JESÚS TRANSFORMADOR DE VIDAS
JESÚS TRANSFORMADOR DE VIDAS
Jesús tenía un poder de atracción, algo que atraía a las gentes. Muchos se acercaron por simple curiosidad a ese profeta que sanaba. Sin embargo, había quienes sentían hacia él algo más que curiosidad. Su mensaje les convenció y estuvieron de acuerdo con su mensaje y, aunque no abandonaron su casa para seguirle, le ofrecieron ayuda y hospitalidad cuando se acercaba a su aldea. También hubo un grupo de discípulos, hombres y mujeres que lo acompañaron en su vida ambulante y colaboraron con él de diversas maneras. Pero, para formar un grupo más estable y cercano Jesús eligió a doce. Los diferentes grupos de personas que tuvieron contacto con Él, podemos entonces clasificarlos así: las “muchedumbres”, que se acercaban sobre todo por curiosidad, los “adeptos”, que le acogían en su casa, los “seguidores”, que le acompañaban en sus recorridos, y el grupo más íntimo, los “Doce”, sus apóstoles.
Jesús provocó un verdadero impacto en las gentes sencillas de Galilea. Primero fue sorpresa y curiosidad, luego, esperanza y entusiasmo. Muchos se acercaron a escuchar sus parábolas y bastantes le llevaban a sus familiares enfermos o le pedían que fuera a sus casas para curar a algún ser querido. Eran gentes que iban y venían, que lo acompañaban hasta las aldeas vecinas y luego se volvían a su pueblo. Los Evangelios afirman que Jesús atraía a grandes multitudes pues movilizaba a las gentes y provocaba su entusiasmo.
Lo confirmó el historiador Flavio Josefo, quien, a finales del siglo I, en su libro Antigüedades de los judíos 16, 3, 3; asegura que Jesús “atrajo a muchos judíos y también a muchos de origen griego”. Esta popularidad nunca decayó. Duró hasta el final de su vida.
Durante mucho tiempo se pensó que, después de una acogida entusiasta, durante la “primavera de Galilea”, las gentes fueron abandonando a Jesús, pero la investigación actual defiende con argumentos convincentes que la popularidad de Jesús siguió creciendo hasta su detención en Jerusalén.
Era fácil acercarse a Jesús, pues casi siempre hablaba al aire libre, muchas veces a orillas del lago de Galilea, aprovechando los lugares cercanos a los pequeños embarcaderos adonde la gente acudía a recoger el pescado. En ocasiones buscaba un lugar más tranquilo en la ladera de alguna de las colinas. A veces se detenía a descansar en algún recodo del camino porque cualquier lugar era bueno para sentarse y anunciar su mensaje. También hablaba en las pequeñas plazas de las aldeas. Pero, sin duda, su lugar preferido eran las sinagogas, cuando los vecinos se reunían para celebrar el sábado. El gentío podía ser agobiante. Pero los “detalles” que nos proporcionan los Evangelios hacen pensar en la fuerte atracción que provocaba Jesús, como cuando narran que un día tuvo que hablar a la gente desde una barca, mientras ellos se sentaban en la orilla o cuando unos hombres, que traían en una camilla a un paralítico, intentaban meterlo en la casa en donde se encontraba Jesús para colocarlo delante de él. Y como no encontraban por dónde introducirlo a causa del gentío, subieron al terrado, y por entre las tejas lo descolgaron en la camilla hasta ponerlo en medio, delante de Jesús. Hubo momentos en que la multitud le apretujaba hasta no dejarle apenas caminar, como cuando la hemorroísa se acercó por detrás para tocar el borde de su manto. En otra ocasión fueron tantos los que iban y venían que no le dejaban ni comer; Jesús llegó a tener que pedir a sus discípulos que lo acompañaran a un lugar tranquilo para “descansar un poco”. (Mr 3,9; 5,31; 6,31-32. Lc 5,19; 8, 42-44)
La mayor parte de los que iban tras Jesús para escuchar sus parábolas y ver sus curaciones pertenecía a los estratos más pobres y desgraciados, gentes sencillas e ignorantes sin ningún relieve social; pescadores y campesinos que vivían de su trabajo; familias que le llevaban a sus enfermos; mujeres que se atrevían a salir de casa para ver al profeta; mendigos ciegos que trataban de atraer a gritos la atención de Jesús; aunque también “pecadores” que vivían alejados de la Alianza y que no practicaban la ley; así como vagabundos y gentes sin trabajo. Y a Jesús se le conmovía el corazón cuando los veía “maltrechos y abatidos, como ovejas sin pastor” como mencionan Mt 9,36 y Mr 6,34.
Pero a Jesús se acercaban también personas de posición social y económica notorias: como Zaqueo, un rico recaudador de impuestos de Jericó; o Jairo, jefe de la sinagoga de Cafarnaún; o el “centurión” también de Cafarnaún, que estaba al servicio de Antipas.
Pero la curiosidad de estas gentes no siempre se tradujo en una unión profunda y duradera. Aun cuando le escuchaban con admiración, se resistían a su mensaje porque les resultaba difícil el cambio de actitud que Jesús esperaba de ellos. Al parecer, poblaciones como Corozaín, Betsaida, Cafarnaún rechazaron su mensaje o permanecieron indiferentes. Como también sucedió en Nazaret, en donde vivió durante casi toda su vida, por lo tanto, en donde lo conocían muy bien, como el hijo del obrero, donde luego de leer el libro del profeta Isaías con el cual presentó su programa de acción al inicio de su ministerio, los habitantes que estaban en la sinagoga se levantaron enardecidos, le echaron fuera de la ciudad y lo llevaron hasta la cima del monte sobre el que estaba edificado su pueblo para intentar despeñarle. Sin embargo, a pesar de esos rechazos y amenazas, fueron muchos los que aceptaron con agrado sus enseñanzas.
Entre estos hubo personas y familias enteras que le manifestaron una unión cordial. Su entusiasmo no fue un sentimiento pasajero pues algunos le siguieron por los caminos de Galilea. Otros no pudieron abandonar sus casas, pero estuvieron dispuestos a colaborar con él de diversas maneras. De hecho, son los que le ofrecieron alojamiento, comida, información y todo tipo de ayuda cuando llegaba a sus aldeas. Sin su apoyo, difícilmente hubiera podido moverse el grupo de discípulos ambulantes que caminaban acompañando a Jesús. Bastantes de ellos eran, probablemente, familiares de enfermos curados por Jesús o amigos y vecinos que deseaban agradecer de alguna manera su visita al pueblo. Estos partidarios devotos repartidos por los pueblos de Galilea y Judea constituyeron verdaderos “grupos de apoyo” que colaboraron estrechamente con Jesús. Nunca se les llamó discípulos, pero fueron personas que le escucharon con la misma fe y devoción que los que le acompañaron en su vida ambulante.
No conocemos mucho de estos seguidores, pero sabemos que, cuando subía a Jerusalén, Jesús no se alojaba en la ciudad santa; iba a Betania, una pequeña aldea situada a unos tres kilómetros de Jerusalén, donde se hospedaba en casa de tres hermanos de los que Juan dice “Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro” (11,5). Otra manifestación de amistad y cariño para con Jesús la vemos cuando fue invitado a comer por un leproso de Betania al que anteriormente había curado Mt 26,6 y Mr 14,3. Y una más, la persona de la aldea de Betfagé, cercana a Betania a quien Jesús envió a sus discípulos por un borrico con el que entró a Jerusalén. Mt 21,1; Mr 11,1; Lc 19,29. También Lc 22,10-12 informa de un amigo que vivía en Jerusalén y les preparó la sala para celebrar aquella cena memorable en la que Jesús se despidió de quienes lo habían acompañado desde Galilea.
Estos seguidores constituyeron un grupo cercano a Jesús, integrado por hombres y mujeres que, atraídos por Jesús, abandonaron su familia, al menos durante un tiempo, y se aventuraron a seguir a Jesús en su vida ambulante. Durante algo más de dos años, compartieron su vida con él, escucharon el mensaje que repetía en cada aldea, admiraban la fe con que curaba a los enfermos y se sorprendían una y otra vez del afecto y la libertad con que acogía a su mesa a pecadores y gentes de mala fama.
Regularmente caminaban unos metros detrás de Jesús. Mientras hablaban de sus cosas, Jesús maduraba en silencio sus parábolas. Juntos pasaron momentos de sed y también de hambre, como deja entrever Mr 2,23-28 en donde narra el episodio de los discípulos de Jesús arrancando espigas para satisfacer su hambre. Cuando llegaban a una aldea, ellos eran quienes buscaban algunas familias de simpatizantes que los acogieran en sus casas; los que buscaban agua y disponían lo necesario para sentarse a comer. Esos discípulos se ocupaban también de que la multitud pudiera escuchar con tranquilidad a Jesús. A veces le procuraban una barca para que todos le pudieran ver mejor desde la orilla en donde se sentaban para escucharlo. Y cuando terminaba la jornada, despedían a la gente y se preparaban para descansar. Esos eran los momentos en que podían conversar con Jesús tranquilamente. Estos discípulos, hombres y mujeres, fueron sus confidentes, y los mejores amigos que tuvo durante su vida de profeta ambulante. La información sobre los detalles concretos de la vida ambulante de los discípulos la encontramos, en su mayor parte, en los evangelios.
No sabemos exactamente cuántos eran esos seguidores, pero constituían un grupo más amplio que los “Doce”. Entre ellos había hombres y mujeres de diversa procedencia. Algunos eran pescadores, otros campesinos de la Baja Galilea. Pero encontramos también a un recaudador que trabajaba en Cafarnaún y que se llamaba Leví, hijo de Alfeo. Hubo algunos que anduvieron con Jesús desde el principio, como Natanael, un galileo de corazón limpio, y dos varones muy apreciados más tarde en la comunidad cristiana, que se llamaban José Barsabás, al que llamaban “el Justo”, que había sido discípulo constante desde la época de Juan el Bautista, y que fue uno de los primeros discípulos, quizás de los setenta que menciona Lc 10,1 y Matías que fue el elegido para sustituir a Judas Iscariote dentro del grupo de los Doce.
También se agregó al grupo de seguidores Bartimeo un ciego de Jericó que había sido curado por Jesús, según dice Mr 10,46-52.
A los integrantes de este grupo tan heterogéneo que compartió la vida itinerante de Jesús se les llamó “discípulos”. Pero ahora, podemos considerarnos discípulos de Jesús todos los que, considerándolo como nuestro Señor y Salvador, seguimos sus enseñanzas y vivimos según sus enseñanzas y las damos a conocer con nuestro testimonio y compartiendo lo que dice la Sagrada Escritura.
Si tú, aun no has reconocido a Jesús como tu Salvador, si no has aceptado que se entregó para, por medio de su pasión y muerte en la cruz, pagar en tu lugar, el castigo que mereces por haber ofendido a Dios, al ir en contra de sus Mandamientos y enseñanzas, es decir, por haber pecado, puedes hoy dedicar un tiempo para meditar en tu conducta y hacerte el propósito de iniciar una nueva vida tomado de la mano de Jesús, el Hijo de Dios Padre, Dios hecho hombre. Esto requiere que, consciente de tus pecados, te arrepientas por haber ido en contra de su voluntad, y desees ser libre de las ataduras del pecado y deseas también disfrutar de paz, la paz que sobrepasa todo entendimiento que solo en Él podemos encontrar y desees también ser libre y sentirte verdaderamente feliz y amado o amada. – Si estás dispuesto, y deseas que las cadenas de pecado sean rotas y quedes libre de la esclavitud que te mantiene atrapado en la tristeza, la ira, el descontento, la frustración y todo lo que te haga sentir mal y cargado de culpa, puedes pedirle a Jesús que venga a ti como tu Señor y te libere de todo ello y te de una nueva vida, la que Él ofreció, una vida plena, abundante. Por lo que, si sientes la necesidad de establecer una relación con Dios, te invito a que, en actitud de oración, inclines tu rostro y hagas conmigo la siguiente oración:
“Señor Jesús, sé que eres Dios, el Hijo de Dios Padre, que moriste por mí y que resucitaste. Reconozco mi necesidad de ti, por eso hoy te abro mi corazón y te entrego lo que soy y lo que tengo. Me arrepiento de haberte ofendido y te pido perdón. Hoy abro mi corazón para que entres en él como “mi Salvador y mi Señor”. Te pido que reines en mi vida, que tu Espíritu Santo me dirija de hoy en adelante y me conduzca por tu camino de justicia, amor y paz, porque quiero mantenerme grato a ti. Yo haré mi esfuerzo para lograrlo, pero te pido, Señor, tu gracia para acudir al Sacramento de la Confesión y reconciliarme contigo, y al Sacramento de la Eucaristía para que, al tomarte en la comunión, me fortalezcas espiritualmente para mantenerme firme en tu Voluntad, en tus Mandamientos y tus Enseñanzas, Amén. //
Ahora mantente firme y persevera en la búsqueda de la voluntad de Dios que se encuentra en la Biblia, por eso léela, estúdiala y medita en su contenido para hacerla tu forma de vida. También acude a la Iglesia, a un grupo de estudio bíblico o de oración para tener alguien que te enseñe, te ayude y te apoye en los momentos de flaqueza, porque has de saber que el enemigo de tu alma estará tentándote siempre; pero si te mantienes firme y vives según las enseñanzas de Jesús, podrás decir no a las tentaciones, porque Él estará contigo y te ayudará a salir victorioso en cada batalla. Pero haz tu parte, comunícate con Dios en oración, exprésale tu necesidad, tu dificultad y escucha con atención, porque Dios hablará a tu corazón. Pero no dediques tu oración para pedirle, también dale gracias por la oportunidad que te da de acercarte a Él para conocerlo, agradécele todo cuanto tienes, (por mucho o poco que sea), y por tantas manifestaciones de amor que has recibido sin que te dieras cuenta, alábalo, bendícelo, glorifícalo y adóralo por ser tu amoroso Padre.
Lee la Biblia para conocer lo que debes hacer para obtener las bendiciones que tiene para ti y también conocer lo que no debes hacer, porque con ello solo encontrarás maldición, como dice en el Deuteronomio capítulos 28 y 30 que te aconsejo que leas.
Debes hacer tu parte y luchar para no ser vencido nuevamente, pero, no te desanimes, pues Dios te dice hoy, como le dijo a Josué: “Esfuérzate y sé valiente y yo mismo estaré contigo.” Dt 31,23; y así fue, el Señor le dio la victoria Josué en todas las batallas que debieron combatir los israelitas hasta que tomaron posición de la tierra prometida. Y debes tener la certeza de que también estará contigo en todas tus batallas, pues por ser Su promesa, no dejará de cumplirse.
Que Dios te bendiga.