo, ambas manifestaron alegría por la obra que realizó Dios en ellas. Con esto aprendemos que nuestra alegría no debe estar basada en las circunstancias, sino en que Dios envió a su Hijo Jesús para que nos enseñara el camino para llegar a nuestro Padre celestial, también y sobre todo, para llevar a cabo el plan de salvación de Dios para toda la humanidad con su pasión hasta la muerte en la cruz. Es por eso que el nacimiento de Jesús llena de alegría nuestros corazones, pues Él es a quien se refirió el ángel cuando le dijo a José, “Ella (refiriéndose a María), tendrá un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados». Todo esto pasó para que se cumpliera lo que el Señor había dicho por medio del profeta: «La virgen quedará embarazada, y tendrá un hijo que será llamado Emanuel» que significa «Dios con nosotros». Mt 1,21-23
Jesús no vino solamente a morar entre nosotros; vino a pagar nuestras culpas, a liberarnos de nuestros pecados y darnos la salvación, como dijo el ángel a los pastores en Lc 2,10-11: “No tengan miedo, traigo buenas noticias que les darán mucha alegría a todos. Hoy en el pueblo del rey David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías el Señor.”
Y sobre la alegría que debemos manifestar en esta celebración, el Papa San León Magno expresó en una Homilía de Navidad, lo siguiente, dijo:
“Hoy, queridos hermanos, ha nacido nuestro Salvador; alegrémonos. No puede haber lugar para la tristeza, cuando acaba de nacer la vida; la misma que acaba con el temor de la muerte, y nos infunde la alegría de la eternidad prometida. Nadie tiene por qué sentirse alejado de la participación de semejante gozo, a todos es común la razón para el júbilo porque nuestro Señor, destructor del pecado y de la muerte, como no ha encontrado a nadie libre de culpa, vino para liberarnos a todos. Alégrese el santo, puesto que se acerca a la victoria; regocíjese el pecador, puesto que se le invita al perdón; anímese el pagano ya que se le llama a la vida, a la conversión. Pues el Hijo de Dios, asumió la naturaleza humana para reconciliarla con su Creador, de modo que el demonio, autor de la muerte, se viera vencido por la misma naturaleza a la cual había vencido. Por eso, cuando nace el Señor, los ángeles cantan y anuncian jubilosos: Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor. Pues están viendo cómo la Jerusalén celestial se construye con gentes de todo el mundo; ¿cómo, pues, no habrá de alegrarse la humildad de los hombres con tan sublime acción de la piedad divina, cuando tanto se entusiasman los ángeles?
Demos, por tanto, queridos hermanos, gracias a Dios Padre por medio de su Hijo, en el Espíritu Santo, puesto que se apiadó de nosotros a causa de la inmensa misericordia con que nos amó; estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo, para que gracias a él fuésemos una nueva creatura, una nueva creación.
Despojémonos, por tanto, del hombre viejo con todas sus obras y, ya que hemos recibido la participación de la generación de Cristo, renunciemos a las obras de la carne.
Reconoce, cristiano, tu dignidad y, puesto que has sido hecho partícipe de la naturaleza divina, no pienses en volver con un comportamiento indigno a las antiguas vilezas. Piensa de qué cuerpo eres miembro y quién es la cabeza. No olvides que fuiste liberado del poder de las tinieblas y trasladado a la luz y al reino de Dios.”
Gracias al sacramento del bautismo te has convertido en templo del Espíritu Santo; no se te ocurra ahuyentar con tus malas acciones a tan noble huésped, ni volver a someterte a la servidumbre del demonio: porque tu precio es la sangre de Cristo.”
Querido oyente, considera lo que, sobre la alegría dice San Pablo en Fil 4,4-5: “Estén siempre alegres en el Señor; les repito, estén alegres. Que todo el mundo los conozca por su bondad. El Señor está cerca.” Y ten en cuenta que, el Apóstol de los Gentiles tuvo la experiencia personal de una relación estrecha con Jesús, por eso podía asegurar que es posible estar siempre alegres y nosotros debemos estarlo porque en Navidad recordamos que Jesús llegó para salvarnos. Ten en cuenta que cuanto más cerca del Señor te mantengas, más alegría tendrás, por ello, si te sientes triste y desanimado, por las experiencias negativas del año que finaliza, debes examinar cómo está tu relación con el Señor, y reconcíliate con Él para recuperar su amistad, como dice el Sal 32, del rey David, que en los versos 3-5 dice: “Mientras no confesé mi pecado, mi cuerpo iba decayendo por mi gemir de todo el día, pues de día y de noche tu mano pesaba sobre mí. Como flor marchita por el calor del verano así me sentía decaer. Pero te confesé sin reservas mi pecado y mi maldad; decidí confesarte mis pecados, y tú, Señor, los perdonaste”. Y al reconocer el pecado, confesarte y pedir perdón, recibirás la absolución y la unción del Espíritu Santo para que puedas vencer las tentaciones para no caer nuevamente en el pecado absuelto. Esto te llenará de gozo para celebrar la Navidad y la llegada de Jesús al mundo y a tu vida. Vive esta Navidad y siempre, con alegría, poniendo a Jesús como centro de tu vida.
Para ayudarte a llevar tu vida grata a Dios, San Pablo recomienda tres actitudes que deben regir nuestras vidas como verdaderos testigos de Cristo, dice: “Estén siempre alegres, oren constantemente, en todo den gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de ustedes”. 1 Tes 5,16-18.
La primera actitud que debemos tener, según San Pablo es estar siempre alegres, incluso cuando las cosas no van como deseamos. Y San Pablo tenía razones de sobra para sentirse triste y desanimado, ya que fue objeto de rechazo, de persecución y de tormento, sin embargo, en vez de dejar que sus circunstancias lo dominaran, ponía toda su atención en que sus hijos espirituales aceptaran la buena nueva de salvación, que siguieran a Jesús y sus enseñanzas, y eso le bastaba para sentirse feliz.
Las angustias, las dificultades y los sufrimientos nos afectan a todos, pero nuestra alegría debe mantenerse con la certeza que, Jesús nos acompaña en la enfermedad y las dificultades como son, la pérdida del trabajo, deudas, soledad, rechazo o ausencia de un ser querido en Navidad.
Isaías profetizó que Jesús vendría “a anunciar la buena nueva a los pobres, a vendar los corazones rotos; a pregonar a los cautivos la liberación, y a los reclusos la libertad.” Is 61,1 Debemos entonces comprender que Jesús vino a la tierra a devolver la dignidad a los pobres, a dar libertad y alegría a los hijos de Dios, pues su misión fue, es y seguirá siendo, que todos seamos liberados de la esclavitud del pecado y todos los bautizados hemos sido llamados a transmitir, con alegría, la buena nueva de salvación por Jesús para que volviéndose a Él renuncien al pecado y sigan sus enseñanzas para que así, también disfruten de la vida nueva que Él vino a darnos, e implica sanidad interior, libertad de las cadenas de pecado, poder para rechazar las tentaciones, sabiduría para tomar buenas decisiones y muchos otros dones.
La segunda actitud que aconseja San Pablo es que perseveremos en la oración. Dice en Col 4,2: “Manténganse constantes en la oración, siempre alerta y dando gracias a Dios”. La oración sirve, para pedir lo que necesitamos o anhelamos, pero, sobre todo para mantener una relación estrecha con Dios, que es la fuente de la alegría. Si estamos acostumbrados a orar, cuando lleguen las dificultades, podremos enfrentarlas con paz porque confiamos que Dios, a quien conocemos, nos respaldará y nos guiará, puesto que la alegría del cristiano viene de la fe y del encuentro con Jesús, que es la razón de nuestra felicidad, y cuanto más cercanos estamos de Él, tendremos más serenidad, incluso en medio de las dificultades. Además, debemos recordar lo que nos dice San Pablo en Ro 8,28: “Dios dispone todas las cosas para bien de los que lo aman, a quienes él ha escogido y llamado.”
Lo que nos quita la alegría no es el dolor ni el sufrimiento, ni la pobreza, ni la enfermedad, porque esas cosas son cruces que podemos llevar con Cristo. Lo que nos quita la alegría es el pecado, porque nos aleja de Dios, por eso, como dice el Papa Francisco, “el cristiano, debe ser un sembrador de paz y de alegría dondequiera que va.” Esto podremos hacerlo si tenemos fe, pues podemos vivir en paz y alegres solamente si confiamos en que nuestra vida está en las manos de Dios, y puesto que Él quiere bendecirnos, estaremos siempre confiando en que sus bendiciones nos alcanzarán, eso nos da paz y alegría.
La tercera actitud indicada por san Pablo es el agradecimiento a Dios. El salmista dice en el Sal 50,14: “Que la gratitud sea tu ofrenda a Dios”. Y en el Sal 107,22: “Ofrézcanle sacrificios de gratitud y hablen con alegría de sus actos”. Esto último significa que reconociendo su amor, su misericordia, su paciencia y su bondad, debemos dar testimonio de lo que Dios ha hecho en nosotros, con nosotros y por nosotros, lo cual es una forma de honrarlo, y también una forma de evangelizar a quienes demos el testimonio.
Ser agradecidos nos ayuda a estar conscientes de todo lo bueno que tenemos, también aceptar nuestras dificultades como parte del plan de Dios para nuestra vida, que siempre serán planes de bien y no de mal, para darnos un futuro lleno de esperanza, como nos dice por medio del profeta Jeremías en 29,11: “Yo sé los planes que tengo para ustedes, planes de bienestar y no de calamidad, para darles un futuro y una esperanza.” Si tenemos fe, confiaremos en lo que nos dice Dios en las Sagradas Escrituras, por lo tanto, estaremos seguros de que los planes de Dios para sus hijos son para nuestro bien.
Alegría, oración y gratitud. Si nos enfocamos en manifestar en nuestra vida estos tres hábitos: alegría, oración y gratitud, estaremos preparando nuestro corazón para que esta Navidad, celebremos que el Hijo de Dios vino al mundo para salvarnos. Mantén siempre esos hábitos alegría, oración y gratitud, para que, aun cuando no hables, tu conducta alegre y la fortaleza espiritual que te proporciona la relación con Dios y la gratitud para con Dios y tu prójimo, muestre a todos, que en tu corazón llevas a Jesús. Que así sea.

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