EL PADECIMIENTO DE JESÚS
EL PADECIMIENTO DE JESÚS
La Pasión de Cristo desde un punto de vista médico
Con información tomada de una investigación del Dr. Rivero Barragán Jain publicada en Catholic.net
Hemos venido siguiendo los últimos momentos de Jesús y debemos ahora conocer lo que significó haber padecido la tremenda forma de morir a la que estuvo dispuesto a entregarse, porque con su sacrificio nos obtendría la exoneración del castigo que merecíamos por haber ofendido a Dios al ir contra sus Mandamientos, y eso ya debieramos tenerlo claro, sin embargo, debemos comprender a cabalidad lo que significa que Jesús haya padecido hasta morir en la cruz por amor a nosotros, vamos a conocer lo que padeció desde el punto de vista fisiológico, que es el estudio científico de las funciones y mecanismos en un sistema vivo centrado en cómo los organismos, los sistemas de órganos, los órganos individuales, las células y las biomoléculas llevan a cabo las funciones químicas y físicas en un sistema vivo. Y espero que la presentación de este estudio nos ayude a comprender el amor tan grande por cada miembro de la humanidad que debió tener Jesús para soportar todo aquello, amor también al Padre a quien obedeció al cumplir su plan de salvación para todos los hombres de todos los tiempos, que no solamente fue un sufirmiento físico, sino también emocional, y habiéndolo comprendido, nos volvamos agradecidos a Él dispuestos a seguir sus enseñanzas a pesar de las dificultades que encontremos en nuestro caminar y mostrarlo a cuantos podamos.
La Crucifixión, inventada por los persas entre 300-400 a.C., es posiblemente la muerte más dolorosa inventada por el hombre la cual era el castigo reservado para los esclavos, los extranjeros, los revolucionarios, y para el más vil de los criminales. Definida por Cicerón como, el castigo más cruel y abominable, este suplicio provocaba una muerte lenta con el máximo dolor y sufrimiento, y en esto, los romanos fueron expertos.
Después del juicio ante Pilato, que lo condenó a la cruz, Jesús, sufrió múltiples agresiones físicas y mentales, pensadas para causar una intensa agonía, debilitar a la víctima y acelerar la muerte en la cruz, padeció lo que ya hemos presentado en el capítulo anterior: la brutal flagelación acompañada de insultos, abusos y burlas como la coronación de espinas, que duró un período de 18 horas, desde las 9 de la noche del jueves hasta las 3 de la tarde del viernes, la hora en que murió.
Su sufrimiento empezó cuando se encontraba en oración en el huerto, como dice San Lucas, el único evangelista médico que reportóel hecho, como leemos en Lc 22,39-44: «Y Jesús, sumido en la agonía, insistía más en su oración. Su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra«. La explicación médica sobre este extraño fenómeno de sudar sangre se llama hematohidrosis y es rarísimo. Se produce en condiciones excepcionales y es atribuido a estados muy altos de estrés que provocan una presión muy alta y taponamiento de los vasos sanguíneos de la cara lo cual provoca pequeñas hemorragias. Pero, como algunos de estos vasos sanguíneos se encuentran pegados a las glándulas sudoríparas, la sangre se mezcla con el sudor y brota como gotas de sangre. La pérdida de líquidos corporales, mientras oraba, debido a esta situación debió ser de entre 150 y 200 ml., que equivalen a un vaso y fue la primera que padeció Jesús.
El arresto de N. S. Jesucristo: (Mt 47, Mc 14, 43-52; Lc. 22, 47-53 Jn 18, 2-12)
Poco después, fue arrestado por los oficiales del templo, que le llevaron durante toda la noche de un lado para otro a los lugares donde se celebraron los distintos juicios con las autoridades judías del Templo en el palacio de Caifás, ante el tetrarca Herodes Antipas y ante el prefecto Pilato, la autoridad romana. En total, debió haber recorrido unos 4 kilómetros a pie.
El estrés y la pérdida de sangre por la hematohidrosis, provocó en su cuerpo un aumento del consumo metabólico o gasto energético, esto se refiere a los cambios químicos que ocurren en una célula u organismo para producir la energía y los elementos básicos necesarios para importantes procesos vitales, esto significa que son los procesos biológicos que permiten a los seres vivos crecer y en el caso de Jesús, sobrevivir. En este proceso, las moléculas realizan cambios para obtener energía, lo cual consume carbohidratos los cuales cumplen cinco funciones principales en el cuerpo humano: la producción y el almacenamiento de energía, la construcción de macromoléculas, la conservación de proteínas y la ayuda al metabolismo de los lípidos, los cuales aportan energía y ayudan a absorber determinados nutrientes; y como la reserva de carbohidratos es muy pobre, se acaba pronto, por lo que se inicia el consumo de proteínas, las cuales mantienen la estructura, función y regulación de los tejidos y órganos del cuerpo. Este cambio de las moléculas para obtener energía puede estimular que el líquido interior de las células se traslade al exterior de las mismas; y eso causó más deshidratación a Jesús.
La flagelación (Mt. 27, 11-26, Jn. 19, 1-5, Mc 15, 16-20)
Luego lo llevaron ante Anás y Caifás, los Sumos Sacerdotes de aquel año, y ante el Sanedrín, el Tribunal Supremo de los judíos, quienes le acusaron de blasfemia, un crimen que, según la ley judía, se castigaba con la muerte, pero como para ejecutarle necesitaban el permiso de la autoridad romana, lo enviaron ante el prefecto de la provincia romana de Judea, Poncio Pilato, acusándole de haber infringido las leyes romanas. Pero Pilato, no le encontró culpa alguna desde el punto de vista de la ley romana, por lo que lo envió a Antipas, tetrarca de Galilea y Perea, y éste al no obtener ninguna respuesta de Jesús, lo devolvió a Pilato, quien lo mando azotar.
Para realizar ese castigo, se utilizaba el flagelo (flagrum), un instrumento formado por cuatro o cinco correas de piel de becerro con bolas de plomo y pedazos de huesos de oveja en los extremos.
Según la ley judía este castigo se realizaba con un máximo de 39 latigazos, pero como fue realizado según la ley romana, en recinto romano y por soldados romanos, esta norma no tenía validez, por lo que Jesús, despojado de sus ropas y atado a un poste, fue azotado repetidamente hasta quedar moribundo, pues los azotes no solo desgarraron los miembros de nuestro Salvador, sino que le arrancaron pedazos de carne. Sus carnes sacrosantas quedaron tan desgarradas y deshechas, que, a través de las heridas, “se le podían contar los huesos”.
Se estima que los latigazos provocaron heridas equivalentes a quemaduras de tercer grado; las correas de cuero y las mancuernas de huesos de carnero y bolitas de hierro, desgarraron la piel y el tejido debajo de la piel, causando serios daños en los músculos, tendones e incluso órganos, dando como resultado hemorragias. Si hubiese sido castigado según la ley judía, con 39 azotes solamente, se calcula que aproximadamente la perdida sanguínea de cada azote es de 2ml, si multiplicamos por 5 correas, con sus plomos y huesos, obtendremos la pérdida de sangre aproximada 10ml. por golpe x 39 azotes = 390ml, que equivalen a más de taza y media, pero, como fue azotado por romanos, los golpes fueron muchos más, por consiguiente, más desgarre de piel y músculos y consecuentemente mucha más pérdida de sangre.
Por los azotes, Jesús quedó maltrecho ya que, como indica la sábana santa, los golpes le hirieron el pecho, la espalda, las piernas y costados. Su sagrada cabeza y su divino rostro también recibieron multitud de latigazos mientras permanecía inclinado hacia adelante.
Debido al estrés, su cuerpo secretó adrenalina, una hormona que se produce en situaciones de estrés y dolor y tiene varias acciones, entre ellas la redistribución de líquido; pero, debido a la vasoconstricción en la piel, y el daño al tejido celular subcutáneo, la circulación de sangre se tornó lenta o se bloqueó. Sin embargo, en los músculos, sí se dio la vasodilatación, lo cual permitió aumentar el flujo de sangre, y como el látigo utilizado para este suplicio algunas veces desgarraba hasta el músculo, este fue el caso de Jesús, pues se le veían las costillas, aumentó la pérdida de sangre, y consecuentemente el debilitamiento.
Coronación de espinas: (Mt 27, 27-30; Jn.19, 2-3 Mc 15, 16-20)
En ese estado de debilidad, Jesús fue llevado al Pretorio y los soldados, colocaron una tela sobre su espalda y una corona de espinas de un centímetro de largo sobre su cabeza. Fueron 33 heridas en el cuero cabelludo y se calcula que esas heridas sangraron entre 10-15 ml dependiendo del sitio, lo cual significa que por la corona de espinas habrá sangrado 330 ml, equivalentes a una taza 1/3.
Por los estudios realizados en la sábana santa, se calcula que Jesús medía aproximadamente 1,80 m y pesaba ente 172 y 176 lb, por lo que el volumen de su sangre debió de ser entre 5 y 6 litros, y su pérdida sanguínea debió ser de 10 al 12 %, casi 2 1/2 tazas, y si a eso le sumamos los efectos fisiológicos del estrés y el ayuno agudo, en ese momento, por los efectos de la pérdida grave de sangre, se encontraba en shock hipovolémico. Esto significa, que por la pérdida de sangre el corazón es incapaz de bombear suficiente sangre al cuerpo y puede hacer que muchos órganos dejen de funcionar por la falta de oxígeno.
En el pretorio (Jn 19, 2-5, Mt.27, 27-30; Mc. 15, 16-30),
Después de colocarle la corona de espinas, los soldados romanos le escupieron, abofetearon y golpearon con una vara, lo humillaron, le arrancaron de nuevo la tela que le habían puesto sobre la espalda, la cual se le había pegado con la sangre coagulada, lo que hizo que se le reabrieran las heridas de la espalda y aumentó el sangrado. Por toda esa tortura, las condiciones físicas de Jesús antes de la crucifixión fueron muy críticas, pues había pasado la noche caminando, sin dormir ni comer y con la espalda destrozada por la flagelación.
En la Sábana Santa se nota un golpe que dejó sobre la mejilla derecha de Jesús, una contusión importante ya que la nariz aparece deformada por una fractura del tabique nasal, también aparece una mancha de sangre en el rostro, lo cual nos indica que, por el mismo traumatismo, tuvo una abundante hemorragia nasal.
Pilato, después de haber mostrado a la turba a ese hombre quebrantado, lo condenó a la crucifixión y a las 9.00 a.m. Mc 15, 25, los soldados romanos encaminaron a Jesús hacia el lugar de la ejecución.
La Crucifixión ( Mc. 15, 20-32; Lc.23, 26-38, Jn 19,17-24).
La costumbre era que el condenado llevase a cuestas el travesaño de su cruz, o «patibulum», que pesaría unos cincuenta kilos, equivalentes a 110 libras, hasta el Gólgota, aproximadamente a unos 500 metros desde el Pretorio. Pero Jesús estaba demasiado débil para hacerlo, por lo que obligaron a Simón de Cirene a ayudarlo. Aun con la ayuda, la pérdida de sangre lo vencía, por lo que cayó varias veces, como se deduce por el sangrado que presentan las rodillas en la sábana santa.
Una vez en el Gólgota, los verdugos le quitaron sus vestiduras, pero su túnica se había pegado nuevamente a las heridas y el arrancarla causó un dolor terrible, pues se le reabrieron las heridas de los latigazos y volvió a sangrar profusamente. Luego los soldados lo desnudaron totalmente para degradar su dignidad, lo tumbaron en el suelo, extiendieron sus brazos sobre el travesaño horizontal y con clavos largos lo clavaron por las muñecas, que son fáciles de atravesar y permiten sostener el peso del cuerpo humano. Luego, utilizando instrumentos apropiados, elevaron el travesaño con el cuerpo de Jesús y lo fijaron al palo vertical para formar la cruz completa para después clavar sus dos pies a la parte inferior con un solo clavo largo. Para fijar al condenado a la cruz, los soldados romanos utilizaban clavos de entre 13 a 18 cm de largo.
Al ser clavado en las muñecas, el nervio mediano fue lesionado lo cual genera un gran dolor y su pulgar, se puso en oposición a la palma de la mano y los dedos medio e índice se paralizaron de manera recta.
La perforación de nervio medio de las muñecas por un clavo causa un dolor intenso y ardiente, como relámpagos atravesando el brazo hacia la médula espinal. Es un dolor tan horrible, que ni siquiera la morfina lo calma. La ruptura del nervio plantar del pie con un clavo, tendría el mismo efecto horrible.
Con las dos muñecas clavadas a la cruz, y el cuerpo suspendido, la única forma de inhalar y exhalar aire que Jesús tenía era elevando el cuerpo. En cada subida y bajada, las profundas heridas de la espalda de Jesús rozaban con la madera áspera de la cruz, con lo que su espalda continuó desangrándose.
La sábana santa, muestra que el cuerpo de Jesús no quedó estirado y los pies se colocaron encogidos, uno sobre otro, apoyando la planta del pie inferior en la madera, y el clavo los atravesó de arriba abajo. Entonces le era imposible estirar o cerrar las rodillas por lo que, en cada respiración, habría gastado gran cantidad de energía para levantar su cuerpo solo con la fuerza de sus brazos, tomar aire, y volver a descender lo más suavemente posible para evitar el dolor desgarrante de los clavos de las muñecas. También se puede observar que una rodilla resalta más que otra por las caídas sobre las piedras del Gólgota, pero también porque al momento del rigor mortis, éstas no pudieron extenderse, y no quedaron de la misma forma, por ello podemos deducir que Jesús fue crucificado con los pies encogidos, lo que confirma que se le dificultaba mucho estirarse para respirar.
Normalmente, para respirar, el diafragma, que es el músculo grande que separa la cavidad torácica de la cavidad abdominal, debe bajarse. Esto agranda la cavidad torácica para que el aire entre a los pulmones. Para exhalar, el diafragma se levanta, y comprime el aire en los pulmones y lo mueve hacia fuera. Mientras Jesús colgaba en la cruz, para inhalar debía empujar su cuerpo hacia arriba, pues el peso de su cuerpo sobre el diafragma, lo presionaba, y el aire salía de los pulmones, eso lo hacía sentir como ahogamiento; para respirar se impulsaba con la fuerza de sus brazos apoyado en los clavos de las muñecas y sobre los pies clavados lo cual le causaba más dolor, además de la dificultad de ese movimiento por la posición en la que quedaron las piernas al clavarle los pies.
Los evangelios mencionan que Jesús habló siete veces en la cruz, pero para hablar, el aire debe pasar sobre las cuerdas vocales durante la exhalación. Es asombroso que, a pesar de su dolor, él empujara con sus pies para tomar aire y luego exhalar el aire para producir sonido y decir «Padre perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lc 23:34).
Según estudios, el efecto más importante de la crucifixión, aparte del gran dolor, fue la dificultad para respirar, sobre todo porque la respiración debió ser superficial, generando falta de oxígeno, lo cual causó un exceso de dióxido de carbono en los líquidos corporales además de una fatiga acompañada de contracciones musculares y calambres. Eso lleva a determinar que, en definitiva, cada uno de los movimientos de Jesús para conseguir un poco de oxígeno se convirtieron en un esfuerzo que le condujo a la asfixia.
A esto debemos sumar que la dificultad para exhalación conduce a una forma lenta de sofocación. El bióxido de carbono se acumula en la sangre, dando como resultado un alto nivel del ácido carbónico en la sangre Y por instinto, El cuerpo responde accionando el deseo de respirar. Al mismo tiempo, el corazón late más rápido para hacer circular el poco oxígeno disponible. El bajo nivel de oxígeno en la sangre, debido a la dificultad en la respiración, debió dañar los tejidos y los vasos capilares, que se tornaron más permeables, por lo que comenzó a escaparse el plasma de la sangre y se infiltró en los tejidos, lo cual dio lugar a una acumulación de líquido alrededor del corazón y de los pulmones, esto se llama derrame pericárdico y derrame pleural. Este efecto se confirma con lo que dice Jn 19, 34: “Uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua”.
Los pulmones colapsados por la presión ejercida por el diafragma al caer el peso del cuerpo sobre él; los derrames pericárdico y pleural, la deshidratación, y la inhabilidad de conseguir suficiente oxígeno, sofocaron a Jesús. La falta de oxígeno también dañó el corazón y lo condujo a una falla cardiaca, provocando un infarto del miocardio.
Cuando los condenados tardaban mucho en morir, se les rompían las piernas, para que ya no pudiesen elevarse para respirar. Pero con Jesús no tuvieron que hacerlo pues murió mucho antes de lo esperado, sin embargo, siguiendo la tradición, atravesaron el lado derecho de su cuerpo con una lanza y comenzó a salir sangre y agua de la herida, en ese orden.
Los médicos opinan que Jesús no murió por agotamiento, ni por los golpes o por las 3 horas de crucifixión, murió por agonía de la mente la cual le produjo el rompimiento del corazón. Esto es un evento físico- emocional intenso generado por el aumento repentino de las hormonas del estrés, como la adrenalina, que, aunado a la crucifixión, puede producir la ruptura del corazón, y Jesús padeció cada una de esas situaciones. La evidencia viene de lo que sucedió cuando el soldado romano atravesó el costado izquierdo de Cristo. Esto no solo prueba que Jesús ya estaba muerto cuando fue traspasado, sino que también es una evidencia del rompimiento del corazón.
Lc 23, 44-46 indica que al mediodía, las tinieblas cubrieron toda la tierra hasta las 3 de la tarde, a esa hora, el sol se eclipsó, la cortina del templo se rasgó, y Jesús con voz fuerte, dijo: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” y al decir esto expiró.
La crucifixión de Jesús fue «una sinfonía de dolor» producida por cada movimiento, por cada respiración; y debemos tener en cuenta que cada uno de los dolores fueron sumándose, por lo que, a la sensación de asfixia que provocaba el necesario empuje de su cuerpo para poder respirar, el cual provocaba dolor en pies y manos; se sumaba el dolor de la espalda flagelada, el de las heridas causadas en su cabeza por las espinas de la corona, el dolor de todo el cuerpo lastimado por las varias caídas sufridas en el camino al Gólgota, y a los dolores internos generados por la falla de tantas partes de su precioso cuerpo y también el dolor interior causado por el abandono de los suyos, como el profundo dolor de la separación del Padre que volvió su rostro para no ver el pecado de toda la humanidad que cargó. Y aunque Jesús lo entendía, pues la santidad del Padre no puede ver el pecado, razón por la que los pecadores se sienten abandonados por Dios, hizo un esfuerzo extraordinario para gritar: “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”
Jesús aceptó llevar sobre sí los pecados de toda la humanidad para que fueran clavados con Él a la cruz, y estuvo dispuesto a sufrir, porque debía morir el justo para que se cumpliera el Plan de Salvación de Dios para los hombres, y así en obediencia al Padre, hizo su parte, por lo que, con su padecimiento hasta la muerte, como manifestación de su gran amor por la humanidad, fueron limpiados nuestros pecados y podemos recibir una vida nueva, la vida de Cristo. Y por eso podemos decir desde nuestro corazón: “Gracias Señor Jesús por tan gran manifestación de amor.”
Mientras que estos hechos desagradables representan un crimen brutal, la profundidad del dolor de Cristo acentúa el grado del amor de Dios para nosotros, su creación. La información de lo ocurrido en el cuerpo de Cristo en su pasión, es un recordatorio del amor de Dios para cada uno de nosotros, para la humanidad, lo cual debe llevarnos a reconocer nuestra culpa y pedir perdón por nuestros pecados, pero además, proponernos nunca más pecar; también aceptar a Jesús como Salvador y reconocerlo como Señor, y en respuesta a su amor, vivir de acuerdo a sus enseñanzas y su testimonio, así como participar en la Eucaristía y tomarlo en la sagrada Hostia, recordar su sacrificio con agradecimiento y responder a ese acto, sirviendo al prójimo con amor, como él hizo.
En la Bula El Rostro de la Misericordia el Papa Francisco dijo: “Cada uno de nosotros, sus hijos, podemos y debemos ser testigos del amor de Dios con nuestra propia vida,”. Y nos invita a todos a ser portadores de la misericordia de Dios, que tantas veces hemos experimentado personalmente. “Basta pensar que, en el sacramento de la Penitencia, Él siempre nos perdona”
Por eso, mostremos nuestro testimonio de seguidores de Cristo, siendo obedientes a sus enseñanzas, obediencia que no debe quedarse solamente en buenas intenciones; ha de traducirse en obras, con nuestra conducta en el vivir cotidiano, para bendición de nuestro prójimo y para la gloria de Dios.
Que así sea.