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HONREMOS A CRISTO QUE MURIÓ PARA DARNOS VIDA

HONREMOS A CRISTO QUE MURIÓ PARA DARNOS VIDA

Como dice el título del tema, debemos honrar a Cristo que murió para salvarnos, pues de esa forma se cumplió el plan de Dios para la salvación de los hombres, y estaba previsto por Dios que Jesús pasaría por muchas tribulaciones, como dio a conocer en las profecías, profecías que conocía Jesús, si embargo, a pesar de conocerlas, estuvo dispuesto a llevar a cabo el plan de salvación, que requería que se cumpliera la orden de Dios de que para el perdón de los pecados debía hacerse un sacrificio, pues como leemos en el Lev 25,14-15 “El que ofenda y maldiga al Señor su Dios, será condenado a muerte. Y dijo San Pablo en Ro 6,23: “El pago que da el pecado es la muerte, pero el don de Dios es vida eterna en unión con Cristo Jesús, nuestro Señor.” Y en el verso 6 dice: “Lo que antes éramos fue crucificado con Cristo, para que el poder de nuestra naturaleza pecadora quedara destruido y ya no siguiéramos siendo esclavos del pecado.” Esto significa que somos libres y podemos disfrutar de la vida que Cristo nos dió al derramar su sangre por nosotros, vida que Él dijo nos daría, como leemos en Jn 10,10b: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.”
Enfoquémonos ahora en lo que dice el libro de la Sabiduría, que ha sido atribuído a Salomón, pero en realidad su autor es anónimo, pero se considera que fue un judío helenizado, porque fue escrito en griego entre el año 170 al 30 a. C., según algunos historiadores. Aunque exégetas católicos, estudiosos que interpretan el texto de la Biblia, calculan que el período más probable para fechar el Libro de la Sabiduría se extiende entre los años 80 y 50 a. C. Por lo que es el libro más reciente del Antiguo Testamento. En la primera parte muestra el papel de la sabiduría en el destino del hombre y compara la suerte de los justos y de los impíos en el curso de la vida y después de la muerte.
En el capítulo 2, encontramos una profecía que presenta, más o menos un siglo antes de la pasión de nuestro Señor, de manera sorprendentemente detallada y apegada a lo que sucedió, la forma en la que pensaron y actuaron los opositores de Jesús y la manera en la que se llevó a cabo la campaña realizada contra Él.
El texto, se refiriere a los «impíos», los infieles, judíos renegados que incluso llegaron a perseguir a sus hermanos desafiando así a Dios.
Dice en el capítulo 2:
«Seamos duros con esos pobres piadosos; ¡Nuestra fuerza sea la ley!
Hagamos la guerra al que nos reprende porque violamos la Ley; nos recuerda cómo fuimos educados y nos echa en cara nuestra conducta.
Pretende conocer a Dios y se proclama hijo del Señor.
No hace más que contradecir nuestras ideas, y su sola presencia nos cae pesada.
Lleva una vida distinta a la de todos y es rara su conducta. Nos considera unos degenerados, creería mancharse si actuara como nosotros. Habla de una felicidad para los justos al final y se vanagloría de tener a Dios por padre. Veamos, pues, si lo que dice es verdad y hagamos la prueba: ¿cómo se librará?
Si el justo es hijo de Dios, Dios lo ayudará y lo librará de sus enemigos. Sometámoslo a humillaciones y a torturas, veamos cómo las acepta, probemos su paciencia. Luego, condenémoslo a una muerte infame pues, según él, alguien intenvendrá.”
Y al final del capítulo el nos versos del 21 al 24 dice: “Así, es como razonan los impíos, pero están equivocados. Su maldad los enceguece, de tal manera que no conocen los secretos de Dios. No esperan la recompensa de una vida santa, ni creen que las almas puras tendrán su paga. Dios creó al hombre a imagen de lo que en Él es invisible, y no para que fuera un ser corruptible. Pero la envidia del diablo introdujo la muerte en el mundo, y la experimentan los que toman su partido.”
Como notamos, la profecía describe la manera de pensar y de actuar, no solamente de los que persiguieron y acusaron a Jesús hasta lograr su muerte, es el actuar de quienes actúan en contra de sus enseñanzas, aquellos que se dejan llevar por su carne y llevan su vida según las tendencias del mundo.
Ese es el error de los impíos, de los que no creen, pero nosotros, que creemos en Dios, en la vida eterna y en la vida nueva, plena y abundante que nos concedió por medio del sacrificio de su Hijo, el Mesías, que vino para librarnos del castigo que merecíamos por haber ofendido a nuestro creador con nuestros pecados, debemos conocer lo que Jesús debió soportar por amor a nosotros, al ocupar nuestro lugar en el castigo que padeció y al morir, entregando hasta la última gota de su sangre para darnos con ella su vida, como dicen los Evangelios, que nos presentan la extraordinaria similitud con lo que leímos del libro de la Sabiduría, leemo en los Evangelios:
Mt 26,3-4: “Los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo se reunieron en el palacio del Sumo Sacerdote, llamado Caifás; y se pusieron de acuerdo para prender a Jesús con engaño y darle muerte.”
Mt 26,37-39: “Jesús tomando consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a sentir tristeza y angustia. Entonces les dice: «Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedense aquí conmigo y permanezcan despiertos»
Y adelantándose un poco, cayó rostro en tierra, y suplicaba así: «Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieres tú.» Confirmando así, lo que había enseñado en el Padrenuestro “hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo.”
“Y cuando lo apresaron dijo: Todos los días he estado entre ustedes enseñando en el Templo, y nunca me arrestaron. Pero esto sucede para que se cumplan las Escrituras”. Mr 14,49 y Mt 26,56
Mr 14,55-56 “Los sumos sacerdotes y el Sanedrín entero andaban buscando contra Jesús un testimonio para darle muerte; pero no lo encontraban. Pues muchos daban falso testimonio contra él, pero los testimonios no coincidían”.
Y luego, los cuatro evangelistas Narran que: “Al amanecer, se reunieron los jefes de los sacerdotes con los ancianos y los maestros de la ley: toda la Junta Suprema. Y llevaron a Jesús atado, y se lo entregaron a Pilato”. (Mt 27.1–2, 11–14; Mr 15,1 Lc 23.1–5; Jn 18.28–38)
Lc 23,4-5 “Entonces Pilato dijo a los jefes de los sacerdotes y a la gente: No encuentro en este hombre razón para condenarlo. Pero ellos insistieron con más fuerza: Con sus enseñanzas está alborotando a todo el pueblo. Comenzó en Galilea, y ahora sigue haciéndolo aquí, en Judea”.
Mr 15,10; 12-14 “Pilato se daba cuenta de que los jefes de los sacerdotes lo habían entregado por envidia y les preguntó: ¿Y qué quieren que haga con el que ustedes llaman el Rey de los judíos?
Ellos contestaron a gritos: ¡Crucifícalo! Pilato les dijo: Pues ¿qué mal ha hecho? Pero ellos volvieron a gritar: ¡Crucifícalo!”
Lc 23,7-11 “Y al saber Pilato que Jesús era de la jurisdicción de Herodes, se lo envió, pues él también se encontraba aquellos días en Jerusalén. Al ver a Jesús, Herodes le hizo muchas preguntas, pero Jesús no le contestó nada. También estaban allí los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley, que lo acusaban con gran insistencia. Entonces Herodes y sus soldados lo trataron con desprecio, y para burlarse de él lo vistieron con ropas lujosas, como de rey.”
Lc 23,20-21 “Pilato, que quería dejar libre a Jesús, les habló otra vez;
pero ellos gritaron más alto: ¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!”
Jn 19,1 “Pilato tomó entonces a Jesús y mandó azotarlo”.
Mr 15,15-20 “Después lo entregó para que fuera crucificado. Los soldados llevaron a Jesús al patio del palacio, llamado pretorio, y reunieron a toda la tropa. Le pusieron una capa púrpura, trenzaron una corona de espinas y se la pusieron. Luego comenzaron a gritar: ¡Viva el Rey de los judíos! Y le golpeaban la cabeza con una vara, lo escupían y, doblando la rodilla, le hacían reverencias. Después de burlarse así de él, le quitaron la capa púrpura, le pusieron su propia ropa y lo sacaron para crucificarlo”.
Lc 23,32-37 “También llevaban a dos criminales, para crucificarlos junto con Jesús. Cuando llegaron al sitio llamado La Calavera, crucificaron a Jesús y a los dos criminales, uno a su derecha y otro a su izquierda. Jesús dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.
La gente estaba allí mirando; y hasta las autoridades se burlaban de él, diciendo: Salvó a otros; que se salve a sí mismo ahora, si de veras es el Mesías de Dios y su escogido. Los soldados también se burlaban de Jesús. Se acercaban y le daban a beber vino agrio, diciéndole: ¡Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo!”
(Mt 27.45–56; Mc 15.33–41; Lc 23,44 Jn 19.28–30)
“Desde el mediodía y hasta las tres de la tarde, toda la tierra quedó en oscuridad. El sol dejó de brillar, y el velo del templo se rasgó por la mitad. Jesús gritó con fuerza y dijo: ¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu! Y al decir esto, murió”.
Lc 23,47-48 “Cuando el capitán romano vio lo que había pasado, alabó a Dios, diciendo: De veras, este hombre era inocente.
Toda la multitud que estaba presente y que vio lo que había pasado, se fue de allí golpeándose el pecho”.
Todo cuanto padeció Jesús, lo hizo por amor a ti, a mi y a cada uno de nosotros, pues debía mosrir en nuestro lugar para que nuestros pecados fueran perdonados, pues como dijo San Pablo, en Ro 6,23: “El pago que da el pecado es la muerte”. Antes, y refiriéndose a la libertad que nos había conseguido Jesús con su sacrificio, escribió, “Pero ahora, libres de la esclavitud del pecado, han entrado al servicio de Dios. Esto sí les es provechoso, pues el resultado es la vida santa y, finalmente, la vida eterna.” Ro 6,22.
Acepta el sacrificio que Jesús hizo por ti y vive siguiendo sus ensañanzas, es decir trata de vivir en santidad como una forma de darle gracias por la libertad que puedes disfrutar, pues con su muerte Él pagó el castigo que merecías por haber ofendido a Dios y rompió las cadenas que te habían tenido atrapado en el pecado. Pues “Al incorporarnos a Cristo hemos muerto con él a la ley, por lo que ahora podremos dar una cosecha agradable a Dios. Porque cuando vivíamos como pecadores, la ley sirvió para despertar en nuestro cuerpo los malos deseos, y lo único que cosechamos fue la muerte. Pero ahora hemos muerto a la ley que nos tenía bajo su poder, quedando así libres para servir a Dios en la nueva vida del Espíritu” Ro 7,4-6
Sirvamos entonces a Dios, nuestro Padre, confirmando cada día nuestro deseo de vivir según las enseñanzas y ejemplo de su Hijo Jesús, nuestro Salvador y Señor. Que así sea.

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