Skip links

DEMOS GRACIAS A DIOS

DEMOS GRACIAS A DIOS
Y VIVAMOS SEGÚN SU VOLUNTAD

Debemos darle gracias a Dios por tantas razones, porque responde nuestras oraciones y porque, cuando realizamos nuestro trabajo cada día, su Santo Espíritu nos guía y nos inspira. Y si tropezamos, Él nos levanta, nos sostiene y nos fortalece. Además, porque nuestro Padre celestial nos provee de cuanto necesitamos, como nos recuerda Jesús en Mt 6, 31-33: “No se preocupen ni digan: »¿Qué vamos a comer?» o »¿Qué vamos a beber?» o »¿Qué ropa vamos a usar?» La gente que no conoce a Dios trata de conseguir esas cosas, pero ustedes tienen a su Padre en el cielo que sabe que necesitan todo esto. Así que, busquen primero el reino de Dios y su justicia, y éstas cosas se les darán en añadidura.” Cuando Jesús dijo “Así que, busquen primero el reino de Dios y su justicia, se refería al bien que Dios quiere que hagamos. Y cuando a continuación dijo: “y éstas cosas se les darán en añadidura.” Se refería la comida, la bebida y el vestido, lo básico para vivir bien, con lo que indicaba que a quienes actúen buscando primero el Reino de Dios y su justicia, se les dará todo lo que necesitan para vivir tranquilos, con la dignidad de hijos de Dios.”
Ahora bien, recordemos que la condición para ser reconocidos como hijos de Dios es recibir a Jesús como Salvador y reconocerlo como Señor, como dice San Juan que refiriéndose a Jesús escribió en Jn 1,11-12 “Vino a lo que era suyo, y los suyos no le recibieron. Mas a cuantos le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hijos de Dios.” Otra característica que menciona San Pablo deben tener los hijos de Dios es que “se dejan guiar por el Espíritu de Dios.” Ro 8,14. Saber que hemos pasado a ser, de criaturas a hijos de Dios, es un gran motivo para estar agradecidos y, en consecuencia, vivir obedeciendo sus normas y mandamientos. Mientras estemos cumpliendo con sus enseñanzas, normas y mandamientos, y nos dejemos conducir por el Espíritu Santo, nos mantendremos en la presencia de nuestro Padre celestial, por lo que, podemos afirmar que nunca estaremos solos.
Además, debemos darle gracias porque podemos tener una relación con Dios, es decir, estar en comunión con él, en cualquier momento o lugar, porque está siempre con nosotros. Él responde a nuestras oraciones y nos sana, espiritual, física y emocionalmente, nos enseña el camino de bendición por medio de la Sagrada Escritura, nos sana, nos conforta, nos anima, nos prospera y nos protege de todo mal. Conscientes de todo esto, desearemos agradecerle.
También agradezcamos a Dios, porque nunca disminuye su poder y está presente en todas partes y lo abarca todo, aun cuando no nos demos cuenta de ello. La prueba es que podemos volvernos a Dios para pedir dirección, protección, salud, amor, paz y cuanto necesitemos para disfrutar la vida nueva que Jesús nos da, y su poder nos sostendrá mientras enfrentamos los retos de la vida y nos conducirá para que salgamos adelante. No hay ninguna actividad ni condición que no esté gobernada por él, por lo que podemos estar seguros, que vivimos protegidos en la presencia todopoderosa de Dios.
Y algo maravilloso es que compartimos con él lo que hacemos, pues Dios, con el poder con el que diseñó nuestro cuerpo y nos creó, mantiene nuestro cuerpo con las fuerzas necesarias para que hagamos lo que Él pone en nuestro corazón, y lo que queremos hacer. Demos gracias también porque Él es quien nos da la vida. Glorifiquemos a Dios por ese maravilloso don y por la salud que podemos disfrutar, así como por su maravillosa creación. San Pablo escribió en Ef 3,20-21. “Al que tiene poder sobre todas las cosas para hacer infinitamente más de lo que pedimos o pensamos, conforme al poder que actúa en nosotros, a Él sea dada la gloria por todas las generaciones y por los siglos de los siglos.”
Y puesto que Dios se encuentra en todo lugar, está siempre con nosotros. ¡Siempre!, Por lo que, aún si quisiéramos, no podemos ocultarnos de Él, como dice el Sal 139,7: “¿A dónde me iré lejos de tu espíritu? ¿Y a dónde podré huir de tu presencia?”
Ahora bien, debemos tener claro que nuestro Señor y Salvador Jesús vino para darnos libertad y vida nueva, y como otra manifestación de su amor, se quedó entre nosotros en cuerpo, alma y divinidad en la Eucaristía, y podemos tomarlo y entregarnos a Él cada vez que lo tomamos en la hostia consagrada.
Recordemos también que, por su sacrificio en la cruz, Jesús nos dio libertad, pero, y esto es muy importante, esa libertad podemos disfrutarla dependiendo de nuestra conciencia de libertad, es decir de la certeza que tengamos, que Jesús, con su sacrificio, nos dio la libertad, libertad plena, lo que significa que depende de nuestra fe en Él. Y debemos estar muy atentos porque podemos ser oprimidos o esclavizados nuevamente, ya que nuestro pensamiento puede limitar nuestra fe y hacer que nos sintamos atados, entonces podemos resultar esclavizados nuevamente, pues cuando no creemos, es decir cuando nuestra fe tambalea, podemos llegar a aceptar que estamos a merced de personas, situaciones, tentaciones, o pecados del pasado. Pero recordemos, si aceptamos a Jesús como nuestro Salvador y lo reconocimos como nuestro Señor; si vivimos según las normas divinas y hemos confesado esos pecados; al ser absueltos, recibimos también la gracia divina que nos permite combatir y rechazar las tentaciones que nos hicieron caer en esos pecados confesados, por lo tanto, podemos tener la certeza y la fe, que hemos sido liberados de las cadenas que nos tuvieron esclavizados a esos pecados. Y por eso también debemos dar gracias a Dios.
Y como Él también nos dio el derecho de expresarnos con libertad, podemos y debemos, ser libres para expresar que fuimos liberados por el sacrificio de Jesús, que vino a dar su vida para perdonar nuestras ofensas y darnos libertad, que Él se entregó a la muerte para que nosotros no tuviéramos que pagar con la muerte como explica San Pablo en Ro 6,23: “El pecado paga un salario, y es la muerte. La vida eterna, en cambio, es el don de Dios en Cristo Jesús, nuestro Señor.” Eso significa que el poder de la muerte sobre nosotros quedó anulado cuando Jesús resucitó, manifestando así que venció a la muerte, la muerte eterna que nos llevaba a apartarnos de Dios por la eternidad. Esto significa, que nuestra vida será completa en la medida que obedezcamos la voluntad de Dios que encontramos en las Sagradas Escrituras. De ahí la importancia de conocerlas, por lo que debemos leerlas, estudiarlas y meditarlas, pues así podremos hacerlas vida.
Esto implica que nuestra salvación no depende únicamente de Dios, también debemos hacer la parte que nos corresponde como es obedecer, pero también nos toca apartar y echar de nuestra mente cualquier pensamiento que pueda oprimirnos o debilitar nuestra fe. Eso implica que no debemos creer que algo o alguien puede hacernos felices o infelices porque esto puede limitar nuestro desarrollo y progreso espiritual. Jesús vino para darnos vida, una vida nueva, abundante, plena y solamente Él puede darnos felicidad y con sus enseñanzas en las Sagradas Escrituras, nos muestra lo que puede quitarnos o interferir en nuestra libertad.
El Señor ya nos hizo libres y podemos notar que el cambio que Él ha realizado en nosotros es productivo y de bendición, tanto para nosotros como para los demás, siempre y cuando nos dejemos conducir por el Espíritu Santo que Cristo prometió enviar para apoyarnos y dirigirnos, Él es también el maestro que nos señala el camino que nos llevará a recibir sus bendiciones.
En medio de las condiciones cambiantes del mundo, Dios no cambia, Él es el bien constante en poder, gloria y amor que está y estará siempre con nosotros y la vida nueva que Jesús nos da, requiere que nosotros comprendamos que nunca es tarde para aprender y para ampliar nuestros horizontes, para mejorar nuestra vida, para que cambiemos nuestro corazón y darle a Jesús el amor y la amistad que éramos incapaces de dar y de recibir. Cualquiera que sea el cambio que necesitemos realizar, podemos confiar en que Jesús nos ayudará a lograrlo guiándonos hacia una vida mejor, como dice San Pablo en 2 Co 5,17. “Si alguien está unido a Cristo, se convierte en un ser nuevo que ha dejado lo viejo atrás ¡y está totalmente renovado!”
Como nuevas criaturas, renovadas por Cristo, podemos confiar en que, con su amor, Dios nos guiará, nos protegerá y nos sostendrá cada día, cada momento, por lo que debemos mostrar nuestro agradecimiento por todo ello. Y una forma de mostrar nuestro agradecimiento es obedeciendo las normas de Dios que nos dejó en la Biblia, pero también, ofreciéndole nuestro trabajo, el cual debemos realizar buscando la excelencia para agradar y honrar a Dios, que, con amor, nos protege y nos sostiene en cada paso del camino.
Para mantenernos en esa actitud de entrega de cuanto hagamos, debemos vivir serenamente, recordando que Dios nos ama. el ejemplo más claro es el testimonio de Jesús, el hijo de Dios, que vino para darnos vida y librarnos del pecado, pues su misión fue romper las cadenas y ataduras que nos tenían atados y esclavizados al pecado, por lo que no podíamos avanzar ni disfrutar de la vida de amor, paz y gozo que solo podemos tener cuando somos verdaderamente libres. Y eso es lo que el señor Jesús hizo, ocupó nuestro lugar en el castigo que merecíamos y nos dio libertad. A nosotros no nos costó nada, pero a él le costó la muerte, la vergonzosa muerte en la cruz, en la que fueron clavados nuestros pecados anulando así el decreto que nos acusaba, que dice que la paga del pecado es la muerte. Pero Jesús, manifestando su poder, resucitó, y con ese poder nos dio vida nueva, Su vida, por lo que, sabiendo que murió por todos y cada uno de nosotros y recordando lo que Jesús hizo por nosotros, debemos mantenernos libres y serenos en toda circunstancia para no ceder a las tentaciones. Me refiero a la serenidad que proviene del conocimiento del amor y la voluntad de Dios, que nos lleva a comprender y convencernos de que hemos sido liberados y fortalecidos con la nueva vida que nos dio Jesús y que, por amor, Dios bendice a todos los que se vuelven a él.
El amor de Dios y su ley provienen de su fuerza, y juntos, cuando llevamos en nuestro corazón su amor, y cumplimos su ley, obtenemos los mejores y más satisfactorios resultados: sus bendiciones. Es entonces cuando descubrimos que el amor de Dios es la fuerza que nos conduce al bien, por lo que no hay razón para preocuparnos porque estamos en las manos de nuestro poderoso Dios que nos ama, nos protege y nos dirige. Sin embargo, aun cuando el amor de Dios es incondicional, requiere de nosotros que obedezcamos su ley, y seremos más felices mientras más estemos viviendo según esa ley plasmada en los Mandamientos.
Dios solo desea nuestro bien, como queda de manifiesto en el Dt 30,15-20, en donde Dios dice: «Hoy te doy a elegir entre la vida y la muerte, entre lo bueno y lo malo, entre la vida y el éxito, o la muerte y el desastre. Si obedeces los mandamientos del Señor tu Dios que te ordeno hoy, amas al Señor tu Dios, vives como él manda y obedeces sus mandamientos, normas y leyes, entonces vivirás y te multiplicarás, y el Señor tu Dios te bendecirá. Pero si te alejas del Señor, no lo escuchas, te dejas arrastrar y adoras y sirves a otros dioses, entonces hoy te advierto que con toda seguridad serás destruido y no vivirás mucho tiempo.
Hoy llamo al cielo y a la tierra para que sean testigos que te estoy dando a elegir entre la vida y la muerte, entre la bendición y la maldición. Elige la vida para que tú y tus descendientes puedan vivir, amando al Señor tu Dios, obedeciéndolo y estando cerca de él, porque al hacer esto tendrás vida y permanecerás por mucho tiempo sobre la tierra».
Nuestro único pensamiento debe ser, pues, estar receptivos a Dios, que, con su presencia también produce en nosotros amor, paz y gozo, como dice San Pablo a los cristianos de Corinto en 2 Co 13,11: «Hermanos, estén alegres, busquen la perfección, anímense, vivan en armonía y en paz; de este modo, el Dios del amor y de la paz estará con ustedes.» Entonces, soltemos todo lo que obstaculiza que caminemos con Dios, sabiendo que todas las cosas trabajan para nuestro bien, como dice Ro 8,28: «Todo pasa para bien de los que aman al señor. A los cuales el ha llamado de acuerdo a su plan.» En efecto, Dios permite que todo pase para bien de los que lo aman, y sabe que lo aman porque siguen sus mandamientos y enseñanzas. Si lo creemos y nos aferramos a la idea que todas las cosas ocurren para nuestro bien, nos liberaremos de preocupaciones y de ansiedades. Eso permitirá que salgamos de las dudas y el temor para enfocarnos con toda nuestra atención, en el poder de Dios, que actuará en nuestro favor. Sin embargo, esto no significa que sucederá en el momento en el que lo deseamos o pedimos, pero debemos tener fe que así será, porque lo Él lo prometió cuando dijo Mt 21,22 “Todo lo que pidan con fe en oración lo obtendrán.” Si lo obtendremos, aunque no veamos de inmediato que surja algo bueno de la condición negativa que estemos pasando, ya sea una enfermedad o un problema familiar, económico, de trabajo o cualquier otro, “sucederá algo que será de bendición.”
Podemos confiar plenamente en Dios, porque él siempre actúa para nuestro bien, que siempre está atento a nuestras necesidades y siempre da la respuesta que necesitamos, aunque no sea la que pedimos, será la mejor respuesta, con la que resultaremos bendecidos. Y si sabemos que él trabaja para nuestro bien, nos corresponde participar para que ese bien se manifieste en nuestra vida, eso significa que debemos estar atentos y dispuestos a recibir la bendición de Dios soltando lo negativo y manteniendo nuestros pensamientos positivos, enfocados en sus promesas que se encuentran en las Sagradas Escrituras y obedeciendo sus normas y enseñanzas. Esto implica que nos mantengamos firmes en la fe, pero también, que, como una forma de mostrarnos agradecidos, obedezcamos la orden de nuestro Salvador y Señor y seamos sus instrumentos para anunciar la Buena Nueva de salvación para que más personas acepten la salvación por el sacrificio de Jesús, dejen el pecado, se incorporen al Reino de Dios y disfruten con nosotros la vida nueva.
Que así sea.

X