“DIOS NOS LLAMA A REALIZAR BUENAS OBRAS”
“DIOS NOS LLAMA A REALIZAR BUENAS OBRAS”
Dios es infinitamente bueno y todas sus obras son buenas, por eso, cuando Dios creó cada una de las cosas de cuanto existe, dijo, según leemos en el libro del Génesis, “Y vió Dios que era bueno”, pero cuando creó al hombre y la mujer se da un cambio en la narración, pues dice “Y vio Dios todo lo que había hecho; y he aquí que era muy bueno.” Si cuando nos creó a nosotros, hombre y mujer, su última creación, dijo que somos muy buenos, entonces nuestras obras deben ser la imagen de eso, es decir, nuestras obras deben presentar que en escencia somos “buenos”, y cualquier cosa que vaya en contra de esa característica nuestra, es una aberración, por ello El Beato Tomás de Kempis dedica el capítulo 15 de su libro IMÁGEN DE CRISTO, a las buenas obras que somos llamados a realizar. Dice al inicio del capítulo: Por ninguna cosa del mundo ni por amor de alguno se debe hacer lo que es malo; pero, por el provecho de quien lo necesitara, alguna vez se puede dejar la buena obra, o cambiarla por otra mejor. De esta suerte no se deja la buena obra, sino que se cambia en mejor.
Dios nos hizo puros y con la proyección al bien, además nos brinda su apoyo, y podemos confiar en que, si acudimos a Él, para que nos dirija Él nos dará el don del discernimiento para escoger el camino que debemos tomar, es decir para que diferenciemos el bien del mal y en consecuencia podamos tomar la decisión de actuar de acuerdo a su voluntad para agradarlo y agradar a nuestro prójimo al ayudarlo o al cubrir sus necesidades, como nos dice el Catecismo: «Dios, creándolo todo y conservándolo por su Verbo, Jesucristo, da a los hombres testimonio perpetuo de sí en las cosas creadas, es decir, que Dios se nos manifiesta en todo lo creado, por lo que en todo podemos verlo. Él, queriendo abrir el camino de la salvación sobrenatural, se manifestó personalmente a nuestros primeros padres desde el principio. Los invitó a una comunión íntima con él. Esta revelación de Dios a los hombres, no se interrumpió por el pecado de nuestros primeros padres, porque «después de su caída alentó en ellos la esperanza de la salvación con la promesa de la redención, además, ha tenido permanente cuidado del género humano, para dar vida eterna a todos los que buscan la salvación con la perseverancia en las buenas obras»
Sigue dicendo de Kampis: “La obra exterior sin caridad no aprovecha; pero lo que se hace con caridad, por poco que sea, lo hace fructífero. Pues, ciertamente, Dios mira más al corazón que a la obra que se hace.” Pues como dice 1Sam 16,7b “La mirada de Dios no es como la del hombre. El hombre mira las apariencias pero el Señor mira el corazón.”
Y continúa el beato: Mucho hace, el que mucho ama. Mucho hace el que todo lo hace bien. Bien hace el que sirve más al bien común que a su propia voluntad. Y esta es una enseñanza del amor de Cristo traducido en hechos, es decir de la caridad que el Señor Jesús transmitió con su testimonio, “Porque él se entregó a la muerte como rescate por la salvación de todos y como testimonio dado por él a su debido tiempo.” 1Tim 2,6
La caridad nos lleva a cumplir con los mandamientos más importantes: “amar a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos.” Por lo que De Kempis continúa diciendo que: “Muchas veces parece caridad lo que es amor propio; porque la inclinación de la naturaleza, la propia voluntad, la esperanza de la recompensa y el gusto de la comodidad, rara vez nos abandonan.” Por ello debemos tener en cuenta que frente a Cristo, que es la verdad, será puesta en evidencia la realidad de la relación de cada hombre con Dios y con el prójimo y en el Juicio final será revelado hasta sus últimas consecuencias lo que cada uno haya hecho de bien o haya dejado de hacer durante su vida terrena, pues todo, tanto el bien como el mal se registra.
Dice en el Sal 50,4-8. 14-23: “Desde lo alto, Dios llama al cielo y a la tierra a presenciar el juicio de su pueblo: “Reunan a los que me son fieles, a los que han hecho un pacto conmigo ofreciéndome un sacrificio.” Y el cielo declara que Dios es juez justo.
“Escucha, pueblo mío; voy a poner las cosas en claro contigo. ¡Yo soy Dios! ¡Yo soy tu Dios! No te censuro por los sacrificios y holocaustos que siempre me ofreces. ¡Sea la gratitud tu ofrenda a Dios; cumple al Altísimo tus promesas! Llámame cuando estés angustiado; yo te libraré, y tú me honrarás.”
Pero Dios dice al malvado: “¿Qué derecho tienes de citar mis leyes o de mencionar mi pacto, si no te agrada que yo te corrija ni das importancia a mis palabras? Al ladrón lo recibes con los brazos abiertos; ¡te juntas con gente adúltera! Para el mal y para inventar mentiras se te sueltan la lengua y los labios. Calumnias a tu hermano; ¡contra tu propio hermano lanzas ofensas! Todo esto has hecho, y me he callado; pensaste que yo era igual que tú. Pero voy a acusarte cara a cara, ¡voy a ajustarte las cuentas!
“Entiendan bien esto, ustedes que olvidan a Dios, no sea que empiece yo a despedazarlos y no haya quien los libre: el que me ofrece su gratitud, me honra. ¡Y salvo al que permanece en mi camino!”
San Agustín, en el sermón 18, 4, sobre Mt 25,31-46 dice: «Dado que se conserva todo aquello que hacen los malos, sin que ellos lo sepan, cuando venga manifiestamente nuestro Dios y no calle, convocará ante sí a todos los hombres, y los separará, poniendo a unos a la derecha y a otros a la izquierda; y comenzará a examinar los tesoros de unos y de otros, para averiguar qué es lo que depositó cada uno. Vengan, benditos de mi Padre -dirá a los que estén a su derecha-, tomen posesión del reino preparado para ustedes desde el principio del mundo. Reciban el reino de los cielos, la compañía de los ángeles, la vida eterna donde nadie nace y nadie muere. Cuando depositaban en el tesoro sus buenas obras, compraban el reino de los cielos.
Les mostrará también sus propios tesoros: Tuve hambre y me diste de comer, sentí sed y me diste de beber, estuve desnudo y me vestiste, fui peregrino y me hospedaste, estuve encarcelado y fuiste a verme, estuve enfermo y me visitaste. Y le responderán: Señor, ¿cuándo te vimos en tales necesidades y te socorrimos? Y él replicará: Cuando lo hiciste a uno de mis pequeños, a mí me lo hiciste. Así, pues, dado que, cuando lo hiciste a uno de mis pequeños, a mí me lo hiciste, recibe lo que depositaste, posee lo que compraste, puesto que confiaste en mí como depositario.
A continuación se volverá a los que están a la izquierda y les mostrará sus tesoros vacíos de cualquier obra buena. Y les dirá Vayan al fuego eterno que está preparado para el diablo y sus ángeles. Tuve hambre y no me diste de comer. O, si has hallado algo en este tesoro, o depositaste algo en él, piensa en ello y se te devolverá. Le dirán: Pero nunca te vimos hambriento. Y él les replicará: Cuando no lo hiciste a uno de mis pequeños, tampoco a mí me lo hiciste. ¿O es que tal vez no me lo hacían a mí, porque no me veían caminar en la tierra? Son tan malos, que si me hubieran visto, me hubieran crucificado como los judíos. En efecto, ¿no matarían incluso hoy a Cristo mismo, si lo hallaran vivo en la tierra, aquellos hombres malvados que se esfuerzan para que, si pudieran, no hubiera iglesias en que se prediquen los preceptos de Dios?
Pero ¿se atreverán a decir, como si hablaran a uno que desconociera los pensamientos de los hombres: Señor, cuándo te vimos hambriento? Y él les responderá: Cuando no lo hicieron a uno de mis pequeños, tampoco lo hicieron conmigo. Les había puesto en la tierra a mis pequeños necesitados; yo, como Cabeza -les dirá- estaba sentado en el cielo a la derecha del Padre, pero mis miembros se fatigaban en la tierra, mis miembros tenían necesidades en la tierra. Debían haber dado a mis miembros y la dádiva habría llegado a Mí, la Cabeza. Y sabrían que, cuando les puse en la tierra a mis pequeños necesitados, a ellos los constituí en cofres de ustedes, para que llevaran sus buenas obras hasta mi tesoro. Pero no han puesto nada en sus manos, por eso no han encontrado nada de ustedes en mí».
El Beato de Kempis resume la actitud de quien desea agradar a Dios cuando sirve al prójimo al escribir: El que tiene verdadera y perfecta caridad, en ninguna cosa se busca a sí mismo, sino solamente desea que Dios sea glorificado en todas las cosas. Y a continuación aclara, que quien busca agradar a Dios, lo hace para disfrutar desde la vida presente, y sabe que llegará a Su presencia por sus obras, y por ello de nadie tiene envidia, porque no ama algún gusto particular, ni se quiere gozar en sí mismo; es más, desea sobre todas las cosas, gozar de Dios.
A nadie atribuye ningún bien; sino lo refiere todo a Dios, del cual, como de una fuente permanente, manan todas las cosas, y en Él que, finalmente descansan con perfecto gozo todos los Santos. ¡Oh, quién tuviese una chispa de verdadera caridad!
Podemos argumentar que de nada vale ser bueno porque siempre sufriremos, pues «de dentro del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias. Esto es lo que hace impuro al hombre» (Mt 15,19-20). Pero, debemos tener la certeza que en el corazón reside también la caridad, que es el principio de las obras buenas y puras”; y debemos recordar que la revelación del amor divino en Cristo ha manifestado que “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” como dice Ro 5,20b. Gracia de Dios por la que podemos levantarnos y mantenernos firmes en hacer el bien, obedeciendo a Dios. Debemos, por tanto, examinar el origen del mal que hay en nuestro corazón, fijando la mirada de nuestra fe en Jesucristo que es el vencedor del mal, como dice San Juan: “El príncipe de este mundo está condenado.” pues “El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del Diablo.” Jn 16,11b y 1Jn 3,8b. Es decir, Jesús vino para deshacer el mal y con su testimonio enseñó que siempre debemos hacer el bien.
Entonces, cuando vas contra la voluntad de Dios y pecas, cuando has hecho mal, tienes que hacer lo que te corresponde para corregir esa acción y lo primero es escuchar la voz de tu conciencia que te indicará que pecaste, entonces al reconocer tu pecado, con arrepentimiento sincero en tu corazón, por haber ofendido a Dios, busca su perdón con la confesión sacramental. El poder divino de perdonar los pecados, le fue conferido a los apóstoles, pero como solo Dios puede perdonar los pecados, Él puede delegar en otros ese poder y es un poder ilimitado en cuanto a las culpas pues Jesús, cuando lo instituyó, dijo “todo” lo que desates en la tierra será desatado. Cuando dijo “todo”, no exceptúa nada y comprende los pecados más graves tanto los de pensamiento, de deseo, de palabra, de acción y de omisión. Ten en cuenta que la confesión ante el Sacerdote, te ayudará a formar la conciencia, a luchar contra las malas inclinaciones, a dejarte curar por Cristo y a progresar en la vida del Espíritu. Dice San Agustín: “Confiésate y destruye lo que tú has hecho para que Dios salve lo que él ha hecho. Cuando comienzas a detestar lo que has hecho, entonces tus obras buenas comienzan porque reconoces tus malas obras. El comienzo de las obras buenas es la confesión de las obras malas. Haces la verdad y vienes a la Luz.”
Ten en cuenta que en toda circunstancia, debemos, con la gracia de Dios, «perseverar hasta el fin para obtener el gozo del cielo, como eterna recompensa de Dios por las obras buenas que realicemos con la gracia de Cristo.” Pero debemos reconocer que el mérito que podemos tener en la vida, como discípulos de Cristo, proviene de Dios. La acción paternal de Dios es lo primero, en cuanto que él impulsa, y el libre obrar del hombre es lo segundo en cuanto que éste colabora, por lo que, los méritos de las obras buenas deben atribuirse a la gracia de Dios en primer lugar, y a los hombres en segundo lugar.” Debemos tomar en cuenta que por el libre albedrío, podemos tomar la decisión de actuar bien con el impulso que Dios pone en nuestro corazón o hacer lo malo que brota del corazón; y que los méritos de nuestras buenas obras son dones de la bondad divina, que nos fueron dados para que nos mantengamos firmes en el amor, por amor.
Recuerda que la fe sola, no es suficiente para nuestra salvación, porque, como dice Stg 2,14-17: “Hermanos míos, ¿de qué le sirve a uno decir que tiene fe, si sus hechos no lo demuestran? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe? Supongamos que a un hermano o a una hermana les falta la ropa y la comida necesarias para el día; si uno de ustedes les dice: “Que les vaya bien; abríguense y coman todo lo que quieran”, pero no les da lo que su cuerpo necesita, ¿de qué les sirve? Así pasa con la fe: por sí sola, es decir, si no se demuestra con hechos, es una cosa muerta.”
Santa Teresa de Jesús nos anima en el empeño de esforzarnos para hacer lo que Dios espera de nosotros cuando dice: “Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la hora. Vela con cuidado, que todo se pasa con brevedad, aunque lo cierto tu deseo lo hace dudoso, y el tiempo breve, tu deseo lo hace largo. Mira que mientras más pelees, más mostrarás el amor que tienes a tu Dios y más te gozarás con tu Amado, con gozo y deleite que no tiene fin.”
En el c.3 del Ap, el Señor por medio de San Juan, nos motiva para que nos mantengamos firmes y haciendo buenas obras, dice: “Despiértate, y refuerza lo que todavía queda y está a punto de morir, pues he visto que tus hechos no son perfectos delante de Dios. Recuerda la enseñanza que has recibido; síguela y vuélvete a Dios. Si no te mantienes despierto, iré a ti como un ladrón, cuando menos lo esperes. Ahí tienes algunos que no han manchado sus vestidos; estos andarán conmigo vestidos de blanco, porque se lo merecen. Los vencedores serán vestidos de blanco, y no borraré sus nombres del libro de la vida sino que los reconoceré delante de mi Padre y delante de sus ángeles.”
Y como he mencionado antes, si bien debemos esforzarnos en mantenernos firmes en los Mandamientos y las enseñanzas de nuestro Señor, también debemos presentar, a toda persona que no lo conozca, el rostro misericordioso de Jesús y la salvación que Él vino a darnos con su sacrificio, por ello, nuestro testimonio de vida cristiana y las buenas obras que realicemos, serán medios eficaces para atraer a los hombres a la fe en Dios; si lo hacemos así, podemos esperar la recompensa por las obras buenas que realicemos en comunión con Jesús, nuestro Salvador y Señor y la dirección del Espíritu Santo. Que así sea.
