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FUERON MUCHOS LOS QUE SIGUIERON A JESÚS

FUERON MUCHOS LOS QUE SIGUIERON A JESÚS

 

Y son muchos los que hoy lo siguen, porque enseñó que no debemos odiar a nadie, que debemos amar incluso a nuestros enemigos y esas palabras transformaron no solo las maneras de pensar, sino de vivir de sus contemporáneos que fueron atraídos por sus enseñanzas y por su forma de acercarse y abrirse a todos manifestándoles así amor y comprensión. Al tener contacto con los enfermos, los impuros, los pecadores, las mujeres, los niños y todos los rechazados por la sociedad, dejó claro, que, para acoger a Dios, lo importante es tener un corazón limpio y bueno, pero también dejó claro que, si una ley hacía bien a la gente y ayudaba a comprender a Dios, ésta debía ser parte de la conducta de las personas.

Con su enseñanza, Jesús quiso dejar claro que dentro del reino de Dios la enemistad no existe, por eso actuaba imitando a su Padre que no discrimina, sino que, por amor, busca el bien de todos. Por ello al decir “Amen a sus enemigos, y oren por quienes los persiguen.” Mt 5,44, se refería a todo tipo de enemigos, sin excluir a ninguno y dio ejemplo de ello al orar por sus verdugos antes de morir en la cruz. Al actuar así, amando a todos, nos libramos de la carga que representa llevar en nuestro corazón malos recuerdos, ofensas, odios, rencores, disgustos, ira, temor, violencia, así como la soberbia y el orgullo, también del veneno que nos va matando la libertad, el gozo. Desde luego no es fácil amar a quien nos ha hecho mal, pero debemos simplemente tomar la decisión de hacerlo, y hacer nuestro esfuerzo teniendo en cuenta que debemos pedir la ayuda de Jesús, pues con Él a nuestro lado, guiando nuestros pasos, podremos lograrlo.

Jesús transmitió siempre de forma clara y sencilla lo bueno que es actuar según lo que dijo, por eso lo seguían muchos, pues comprendían lo que decía y se les hacía fácil llevar a la práctica sus enseñanzas. Por ejemplo, cuando dijo “Hagan ustedes con los demás como quieren que los demás hagan con ustedes.” Lc 6,27-31, estableció una ley que quedó grabada en la mente y en el corazón de cada persona que lo escuchó.  Y sus oyentes, al comprender esa forma tan sencilla que los llevaría a una vida sin conflictos, empezaron a cambiar sus actitudes y a actuar según sus enseñanzas. Y esta conducta creció entre sus seguidores hasta hoy, veinte siglos después, por lo que quienes conocemos esas enseñanzas, debemos hacerlas vida y compartirlas con todos a cuantos podamos, pues solamente de esta manera cambiará la sociedad y viviremos como Dios quiere, disfrutando de paz y alegría. Pero, para vivir según las enseñanzas de Jesús, debemos conocerlas, y eso significa que debemos leer, estudiar y meditar la Sagrada Escritura, pero también orar, pedirle dirección y sabiduría para mantenernos en sus enseñanzas, y nos comportemos como Él espera de nosotros que nos llamamos sus seguidores.

Jesús habló continuamente de la compasión, del perdón, de la acogida a los perdidos y pecadores, de la ayuda a los pobres y necesitados; en resumen, de las diferentes formas de manifestar el amor. Por eso, cuando le preguntaron ¿cuál es el primero de los mandamientos? Jesús presentó el amor como la ley fundamental y decisiva al responder: “El primer mandamiento es: «Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor, amarás al Señor, tu Dios, con todo su corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas.» Y añadió: “El segundo es: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Y recalcó la importancia de estos dos cuando cerró la oración diciendo: No hay otro mandamiento mayor que estos (Mr 12,29-31).

Con esto Jesús estaba estableciendo la estrecha conexión que existe entre el amor a Dios y el amor al prójimo. Dejó claro que no es posible amar a Dios y desentenderse del hermano con problemas, de aquel que está cerca de nosotros con dificultades. Que no es posible que adoremos a Dios y olvidemos a los que sufren; porque si decimos que amamos a Dios, pero rechazamos al prójimo seremos unos mentirosos. Entonces, debe quedarnos claro, que el amor a Dios tiene prioridad absoluta y no puede ser reemplazado por nada. No es posible amar a Dios si no le obedecemos y si no amamos a quienes él ama como Padre, lo cual significa que, si verdaderamente amamos a Dios, es imposible que vivamos encerrados en nosotros mismos, indiferentes al sufrimiento de los demás, porque es precisamente en el amor al prójimo, que consiste en tratar al otro lo mejor posible, donde se descubre el amor a Dios. Por eso Amar al prójimo es hacer por él, en cualquier situación de necesidad, todo cuanto podamos.

Jesús quería dejar claro que lo importante es la vida nueva que Dios quiere para todos los que sufren, por ello debemos hacer todo cuanto esté en nuestras posibilidades para ayudar a nuestro prójimo, sobre todo a los más necesitados, y con nuestros actos manifestarles el amor que Dios nos ha mostrado y con el cual nos ha llenado, para que también nuestro prójimo pueda, por medio de nuestra conducta, experimentar la bondad y el amor de Dios Padre.

Es por esas enseñanzas y por su conducta misericordiosa, que muchas personas lo siguieron y lo seguimos. Fueron diferentes grupos de personas las que tuvieron contacto con Él, las “muchedumbres” de personas que se acercaban pero que no lo seguían. Los “adeptos”, personas que, aunque no abandonaron su casa, si le ofrecían ayuda y hospitalidad cuando se acercaba a su aldea. Los “seguidores”, que le acompañaban en sus recorridos y colaboraron con él de diversas maneras; y los doce, los “apóstoles”, el grupo más estable y cercano a Él.

En el grupo de los seguidores, había personas y familias enteras que le manifestaron estar de acuerdo con sus enseñanzas y las aceptaron de buena gana y con entusiasmo. Algunos le siguieron por los caminos de Galilea. Otros, que no pudieron abandonar sus casas, estuvieron dispuestos a colaborar con él de diversas maneras. Ellos le ofrecieron alojamiento, comida, información y todo tipo de ayuda cuando llegaba a sus aldeas.

Estos seguidores colaboraron estrechamente con Jesús. Sin su apoyo, hubiera sido muy difícil que el grupo de discípulos ambulantes que caminaba acompañando a Jesús se desplazara. Nunca se les llamó discípulos, pero fueron personas que le escucharon con la misma fe y devoción que aquellos que le acompañaron en su vida ambulante.

No conocemos mucho de estos discípulos sedentarios, pero, lo que sí sabemos es que, cuando subía a Jerusalén, Jesús no se alojaba en la ciudad santa; iba a Betania, una pequeña aldea situada a unos tres kilómetros de Jerusalén, donde se hospedaba en casa de tres hermanos a los que quería de manera especial: Lázaro, Marta y María. Juan, en su evangelio Jn 11,5 afirma que “Jesús los amaba.”  Otro ejemplo lo tenemos en Mt 26,6, que dice que Jesús fue invitado a comer en casa de Simón un leproso de Betania al que había curado anteriormente. Otro ejemplo, Mt 21,1-11 narra que, en la aldea de Betfagé, muy cerca de Jerusalén, le prestaron un borrico para subir a la ciudad. Y en Mr 14,13-14 se nos habla de un amigo que vivía en Jerusalén y le preparó la sala donde se llevaría a cabo aquella cena de la celebración de la Pascua, en la que Jesús se despidió de quienes lo habían acompañado desde Galilea.

Y del grupo de los discípulos, los que constituyen el grupo cercano a Jesús y se aventuraron a seguirlo en su vida nómada, que estaba integrado por hombres y mujeres atraídos por su persona, abandonaron su familia, al menos durante un tiempo, compartieron su vida con él, escucharon el mensaje que daba en cada aldea, admiraban la fe con que curaba a los enfermos y se sorprendían cada vez del afecto y la libertad con que acogía a su mesa a pecadores y gentes de mala fama.

Este grupo de discípulos caminaban unos metros detrás de Jesús y mientras hablaban de sus cosas, Jesús maduraba sus parábolas. Juntos pasaron momentos de cansancio, sed y hambre, como el que narra Mr 2,23-28 cuando los discípulos de Jesús arrancaron espigas para satisfacer su hambre con algunos granos de trigo.

Al llegar a una aldea, este grupo de discípulos se ocupaban de encontrar algunas familias de simpatizantes que los acogieran en sus casas, traían agua y disponían lo necesario para sentarse a comer. Los discípulos se ocupaban también de que la multitud pudiera escuchar con tranquilidad la enseñanza de Jesús, como cuando consiguieron una barca para que todos le pudieran ver mejor desde la orilla Lc 5,3; en ocasiones le pedían a la multitud que se sentara en torno a él para oírle mejor, y cuando terminaba la jornada, despedían a la gente y se preparaban para descansar. Esos eran los momentos en que podían disfrutar de la compañía de Jesús y conversar con Él tranquilamente.

Estos discípulos, fueron sus confidentes y podría considerarse que fueron los mejores amigos que tuvo durante su vida de profeta ambulante. No sabemos exactamente cuántos eran, pero constituían un grupo más amplio que los “Doce”. Entre ellos había pescadores, otros campesinos de la Baja Galilea, también Leví, hijo de Alfeo, un recaudador que trabajaba en Cafarnaún. Mr 2,14. Algunos anduvieron con él desde el principio, como Natanael, de quien Jesús dijo que era “un galileo de corazón limpio”, y que era conocido también como Bartolomé. Jn 1,47. También dos varones muy apreciados más tarde en la comunidad cristiana, que se llamaban José Barsabás, al que llamaban “el Justo”, y Matías, los cuales fueron presentados para sustituir a Judas Iscariote dentro del grupo de los Doce. Hch 1,23. También se agregó a ese grupo de discípulos Bartimeo, un ciego de Jericó curado por Jesús. Mr 10,52.

A los integrantes de este grupo tan heterogéneo que compartió la vida itinerante de Jesús se les llamó: “discípulos”. Pero para una mejor comprensión, diré que Discípulo se le llama a quien se pone bajo la tutela de un maestro a fin de aprender de él, o para instruirse en las cuestiones de su ministerio. Pero ser discípulo implica vivir y dar testimonio de lo aprendido. En Jn 8,31-32 leemos: Jesús dijo a los judíos que habían creído en él: – Si ustedes se mantienen fieles a mi palabra, serán de veras mis discípulos; conocerán la verdad, y la verdad los hará libres.” Ser fieles a su palabra significa conocer y obedecer sus enseñanzas, por lo que debemos leer, estudiar y meditar los Evangelios.

Jesús era conocido entre el pueblo como maestro o rabino (Mr 9 5; 11 21); también Nicodemo, un fariseo importante entre los judíos, lo reconoció como tal, (Jn 3,2) y a los que le acompañaban en sus viajes los llamaban discípulos, aunque ahora, la palabra discípulo puede aplicarse a todos los que aceptan su mensaje (Mt 5,1; Mr 6,45; Lc 6,17; 8,2s; 10,1 y 19,37), también puede referirse más precisamente a quienes lo acompañaban, especialmente a los doce apóstoles (Mr. 3.14). El discipulado se basa en el llamado que hace Jesús, a los corazones de todas las personas, aun cuando hoy, al igual que cuando estuvo caminando por los poblados de Galilea, no todos responden positivamente a su invitación a seguirlo.

Ser su discípulo implica ser leales, fieles y seguirlo en todo momento (Mr. 8.34–38; Lc. 14.26–33). En algunos casos seguir a Jesús significa abandonar el hogar, los compromisos comerciales, y las posesiones (Mr. 10.21, 28), pero en todos los casos la condición básica es cumplir en primer lugar las enseñanzas de Jesús, como la mejor manera de expresarle amor y fidelidad. Para los judíos de aquella sociedad, esa actitud sobrepasaba ampliamente la relación normal alumno-maestro que se tenía hasta ese momento, y dio un nuevo sentido a la palabra “discípulo”.

Eso nos lleva a considerar que, como discípulos de Jesús, es decir, al reconocerlo como Señor y Salvador, serle fieles y seguir sus enseñanzas, debemos buscar la perfección de la caridad, y nuestra santidad que es la meta de los cristianos, pues como dice en Hb 12,14: Procuren estar en paz con todos y llevar una vida santa; pues sin la santidad, nadie podrá ver al Señor.” Y nuestra búsqueda de la santidad debe ser por medio de la caridad a nuestro prójimo, pues el amor, dice San Pablo en Col 3,14, es el lazo de la perfecta unión, el vínculo de la unidad perfecta. De ahí que, como Jesús enseñó, el amor hacia Dios y hacia el prójimo, debe ser la característica distintiva de quien quiera ser su discípulo.

Y trayendo al presente lo presentado, dice el Catecismo de la Iglesia Católica en el numeral 1816:  El discípulo de Cristo no debe sólo guardar la fe y vivir de ella, sino también profesarla, testimoniarla con firmeza y difundirla: «Todos vivan preparados para confesar a Cristo delante de los hombres y a seguirle por el camino de la cruz en medio de las persecuciones que nunca faltan a la Iglesia»

Debemos pues practicar la caridad, sintiendo en nosotros mismos lo que deb sentir Cristo Jesús, que “renunció a lo que era suyo y tomó naturaleza de siervo y haciéndose como todos los hombres se presentó como un hombre cualquiera, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, hasta la muerte en la cruz.« (Fil 2,7-8), y por nosotros «siendo rico, se hizo pobre» (2Co 8,9).

Recordemos que Jesús ordenó a sus discípulos, antes de ascender al cielo, Mt 28,19-20: Vayan, a las gentes de todas las naciones, y háganlas mis discípulos; bautícenlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Por mi parte, yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo. Eso significa que hemos sido invitados primero a recibir para luego profesar voluntariamente nuestra fe, es decir debemos transmitir las enseñanzas de Jesús, porque el servicio y el testimonio de la fe son requeridos para la salvación. Según leemos en Mt 10,32-33, Jesús dijo: “Si alguien se declara a mi favor delante de los hombres, yo también me declararé a favor de él delante de mi Padre que está en el cielo; pero al que me niegue delante de los hombres, yo también lo negaré delante de mi Padre que está en el cielo.»

Entonces, como miembros de la Iglesia formada por Cristo, debemos cumplir su mandato: «enseñen a todas las gentes, háganlas mis discípulos» (Mt 28,19-20), y esforzarnos «para que la palabra de Dios sea difundida y glorificada» (2 Tes 3, I). Ante todo, elevemos «peticiones, súplicas, plegarias y acciones de gracias por todos los hombres… Porque esto es bueno y grato a Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (I Tim, 2, 1-4).

Y como discípulos, en la formación de nuestra conciencia debemos prestar diligente atención a la doctrina sagrada y cierta de la Iglesia. Pues por voluntad de Cristo la Iglesia católica es la maestra de la verdad, y su misión consiste en anunciar y enseñar auténticamente la verdad, que es Cristo. Y procuremos comportarnos con sabiduría con los que no creen, difundir «en el Espíritu Santo, con amor no fingido y con  palabras de verdad» (2 Co 6, 6-7) la luz de la vida, con toda confianza y fortaleza apostólica.

Porque como discípulos suyos, tenemos la obligación de conocer cada día mejor la verdad que Cristo enseñó, así como anunciarla y defenderla, quitando lo que sea contrario al Evangelio. Sin embargo, la caridad de Cristo nos debe impulsar a tratar con amor, prudencia y paciencia a los hombres que viven en el error o en la ignorancia de la fe.

Hacerse discípulo de Jesús significa aceptar la invitación a pertenecer a la familia de Dios, a vivir en conformidad con su manera de vivir, cumpliendo Los Mandamientos. También, llevar la cruz de cada día, pues quien soporta la penosa fatiga del trabajo en unión con Jesús coopera, en cierto sentido, con el Hijo de Dios en su obra redentora y se muestra como su discípulo cada día, en la actividad que deba cumplir.

Como discípulos de Jesús, debemos «permanecer en su palabra», para conocer «la verdad que nos hace libres» (Jn 8,31-32) y que santifica (Jn 17,17). Seguir a Jesús es vivir con el «Espíritu de verdad» (Jn 14,17) que el Padre envió en su nombre (Jn 14,26) y que nos conduce «a la verdad completa» (Jn 16,13). Además, debemos mantenernos firmes en la fe en Jesús mediante los sacramentos, de modo que nuestra antigua naturaleza, con sus malas inclinaciones, quede crucificada con Cristo.

El Señor nos pide mirarlo todo con la confianza de hijos que sabemos no seremos abandonados por el Padre que nos proveerá de todo lo que necesitamos para vivir con la dignidad de hijos suyos (Lc 11,11-13) por lo que debemos servirnos de las cosas, pero también compartirlas con los demás. Esto significa que debemos ser abnegados que es otra característica de los discípulos de Jesús. Mt 16,24: Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y sígame. Tomar la cruz y seguir a Jesús significa crucificar nuestra propia carne, Los que son de Cristo Jesús, ya han crucificado la naturaleza del hombre pecador junto con sus pasiones y malos deseos dice San Pablo en Gal 5,24. Ser abnegado también significa preferir los intereses de Cristo a los propios, como Él dijo, según leemos en Lc 14,26: “Si alguno viene a mí y no me ama más que a su padre, a su madre, a su esposa, a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, y aun más que a sí mismo, no puede ser mi discípulo.”

Y San Pablo recomienda en Ro 6,12-13: “No dejen ustedes que el pecado siga dominando en su cuerpo mortal y que los siga obligando a obedecer los deseos del cuerpo. No entreguen su cuerpo al pecado, como instrumento para hacer lo malo. Al contrario, entréguense a Dios, como personas que han muerto y han vuelto a vivir, y entréguenle su cuerpo como instrumento para hacer lo que es justo ante él.

Decídete a seguir a Cristo y vive como verdadero discípulo suyo, obedécele y sigue sus enseñanzas, y como dice el Padre Ernesto María Caro: “Cada cristiano es enviado a proclamar la libertad a los cautivos, a los que viven presos del pecado y del egoísmo; a dar la vista a los ciegos, a los que no se dan cuenta de lo hermoso que es vivir en gracia en este mundo maravilloso que Dios creó para nosotros; a liberar a los oprimidos por la angustia y la desesperación que causa el materialismo y a proclamar el año de gracia del Señor, es decir, un tiempo propicio para regresar a Dios.”

Que el Señor nos conceda la gracia y el valor de ser profetas en nuestros propios ambientes, para la gloria de Dios y bendición de nuestro prójmo.

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