LOS SACRAMENTOS EN GENERAL
Dijimos ya en un programa anterior, que la Biblia, la Oración y los Sacramentos, son los medios para conservar y aumentar la gracia divina. Tratamos ya los dos primeros medios, La Biblia y la Oración, y ahora te presentaremos el tercero, los Sacramentos, aunque en una forma general, pero con la información básica que todo católico debe conocer para aprovechar estos signos que fueron instituidos por nuestro Señor Jesucristo para bendición nuestra, ya que con ellos podemos alcanzar nuestra santificación, que debe ser la meta de nuestra vida.
Para hablar de los Sacramentos, debemos conocer el sentido de la palabra Sacramento. Por ser siete, diré que son los signos sensibles y eficaces de la Gracia Divina, instituidos por Jesucristo nuestro Señor, para bendecirnos, pues son para que alcancemos nuestra santificación, que debe ser el fin último de nuestra vida.
Decimos que son signos sensibles, pues signo es un escrito, una forma o un objeto que sirve para recordarnos una cosa distinta, por ejemplo, la bandera es signo de la patria.
Los Sacramentos son pues, signos exteriores que nos recuerdan cosas o efectos espirituales; como sería la purificación de nuestra alma.
Dice también la definición que esos signos son sensibles, es decir, que se pueden percibir por los sentidos, se pueden ver, oír, tocar. Al respecto dice San Juan Crisóstomo: “Si fueses incorpóreo, (sin cuerpo),Dios te concedería sus dones despojados de toda señal exterior; pero como tu alma está unida al cuerpo, Dios te los concede envueltos, por decirlo así, en cosas materiales, a fin de que puedas caer en la cuenta de haberlos recibido.
La definición agrega que son eficaces de la Gracia Divina, y debemos entonces saber que la palabra eficaz viene del verbo latino “efficere”, que significa hacer, producir. Por lo que podemos concluir que los Sacramentos no son solo signos exteriores, sino que, además, producen la gracia divina. Dios se sirve de ellos para comunicarnos esa gracia, así como los teléfonos nos sirven para comunicarnos con otra persona.
Siendo Dios el único autor y depositario de la gracia, es también el único que puede señalar los medios con que debe distribuirse esa gracia; es el único a quien compete vincular la gracia a unos signos exteriores que por sí mismos no tendrían ningún valor, pero que si lo reciben de la virtud de Dios. En la definición también se menciona que son para que santifiquemos nuestras almas. Con estas palabras estamos indicando que el fin primario de los sacramentos no es el honor de Dios, sino nuestro provecho espiritual, pues son para la santificación de nuestras almas.
Por lo tanto, para que un signo o ceremonia pueda llamarse sacramento, debe reunir tres requisitos:
1° Que sea una cosa sensible que signifique la gracia santificante.
2° Que sea instituido por Dios y
3° Que tenga la virtud de producir la gracia santificante.
Si falta uno de esos elementos, ya no hay sacramento. Ejemplo de esto lo tenemos en las bendiciones que imparte la lglesia, las cuales no son sacramentos, porque aunque vamos, en muchas de ellas, una cosa sensible, como el agua bendita, que no son de institución divina, sino de la Iglesia, por lo que no confieren ni aumentan la gracia santificante.
Los Sacramentos son siete, puesto que así lo definió el Concilio de Trento, un concilio ecuménico de la Iglesia católica desarrollado en veinticinco sesiones entre los años 1545 y 1563, cuyos objetivos fueron definir la doctrina católica y disciplinar a sus miembros condenando la herejía de la Reforma.
En ese concilio se definió que “Si alguien dijera que los Sacramentos de la Nueva Ley son más o menos de siete, a saber: Bautismo, Confirmación, Eucaristía, Penitencia o Reconciliación, Unción de los Enfermos, Orden Sacerdotal y Matrimonio, será anatema”.
Anatema significa excomulgado y sin la posibilidad de recibir los sacramentos. La excomunión es pues, una condena moral, una prohibición que se hace de una persona por su actitud o ideología que se considera perjudicial para la Iglesia. Y cuando digo Iglesia no me refiero a la institución, sino a nosotros los miembros, a quienes somos las piedras vivas de la misma.
Además, desde el comienzo de la Iglesia, siempre ha administrado estos siete sacramentos, como lo demuestran los antiguos rituales o libros de ceremonias que mencionan específicamente siete sacramentos.
Un dato histórico es que no solo la Iglesia latina ha creído en todo tiempo y en todo lugar, que los sacramentos son siete, sino también la Iglesia griega que se separó de aquélla. Al estallar en Alemania el protestantismo, que sólo reconoce dos sacramentos: el Bautismo y la Cena (que es una adaptación que hicieron de la Comunión), algunos teólogos protestantes en 1575, enviaron una copia de su nueva profesión de fe al Patriarca de Constantinopla, Jeremías II, juzgando que éste por su antipatía hacia la Iglesia de Roma, aprobaría los nuevos principios religiosos. Pero se equivocaron; Jeremías, lejos de aplaudir a los protestantes, reprobó duramente sus errores, diciendo que con ello se atraerían la cólera divina y declaró expresamente que siete, ni más ni menos, eran los Sacramentos instituidos por Jesucristo y que respecto al número, la Iglesia griega estaba plenamente de acuerdo con la romana.
Jesucristo dispuso que en la nueva ley reciban los hombres la gracia por el conducto de los Sacramentos; y esto significa, que éste es el único medio de recibirla. Por lo tanto, tenemos verdadera necesidad de recibir los sacramentos.
Así como en el orden temporal, Dios estableció que las plantas procedan de la semilla; así en el orden espiritual ha querido que la gracia nos venga por los sacramentos dignamente recibidos. Quien, por lo tanto, pretendiera recibir la gracia sin los sacramentos, se puede comparar al campesino que, cruzado de brazos, esperara que la tierra espontáneamente le ofreciera los frutos necesarios a su sustento.
Pero esa necesidad no es la misma para todos los sacramentos:
Es absoluta para dos, por lo menos en cuanto al deseo de recibirlos, a saber: el Bautismo, para toda persona, sin excepción; la Penitencia para todas las personas bautizadas, que con uso de razón, después han cometido pecado.
Es relativa para dos sacramentos que sólo pueden recibir algunas categorías de personas: el Orden Sacerdotal, que exige para ser recibido con fruto, la vocación; el Matrimonio, del cual puede decirse, en general, que a él todos somos llamados, pero que somos enteramente libres a no concurrir por circunstancias especiales.
Y es de precepto (es decir que es un mandato u obligación de cumplir, por lo que faltaría gravemente quien pudiendo recibirlos, no lo hace.) Estos son tres sacramentos, la Confirmación, la Unción de los enfermos y la Eucaristía o Comunión.
Todo Sacramento consta de dos elementos: materia y forma.
Materia del sacramento es la cosa sensible que para él se emplea, como es por ejemplo el agua natural en el Bautismo, así como el óleo y el bálsamo en la Confirmación.
Forma del sacramento son las palabras que se pronuncian al hacerlo. Al respecto, dice San Agustín: “Se une la palabra al elemento y se hace Sacramento”. Vemos entonces, que el signo sensible que constituye el sacramento es doble: uno se percibe con la vista (el agua y el óleo) y se llama materia del sacramento; otro se percibe por el oído y se llama forma del sacramento, por ejemplo las palabras “Yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.
Fue necesario unir ciertas palabras, la forma, a la materia para que resultase más comprensible y claro el significado de lo que se hacía, porque es evidente que de todos los signos, las palabras tienen mayor expresión; y, si éstas faltan, será muy difícil de entender lo que significa y demuestra la materia de los sacramentos. Por ejemplo, si el agua puede limpiar, como apagar la sed, y se administrara el Bautismo sin decir palabra alguna, alguien podría interpretar que se da para alivio del alma y no para purificarla. Pero, si mientras se vierte el agua se dice: “Yo te bautizo… etc.”, con el verbo “bautizar” que significa limpiar, purificar, lavar, se da claramente a entender el verdadero significado del agua bautismal.
Notamos pues que la palabra es decir la forma, en los sacramentos, indica el significado de la materia. Pero ambas, tanto la materia como la forma son necesarias ya que, si falta una de ellas, no hay sacramento, aun cuando se efectúen las demás ceremonias que suelen acompañar la administración del sacramento.
Al hombre que administra los sacramentos con la potestad recibida por Dios en nombre de Jesucristo es el Ministro de los sacramentos, y como dije es con la potestad recibida de Dios, por lo que no cualquier hombre puede administrar los sacramentos sino solo aquellos que son designados por Dios para ese ministerio. Siendo los sacramentos cosas santas, requieren sujetos santos o por lo menos santificados con la virtud de un sacramento especial, que es el Orden Sagrado o Sacerdotal.
Sin embargo, la potestad de bautizar fue dada a todos los hombres, aunque pueden ejercitarla solo en casos de necesidad; y en el caso del sacramento del Matrimonio, los ministros son los mismos contrayentes. Los demás sacramentos solo pueden ser administrados por sacerdotes que lo hacen en nombre de Jesucristo que es el principal y verdadero ministro de los sacramentos, y Él (Jesucristo) es quien confiere la Gracia, aunque se vale de los hombres para que actúen como sus representantes.
Y es que Dios, quiere que todos se salven por medio de otros hombres, porque si Dios mismo en persona, fuese el ministro de los sacramentos, ¿quién tendría el valor de acercársele?, Por otra parte, al conceder tanto valor a los hombres, Jesucristo honra notablemente a la humanidad.
En cuanto a las ceremonias de los sacramentos, hay dos clases, las llamadas esenciales, consisten en la aplicación de la materia y la forma indicadas por Jesucristo; estas ceremonias, absolutamente necesarias para la validez del sacramento, no pueden omitirse ni cambiarse. Otras ceremonias llamadas secundarias, son las que acompañan a las esenciales y en caso de necesidad pueden omitirse, pues no se requieren para la validez del sacramento. Estas ceremonias secundarias la Iglesia las realiza con el santo y saludable fin de mover los ánimos y avivar la fe de los fieles, fomentar su piedad, conmover sus corazones y engendrar en ellos una idea altísima de Dios, y de los Sacramentos por los cuales nos comunicamos con Dios.
Un punto importante que debemos conocer es que los sacramentos solamente se aplican a los vivos. Los muertos solo podrán recibir bendiciones, honores fúnebres, pero de ninguna manera sacramentos. Sin embargo, no todas las personas vivas son capaces de todos los sacramentos, puesto que se deben reunir algunas condiciones para recibirlos válidamente o para recibirlos lícitamente, es decir sin pecado. Para la válida recepción de sacramentos se requiere la intención o deseo de recibir el sacramento, pero ningún sacramento es válido si no se ha recibido antes el Bautismo, que por eso es llamado “la puerta de los sacramentos”.
Y en cuanto a la lícita recepción de los sacramentos, o sea para recibirlos sin culpa, se requiere:
1° en los sacramentos de Bautismo y de Penitencia, la contrición que es «un dolor del alma y detestar el pecado cometido con la resolución de no volver a pecar«, y esto a su vez supone la Fe y la Esperanza en el sacramento que se recibe.
2° en los sacramentos de Confirmación, Eucaristía, Unción de los enfermos, Orden Sacerdotal y Matrimonio, el estado de gracia. Quien recibe uno de estos sacramentos en pecado mortal, comete un grave sacrilegio.
Debemos considerar también, que el más excelente de los siete sacramentos es la Eucaristía puesto que contiene al mismo Jesucristo que se entrega en cada consagración. Recordemos que la Eucaristía la instituyó Cristo en la última cena, momento que será el «memorial» de su sacrificio, como dice en 1Co 11,24-25: “El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan y, después de dar gracias, lo partió diciendo: “Esto es mi cuerpo, que es entregado por ustedes; hagan esto en memoria mía.” De igual manera, tomando la copa, después de haber cenado, dijo: “Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre. Todas las veces que la beban háganlo en memoria mía.” Notemos que después de la consagración del pan dijo: “hagan esto en memoria mía.” Y al consagrar el vino dijo: “Todas las veces que la beban háganlo en memoria mía.” Con esto Jesús incluye a los apóstoles en su propia ofrenda y les manda perpetuarla.
Es por esto que es en los sacramentos, y sobre todo en la Eucaristía, donde Jesucristo actúa en plenitud para la transformación de los hombres»
Lo dicho hasta aquí acerca de los sacramentos debe servir para hacernos comprender su excelencia, la cual se deduce principalmente del autor de los sacramentos: “Dios”.
También se deduce del fin de los sacramentos, que es nuestra santificación, es decir hacer de nosotros hombres y mujeres justos; y no es posible que lo seamos sin la fuerza divina e incesante que nos dan los sacramentos. Acerquémonos a ellos y fortalezcámonos con la gracia divina que nos otorgan. Que así sea.