COMUNICACIÓN EFECTIVA CON DIOS parte 2
COMUNICACIÓN EFECTIVA CON DIOS 2ª Parte
La oración es una conversación con Dios en la que hablamos y Él responde y la mayoría de las veces nos dedicamos a hablar, para pedirle algo, también para darle gracias, alabarlo y adorarle, pero pocas veces esperamos que nos responda para que obtengamos su dirección, pero no siempre escuchamos su respuesta porque tenemos algún obstáculo, que hemos identificado como ruidos exteriores y otros que no siempre consideramos que hemos llamado ruidos interiores.
Mencioné que eliminar el silencio exterior, es fácil, que basta con seguir las instrucciones de Jesús, que encontramos en Mt 6,6, en donde dice: “Pero tú, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre en secreto. Y tu Padre, que ve lo que haces en secreto, te dará tu premio.” Esto significa que busquemos un lugar tranquilo, en donde podamos tener intimidad con Dios, por lo que es importante el silencio de la lengua, de los medios de comunicación, de cosas y de personas, pues necesitamos un espacio asignado para comunicarnos con Dios. Para hacerlo a solas y sin interrupciones, además del espacio físico, debemos considerar el mejor momento. Ese silencio exterior, es fácil de conseguir. Pero el silencio interior es otra cosa.
El encuentro con Dios se da “en el silencio del alma”, por lo que es importante que identifiquemos también esos ruidos interiores que nos puedan dificultar el encuentro con Dios en nuestra oración, pues solamente si los conocemos podremos combatirlos y vencerlos.
Estos ruidos interiores, que podemos llamar ruidos silenciosos, porque no son evidentes para los demás, se encuentran en nuestro interior y al no poder comunicarnos con Dios, no nos permiten solucionar nuestros conflictos interiores, ni descargar nuestras culpas y tampoco permiten que escuchemos su dirección.
A estos ruidos debemos combatirlos para lograr una buena oración, son 12: El odio, la crítica a Dios, el rencor, el orgullo, la envidia, el miedo, y hasta aquí llegamos en el programa anterior. Los otros seis, que veremos hoy son: Las preocupaciones, la debilidad, la acomodación en el pecado, la vanidad, el pasado personal y las fantasías.
El primer ruido interior que veremos hoy es la preocupación, que podemos definir como el pensamiento que produce temor, inquietud o ansiedad; estos son elementos que ocupan nuestra atención y generan incomunicación, por lo que no permiten una eficaz comunicación con Dios. Pero podemos salir de ella, a través de la confianza en Dios y en su providencia. Jesús dijo: «No se preocupen por lo que han de comer o beber para vivir, ni por la ropa que necesitan para el cuerpo. ¿No vale la vida más que la comida y el cuerpo más que la ropa?
Miren las aves que vuelan por el aire: no siembran ni cosechan ni guardan la cosecha en graneros; sin embargo, el Padre de ustedes que está en el cielo les da de comer. ¡Y ustedes valen más que las aves! En todo caso, por mucho que uno se preocupe, ¿cómo podrá prolongar su vida ni siquiera una hora?
“¿Y por qué se preocupan ustedes por la ropa? Fíjense cómo crecen los lirios del campo: no trabajan ni hilan. Sin embargo, les digo que ni siquiera el rey Salomón, con todo su lujo, se vestía como uno de ellos. Pues si Dios viste así a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se quema en el horno, ¡con mayor razón los vestirá a ustedes, gente falta de fe!
Así que no se preocupen, preguntándose: ‘¿Qué vamos a comer?’ o ‘¿Qué vamos a beber?’ o ‘¿Con qué vamos a vestirnos?’ Todas estas cosas son las que preocupan a los paganos, pero ustedes tienen un Padre celestial que ya sabe que las necesitan. Por lo tanto, pongan toda su atención en el reino de los cielos y en hacer lo que es justo ante Dios, y recibirán también todas estas cosas.» Mt 6,25-32 Cuando el Señor Jesús dijo que recibiríamos todas estas cosas, se refirió a lo que había mencionado antes, comida, bebida y vestido. Con esto garantizó que, viviendo según sus normas y enseñanzas, es decir haciendo lo que es justo a Sus ojos, tendremos todo cuanto necesitemos para vivir dignamente, como hijos de Dios. Confiemos en su palabra.
Otro ruido en nuestro interior es la fe débil. Por ella, creemos que nuestra oración no es posible, o que será ineficaz y por ello no sabemos qué hacer o qué decir en la oración y al final podemos decidir no hacerla.
La vida del cristiano es una batalla constante, tanto en el campo físico como en el espiritual, por lo que mantenerse fuerte espiritualmente, con la fe viva, es la única manera de permanecer victorioso en la batalla contra la falta de fe y esto lo lograremos, poniendo nuestra fe, por poca que sea, en acción, como Jesús dice en varias oportunidades cuando recrimina a las personas por su poca fe; por lo que, aun cuando la tengamos poca, debemos ponerla en acción. Y al ver la respuesta de Dios, ésta aumentará. También pidamos a Dios que nos la aumente, como dijo, según dice Mr 9,24, el padre del muchacho endemoniado que se puso a gritar «Creo, pero ayuda a mi poca de fe». También podemos aumentar nuestra fe apoyándonos en las Sagradas Escrituras, en donde encontraremos citas que nos ayuden en nuestra oración, por ejemplo el Sal 25, que dice en el verso 5: “Señor, guíame, encamíname en tu verdad, pues tú eres mi Dios y Salvador. ¡En ti confío a todas horas! O en el Sal 59,9 en donde leemos: «Yo pongo en ti mi confianza, pues tú eres mi fortaleza. ¡Tú, Dios mío, eres mi protector!» Y otras muchas.
La acomodación en el pecado es el el noveno ruido interior. Recordar nuestro pecado, y complacerse de el, es un serio obstáculo que impide que nos comuniquemos con Dios. Para combatir este ruido, debemos obedecer a nuestro Padre celestial que nos dice en el Eclo 7, 1-2: “No hagas mal, y el mal no te alcanzará. Aléjate del pecado, y él se alejará de ti.” En Pro 3,7 leemos: “No te creas muy sabio; obedece a Dios y aléjate del mal”. Y en Pro 4, 27: “No te desvíes a derecha ni izquierda. Aparta tu pie del mal.”
El ruido silencioso número diez corresponde a la vanidad que podemos definirla como el Orgullo de la persona que tiene en un alto concepto sus propios méritos y un afán excesivo de ser admirado y considerado por esos méritos. Esta inclinación a amoldarse a la mentalidad del mundo y a sus frivolidades, acaparan la atención de la persona vanidosa y hacen que su oración no se realice por considerar que la relación con Dios no es prioritaria en su vida. Pero todo eso es vano, como dijo Salomón, el rey sabio en el Ecle 2,11: “Me puse a considerar mis propias obras y el trabajo que me había costado realizarlas, y me di cuenta de que ¡todo es vanidad, un querer atrapar el viento! y de que ¡En esta vida nadie saca ningún provecho!” Pero podemos sacar la vanidad de nuestra vida considerando a dónde nos llevan los pensamientos de excesiva auto-admiración y entonces buscar la sencillez y la modestia.
El penúltimo ruido es el pasado personal, que se refiere a los malos recuerdos o los recuerdos de errores cometidos de los que nos sentimos culpables y crean preocupación e intranquilidad. Y aunque pueden tratarse de errores del pasado en el que no habíamos tenido nuestro encuentro con Dios, por lo tanto tampoco experiencia de oración, el Señor te dice hoy, como le dijo a Job según leemos en 8,7: “Tu pasado será una miseria comparado a tu espléndido futuro.” Recordemos que Job era un hombre muy rico y esa promesa de “un espléndido futuro” es también para ti. Pero, para salir del ruido de nuestro pasado, debemos acudir a la Misericordia de Dios por la que obtenemos el perdón cuando arrepentidos y con el propósito de enmendar nuestras faltas, acudimos a Él en el Sacramento de la Reconciliación y le confesamos nuestros pecados, las faltas con las que lo ofendimos a Él o al prójimo. Cuando el Sacerdote nos absuelve, es Cristo mismo, que al instituir ese Sacramento dijo a los suyos: “A quienes ustedes perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a quienes no se los perdonen, les quedarán sin perdonar.” Jn 20,23. Por tanto, luego de confesarnos ya no debemos sentirnos culpables, porque se nos otorga el perdón por orden de Jesús.
El último ruido interior de nuestra lista es la fantasía, que puede referirse a una situación imaginada o inventada. En este contexto me refiero a una imaginación descontrolada, que genera fantasías de todo tipo las cuales impiden escuchar la voz de Dios, como dice Eclo 3,24: “Muchos se han dejado engañar por sus propias ideas, y sus locas fantasías los extravían!” Para combatir este ruido de la fantasía, debemos conocer las Escrituras y obedecerlas, sin ningún cuestionamiento, sin hacer interpretaciones personales, y sin adaptarlas a nuestro particular interés.
Resumiendo, los seis ruidos y sus formas de salir de ellos que hoy analizamos son:
●Las preocupaciones, que podemos vencerlas con la confianza en Dios y su providencia.
●La fe débil, que derrotamos acudiendo a las Sagradas Escrituras y pidiéndole a Dios que avive nuestra fe y aunque la tengamos poca, ponerla en acción.
●La acomodación en el pecado, que se vence con obediencia a Dios.
●Para deshacernos del ruido de la vanidad debemos buscar la sencillez y la modestia.
●El ruido del pasado personal lo expulsamos acudiendo a la Misericordia de Dios al buscar Su Perdón en el Sacramento de la Reconciliación, la Confesión.
●Y nos desharemos del ruido que producen las fantasías, obedeciendo a Dios, para lo cual debemos conocer Su voluntad a través de la lectura y estudio de la Biblia.
Debemos reconocer que cada uno de estos ruidos es un problema, pues sólo así podremos superarlos y tener una verdadera comunicación con Dios, en la que podremos hablar y escucharle, para entonces, obedecerle y al vivir según su dirección, le agradaremos y en consecuencia recibiremos, sus dones, su gracia, su bendición. Por ello debemos hacer todo nuestro esfuerzo para sacar esos ruidos de nuestra vida, tomando en cuenta que San Pablo nos dice que «A todo podemos hacerle frente con Cristo que nos fortalece y que, con Él, somos más que vencedores.» Fil 4,13 y Ro 8,37.
Pidamos a Dios que nos auxilie con su dirección, fortaleza de espíritu y amor para salir de éstos y cualquier otro ruido que no nos permita tener con Él una relación íntima ni escuchar su voz para que nos conduzca por el camino de luz, de justicia y de paz, que nos lleva a Su presencia para que disfrutemos desde ya, las bendiciones que ha preparado para nosotros. Que así sea.
Ahora querido oyente, te invito a hacer conmigo la siguiente oración:
Señor Dios y Padre celestial, te alabo y te bendigo, agradecido porque me permitiste conocer algunas de las dificultades que enfrento al comunicarme contigo. Te pido, en nombre de tu Hijo Jesús, mi Señor y Salvador, que me ayudes a vencer estos y cualquier otro ruido que no me han permitido escuchar tu voz. Quiero escucharte y obedecerte, dame pues el don del entendimiento para que, lo que me has mostrado en estos programas pueda aplicarlo a mi vida y solucione las dificultades que tengo para comunicarme contigo. Dame también sabiduría para que salga de esos ruidos interiores, que, aunque no se noten, han estado evitando que reciba tus bendiciones por no obedecer tus normas y mandatos por no poder escucharlos. Dame también fortaleza, perseverancia y sabiduría para obedecerte, mantenerme firme y grato a ti y dar testimonio de tu presencia en mi vida y así presentar a tu Hijo Jesús y la salvación eterna que se obtiene por su sacrificio. Amén.
