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EL SACRAMENTO DE LA CONFIRMACIÓN

EL SACRAMENTO DE LA CONFIRMACIÓN

Para iniciar el tema del Sacramento de la Confirmación, es necesario conocer el significado de la palabra Confirmación. Esta palabra deriva del latín confirmare, que significa afirmar, es decir: ”hacer más firme, fortificar, perfeccionar”, por lo que a este Sacramento se le llama también:

  • “El perfeccionamiento del Bautismo”, porque hace perfecto a quien el bautismo había hecho santo, aumentando esa santidad.
  • “Sacramento de la plenitud”, porque llena el alma de los dones del Espíritu Santo, y
  • “Sello del Espíritu Santo porque el espíritu Santo viene por este sacramento a tomar posesión del alma y la marca para siempre como de su propiedad.

Es un sacramento de institución divina, pues aun cuando la Sagrada Escritura no dice ni cómo, ni cuando, ni donde lo instituyó Jesucristo, nos asegura que los apóstoles lo administraban cuando dice: “Imponían las manos sobre ellos y recibían el Espíritu Santo” Hch 7,17, y puesto que confería la gracia, los apóstoles no lo habrían administrado, si no hubiesen recibido de su maestro la debida enseñanza, autorización y orden de hacerlo.

Santo Tomás opina que Jesucristo lo instituyó el jueves santo en la noche de la cena, cuando prometió enviar el Espíritu Santo y, según la tradición apostólica, enseñó la manera de confeccionar el Santo Crisma.

Como dije, en el Bautismo y la Confirmación, la participación en la misión de Cristo es concedida de una vez para siempre y confieren un carácter espiritual indeleble que no puede ser reiterado ni ser conferido solamente por un tiempo determinado. Pero debemos comprender lo que este sacramento significa y para que sea fácil, haré una comparación: Así como a nuestro cuerpo no le basta con nacer, sino que necesita crecer y fortalecerse, para lo cual es necesario que se alimente; así también el alma no le basta el Bautismo por el cual nace a la gracia divina, sino que necesita de un Sacramento que la perfeccione, ese sacramento es la Confirmación.

Es como decir que “por el Bautismo se alista el hombre para la milicia, es decir, se prepara para la guerra; y por la Confirmación toma fuerzas para el combate, pues se alista publica y solemnemente en las filas de los combatientes, para tomar parte en la lucha entre Jesucristo y Satanás”, pues en el momento de la confirmación, ante el cielo y la tierra, se imprime sobre su frente y misteriosamente en su alma, el sello del gran Rey de los ejércitos: “la cruz”, que es la marca de su real carácter, signo de fortaleza y prenda de su victoria.

El aceite que se unge en su frente desaparece pronto; pero la señal formada con el sacramento, queda eternamente esculpida en el alma, y el confirmado no podrá jamás desertar sin ser reconocido en todas partes por el Comandante del ejército celestial a cuyo servicio quedó obligado.

Tomemos en cuenta que considerarse soldado de Cristo era lo que daba a los mártires energías poderosas para confesar públicamente su fe religiosa y soportar con invencible fortaleza los más atroces suplicios.

En la Biblia hay varios ejemplos de cómo la unción llenó del Espíritu Santo a algunos personajes preparándolos y dirigiéndolos en la labor que debían llevar a cabo, de acuerdo al plan de Dios, como encontramos en 1 Sam 16,13 en donde David, en la casa de su padre, es ungido con aceite por el profeta Samuel. Así también por el Bautizo, somos ungidos y constituidos herederos de la gloria. David fue nuevamente ungido en Hebrón cuando comenzó a reinar y a combatir contra los enemigos del pueblo de Dios; así también,  el cristiano es nuevamente ungido  en la confirmación a fin de que pueda combatir contra sus enemigos espirituales y salir victorioso.

En Hch 8,14-17, también se nos muestra la diferencia entre Bautismo y Confirmación, ahí dice: “Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaría había recibido la palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Éstos, nada más llegar, rezaron por ellos, para que recibieran el Espíritu Santo, pues aún no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que sólo estaban bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo.Aquí se ven, pues, los dos ritos, el Bautismo que recibieron primero, y la confirmación que recibieron después, cuando se manifestó el Espíritu Santo en ellos.

Desde el Antiguo Testamento, los profetas anunciaron que el Espíritu del Señor reposaría sobre el Mesías esperado y le daría sus dones, como menciona Is 11,2 para realizar su misión salvífica, lo cual fue confirmado por el mismo Jesús, como dice Lc 4,16-22: “Jesús llegó a Nazaret, donde se había criado, y según su costumbre entró en la sinagoga el sábado y se levantó para leer. Entonces le entregaron el libro del profeta Isaías y, abriendo el libro, encontró el lugar donde estaba escrito:

«El Espíritu del Señor está sobre mí, por lo cual me ha ungido para evangelizar a los pobres, me ha enviado para anunciar la redención a los cautivos y devolver la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos para promulgar el año de gracia del Señor. Y enrollando el libro se lo devolvió al ministro y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Y comenzó a decirles: -Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír.

El descenso del Espíritu Santo sobre Jesús en su Bautismo por Juan fue el signo de que él era el que debía venir, el ungido, el Mesías, el Hijo de Dios, como dicen Mt 3,16 y Jn 1,33-34.

Habiendo sido concebido por obra del Espíritu Santo, toda su vida y toda su misión se realizan en una comunión total con el Espíritu Santo que el Padre le da «sin medida» como dice San Juan en 3,34 del evangelio

Ahora bien, esta plenitud del Espíritu no debía permanecer únicamente en el Mesías, sino que debía ser comunicada a todo el pueblo (Ez 36, 27; Joe 3,1-2). En repetidas ocasiones Cristo prometió esta efusión del Espíritu (Lc 12,12; Jn 3,5-8; Jn 7,37-39; Jn 16,7-15; Hch 1,8), promesa que realizó primero el día de Pascua (Jn 20,22) y luego, de manera más manifiesta el día de Pentecostés (Hch 2,1-4) cuando llenos del Espíritu Santo, los Apóstoles comienzan a proclamar «las maravillas de Dios» (Hch 2,11) y Pedro declara que esta efusión del Espíritu es el signo de los tiempos mesiánicos como dice Hch 2 (Hch 2,17-18), entonces, los que creyeron en la predicación apostólica y se hicieron bautizar, recibieron a su vez el don del Espíritu Santo (Hch 38).

«Desde aquel tiempo, los Apóstoles, en cumplimiento de la voluntad de Cristo, comunicaban a los recién bautizados, mediante la imposición de las manos, el don del Espíritu Santo, destinado a completar la gracia del Bautismo como se lee en Hch 8,15-17 y 19,5-6. Esto explica por qué en la Carta a los Hebreos se recuerda, entre los primeros elementos de la formación cristiana, la doctrina del bautismo y de la imposición de las manos (Heb 6,2). Es esta imposición de las manos la que ha sido,considerada por la tradición católica, como el primitivo origen del sacramento de la Confirmación, el cual perpetúa, en cierto modo en la Iglesia, la gracia de Pentecostés«.

Muy pronto, para mejor significar el don del Espíritu Santo, se añadió a la imposición de las manos una unción con óleo perfumado (crisma). Esta unción ennoblece el nombre de «cristiano» que significa «ungido» y que tiene su origen en el nombre de Cristo, al que «Dios ungió con el Espíritu Santo» (Hch 10,38). Este rito de la unción existe hasta nuestros días tanto en Oriente como en Occidente. En Oriente, este sacramento se llama crismación o unción con el crisma. En Occidente el nombre de Confirmación sugiere que este sacramento al mismo tiempo confirma el Bautismo y robustece la gracia bautismal.

El efecto de este sacramento es la efusión especial del Espíritu Santo, como fue concedida a los Apóstoles el día de Pentecostés, por lo que, la Confirmación confiere crecimiento y profundidad a la gracia bautismal generando en nosotros cinco acciones:

1- nos introduce más en la relación con Dios, relación por la que podemos decir «Abbá, Padre», como dice San Pablo en Ro 8,15.

2- no solo nos une más a Cristo, sino que hace una unión firme;

3- hace más perfecto nuestro vínculo con la Iglesia;

4- nos concede una fuerza especial del Espíritu Santo para que podamos difundir y defender la fe mediante la palabra y las obras como verdaderos testigos de Cristo.

5- Aumenta en nosotros los dones del Espíritu Santo; pues cuando somos ungidos, recibimos los 7 dones que menciona Isaías como las características del Mesías: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, conocimiento, piedad y temor santo.

La Confirmación, en efecto, imprime en el alma una marca espiritual indeleble, el «carácter» que es el signo de que Jesucristo nos marca con el sello de su Espíritu revistiéndonos de la fuerza de lo alto para que seamos sus testigos y podamos cumplir con la orden de Jesús:Ustedes deben dar testimonio. Y yo enviaré sobre ustedes lo que mi Padre prometió. Pero ustedes quédense aquí, en la ciudad de Jerusalén, hasta que reciban el poder que viene del cielo. Lc 24,48-49

A veces se habla de la Confirmación como el «sacramento de la madurez cristiana», sin embargo, es preciso no confundir la edad adulta de la fe con la edad adulta del crecimiento natural. Santo Tomás lo dice así: “La edad del cuerpo no constituye un prejuicio para el alma. Así, incluso en la infancia, el hombre puede recibir la perfección de la edad espiritual de que habla Sabiduría 4,8: `la vejez honorable no es la que dan los muchos días, no se mide por el número de los años’. Así numerosos niños, gracias a la fuerza del Espíritu Santo que habían recibido, lucharon valientemente y hasta la sangre por Cristo.

En cuanto a la preparación que se debe tener para recibir la Confirmación, ésta debe tener como meta: conducir al cristiano a una unión más íntima con Cristo, a una familiaridad más viva con el Espíritu Santo, a su acción, a sus dones y a sus llamadas, a fin de poder asumir mejor las responsabilidades apostólicas de la vida cristiana. Por ello, la catequesis de preparación para recibir el Sacramento de la Confirmación, se esfuerza por provocar el sentido de pertenencia a la Iglesia de Jesucristo, tanto a la Iglesia universal como a la comunidad parroquial.

Pero recibir al Espíritu Santo, no basta, debemos, como en todo, hacer nuestra parte para coservar la gracia, puesto que los combates que debemos sostener son rudos y continuos, como dijo Jesucristo, “el camino del cielo, es muy áspero y difícil”, por lo que los cristianos debemos buscar los auxilios de Dios que obtendremos con la oración como con la recepción de los sacramentos, pues como dice San Pablo: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. Fil 4,13

Teniendo esto en cuenta, consideremos el gran privilegio que significa acceder a este precioso Sacramento y mantengámonos atentos y dóciles al Espíritu Santo. Y si aún no hemos sido confirmados, acerquémonos a nuestra parroquia y preparémonos para recibir el poder y la gracia del Espíritu de Dios y así llegar a ser poderosos instrumentos en la mano de Dios, para gloria suya y bendición de nuestro prójimo. Que así sea.

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