La Pasión de Cristo
La Pasión de Cristo
Texto adaptado del artículo La Pasión de Cristo desde un punto de vista médico del Dr. Ramón Barragán Jain publicado en Catholic.net.
Para Faro de Luz 1208
Isaías, uno de los grandes profetas del período en el que el ministerio profético alcanzó su mayor altura, escribió unos 740 años antes de Cristo, la descripción del perfecto discípulo de Yahveh que reúne a su pueblo y es luz de las naciones, que predica la verdadera fe y expía, con su muerte, los pecados del pueblo y es glorificado por Dios. Este siervo es el mediador de la salvación futura y esto justifica la interpretación que se ha dado del mesías. Compara la pasión de Cristo con la descripción del siervo doliente que hizo Is 53,2-12, en donde dice:
“El Señor quiso que su siervo creciera como planta tierna que hunde sus raíces en la tierra seca. No tenía belleza ni esplendor, su apariencia no era como para cautivarnos; los hombres lo despreciaban y lo rechazaban. Era un hombre lleno de dolor, acostumbrado al sufrimiento.
Como a alguien que no merece ser visto, lo despreciamos, no lo tuvimos en cuenta.
Sin embargo él estaba cargado con nuestros sufrimientos, estaba soportando nuestros propios dolores. Nosotros pensamos que Dios lo había herido, que lo había castigado y humillado. Pero fue traspasado a causa de nuestras faltas, de nuestra rebeldía, fue atormentado a causa de nuestras maldades, de nuestros pecados. El castigo que sufrió nos trajo la paz, por sus heridas alcanzamos la salud.
Todos andábamos como como ovejas perdidas, siguiendo cada uno su propio camino, pero el Señor cargó sobre él la culpa de todos nosotros. Fue maltratado, pero Él se humilló, y ni siquiera abrió la boca; lo llevaron como cordero al matadero, y él se quedó callado, como una oveja cuando la esquilan.
Se lo llevaron injustamente y no hubo quien lo defendiera; fue detenido, enjuiciado y eliminado, y nadie se preocupó de su destino. Lo arrancaron de esta tierra, le dieron muerte por los pecados de mi pueblo. Lo enterraron junto a hombres ricos y malvados, aunque nunca cometió ningún crimen ni hubo engaño en su boca.
El Señor quiso oprimirlo con el sufrimiento. Y él se entregó en sacrificio por el pecado, por eso tendrá larga vida y llegará a ver a sus descendientes; por medio de él tendrán éxito los planes del Señor.
Después de tanta aflicción verá la luz, y quedará satisfecho al saberlo; el justo siervo del Señor liberará a muchos, pues cargará con la maldad de ellos. Por eso Dios le dará un lugar entre los grandes, y con los poderosos participará del triunfo, porque se entregó a la muerte y fue contado entre los malvados, cuando en realidad cargó con los pecados de muchos e intercedió por los pecadores.”
Al investigar acerca de la pasión de Nuestro señor Jesucristo, encontré algunos de los pasajes más desgarradores que haya podido estudiar. El Dr. Rivero Borrel, con su extenso conocimiento de la pasión, a través de la Sábana Santa, inspiró al Dr. Ramón Barragán Jain a buscar una explicación médico-científica de lo ocurrido y aunque no se pudo realizar un estudio antropológico como tal, por la carencia de evidencia física, como se haría en un estudio forense, se elaboró un estudio de acontecimientos, y el resultado de su estudio es lo que a continuación presentaré.
En marzo de 1986, la prestigiosa Revista de la Asociación Médica Americana, sacó a la luz un artículo en el que se detallaban, paso a paso, los aspectos físicos de la muerte de Jesús.
Según la información que nos proveen los Evangelios, durante 18 horas, desde las 9 de la noche del jueves, mientras oraba en el huerto, hasta las 3 de la tarde del viernes, la hora en que murió, Jesús sufrió múltiples agresiones físicas y mentales pensadas para causar una intensa agonía, debilitar a la víctima y acelerar la muerte en la cruz.
La Crucifixión (lat. Crux, crucis=Cruz, figere=fijar), una forma de sufrimiento lenta y dolorosa, fue inventada por los persas entre 400-300 A.C. y es posiblemente la muerte más dolorosa inventada por el hombre. Era un castigo reservado para los esclavos, los extranjeros, los revolucionarios, y los criminales.
La crucifixión, definida por Cicerón como, «el castigo más cruel y abominable» provocaba una muerte lenta con el máximo dolor y sufrimiento, materia en la cual los romanos eran expertos.
Pero la crucifixión de Jesús no fue la única tortura que sufrió y que, como veremos inició durante la oración de Jesús en el Huerto de los Olivos, a donde se retiró después de celebrar con sus discípulos la Cena de Pascua.
San Lucas, el único evangelista médico, reportó la oración en el huerto en el c 22,39-44, en donde se lee: «Y Jesús, sumido en la agonía, insistía más en su oración. Su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra». Sudar sangre, o hematohidrosis; es un fenómeno rarísimo que se produce en condiciones excepcionales como son un debilitamiento físico y muy alto estrés, lo cual provoca una presión muy alta y congestión de los vasos sanguíneos de la cara, esto provoca pequeñas hemorragias en los capilares de la membrana basal de la piel y algunos de estos vasos sanguíneos se encuentran junto a las glándulas sudoríparas. La sangre se mezcla con el sudor y brota por la piel. Esta fuela primera perdida de líquidos corporales de Jesús, entre 150 a 200 ml.
Poco después, como narran Mt 26,47-68, Mc. 14, 43-50; Lc. 22, 47-53; Jn 18, 2-12, Jesús fue arrestado por los oficiales del templo, que le llevarían durante toda la noche de un lado para otro a los lugares donde se celebraron los distintos juicios judíos y romanos. En total, recorrió unos 4 kilómetros a pie.
El estrés, la perdida sanguínea por la hematohidrosis, que provoca en el cuerpo humano un aumento del consumo metabólico en la que se degradan las moléculas para obtener energía, lo cual consume carbohidratos (glucógeno), y como esta reserva es muy pobre se acaba pronto, por lo que se inicia un estado en el cual se consumen las proteínas del cuerpo. Esta degradación de las moléculas para obtener energía, en condiciones normales puede estimular la redistribución de líquido del espacio interior de las células al exterior de las mismas.
Luego le llevaron ante el sacerdote Anás, el Sumo Sacerdote de aquel año, Caifás, y el Sanedrín -el Tribunal Supremo de los judíos. Todos ellos le acusaron de blasfemia, un crimen que, según la ley judía, se penaba con la muerte; pero como para ejecutarle necesitaban el permiso de la autoridad romana, le enviaron ante Poncio Pilatos acusándole de haber infringido las leyes romanas. Pilatos, no le encontró culpa alguna desde el punto de la ley romana, y lo envió a Herodes. Y éste, de nuevo, lo devolvió a Pilatos, quien lo mando azotar. Infringieron el primer castigo, la flagelación que narran Mt. 27, 11-26; Jn. 19, 1-4; Mc 15, 15. Para realizar este castigo, se utilizaba el flagelo (flagrum), un instrumento formado por cuatro o cinco correas de piel de becerro con bolas de plomo y pedazos de huesos de oveja en los extremos.
Según la ley judía este castigo se realizaba con un máximo de 39 latigazos, pero como fue castigado según la ley romana, en recinto romano y por soldados romanos, esta norma no tenía validez, por lo que Jesús, despojado de sus ropas y atado a un poste, fue azotado repetidamente hasta quedar moribundo.
Se estima que los latigazos provocaron heridas equivalentes a quemaduras de tercer grado; las correas de cuero que remataban unas bolitas de hierro y las mancuernas de huesos de carnero, desgarraron la piel y el tejido subcutáneo, y las bolas de metal causaron serias contusiones. Si hubiese sido castigado según la ley judía, con 39 azotes solamente, se calcula que aproximadamente la perdida sanguínea de cada flagelazo, hubiera sido de 2ml, si multiplicamos por 5 correas, con sus plomos y huesos obtendremos la pérdida de sangre aproximada 10ml. por golpe x 39 azotes = 380ml.
Según se observa en la sábana Santa de Turín, mientras permanecía inclinado hacia adelante, Jesús recibió los golpes en el pecho y en las piernas, en la espalda, los brazos, los costados, los hombros y el cuello. Los verdugos deben haber sido dos, uno de cada lado, y debido al ángulo de las heridas que se observan en la sábana santa, uno era más bajo que el otro.
Se debe considerar, además, el estrés por el que secretó adrenalina, la hormona que se produce en la medula de la glándula suprarrenal en situaciones de estrés y dolor. Esa hormona tiene varias acciones, la primera es la redistribución de líquido, por lo que debido a la a vasodilatación en los músculos, sudoración profusa en la piel de la cara, (hiperhidrosis), y sumado a esto, como el flagelo utilizado para este suplicio algunas veces desgarraba hasta el músculo, se debió incrementar la pérdida de sangre y con ello aumentó el debilitamiento.
Un estudio publicado en abril de 1991 en una publicación del Real colegio de Médicos de Londres, Jesús fue llevado al Pretorio para ser «juguete de las tropas», costumbre que solía permitirse una vez al año. Allí fue abandonado dentro de un espacio confinado con un batallón de 600 pretorianos, cuerpo de guardia del emperador romano que era famoso por su corrupción.
Se sabe muy poco de lo que pasó entre aquellas paredes, pero el episodio de la coronación de espinas narrado por Mt 27, 27-30; Jn.19, 2-3 y Mc 15, 16-20, dicen que los soldados colocaron una tela sobre su espalda, y sobre su cabeza una corona de espinas, hecha posiblemente de Sarcopoteriun spinosum L, una planta perteneciente a la familia de las rosáceas, originaria de la cuenca del Mediterráneo que cuenta con espinas de entre medio y un centímetro de largo.
Por medio de la sábana santa, sabemos que fueron 33 heridas en el cuero cabelludo. Ahí, las heridas sangran aproximadamente de 10-15 ml dependiendo del sitio, por lo que podemos asumir que perdió al menos otros 330 ml.
Según la sábana santa, se calcula que la estatura de Jesús era de 1,80 m. aproximadamente y que pesaba ente 78 y 80 Kg, que son entre 172 y 176 lbs. Es decir que el volumen circulante de su sangre debió de ser aproximadamente entre 5 y 6 litros, y la perdida sanguínea debió haber sido del 10 al 12 %. A los efectos fisiológicos de la pérdida de sangre se deben agregar los efectos fisiológicos generados por el estrés, el cansancio y el ayuno.
En aquel momento podríamos decir que se encontraba en la clase 1 del choque hipovolémico, lo cual significa que el corazón es incapaz de bombear suficiente sangre al cuerpo. Además, debemos descontar las pérdidas de líquidos que no son medibles, como la sudoración y la evaporación a nivel respiratorio, que posiblemente haya tenido hasta ese momento.
Los Evangelios de Jn 19, 2-5, Mt.27, 27-30; Mc. 15, 16-30, también narran algunos detalles de lo que sucedió dentro del pretorio, le escupieron, abofetearon y golpearon con una vara; lo humillaron, le arrancaron de nuevo la ropa, reabriendo, las heridas de la espalda por la sangre coagulada que se había pegado a la capa roja.
Con todo lo que había padecido hasta ese momento, las condiciones físicas de Jesús antes de la crucifixión debían ser críticas. Llevaba toda la noche caminando, sin dormir ni comer; con la piel destrozada por la flagelación, la cara hinchada por los golpes y la barba arrancada. En la Sábana Santa se nota un fuerte golpe dado con un bastón o un palo, de forma oblicua, que dejó sobre la mejilla derecha de Jesús una contusión importante; la nariz aparece deformada por una fractura del tabique nasal, así mismo aparece una gota de sangre en el rostro de la sábana santa, lo cual nos puede orientar que con el mismo traumatismo se tuvo una hemorragia nasal, que sangró profusamente hasta dejar huellas posteriores. Esto obedece a que las cavidades y el tabique nasales tienen un gran conjunto de vasos sanguíneos que se unen entre sí formando una tupida red en la parte antero-inferior del tabique, dando origen a una zona predispuesta a la hemorragia.
Pilato, después de haberlo mostrado quebrantado, a la turba enfurecida, se los entregó para su crucifixión.
A la hora tercia (9.00 a.m) Mc 15, 25, los soldados romanos encaminaron a Jesús hacia el lugar de la ejecución. (Mc. 15, 20-32; Lc.23, 26-38, Jn 19,17-24). La costumbre era que el condenado llevase a cuestas el travesaño de su cruz o «patibulum» que pesa unos cincuenta kilos, (110 lbs.) hasta el Gólgota, a unos aproximadamente 700 metros desde el Pretorio. Pero Jesús estaba demasiado débil para hacerlo, por lo que tomaron a Simón de Cirene, para que llevara el patíbulo, porque si el condenado a muerte moría antes del suplicio, el pretoriano era castigado con la misma suerte. Aun así, Jesús cayo varias veces, lo podemos deducir por el sangrado que presentan las rodillas de la sábana santa, el peso del madero lo doblaba y la perdida de sangre lo agobiaba más.
Una vez en el Gólgota, los verdugos le quitaron sus vestiduras, pero su túnica se ha pegado a las heridas y arrancarla es terriblemente doloroso, los soldados le arrojaron al suelo con los brazos extendidos para clavarle al «patibulum», con lo que se abrirían más las heridas de la espalda producidas por los latigazos. El siguiente paso era insertar el travesaño, con la víctima clavada en él, al madero vertical para formar la cruz completa.
No se sabe si Jesús fue crucificado en la cruz Tau o en la latina, pero el hecho de que le ofreciesen vinagre con una esponja enganchada a una caña de hisopo (de unos 50 centímetros de largo) hace suponer que fue ejecutado en la cruz pequeña, la Tau.
Para fijar al condenado a la cruz, los soldados romanos utilizaban tres clavos de entre 13 y 18 centímetros de largo: dos para las extremidades superiores y sólo uno para ambos pies. El verdugo tomaba un clavo, lo apoyaba sobre el pulso de Jesús, con un golpe seco de martillo lo clavó y lo remachó bien en la madera. En ese mismo instante, su pulgar, con un movimiento violento se puso en oposición a la palma de la mano y los dedos medio e índice se paralizan de manera recta, esto describe perfectamente la lesión del nervio mediano. (mano de predicador)
Se había creído que Jesús fue clavado a la cruz por las palmas de las manos, sin embargo, ahora se sabe que se habrían desgarrado con el peso. En cambio, los ligamentos y huesos de la muñeca sí pueden sostener un cuerpo que cuelga de ellos.
David A. Ball, autor de un estudio publicado en el Journal MSMA en marzo de 1989, simuló la crucifixión con unos voluntarios -con la ayuda de cuerdas y ganchos en lugar de clavos- y comprobó que la posición de los brazos sobre el «patibulum» era un factor muy importante: cuanto más estirados estaban, más doloroso era permanecer suspendido.
Con las dos muñecas clavadas a la cruz, y el cuerpo suspendido, la única forma de inhalar y exhalar aire es elevando el cuerpo. En cada subida y bajada, las profundas heridas de la espalda de Jesús rozaban obligatoriamente con la madera áspera de la cruz, con lo que, casi con toda seguridad, su espalda continuó desangrándose.
Los pies se fijaban con un solo clavo al madero. Normalmente, el clavo atravesaba el primero o segundo espacio intermetatarsiano, el espacio entre los huesos largos del pie que conectan el tobillo con los dedos, en el extremo más distante de la articulación tarsometatarsal. Puede que el nervio profundo peroneal y alguna rama del medio y el plantar lateral hubiesen sido dañados por el clavo, lo cual causaría un tremendo dolor.
Según Ball, existen dos factores a considerar. Primero, el punto del madero al que fueron clavados los pies: si el cuerpo quedó muy estirado, Jesús no pudo elevarse para coger aire, con lo cual hizo un máximo esfuerzo para coger un mínimo de aire. Pero si clavaron sus pies más arriba, pudo elevarse para respirar mejor.
En segundo lugar, es importante la forma en la que el clavo atravesó los pies: si los pies se colocaron de lado y el clavo pasó a través de los tobillos -entre la tibia y el tendón de Aquiles-, entonces la víctima pudo cerrar las rodillas y levantarse para respirar. Esto explicaría, según Ball, que algunos crucificados tardasen varios días en morir.
Los pies de Jesús se colocaron uno sobre otro, apoyando la planta del pie inferior en la madera, y el clavo los atravesó de arriba a abajo, entonces le fue imposible estirar o cerrar las rodillas y en cada ciclo respiratorio, habría necesitado derrochar una gran cantidad de energía para levantar todo el peso de su cuerpo, tomar aire, y volver a descender lo más suavemente posible para evitar el dolor desgarrante de los clavos de las muñecas.
La sábana santa, nos puede dar un poco de luz en este momento, el hecho es de que Jesús al ser envuelto en el sudario, muestra un miembro pélvico menor al otro, sin embargo, esta es una ilusión óptica del mismo lienzo, en la parte que estuvo en contacto con el frente de Jesucristo, se puede observar como una rodilla resalta más que otra por las diversas caídas sobre las piedras del Gólgota, pero también, porque al momento del rigor mortis, estas no pudieron extenderse, y quedaron de la misma forma, por lo que, podemos inferir que Jesús fue crucificado con las piernas encogidas.
Normalmente, para respirar, el diafragma, el músculo grande que separa la cavidad torácica de la cavidad abdominal, debe bajarse. Esto agranda la cavidad torácica y el aire entra automáticamente en los pulmones, es la inhalación. Para exhalar, el diafragma se levanta para arriba, y comprime el aire en los pulmones y mueve el aire hacia fuera.
Mientras Jesús colgaba en la cruz, el peso de su cuerpo oprimía al diafragma y el aire se introduce en los pulmones y permanecía allí. Para exhalar Jesús debió empujar hacia arriba impulsándose sobre pies clavados, ocasionándole más dolor.
Para hablar, el aire debe pasar sobre las cuerdas vocales durante la exhalación. Los evangelios mencionan que Jesús habló siete veces desde la cruz. Asombra que, a pesar de su dolor, él empujara con sus pies para levantarse y exhalar el aire para decir «Padre perdónalos porque no saben lo que hacen» Lc 23,34.
Según algunos estudios, como el de William D. Edwards de la revista JAMA, el efecto más importante de la crucifixión, aparte del dolor intolerable, era la dificultad para respirar, sobre todo para exhalar el aire.
Su respiración era superficial, puesto que la exhalación era principalmente diafragmática. Edwards cree que esta insuficiencia acabó en una hipercapnia -un exceso de dióxido de carbono en los líquidos corporales y una fatiga que pronto generó calambres musculares y contracciones sostenidas de músculos sin intervalos de relajación. En definitiva, cada uno de los movimientos para conseguir un poco de oxígeno se convirtieron en un esfuerzo agonizante que le condujo finalmente la asfixia.
La dificultad para exhalación conduce a una forma lenta de sofocación. El bióxido de carbono se acumula en la sangre, dando como resultado un alto nivel del ácido carbónico en la sangre. El cuerpo responde por instinto, accionando el deseo de respirar. En el mismo tiempo, el corazón late más rápido para circular el poco oxígeno disponible.
La hipoxemia (nivel de oxígeno en sangre inferior al normal, debido a la dificultad en la exhalación) dañó los tejidos y los capilares, estos se tornaron más permeables, es decir comenzó a escaparse la sangre e infiltrarse en los tejidos. Esto da lugar a una acumulación del líquido alrededor del corazón, que le produjo un derrame pericárdico y de los pulmones con lo que se produjo un derrame pleural, Jn; 19, 34.
Los pulmones colapsados por el diafragma y el derrame pleural, la deshidratación,y la inhabilidad de conseguir suficiente oxígeno a los tejidos, esencialmente lo sofocaron. La falta de oxígeno también dañó su corazón produciéndole un infarto del miocardio que lo condujo a una falla cardiaca.
Cuando el condenado tardaba mucho en morir, se le quebraban las piernas, para que la víctima ya no pudiese elevarse para respirar. Pero Jesús murió antes y no tuvieron que quebrárselas, pero, siguiendo la tradición, atravesaron su costado con una lanza. Jn 19,34 narra que después del «golpe de gracia» comenzó a salir sangre y agua de la herida.
James Thompson cree que Jesús no murió por agotamiento, ni por los golpes o por las 3 horas de crucifixión, sino que murió por agonía de la mente, que es la pérdida de conciencia antes de la muerte, un mecanismo para defenderse de la agonía, la cual le produjo el rompimiento del corazón. La evidencia viene de lo que sucedió cuando el soldado romano atravesó el costado de Cristo. No tan solo prueba esto que Jesús ya estaba muerto cuando fue traspasado, sino que eso es también evidencia del rompimiento cardíaco. El renombrado fisiólogo Samuel Houghton cree que tan solo la combinación de crucifixión y ruptura del corazón podría producir este resultado.
Hacia la hora sexta (12:00 M), Lc 23, 44-46 las tinieblas cubrieron toda la tierra hasta lo hora nona (3:00 PM) El sol se eclipsó, la cortina del templo se rasgó por el medio. Y Jesús con voz fuerte, dijo: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». Y al decir esto expiró.
Mientras que estos hechos desagradables representan un asesinato brutal, la profundidad del dolor de Cristo acentúa el altísimo grado del amor de Dios por su creación. La enseñanza que nos proporcionó la fisiología, la disciplina que explica el funcionamiento del cuerpo humano sobre lo que sucedió a nuestro Señor Jesucristo durante su pasión hasta la crucifixión, debe ser un recordatorio constante de la demostración del amor del Dios para la humanidad. Esta lección nos debe llevar a vivir de tal manera que siempre le manifestemos nuestro agradecimiento siendo obedientes a sus normas y enseñanzas, así como al servir a los demás con amor, como Jesús nos enseñó con su testimonio. También debemos, con corazón agradecido, aceptar su invitación a cenar con Él en cada Eucaristía y tomarlo en la comunión para hacernos uno con Él.
Que así sea para honra y gloria de Nuestro Señor y Salvador y para bendición nuestra.