DIOS TE AMA
DIOS TE AMA
Prepárate espiritualmente, y celebra con alegría que Dios te ama pues envió a su único Hijo para que con su sacrificio fuera el cordero que derramara su sangre y obtener para ti el perdón de los pecados, libertad, vida nueva y salvación. Por ello en esta fecha debes mantenerte dentro de la voluntad de Dios pues la Navidad es una fiesta para manifestar, con alegría, nuestro agradecimiento por la venida al mundo de Jesús, el Hijo de Dios, hecho hombre por amor. Ese es el motivo por el que celebramos Navidad.
En toda la Biblia encontramos que Dios actúa por amor a nosotros, y Él mismo se define amoroso, como leemos en el Dt, 5,9, en donde dice Dios: “Yo soy el Señor, tu Dios, que trato con amor por mil generaciones a los que me aman y cumplen mis Mandamientos.” Esa es una promesa de Dios, y sabemos que Él siempre cumple lo que promete. Y con la venida de Jesucristo a la tierra, como hombre, podemos conocer el amor de Dios en su máxima expresión que se describe en Jn 3,16 el versículo de oro, que dice: “Tanto amó Dios al mundo que dio a su hijo único. Para que todo el que en él crea no perezca, sino que tenga vida eterna.” Esto significa que Dios nos envió la ayuda para que pudiéramos salir de del pecado que nos tenía esclavizados y disfrutáramos de libertad.
Aun cuando no hayas sentido el amor de Dios, debes tener claro que Dios te ama y quiere que tengas una vida feliz, disfrutando de paz y gozo y así fue desde la creación de Adán y Eva, quienes podían disfrutar de la amistad con Dios, que los visitaba por las tardes en el Edén. Y puedes preguntarte, ¿Si Dios me ama, por qué no siento su amor?, ¿Por qué sufro? La respuesta no es fácil pues depende de las circunstancias de cada persona, pero, con seguridad puedo decirte que si te vuelves a Dios y lo buscas de corazón, Él se dejará encontrar y podrás conocerlo y tener una relación con Él, que te llevará a conocer su voluntad expresada en la Biblia, entonces podrás vivir según sus mandamientos y al hacer la parte que te corresponde, Él cumplirá su promesa y te tratará con amor, no solo a ti, a tus generaciones mientras se mantengan fieles a su voluntad.
El ejemplo de esto lo encontramos en el Dt que narra cómo sacó Dios a su pueblo de la esclavitud en Egipto, por amor. Y debes recordar querido oyente, que cuando en la Biblia se menciona la esclavitud del pueblo hebreo en Egipto, es una imagen de lo que sucedía en nuestras vidas cuando estábamos atrapados por los pecados y el faraón es imagen del demonio. Dice en 7,8: “El Señor los sacó a ustedes de Egipto, donde ustedes eran esclavos, y con grande poder los libró del dominio del faraón, porque los ama y quiso cumplir la promesa que había hecho a los antepasados de ustedes.” Y si lo analizas, puedes ver en esta cita una descripción que se apega a tu vida.
El nuevo Testamento narra la vida y enseñanzas de nuestro señor Jesucristo, que, como la manifestación extrema de amor, estuvo dispuesto a morir por mí y por ti, para liberarnos así del castigo que merecíamos por haber pecado, por haber actuado en contra de sus mandamientos. Jesús lo confirmó cuando dijo: “El ladrón, refiriéndose al diablo, no viene sino para robar, matar y destruir”. Esa es la razón por la cual sufrimos, pero luego afirmó la promesa que se cumplirá en tu vida si aceptas su enseñanza, cuando dijo: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia.” Jn 10,10
Para que comprendamos con claridad lo que significa lo que Jesús realizó, debemos reconocer que hemos sentido en algún momento tristeza, soledad, insatisfacción y ansiedad. Esto sucede al apartarnos de Dios al pecar, pues lo único que nos satisface plenamente es el amor de Dios, que llena nuestra necesidad de sentirnos aceptados y amados. Pero, debemos entender que hay una confusión pues el término amor ha sido tergiversado y mal empleado porque, se le llama amor a cosas que no lo son y buscando ese supuesto amor lo que hacemos es alejarnos más de Dios, por lo tanto de su amor. Pero hoy voy a presentar al amor por excelencia, el que satisface plenamente nuestra alma y espíritu: el amor de Dios, sin el cual el hombre no puede vivir con la libertad y el gozo para el que fue creado.
El sufrimiento, en el ser humano, es un síntoma del vacío interior que resulta de la falta de Dios en su vida, y al pecar, perdió su relación con Dios, por lo que no puede sentir su amor y lo añora, por lo que intenta llenar ese vacío de muchas maneras, pero ninguna le satisface. San Agustín expresaba ese sentimiento claramente cuando decía: “Mi corazón estará inquieto hasta que repose en Ti, Dios mío.”
Esa sensación de vacío interior se hace más evidente cuando habiendo conocido y sentido el amor de Dios lo perdemos al pecar. Ejemplo claro de esto es la manifestación de dolor del rey David, al reconocer su pecado luego de que el profeta Natán le dijo: “Hiciste matar a espada a Urías, el hitita, y te apoderaste de su mujer”. Dice en el Sal 50, 2-14: “Ten piedad de mí, oh Dios, por tu amor, por tu inmensa compasión, borra mi culpa; lava del todo mi maldad, limpia mi pecado. Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado; contra ti, contra ti solo pequé; hice lo que tú detestas. Por eso eres justo cuando dictas sentencia e irreprochable cuando juzgas. Yo soy culpable desde que nací, pecador desde que me concibió mi madre. Pero tú amas al de corazón sincero, en mi interior me enseñas la sabiduría. Rocíame con agua purificadora, y quedaré limpio, lávame, y quedaré más blanco que la nieve. Hazme sentir el gozo y la alegría, y se alegrarán los huesos quebrantados. Aparta tu vista de mis pecados, borra todas mis culpas. Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, renueva dentro de mí un espíritu firme; no me arrojes de tu presencia, no retires de mí tu santo espíritu. Devuélveme la alegría de tu salvación, fortaléceme con tu espíritu generoso.”
Sin embargo, aunque nos hayamos apartado de Dios, Él nos sigue amando, porque él no cambia y aunque fallemos muchas veces, si acudimos a Él arrepentidos y pedimos perdón por haberlo ofendido, no nos rechaza, porque, aunque aborrece el pecado, no al hombre, aunque seamos pecadores y en Jr 31,3 nos lo hace saber porque dice: “Yo te he amado con amor eterno.”
Si por habernos dejado llevar por nuestra carne o por las tentaciones del diablo o del mundo y hemos vivido en pecado, podemos pensar: “Creo en Dios, pero nunca he sentido su amor.” Esto puede suceder porque creer en Dios no es suficiente, debemos también creerle y obedecerle. Pero debemos conocer las Sagradas Escrituras porque si no es así, podemos caer en la tentación de hacernos nuestra propia imagen de Dios, por ejemplo, algunas personas imaginan a Dios como un policía, que está listo para castigar las faltas. O como un contador que lleva balance de puntos a favor y en contra, según pequemos o no, para dar al final el premio o el castigo. Otros lo ven como un bombero a quien se acude en casos de emergencia para pedir su ayuda. Otros imaginan a Dios como un viejecito bonachón, indulgente y consentidor, que permite, a cada quien, hacer lo que quiera. También hay quienes lo creen el creador de todo lo que existe, pero que, luego de crearlo todo, se desentendió de su obra y no quiere intervenir en la vida de las personas. Otros se imaginan a Dios como una fuerza o energía sin personalidad, sin voluntad. Otro grupo lo tienen como un vendedor que pide y acepta sacrificios, dinero o rituales a cambio de sus favores, o como un patrón que da, a cada quien, el salario que se merece. Otros piensan que Dios es de plastilina al que pueden moldear a su modo y antojo. Y todavía hay otros que lo conciben como la imagen del padre terrenal, que puede ser buena o puede ser muy mala.
Pero Dios no es nada de eso. Si bien es el creador de todo cuanto existe, la primera gran verdad que encontramos en la Biblia es que Dios es amor. Y por amor se entrega a cada uno de nosotros para que lo conozcamos, para lo cual, es necesario que abramos el corazón y lo busquemos con sinceridad. Pero también debes saber quién eres tú para Dios, para comprenderlo, vamos a la descripción de la creación del hombre, donde se narra la conversación entre las tres personas del único Dios: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Dice el Gn 1,26: “Ahora hagamos al hombre, a nuestra imagen y semejanza”, esto significa, que cada persona “se parecerá a ellos” por ello Jesús respondió que el primer mandamiento era amar a Dios por sobre todo y que debemos amar al prójimo como a nosotros mismos.
Regresando a ti, debo explicarte que tú eres único e irrepetible porque fuiste moldeado a la imagen de Dios para tener con él una relación padre-hijo, que fuiste creado para ser eterno y que eres libre, para decidir si recibir su amor o rechazarlo, ya que Dios nos otorgó, a todos, el don del libre albedrío que otorga tu individualidad y Él respeta tu voluntad. Por ello, aunque Dios quiere y puede intervenir en tu vida, solamente lo hará si tú se lo permites.
Pero debes comprender que no eres un accidente, ni el producto de una ley natural, ni el resultado de un descuido de tus padres, tampoco eres un simple humano más y tampoco eres desechable. Eres especial para Dios, tanto, que quiere tu salvación eterna; quiere darte abundantes bendiciones y la presencia poderosa del Espíritu Santo para regalarte los frutos del Espíritu Santo, descritos en Is 11,1-10 y en Gal 5,14-23, para que tengas una vida plena y victoriosa, como dijo Jesús. Al referirme a vida plena, no me refiero a vida con muchos bienes materiales o riquezas, aunque también esto puede darte, ya que Él es el dueño del oro y la plata, como dice en Hag 2,8. Y en Pro 16,16, leemos: “Más vale adquirir sabiduría que oro. Más vale entendimiento que plata.” Cada uno de los dones, sabiduría, entendimiento, paz, amor, salud, gozo, libertad poder para romper cadenas, autoridad para rechazar el mal, la vida eterna, valen mucho más que el oro y la plata. Y todos esos dones, el Señor te los quiere dar, por amor.
La más grande muestra del amor de Dios está en Jn 3,16 y 17 y dice: “Pues Dios amó tanto al mundo que dio a su hijo único. Para que todo aquel que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo.” Dio a su hijo para que, como cordero perfecto, fuera sacrificado en la cruz en nuestro lugar, y así pagar por todos nuestros pecados, también resucitó, y con su victoria sobre la muerte, no solo manifestó su poder contra ella, ¡nos dio vida nueva! Su vida, la vida eterna que podemos disfrutar en la presencia de Dios, gracias a su sacrificio.
No basta con que Él se haya sacrificado, que haya pasado por una terrible pasión, morir y luego resucitar. No. Según las Sagradas Escrituras, para que podamos disfrutar de esas bendiciones, antes debemos cumplir con algunas normas, por ejemplo, en el Sal 103, dice, “El amor del Señor es eterno, para aquellos que le honran.” Aquí, la condición para que recibamos Su amor es que lo honremos obedeciéndolo, y como dice San Pedro en Hch 3,19: “Arrepiéntanse y conviértanse para que sus pecados sean perdonados”, y continúa más adelante “así se cumplirá con la promesa que Dios había dado por boca de los profetas.” Ese era el llamado que hacía Juan el Bautista, según Mt 3, Mr 1 y también Lc 3. Y San Pablo en Ro 1,17 dice: “Dios nos libra de culpa por fe y solamente por fe. Así lo dicen las Escrituras, el justo vivirá por la fe.” Y continúa en Ro 22,3: “Dios, nos libra de culpa por medio de la fe en Jesucristo, y lo hace por igual con todos los que creen.”
Entonces para que nuestros pecados sean perdonados, debemos tener fe en Jesús, es decir, creer que Él es Hijo de Dios hecho hombre y que murió para que, por su sacrificio, nos libráramos del castigo y recibiéramos una vida nueva, Su vida. San Pablo en Ro 3,23.24, dice: “Todos han pecado y están lejos de la presencia salvadora de Dios. Y son perdonados por el don de su gracia, por medio de Cristo Jesús que los ha rescatado.” Pero, la condición es que reconozcas a Jesucristo como tu Señor y Salvador para que seas salvo. Y añade en Ro 10,13: “Pues todo el que invoque el nombre del Señor se salvará.” Aquí la condición es invocar a Dios, es decir, acogerse a Dios, solicitar su ayuda con confianza. Pero invocar a Dios implica creer y acudir a Él como un señor poderoso, y confiar en Él, como alguien con el poder capaz de otorgar algo. En el caso de Dios, acudir a Él con la fe de que es capaz de limpiar nuestros pecados y salvarnos para una vida eterna. En Ro 8,38 dice San Pablo: “Estoy convencido de que nada podrá separarnos del amor de Dios, ni la muerte, ni la vida, ni los Ángeles, ni los poderes y fuerzas espirituales, ni lo presente, ni lo futuro, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada por Dios. Nada podrá separarnos del amor que nos ha mostrado en Cristo Jesús, nuestro señor.”
Otras muestras del amor de Dios son: El envío del Espíritu Santo para que sea nuestro consolador, guía y consejero; y en Hch 2,1-4ª, narra el cumplimiento de esa promesa cuando el Espíritu Santo vino sobre los discípulos en Pentecostés. Desde entonces, ha estado con nosotros y para recibirlo, solo pídelo.
También nos dejó la Eucaristía en donde está Jesús mismo con su cuerpo, alma y divinidad, en el pan y el vino, que nos guardan para la vida eterna cuando comulgamos. También nos dejó a la Santísima Virgen María, no solamente como nuestra madre, sino como ejemplo de obediencia a Dios y aceptación de lo que le tocó hacer para agradar a Dios, ejemplo también de fe en Jesús, como hijo de Dios. Y sus muestras de amor continúan hoy pues nos sana espiritual, emocional y físicamente; nos libra del poder del mal, saciando nuestra sed espiritual y llena nuestra necesidad de amor para que llevemos una vida victoriosa.
San Pablo, en Ef 2 dice: “Dios que es tan misericordioso y nos amó tanto que nos dio vida juntamente con Cristo, cuando todavía estábamos muertos a causa de nuestros pecados.” Jesucristo, cuando nosotros aun estábamos en pecado, aceptó, porque nos ama, la muerte de cruz para darnos su vida. Y en Ef 3,19. Dice San Pablo. “Pido, que conozcan el amor de Cristo que es tan grande que supera todo conocimiento. Pero a pesar de eso, pido a Dios que lo puedan conocer, de manera que se llenen completamente de todo lo que Dios es.”
Mi deseo es, también, que tú, querido oyente, llegues a conocer el amor de Dios para que estés lleno de Él. Y de acuerdo en que el justo por la fe vivirá, debemos hacer personal el sacrificio de Jesús, aceptar que se entregó por cada uno de nosotros y que Dios nos libera de la culpa y del pecado por medio de nuestra fe en Jesucristo.
Si crees que Jesús es hijo de Dios y que murió en la cruz por ti, es el momento de reconocer que Dios es amor y que el amor de Jesucristo va más allá de lo que podamos comprender.
Ahora te invito a que reconozcas el sacrificio de Jesús, el hijo de Dios, para que, por su muerte y su resurrección, recibas Su vida; pues Él tomó la muerte que te correspondía por haber pecado y a cambio te dio su vida, vida plena. Acepta entonces al Señor Jesús como su Señor y Salvador, ábrele tu corazón para disfrutar la eternidad en la presencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Esto es el motivo por el cual celebramos con alegría la venida del Hijo de Dios a la tierra. Y si sientes que no estás libre de culpa por algún pecado no confesado, es un buen tiempo para acudir a confesarte y quedar libre de esa carga para entonces, con tu corazón y tu alma limpios puedas celebrar plenamente el nacimiento de Jesús, nuestro Salvador, porque esa es la razón por la que celebramos Navidad.
Prepárate entonces para que el nacimiento de Jesús sea, sobre todo, una celebración espiritual, de gozo y agradecimiento por la manifestación del amor de Dios, y honra a Dios con tu vida.
