COMUNICACIÓN EFECTIVA CON DIOS
COMUNICACIÓN EFECTIVA CON DIOS
Para escuchar a Dios debemos callar tanto el ruido exterior y hacer sobre todo silencio interior.
1ª PARTE
Cuando decidimos llevar nuestras vidas por el camino de la santidad, supimos que para lograrlo debemos tomarnos de la mano de Dios y sentimos la necesidad de comunicarnos con Él en oración para pedirle que nos guíe. Pero debemos poner atención a lo que Él nos diga para que la oración sea efectiva, porque ésta es una comunicación de doble vía, y debemos poder escuchar su voz, por lo que hoy me enfocaré en presentar las soluciones a las 12 dificultades más frecuentes que tenemos para escuchar a Dios. Con frecuencia no podemos escucharlo por el ruido que entorpece nuestra oración, por lo que trataré de mostrar cómo podemos favorecer el silencio, que es condición indispensable para encontrarnos con Dios y escucharlo. Ahora bien, debemos comprender que, más que hacer silenciar el ruido exterior, debemos enfocarnos en lograr el silencio interior. Con esto quiero decir que debemos aprender a eliminar los ruidos que brotan de nuestro interior, los cuales intervienen negativamente en la oración, porque nos distraen o incluso nos impiden orar.
Eliminar el silencio exterior es relativamente fácil, basta con seguir las instrucciones de Jesús que se encuentran en Mt 6,6 en donde dice: “Cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre en secreto. Y tu Padre, que ve lo que haces en secreto, te dará tu premio.” Con esto, nuestro Señor nos indicó que debemos buscar un lugar tranquilo para tener intimidad con Dios. Desde luego, en caso de necesidad, cualquier lugar es bueno, pues Dios está en todo lugar, pero a lo que se refiere con esa instrucción, es al momento en que, cada día, buscamos a Dios en oración, para entregarle nuestras actividades y pedir su dirección.
Esa enseñanza del Señor, de buscar un lugar tranquilo, debemos tomarla en cuenta pues difícilmente vamos a escuchar a Dios si estamos sumergidos en un ambiente de caos, generado por palabrería, música o cualquier otra distracción. Es importante pues, que busquemos el silencio de los medios de comunicación; de las cosas y de las personas. Por ello es recomendable que contemos con un espacio asignado para comunicarnos con Dios; en nuestra casa, o en donde sea. Además del espacio, debemos considerar también el tiempo adecuado, que deberá ser el mejor momento para hacerlo a solas y sin interrupciones. Este silencio exterior en el que buscamos estar a solas con Dios para hablarle y escucharle, es más fácil de conseguir que el silencio interior, que es más importante que eliminemos, ya que el encuentro con Dios se da en el silencio del alma, por lo que debemos conocer los ruidos “interiores” que pueden interrumpir, obstaculizar o impedir nuestra oración, para entonces, vencerlos, ya que éstos no nos permiten el encuentro con Dios en la oración.
Esos son los ruidos silenciosos que, aunque los demás no los noten, si nos afectan pues son los que se encuentran en lo profundo de nuestro ser. Son ruidos, que nos afectan negativamente, porque al no poder comunicarnos debidamente con Dios, no permiten que escuchemos su dirección, ni sanar nuestros conflictos interiores, ni descargar nuestras culpas. Esos ruidos debemos combatirlos para lograr una buena oración, por lo que mencionaré 12 de estos ruidos que nos dificultan tener comunicación con Dios, porque nos impiden escucharlo. Éstos son: el odio, la crítica a Dios, el rencor, el orgullo, la envidia, el miedo, las preocupaciones, la debilidad, la acomodación en el pecado, la vanidad, el pasado personal y las fantasías.
Hoy definiré los primeros seis de estos ruidos para que, al conocerlos aprendas a deshacerte de ellos.
El primer ruido, el odio, es un sentimiento contrario al amor y hace impracticable la oración pues la persona rechaza a quien odia. El odio es pecado, porque se le desea mal al prójimo, por ello San Juan en su primera carta lo dice fuerte y claramente: “Todo el que aborrece a su hermano es un asesino, y ustedes saben que ningún asesino puede tener vida eterna en sí mismo.” 1 Jn 3,15
Pero en Mat 5,43-45 encontramos la solución que dio Jesús cuando dijo: “Han oído que se dijo: ‘Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo.’Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, y oren por quienes los persiguen. Así ustedes serán hijos de su Padre que está en el cielo…” Así que debemos enfocarnos en amar, en ser tolerantes y benevolentes así como en perdonar que es lo opuesto al odio. Y la manifestación de que evitamos que nos afecte el odio es cuando oramos por quien nos ha hecho mal.
El segundo ruido es la crítica a Dios, la cual se genera en nuestro interior cuando reprochamos a Dios por lo malo que nos pasa o que notamos a nuestro alrededor. Este ruido nos hace callar pues es una actitud de reproche que nos mantiene alejados. Al ser un sentimiento de disgusto contra nuestro Padre celestial, ese disgusto impide un diálogo sereno que hasta quita los deseos de hablar con Dios. Pero, si somos conscientes de lo que Dios ha hecho en nosotros y por nosotros, no podríamos nunca criticar a Dios. Por el contrario, al conocerlo, de nuestro corazón solamente podrá brotar agradecimiento, alabanza, elogio, glorificación. Por ello debemos leer, estudiar y meditar las Sagradas Escrituras pues allí comprenderemos lo que ha hecho y hace por nosotros, eso nos ayudará a orar pues ya no seremos solamente nosotros los que hablemos, sino también estaremos dispuestos a escuchar a Dios.
El tercer ruido de nuestra lista de ruidos es el rencor. El enojo por algo o contra alguien, si no lo eliminamos, se puede convertir en rencor, y éste es un ruido no solamente porque no permite que nuestra oración fluya, también es negativo para la salud tanto física como psicológica puesto que es un sentimiento de hostilidad o de gran resentimiento hacia una persona a causa de una ofensa o un daño recibidos que pueden durar mucho tiempo y aunque pareciera que lo olvidamos y no nos afecta, puede aparecer cada vez que recordamos la ofensa causando una sensación que puede ir de una ligera molestia temporal a un malestar profundo que llegue a dificultar o incluso a imposibilitar las relaciones con quien nos ofendió y también con Dios. Por lo que la condición que debemos tener para que nuestra oración se lleve a cabo correctamente, es tener un corazón reconciliado, como nos dice el Señor Jesús en Mt 5, 23-24: “Si al llevar tu ofrenda al altar te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí mismo delante del altar y ve primero a ponerte en paz con tu hermano. Entonces podrás volver al altar y presentar tu ofrenda.”
El orgullo, generado por el exceso de amor a nosotros mismos o a nuestros méritos, es otro ruido interior, porque incapacita para reconocer y corregir nuestros errores y pone de manifiesto nuestra falta de humildad, pues la persona orgullosa se cree superior a las demás o lo que es peor, llega a creer que no necesita de Dios porque opone gran resistencia a pedir perdón y al cambio personal. Éste es un problema serio, pues la persona orgullosa no cambia fácilmente pues piensa que, lo que está haciendo, está bien, con lo que genera un endurecimiento o frialdad emocional que lo mantiene a distancia de los demás. Quien es orgulloso, difícilmente olvida una ofensa por lo que bloquea las relaciones interpersonales, incluyendo la relación con Dios. Pero podemos corregirlo y la manera de salir del orgullo es siendo honestos. La honestidad aunque al principio puede resultar muy dolorosa, es muy liberadora porque nos permite afrontar la verdad acerca de quiénes somos y de cómo nos relacionamos con nuestro mundo interior. Ser honestos con nosotros mismos, nos conduce hacia nuestro bienestar emocional. Además, la honestidad nos da fortaleza para cuestionarnos e identificar la falsedad y las mentiras que nos atacan desde nuestro interior. En la medida en que vamos integrando la honestidad a nuestra conducta, nuestro orgullo se va desvaneciendo al no tener que representar papeles con el fin de dar la imagen de alguien que no somos, ya que nos permite quitarnos la máscara con la que tratamos de agradar y ser aceptados por los demás. Esta cualidad impide, además, que ocultemos nuestros conflictos emocionales, pues al reconocerlos podemos enfrentarlos y salir de ellos.
Otro ruido interior es la envidia, la cual no permite que hablemos bien de alguien. Es un ruido que desconoce los talentos de los demás y niega la acción de Dios en ellos como en nosotros, lo cual crea tensión en la relación con el prójimo y dificulta nuestra comunicación con Dios. La envidia es un sentimiento destructivo que desarrolla en el envidioso, una identidad frágil que no se valora por quién es, sino por lo que tiene; es decir, mide su felicidad a partir de lo que posee, por lo que, aquellos con quien ha de compartir su vida se convierten en rivales y hasta en enemigos. La envidia hace experimentar pensamientos y emociones desagradables, y nos involucra en acciones de las cuales no nos sentiremos orgullosos, por lo que, para salir de ella debemos crear alternativas que nos permitan desarrollar sentimientos constructivos, que nos lleven a actuar de un modo coherente a como nos gustaría ser. Para ello debemos actuar con Modestia y Humildad, virtudes contrarias a la envidia que nos permiten vivir con la realidad de no tener “ahora mismo” lo que deseamos, y nos permiten reconocer que hay personas merecedoras de los logros que anhelamos.
El último de los ruidos que nos dificultan escuchar a Dios, que trataremos hoy, es el miedo, esa sensación de angustia provocada por la presencia de un peligro, que puede ser real o imaginario; eso lo hace un ruido poderoso puesto que impide que confiamos en Dios y en su providencia. Para vencer el miedo, debemos vivir con sus opuestos: esto significa que debemos vivir sobre todo con confianza y fe en las promesas de Dios, que de muchas maneras y oportunidades nos anima y nos dice que estará con nosotros, lo que significa que nos conducirá por el camino de bendición. El nos dice en Jos 1,9 “Yo soy quien te manda que tengas valor y firmeza. No tengas miedo ni te desanimes porque yo, tu Señor y Dios, estaré contigo dondequiera que vayas.” También lo dijo Jesús antes de ascender al cielo, como leemos en Mt 28,20b: “Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo.”
Resumiendo los primeros seis ruidos silenciosos en nuestro interior, que dificultan nuestra oración y evitan que escuchemos a Dios son:
El odio y la solución es que actuemos con amor, tolerancia, benevolencia y perdón.
El segundo ruido que podemos encontrar en nuestro interior es la crítica a Dios. La solución es conocerlo a través de la lectura, estudio y meditación de las Sagradas Escrituras.
El tercer ruido es el rencor y lo corrige un corazón reconciliado, perdonador; esto significa que debemos ponernos en paz con Dios y con quien nos haya ofendido.
El cuarto ruido es el orgullo que podemos vencer con la honestidad. Ella nos permitirá afrontar la verdad sobre quiénes somos.
El quinto ruido interior es la envidia, y podemos derrotarla con Modestia y Humildad, lo cual nos permite reconocer que otras personas merecen los logros que deseamos alcanzar.
Y el sexto ruido silencioso en nuestro interior, que tratamos hoy, es el miedo, que impide que confiamos en Dios y en su providencia, ruido que podemos vencer con confianza y fe en las promesas de Dios que se encuentran en las Sagradas Escrituras, de ahí la importancia de conocerlas.
Al conocer estos seis ruidos interiores que dificultan escuchar la voz de Dios, y las formas de deshacerse de ellos, podrás querido oyente, superar las dificultades que puedan haber causado en tu oración, y podrás escuchar su respuesta, para entonces seguir sus instrucciones y en consecuencia ser bendecido/a abundantemente.
Te invito para que la próxima semana escuches la continuación de este tema y puedas, con esa información, superar las dificultades que ocasionan los otros ruidos interiores que identificaremos.
Fin de la 1ª parte
