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EL PADECIMIENTO DE CRISTO

DE LA ENCARNACIÓN DE JESÚS AL SACRIFICIO EN LA CRUZ
Cuarta parte
EL PADECIMIENTO DE CRISTO

La Pasión de Cristo desde un punto de vista médico
Con información tomada de una investigación del Dr. Rivero Barragán Jain publicada en Catholic.net

Para que comprendamos a cabalidad lo que significa que Jesús aceptó voluntariamente sufrir hasta morir en la cruz por amor a nosotros, vamos a conocer lo que, desde el punto de vista medico, padeció.
La Crucifixión, inventada por los persas entre 300-400 D.C., es posiblemente la muerte más dolorosa inventada por el hombre y era castigo reservado para los esclavos, los extranjeros, los revolucionarios, y para el más vil de los criminales. Definida por Cícero como, «el castigo más cruel y abominable» este suplicio provocaba una muerte lenta con el máximo dolor y sufrimiento, materia en la cual los romanos eran expertos.
Durante 18 horas, desde las 9 de la noche del jueves hasta las 3 de la tarde del viernes, la hora en que murió, Jesús, sufrió múltiples agresiones físicas y mentales, pensadas para causar una intensa agonía, debilitar a la víctima y acelerar la muerte en la cruz.
Empezó en la Oración el en huerto, como escribe San Lucas, el único evangelista médico que reporta el hecho en el c 22,39- 44 dice: «Y Jesús, sumido en la agonía, insistía más en su oración. Su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra». Sudar sangre, o hematidrosis; es un fenómeno rarísimo, que se produce en condiciones excepcionales y se atribuye a estados muy altos de estrés, que provoca una presión muy alta y congestión de los vasos sanguíneos de la cara lo cual provoca pequeñas hemorragias. Algunos de estos vasos sanguíneos se encuentran pegados a las glándulas sudoríparas, por lo que la sangre se mezcla con el sudor y brota como gotas de sangre. Esta pérdida de líquidos corporales, entre 150 a 200 ml., equivalentes a un vaso, es la primera que padeció Jesús.
El arresto de N. S. Jesucristo: (Mt 47, Mc 14, 43-52; Lc. 22, 47-53 Jn 18, 2-12)
Poco después, fue arrestado por los oficiales del templo, que le llevarían durante toda la noche de un lado para otro a los lugares donde se celebraron los distintos juicios judíos y romanos. En total, recorrió unos 4 kilómetros a pie.
El estrés y la pérdida de sangre por la hematohidrosis, provocó en su cuerpo un aumento del consumo metabólico, esto se refiere a los cambios químicos que ocurren en una célula o un organismo para producir la energía y los materiales básicos necesarios para importantes procesos vitales, que son los procesos biológicos que permiten a los seres vivos crecer y sobrevivir. En este proceso las moléculas cambian para obtener energía, lo cual consume carbohidratos (glucógeno), y como esta reserva es muy pobre se acaba pronto, por lo que se inicia el consumo de proteínas. Este cambio de las moléculas para obtener energía, en condiciones normales, puede estimular que el líquido interior de las células se traslade al exterior de las mismas; esto deshidrató más a Jesús.
La flagelación (Mt. 27, 11-26, Jn. 19, 1-5, Mc 15, 16-20)
Luego le llevaron ante Anás, Caifás -el Sumo Sacerdote de aquel año- y el Sanedrín -el Tribunal Supremo de los judíos- quienes le acusaron de blasfemia, un crimen que, según la ley judía, se penaba con la muerte, pero como para ejecutarle necesitaban el permiso de la autoridad romana, le enviaron ante el prefecto de la provincia romana de Judea, Poncio Pilato, acusándole de haber infringido las leyes romanas. Pero Pilato, no le encontró culpa alguna desde el punto de vista de la ley romana, y lo envió a Herodes, tetrarca de Galilea y Perea, al norte de Israel y al este del río Jordán respectivamente. Y éste, de nuevo, lo devolvió a Pilato, quien lo mando azotar.
Para realizar este castigo, se utilizaba el flagelo (flagrum), un instrumento formado por cuatro o cinco correas de piel de becerro con bolas de plomo y pedazos de huesos de oveja en los extremos.
Según la ley judía este castigo se realizaba con un máximo de 39 latigazos, pero como fue castigado según la ley romana, en recinto romano y por soldados romanos, esta norma no tenía validez por lo que Jesús, despojado de sus ropas y atado a un poste, fue azotado repetidamente hasta quedar moribundo.
Se estima que los latigazos provocaron heridas equivalentes a quemaduras de tercer grado; las correas de cuero y las mancuernas de huesos de carnero y bolitas de hierro, desgarraron la piel y el tejido debajo de la piel, causando serios daños en los músculos, tendones e incluso órganos, dando como resultado hemorragias. Si hubiese sido castigado según la ley judía, con 39 azotes solamente, se calcula que aproximadamente la perdida sanguínea de cada azote es de 2ml, si multiplicamos por 5 correas, con sus plomos y huesos obtendremos la pérdida de sangre aproximada 10ml. por golpe x 39 azotes = 390ml, equivalentes a más de taza y media, pero, como fue azotado por romanos los golpes deben haber sido muchos más, por consiguiente, más desgarre de piel y músculos de toda la espalda, y más pérdida de sangre.
Jesús recibió una tercera parte de los golpes en el pecho y, el resto, en la región lumbar (espalda) mientras permanecía inclinado hacia adelante.
Además, el estrés secreta adrenalina, una hormona que se produce en la glándula suprarrenal en situaciones de estrés y dolor y tiene varias acciones, una es una redistribución de líquido; pero, debido a la vasoconstricción en la piel, y el daño al tejido celular subcutáneo, la circulación de sangre se tornó lenta o se bloqueó; sin embargo, en los músculos, la vasodilatación permitió aumentar el flujo de sangre, y como el látigo utilizado para este suplicio algunas veces desgarraba hasta el músculo, aumentó la pérdida de sangre, y consecuentemente el debilitamiento.
Coronación de espinas:  (Mt 27, 27-30; Jn.19, 2-3 Mc 15, 16-20)
Jesús fue llevado al Pretorio y los soldados, colocaron una tela sobre su espalda y una corona de espinas de un centímetro de largo sobre su cabeza. Fueron 33 heridas en el cuero cabelludo y como esas heridas sangran entre 10-15 ml dependiendo del sitio, habrá sangrado 330 ml, equivalentes a una taza 1/3.
Por la sábana santa, se calcula que Jesús medía aproximadamente 1,80 m y pesaba ente 172 y 176 lb, por lo que el volumen de su sangre debió de ser entre 5 y 6 litros, y su pérdida sanguínea del 10 al 12 %, casi 2 1/2 tazas, y si a eso le sumamos los efectos fisiológicos del estrés y el ayuno agudo, podríamos decir que en ese momento, por los efectos de la pérdida de sangre, se encontraba en la clase 1 del choque hipovolémico, que significa que por la pérdida de sangre el corazón es incapaz de bombear suficiente sangre al cuerpo y puede hacer que muchos órganos dejen de funcionar.
En el pretorio (Jn 19, 2-5, Mt.27, 27-30; Mc. 15, 16-30),
Los soldados romanos le escupieron, abofetearon y golpearon con una vara, lo humillaron, le arrancaron de nuevo la ropa, que se le había pegado con la sangre coagulada, reabriendo las heridas de la espalda, lo que aumentó el sangrado. Por todo eso, las condiciones físicas de Jesús antes de la crucifixión debían ser críticas, pues había pasado la noche caminando, sin dormir ni comer y con la espalda destrozada por la flagelación.
En la Sábana Santa se nota un golpe que dejó sobre la mejilla derecha de Jesús una contusión importante; ya que la nariz aparece deformada por una fractura del tabique nasal, también aparece una mancha de sangre en el rostro de la sábana santa, lo cual nos indica que por el mismo traumatismo tuvo una hemorragia nasal que sangró mucho.
Pilato, después de haber mostrado a la turba a ese hombre quebrantado, se los entrega para la crucifixión.
A las 9.00 a.m. Mc15, 25, los soldados romanos encaminaron a Jesús hacia el lugar de la ejecución.
La Crucifixión ( Mc. 15, 20-32; Lc.23, 26-38, Jn 19,17-24).
La costumbre era que el condenado llevase a cuestas el travesaño de su cruz, o «patibulum», que pesaría unos cincuenta kilos, hasta el Gólgota, aproximadamente a unos 700 metros desde el Pretorio. Pero Jesús estaba demasiado débil para hacerlo, por lo que tomaron a Simón de Cirene, para que lo ayudara. Aun con la ayuda, el peso del madero doblaba continuamente a Jesús y la pérdida de sangre lo vencía, por lo que cayó varias veces, como se deduce por el sangrado que presentan las rodillas en la sábana santa.
Una vez en el Gólgota, los verdugos le quitaron sus vestiduras, pero su túnica se había pegado nuevamente a las heridas y el arrancarla es atroz, pues se le reabrieron las heridas de los latigazos y vuelve a sangrar profusamente; luego los soldados le arrojaron al suelo con los brazos extendidos para clavarle al madero «patibulum». El siguiente paso fue insertar el travesaño, con Jesús clavado a él, en el madero vertical para formar la cruz completa.
Para fijar al condenado a la cruz, los soldados romanos utilizaban clavos de entre 13 a 18 cm de largo: dos para las extremidades superiores y sólo uno para ambos pies.
Siempre se había creído que Jesús fue clavado a la cruz por las palmas de las manos, sin embargo, ahora se sabe que se habrían desgarrado con el peso. En cambio, los ligamentos y huesos de la muñeca sí pueden sostener un cuerpo que cuelga de ellos. En consecuencia, su pulgar, se puso en oposición a la palma de la mano y los dedos medio e índice se paralizan de manera recta, lo cual describe la lesión del nervio mediano, que genera un gran dolor.
La perforación de nervio medio de las muñecas por un clavo puede causar un dolor tan increíble que ni siquiera la morfina sería de ayuda, un dolor intenso, ardiente horrible, como relámpagos atravesando el brazo hacia la médula espinal. La ruptura del nervio plantar del pie con un clavo tendría el mismo efecto horrible.
David A. Ball, autor de un estudio publicado en el Journal MSMA en marzo de 1989, simuló la crucifixión con unos voluntarios -con la ayuda de cuerdas y ganchos en lugar de clavos- y comprobó que la posición de los brazos sobre el «patibulum» era un factor muy importante: cuanto más estirados estaban, más doloroso era permanecer suspendido.
Con las dos muñecas clavadas a la cruz, y el cuerpo suspendido, la única forma de inhalar y exhalar aire es elevando el cuerpo. En cada subida y bajada, las profundas heridas de la espalda de Jesús rozaban con la madera áspera de la cruz, con lo que su espalda continuó desangrándose.
La sábana santa, muestra que el cuerpo de Jesús no quedó estirado y los pies se colocaron encogidos, uno sobre otro, apoyando la planta del pie inferior en la madera, y el clavo los atravesó de arriba a abajo, entonces le fue imposible estirar o cerrar las rodillas por lo que, en cada respiración, habría gastado gran cantidad de energía para levantar su cuerpo, tomar aire, y volver a descender lo más suavemente posible para evitar el dolor desgarrante de los clavos de las muñecas. También se puede observar que una rodilla resalta más que otra por las caídas sobre las piedras del Gólgota, pero también porque al momento del rigor mortis, éstas no pudieron extenderse, y no quedaron de la misma forma, por ello podemos deducir que Jesús fue crucificado con los pies encogidos, por lo que se le dificultaba mucho estirarse para respirar.
Normalmente, para respirar, (inhalación), el diafragma (el músculo grande que separa la cavidad torácica de la cavidad abdominal) debe bajarse. Esto agranda la cavidad torácica para que el aire entre a los pulmones. Para exhalar, el diafragma se levanta, y comprime el aire en los pulmones y lo mueve hacia fuera.
Mientras que Jesús colgaba en la cruz, para inhalar debía empujar su cuerpo hacia arriba, pues el peso de su cuerpo hundía el diafragma y el aire salía de los pulmones y sentía como ahogamiento; para hacerlo se impulsaba sobre los pies clavados lo cual le causaba más dolor, además de la dificultad por la posición en la que quedaron las piernas al clavarle los pies.
Los evangelios mencionan que Jesús habló siete veces en la cruz, pero para hablar, el aire debe pasar sobre las cuerdas vocales durante la exhalación. Es asombroso que, a pesar de su dolor, él empujara con sus pies para exhalar el aire y producir sonido y decir «Padre perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lc 23:34).
Según estudios, el efecto más importante de la crucifixión, aparte del gran dolor, era la dificultad para respirar, sobre todo para exhalar el aire y dado que la exhalación era principalmente diafragmática, la respiración era superficial. Esta insuficiencia de oxígeno causó un exceso de dióxido de carbono (un producto de desecho producido por el cuerpo. La sangre transporta el dióxido de carbono del cuerpo a los pulmones en donde se inhala oxígeno y exhala dióxido de carbono) en los líquidos corporales- y una fatiga acompañada de contracciones musculares y calambres. En definitiva, cada uno de los movimientos de Jesús para conseguir un poco de oxígeno se convirtieron en un esfuerzo que le condujo a la asfixia.
A esto debemos sumar que la dificultad para exhalación conduce a una forma lenta de sofocación. El bióxido de carbono se acumula en la sangre, dando como resultado un alto nivel del ácido carbónico en la sangre. El cuerpo responde por instinto, accionando el deseo de respirar. Al mismo tiempo, el corazón late más rápido para hacer circular el poco oxígeno disponible. El bajo nivel de oxígeno en la sangre, debido a la dificultad en la exhalación, dañó los tejidos y los vasos capilares, que se tornaron más permeables, por lo que comenzó a escaparse el plasma de la sangre y se infiltró en los tejidos. Esto dio lugar a una acumulación de líquido alrededor del corazón y de los pulmones, esto se llama derrame pericárdico y derrame pleural. Esto se confirma con lo que dice Jn 19, 34: “uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua”.
Los pulmones colapsados por el diafragma, el derrame pleural, la deshidratación, y la inhabilidad de conseguir suficiente oxígeno, sofocaron a Jesús. La falta de oxígeno también dañó el corazón y lo condujo a una falla cardiaca, a un infarto del miocardio.
Cuando el condenado tardaba mucho en morir, se le rompían las piernas, para que la víctima ya no pudiese elevarse para respirar. Jesús murió mucho antes de lo esperado y no tuvieron que hacerlo con Él, pero, siguiendo la tradición, travesaron el lado derecho de su cuerpo con una espada. Los evangelios de San Juan (Jn 19,34) narran que después del «golpe de gracia» comenzó a salir sangre y agua de la herida, en ese orden.
Los médicos opinan que Jesús no murió por agotamiento, ni por los golpes o por las 3 horas de crucifixión, murió por agonía de la mente la cual le produjo el rompimiento del corazón. Un evento físico o emocional intenso generado por el aumento repentino de las hormonas del estrés, como la adrenalina, aunado a la crucifixión, puede producir la ruptura del corazón, y Jesús padeció cada una de esas situaciones. La evidencia viene de lo que sucedió cuando el soldado romano atravesó el costado izquierdo de Cristo. Esto no solo prueba que Jesús ya estaba muerto cuando fue traspasado, sino que también es una evidencia del rompimiento del corazón.
Lc 23, 44-46 Hacia las 12 del mediodía, las tinieblas cubrieron toda la tierra hasta las 3 de la tarde, a esa hora, el sol se eclipsó, la cortina del templo se rasgó, y Jesús con voz fuerte, dijo: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” y al decir esto expiró.
La crucifixión de Jesús ha sido llamada «una sinfonía de dolor » producida por cada movimiento, por cada inspiración; y debemos tener en cuenta que cada uno de los dolores fueron sumándose, por lo que, a la sensación de asfixia que provocaba el necesario empuje de su cuerpo para poder respirar, el cual provocaba dolor en pies y manos, se sumaba el dolor de la espalda flagelada, el de las heridas causadas en su cabeza por las espinas de la corona, el dolor de todo el cuerpo lastimado en las varias caídas sufridas en el camino al Gólgota, y a los dolores internos generados por la falla de tantas partes de su precioso cuerpo y también el dolor interior causado por la traición de los suyos que lo abandonaron, como el profundo dolor de la separación del Padre que volvió su rostro para no ver el pecado de toda la humanidad que cargó, por ello haciendo un esfuerzo extraordinario gritó: “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” aunque Jesús lo entendía, pues la santidad del Padre no puede ver el pecado, (por ello los pecadores se sienten abandonados por Dios). Pero Jesús aceptó llevar sobre sí los pecados de toda la humanidad para que fueran clavados con Él a la cruz, razón por la cual estuvo dispuesto a sufrir, porque debía morir el justo para que se cumpliera el Plan de Salvación de Dios para los hombres, y así en obediencia al Padre hizo su parte, por lo que, con su padecimiento hasta la muerte, como manifestación de su gran amor, fueron limpiados nuestros pecados y podemos recibir una vida nueva, la vida de Cristo. Gracias Señor Jesús por esa manifestación de amor, bendito seas por siempre.
Mientras que estos hechos desagradables representan un asesinato brutal, la profundidad del dolor de Cristo acentúa el verdadero grado del amor del Dios para nosotros, su creación. La información de lo ocurrido en el cuerpo de Cristo en su pasión, es un recordatorio del amor del Dios para la humanidad. Esto debe llevarnos a pedir perdón por nuestros pecados, y proponernos nunca más pecar, pero también aceptarlo como Salvador y reconocerlo como Señor, y en reciprocidad a su amor, vivir de acuerdo a sus enseñanzas y su testimonio, así como participar en la comunión, recordar su sacrificio con agradecimiento y responder a ese acto, sirviendo al prójimo con amor, como él hizo.
Dijo el Papa Francisco en la Bula El Rostro de la Misericordia: “Cada uno de nosotros, sus hijos, podemos y debemos ser testigos del amor de Dios con nuestra propia vida,”. Y nos invita a todos a ser portadores de la misericordia de Dios, que tantas veces hemos experimentado personalmente. “Basta pensar que, en el sacramento de la Penitencia, Él nos perdona siempre”
Por eso, de hoy en adelante, mostremos fuertemente nuestro testimonio de seguidores de Cristo, cercanos al Señor, cercanía que no debe quedarse solamente en buenas intenciones; ha de traducirse en obras, en nuestra conducta, en las intenciones, actitudes y comportamientos que llevamos a cabo en el vivir cotidiano. Que así sea para gloria de Dios y bendición nuestra y de nuestro prójimo.

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