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EXPERIENCIAS DE JESÚS EN EL CAMPO

EXPERIENCIAS DE JESÚS EN EL CAMPO

Hemos hablado ya, sin dar mayores detalles, de las sencillas casas de adobe de Nazaret, y para tener un concepto más cercano a la realidad en la que Jesús vivió, describiré lo que la arqueología nos ha enseñado al respecto. La mayoría de la población, probablemente un 70% de campesinos y un 5% de artesanos, vivía en casas sencillas de adobe, con dos plantas, abajo los animales y arriba dormían las personas. Se trataba de pequeñas familias, de 4 a 6 personas, que compartían con otras, un patio y alguna pequeña habitación común para hacer la comida, o unos almacenes conjuntos, con un sitio para almacenar el trigo. Este era el modelo de familia más normal en aquella época y en ese ambiente, es muy probable que Jesús haya tenido una experiencia humanamente muy rica y muy gozosa de lo que significa la familia, lo cual le permitiría obtener una vivencia profundamente familiar de lo divino, razón por la que habla de Dios como Padre, llamándolo Abba, y esto solo se puede decir cuando uno lo ha sentido profundamente.
En las ciudades llamaban a los habitantes de las aldeas rurales ‘am ha-‘arets, expresión que literalmente significa “gente del campo”, pero se utilizaba en sentido despectivo para calificar a gentes rudas e ignorantes. Esto explica la reacción “¿De Nazaret puede salir algo bueno?” (Jn 1,46). Esta es la impresión que se tenía de sus habitantes, por lo tanto, también de Jesús.
La vida en Nazaret era dura. El hambre era una amenaza real en tiempos de sequía severa o después de una mala cosecha.
La tierra de Israel, por ser montañosa, tiene más necesidad de lluvia que otras tierras, por ejemplo, los grandes valles regados por los ríos de Mesopotamia y Egipto; por lo que el hambre era más común en Israel que en cualquier otro lugar. Y a veces los campesinos debían dejar su tierra debido al hambre, como hicieron Abraham, Isaac y Elimelec. Otra causa de hambruna por causas naturales fueron las malas cosechas debido a plagas y enfermedades. Pero también, el hambre fue causada por los saqueos en tiempo de guerra.
Jesús no conoció dos períodos de hambruna que se dieron en Palestina, una en tiempos de Herodes el Grande y otra años después de su muerte, sin embargo, la vida itinerante de Jesús y su grupo era especialmente difícil, como se deja entrever en Mr 2,23-27 en donde el evangelista narra que, en cierta ocasión, los discípulos, urgidos por el hambre, se pusieron a arrancar espigas para comerse los granos.
Las familias campesinas hacían todo lo posible para alimentarse de los productos de sus tierras sin tener que depender de otros. Su alimentación era escasa; constaba principalmente de pan, aceitunas y vino; comían frijoles o lentejas con alguna verdura y completaban la dieta con higos, queso o yogur. En alguna ocasión se comía pescado salado y la carne estaba reservada solo para las grandes celebraciones y la peregrinación a Jerusalén. La esperanza de vida se situaba más o menos en los treinta años. Eran pocos los que llegaban a los cincuenta o los sesenta. La mayoría de los esqueletos conservados muestran una gran falta de hierro y proteínas. En muchos se observa una artritis severa.
Dos eran las grandes preocupaciones de estos campesinos: la subsistencia y el honor, que para ellos era muy importante. Lo primero era subsistir después de pagar todos los tributos y recaudaciones, sin caer en la espiral de las deudas y chantajes a los que los sometían los poderosos. El problema con el que tenían que enfrentarse siempre, era tener con qué alimentar a la familia y a los animales, y, al mismo tiempo, guardar semilla para la siguiente siembra, lo cual se manifiesta cuando Jesús, al enseñar a orar al Padre, una de las peticiones es: “Danos el pan que necesitamos cada día”. Esta se encuentra en Mt 6,11 y Lc 11,3.
En cuanto al dinero, en el pequeño pueblo de Nazaret apenas circulaba, allí más bien se intercambiaban productos o se pagaba con ayuda temporal en el campo, prestando animales para trabajar la tierra o con otros servicios, ya que los vecinos de estas aldeas de Galilea se dedicaban al trabajo del campo, siguiendo el ritmo de las estaciones, a excepción de algunos artesanos de la construcción y algún alfarero o curtidor. Según la Misná, que es la recopilación de comentarios rabínicos a la ley de Moisés transmitidas oralmente entre los judíos, el trabajo estaba distribuido y organizado: la mujer trabaja dentro de la casa preparando la comida y limpiando o reparando la ropa; el hombre trabaja fuera del hogar, en las diferentes faenas del campo. Aunque probablemente no era así en las aldeas pequeñas, pues en tiempos de cosecha, por ejemplo, toda la familia, incluso mujeres y niños, trabajaban en la recolección. Además, las mujeres salían para traer agua o leña, y no era raro ver a los hombres tejiendo o reparando el calzado.
Jesús, como miembro de una de esas pequeñas aldeas, conocía bien esta vida rural. Sabía del cuidado que hay que tener para arar en línea recta sin mirar hacia atrás, y menciona esto cuando dice, como leemos en en Lc 9,62, “El que pone la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios.” Conocía también el trabajo de los sembradores, que a veces no produce buenos resultados, se había fijado que el grano debe quedar bien enterrado para que pueda germinar, como menciona en la parábola del sembrador que se encuentra en Mr 4,3-9, ahí Jesús dice: “Escuchen esto: El sembrador salió a sembrar. Al ir sembrando, una parte de la semilla cayó a lo largo del camino, vinieron los pájaros y se la comieron. Otra parte cayó entre piedras, donde había poca tierra, y las semillas brotaron en seguida por no estar muy honda la tierra. Pero cuando salió el sol, las quemó y, como no tenían raíces, se secaron. Otras semillas cayeron entre espinos: los espinos crecieron y las sofocaron, de manera que no dieron fruto. Otras semillas cayeron en tierra buena: brotaron, crecieron y produjeron unas treinta, otras sesenta y otras cien.”
También había observado cómo van brotando las espigas sin que el labrador sepa cómo ocurre y lo menciona cuando hace la comparación del Reino de Dios que se encuentra en Mr 4, 26-29 ahí dice: “Un hombre esparce la semilla en la tierra, y ya duerma o esté despierto, sea de noche o de día, la semilla brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da fruto por sí misma: primero la hierba, luego la espiga, y por último la espiga se llena de granos. Y cuando el grano está maduro, se le mete la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha.”
Además, sabe la diferencia entre el trigo y la cizaña, y también utilizó ese conocimiento en otra parábola que encontramos en Mat 13,24-30, ahí leemos: Jesús les propuso otra parábola: “Aquí tienen una figura del Reino de los Cielos. Un hombre sembró buena semilla en su campo, pero mientras la gente estaba durmiendo, vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue. Cuando el trigo creció y empezó a echar espigas, apareció también la cizaña. Entonces los servidores fueron a decirle al patrón: “Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde, pues, viene esa cizaña?” Respondió el patrón: “Eso es obra de un enemigo.” Los servidores le preguntaron: “¿Quieres que arranquemos la cizaña?” “No, dijo el patrón, pues al quitar la cizaña podrían arrancar también el trigo. Déjenlos crecer juntos hasta la hora de la cosecha. Entonces diré a los segadores: Corten primero la cizaña, hagan fardos y arrójenlos al fuego. Después cosechen el trigo y guárdenlo en mis bodegas.”
Jesús sabía que durante un periodo, el trigo y la cizaña se parecen tanto que es difícil diferenciarlos; poseen el mismo color verde, y el tallo y las hojas son similares. Pero cuando maduran, surgen las diferencias. El trigo cambia a un color dorado, mientras que la cizaña continúa siendo verde. Sus raíces también poseen diferencias: las de la cizaña se esparcen y se entrelazan en las raíces de otras plantas, haciendo que, al intentar arrancarla, también se termine extrayendo a las demás plantas. De ahí la explicación del Señor Jesús.
Otro aspecto, y el más importante, es en relación con la fructificación. Los «frutos» de la cizaña se secan antes de madurar y no pueden ingerirse, ya que son tóxicos. En cambio, los del trigo son saludables y producen una de las mayores fuentes de alimento.
El trigo tiene tallos largos y erectos, pero por dentro son huecos y una característica muy importante es que cuando los granos están maduros, son pesados y las espigas se doblan por el peso, mientras que la cizaña se mantiene erguida, porque sus granos secos no pesan. Eso diferencia ambas plantas, el trigo al doblarse deja a la vista la cizaña erguida. Eso facilita que se corte solo la cizaña dejando la cosecha del trigo para después.
Jesús también sabía la paciencia que hay que tener con la higuera para que llegue a dar fruto algún día y lo utilizó para mostrar que Dios nos tiene paciencia, y no solo espera, sino que nos cuida y nos guía para que demos fruto. Para lo cual utilizó otra parábola que encontramos en Lc 13,6-9. Ahí dice Jesús: “Un hombre tenía una higuera que crecía en medio de su viña. Fue a buscar higos, pero no los halló. Dijo entonces al viñador: “Mira, hace tres años que vengo a buscar higos a esta higuera, pero nunca encuentro nada. Córtala. ¿Para qué está consumiendo la tierra inútilmente?” El viñador contestó: “Señor, déjala un año más y mientras tanto cavaré alrededor y le echaré abono. Puede ser que así dé fruto en adelante y, si no, la cortas”.
Todo lo que vió durante su vida en el campo le sirvió para anunciar su mensaje utilizando ejemplos de temas conocidos por la gente humilde, con palabras sencillas y claras.
Junto a la subsistencia a esas personas les preocupaba el honor de la familia porque la reputación era muy importante. El ideal era mantener el honor y la posición del grupo familiar, sin quitar nada a los demás y sin permitir que otros la dañaran. Todo el clan permanecía vigilante para que nada pudiera poner en entredicho el honor familiar. Sobre todo, se vigilaba de cerca a las mujeres, pues podían poner en peligro el buen nombre de la familia. Y esto por diversas razones: por mantener una relación sexual con alguien sin el consentimiento del grupo; por divulgar secretos de la familia o por actuar de forma vergonzosa para todos y hasta por no dar hijos varones. A ellas se les inculcaba castidad, silencio y obediencia. En Nazaret, éstas eran probablemente las principales virtudes de una mujer.
Y cuando Jesús abandonó su familia, puso en peligro el honor de la familia, del clan. Su vida errante, lejos del hogar, sin oficio fijo, y haciendo cosas que nadie había visto, como realizar exorcismos y curaciones mientras anunciaba un mensaje desconcertante, era un escándalo para toda la familia. Recordemos que en Nazaret, como en los otros pueblos pequeños, todos sus habitantes se consideraban familia, de ahí su reacción que narra Mr 3,21: “Cuando sus parientes se enteraron, fueron a buscarlo para llevárselo, pues pensaban que se había vuelto loco.”
Jesús, por su parte, con esa misma cultura, se quejará de sus vecinos de Nazaret de que no le aprecien y acojan como corresponde a un profeta cuando dice: “En todas partes se honra a un profeta, menos en su propia tierra, entre sus parientes y en su propia casa.” Mr 6,4 también en Lc 4,24 y Jn 4,44.
De la misma manera que Jesús habló, de forma sencilla y clara, para que sus contemporáneos pudieran entender su mensaje, hoy sigue siendo claro para todos. Aunque será más fácil que lo comprendamos en la medida en que conozcamos los antecedentes de Jesús y los elementos que sirvieron para dar los ejemplos en sus enseñanzas, pues de esa forma podremos hacerlos nuestros y podremos aplicarlos a nuestra vida. Desde luego eso implica que conozcamos las Sagradas Escrituras, por lo que debemos leerlas, estudiarlas y meditarlas. Pero también debemos reconocer que, por ser aspectos espirituales, necesitamos la dirección del Espíritu Santo que nos mostrará cómo podemos aplicar cada lectura a nuestra vida y así vayamos siempre por el camino que nos llevará a la presencia del Padre, que es lo que Jesús de Nazaret pretendió con sus enseñanzas, ya que como Él dice Jn 10,10b: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”. Que Así sea.

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