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PLANIFICA CON LA DIRECCIÓN DE DIOS 2a parte

PLANIFICA CON LA DIRECCIÓN DE DIOS

Segunda parte

En el tema anterior, dije que hay 3 señales que nos indican si vamos por buen camino para llevar a cabo nuestros planes y nos ayudarán cuando necesitemos tomar alguna decisión. Esas señales son: la primera, que lo que deseamos hacer no vaya en contra de lo que dice la Biblia, la segunda, que lo que deseamos hacer nos dé paz, y la tercera, que las circunstancias coincidan.
También mencioné que cuando tenemos el plan de lo que deseamos hacer, es recomendable que lo dividamos en metas a corto, mediano y largo plazo, pues cumplir cada etapa nos animará a seguir a la siguiente con entusiasmo renovado, pero que realizar cada etapa requiere de nosotros: autodisciplina, perseverancia y estar dispuestos a pagar el precio para obtener lo que queremos.
En la Sagrada Escritura encontraremos la dirección de Dios que nos anima cuando dice en Jos 1,9: “¿No te he mandado que seas valiente y firme? No tengas miedo ni te acobardes, porque el Señor, Tu Dios, estará contigo dondequiera que vayas.” También en el Sal 27,14 nos dice: “Espera en el Señor, Ten valor y firme corazón. Espera en el Señor.” Y en Hag 2,4b subraya que nos apoya cuando dice: “Continúen trabajando, porque yo estoy con ustedes, dice el Señor Todopoderoso.” Dios nos anima a confiar en él, a poner nuestros proyectos y anhelos en sus manos, porque Él nos conducirá, y si vamos con Él, ¿quién contra nosotros?
Debemos recordar que Dios nos ama por lo que siempre tiene lo mejor para nosotros, como dice con claridad en Jer 2,7ª: “Yo los traje a esta Tierra fértil para que comieran de sus frutos y de sus mejores productos.” Pero debemos tener claro que, si bien Dios nos dirige y nos anima, quien debe trabajar, y sacrificarse es quien desea llegar a la meta. Esto significa que, si tú quieres llegar a la meta que te has fijado, es a ti a quien corresponde hacer el esfuerzo. Claro que puedes pedir ayuda, pero a ti te toca hacer lo que corresponda para alcanzar la meta que te propones pues eres la persona más interesada en lograrlo.
Ahora bien. Hay sistemas para planificar, por ejemplo, para llevar adelante el plan, debes considerar los objetivos, (lo que pretendes alcanzar, o a dónde quieres llegar, cuales son tus metas). Debes considerar también tu preparación, es decir tener claro lo que debes aprender para hacer lo que debes hacer.
También debes tomar en cuenta la organización, pues para que puedas alcanzar el objetivo que te propones, debes tener en cuenta las actividades que debes realizar y también debes considerar los recursos y los medios con los que vas a trabajar en cada una de las actividades. Otra etapa importante es la evaluación, que te permitirá saber si alcanzaste los objetivos que te propusiste.
Todos debemos tener un plan para nuestra vida y para cada proyecto, un plan que reúna los puntos mencionados pues así será más fácil desarrollarlos y alcanzar los objetivos que nos propongamos. Jesús enseñó, que antes de iniciar alguna tarea es necesario planificarla calculando lo necesario para poder terminarla, lo que indica que la planificación es indispensable. Dice en Lc 14,28-30: “Si alguno de ustedes quiere construir una torre, ¿Acaso no se sienta primero a calcular los gastos para ver si tiene con qué terminarla? De otra manera, si pone los cimientos y después no puede terminarla, todos los que lo vean comenzarán a burlarse de él diciendo, este hombre empezó a construir, pero no pudo terminar.”
Tomando en cuenta que el Señor aconseja hacer planes antes de iniciar las tareas, examinemos ahora un modelo de plan para realizar durante este nuevo año siguiendo los pasos mencionados. En ese modelo, nuestro objetivo es tener una vida consagrada a Dios, una vida de Santidad. La motivación la encontramos en Lv 20,7 y es tan importante lo que ahí nos dice Dios, que lo repite en el verso 26, dice: “Conságrense completamente a mí y sean santos, pues yo soy el señor su Dios. Ustedes deben ser santos para conmigo, porque yo el Señor soy santo y los he distinguido de entre los demás pueblos para que sean míos.” Esto es algo posible, ya que Dios nos lo pide y Él no pide cosas que no podamos hacer, y si Él nos lo pide, nos dará lo necesario para que lo logremos, y si habiendo puesto todo de nuestra parte no podemos completar la tarea, Él vendrá en nuestra ayuda.
Dios Padre nos ha llamado, y si reconocemos que “Jesucristo es su hijo y vino para salvarnos”, pasamos a ser hijos suyos porque, como dice San Pablo en Ro 10,9 “Si lo creemos en nuestro corazón y lo proclamamos con nuestra boca, entonces pasamos a ser hijos de Dios y si somos hijos también coherederos del Reino.”
Y debemos tener claro que una vida santa consiste en honrar al Señor, y se le honra al obedecerle. Entonces, para vivir consagrados al Señor debemos vivir en santidad, obedeciéndole.
Dice el Sal 25,12 – 14. “Al hombre que honra al Señor, Él le muestre el camino que debe seguir, lo rodea de bienestar y da a sus descendientes posesión del país. El Señor es amigo de quienes le honran y les da a conocer su pacto”. Dios ya mostró su pacto, es decir, dio a conocer a Jesús, al conocerlo podremos seguir su ejemplo de obediencia, y si obedecemos a Dios, Él nos mostrará, por medio del Espíritu Santo, cómo podemos alcanzar nuestro objetivo que es la santidad, por lo tanto, además de conocer su voluntad en las Sagradas Escrituras, debemos ser obedientes.

En el Nuevo Testamento la palabra “pacto” se utiliza en íntima conexión con la Útima Cena del Señor, la institución de la Eucaristía como leemos en Mr 14,22-24: “Y mientras estaban comiendo, tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio y dijo: «Tomen, éste es mi cuerpo.» Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio, y bebieron todos de ella. Y les dijo: «Ésta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos.” Y en 1Co 11,23-25, en donde San Pablo dice: “Porque yo recibí del Señor lo que os transmití: que el Señor Jesús, la noche en que era entregado, tomó pan, dando gracias, lo partió y dijo: «Este es mi cuerpo que se entrega por ustedess; hagan esto en memoria mía.» Asimismo tomó el cáliz después de cenar, diciendo: «Esta copa es el nuevo Pacto en mi sangre. Cuantas veces la beban, haganlo en memoria mía.»
Con la institución de la santa comunión Jesús se refiere a su cuerpo como el pan y a su sangre como el vino. Esto hace referencia a Jesús como el cordero pascual que debe ser inmolado en la pascua para ser comido por los discípulos. El cordero pascual era el equivalente del animal sacrificado con motivo del pacto, y la santa comunión la comida correspondiente. Y la referencia de Cristo sobre su sangre tiene relación con el papel prominente que tuvo la sangre en el establecimiento del pacto en Sinaí que encontramos en Ex 24,8 en donde se lee: “Entonces Moisés tomó la sangre, roció con ella al pueblo y dijo: «Ésta es la sangre de la Alianza que Yahvé ha hecho con vosotros, de acuerdo con todas estas palabras.»” Moisés, intermediario entre Yahvé y el pueblo, los une simbólicamente derramando sobre el altar, que representa a Yahvé, y luego sobre el pueblo, la sangre de una misma víctima. De este modo, el pacto es ratificado por la sangre, (Lv 1,5), como la Nueva Alianza lo será por la sangre de Cristo, Mt 26,28+; que como explica Hb 9,12-16: “Cristo se presentó como sumo sacerdote de los bienes futuros, a través de una Tienda mayor y más perfecta, no fabricada por mano de hombre, es decir, no de este mundo.(se refiere al Cielo) Y penetró en el santuario una vez para siempre, no con sangre de machos cabríos ni de novillos, sino con su propia sangre, consiguiendo una liberación definitiva. Como dice Jesús en Mt 26,28: “Esto es mi sangre que establece el nuevo pacto entre Dios y su pueblo. Es derramada para perdonar los pecados de mucha gente.”
Pues si la sangre de machos cabríos y de toros y la Ceniza de una becerra santifican con su aspersión a los contaminados,¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu Santo se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto al Dios vivo!
Por eso Jesús es mediador de una nueva alianza; para que, interviniendo una muerte que libera de las transgresiones de la primera alianza, los llamados reciban la herencia eterna prometida.” Y nosotros somos esos llamados.
Pablo interpretó correctamente la crucifixión de Cristo cuando declaró que tomó sobre sí las maldiciones de la ley a fin de redimir a la humanidad (Ga 3,13).

Las actividades que debemos llevar a cabo para llegar a la meta que nos proponemos, las encontramos en la Biblia, pero, para obedecer a Dios, es necesario amarlo. El Sal 37,4 dice: “Ama al señor con ternura y él cumplirá tus deseos más profundos.” Si amamos al Señor, entonces vamos a hacer obedientes a él para alcanzar nuestra santificación, y él cumplirá los deseos de nuestro corazón, pero debemos confiar en el Señor, hacer lo bueno y mantenernos fieles; si hacemos eso, él estará complacido con nosotros. En el mismo Sal 37,18 y 19 dice: “El Señor cuida de los que viven sin tacha y la herencia de ellos durará para siempre. En épocas malas, cuando haya hambre, no pasarán vergüenza, pues tendrán suficiente comida.” El Señor nos cuidará “si vivimos sin tacha”, “si vivimos obedeciendo sus mandamientos”, es decir, sin pecar.
Recordemos que nuestra herencia va a durar para siempre y que no pasaremos vergüenza ni hambre, porque, aunque la situación sea mala, si vivimos obedeciendo sus mandamientos no nos va a faltar lo indispensable para vivir con la dignidad de hijos de Dios. Como dice Jesús en Mt 6, 25-26: “No se preocupen por lo que han de comer o beber para vivir, ni por la ropa que han de ponerse. Ciertamente la vida es más que la comida y el cuerpo más que la ropa. Miren a las aves, ni siembran, ni cosechan, ni guardan la cosecha en graneros. Sin embargo, el padre de ustedes que está en el cielo les da de comer y ustedes valen más que las aves.”
Recuerda que tu prioridad es amar a Dios con todo tu corazón, con toda tu mente, con todas tus fuerzas; sobre todo y sobre todos.
La segunda actividad que debemos llevar a cabo, y que va muy de la mano con amar a Dios y la encontramos en el Sal 1,1-2: “Feliz el hombre que no sigue el Consejo de los malvados, ni va por el camino de los pecadores, ni hace causa común con los que se burlan de Dios. Sino que pone su amor en la ley del Señor y en ella medita noche y día.” Es decir, debemos evitar por todos los medios el pecado.
Si nosotros, que nos llamamos cristianos, no reflejamos con nuestra conducta, que Jesús vive en nosotros, no podremos presentarlo a los demás, por lo que no debemos ir contra los mandamientos de Dios y sus enseñanzas, ni hacer causa común con los que lo hacen. Por el contrario, debemos poner nuestro amor en su ley, ya que su palabra debe ser como miel en nuestra boca, debemos meditar en ella en todo momento, no solamente leerla, también meditarla y estudiarla a fondo, poniendo todos nuestros sentidos para aprenderla y pedir al Espíritu Santo que la revele a nuestro corazón, ya que así conoceremos la voluntad de Dios para nuestra vida y sabremos qué es lo que debemos hacer, para entonces obedecer.
Ya mencioné que no es posible obedecer una orden si no la conocemos, en consecuencia, no podremos obedecer la voluntad de Dios si no la conocemos, de manera que, para obedecer a Dios, debemos estudiar y meditar la Biblia; al hacerlo conoceremos a su autor y le amaremos y por amor le obedeceremos y llegaremos a alcanzar la vida eterna.
Con esto llegaremos a la tercera actividad, la cual encontramos en la 1 Jn, 2,3-6. Dice, “Podemos estar seguros de que conocemos a Dios si hacemos lo que él nos manda. Alguien puede decir: «Yo conozco a Dios», pero si no obedece sus mandamientos es un mentiroso y la verdad no está en su vida. Pues el amor llega a su perfección cuando uno obedece lo que Dios enseña. La prueba de que andamos bien con Dios es la siguiente:
el que dice que vive en Dios, debe vivir como vivió Jesús.”
Debemos entonces, amar a Dios sobre todo y sobre todos, meditar en su palabra para conocer su voluntad y vivir como vivió Jesús.
Los medios con los que contamos para desarrollar estas actividades son: el Espíritu Santo que es el consejero que Jesús envió para ayudarnos a mantenernos firmes en sus enseñanzas, y nuestra voluntad, rendida y entregada como ofrenda a Dios. El primer medio, el Espíritu Santo ya nos fue dado. A nosotros nos corresponde poner el segundo.
¿Deseas rendir tu voluntad a Dios, obedecer sus mandamientos y seguir las enseñanzas de Jesús? Si es así, te invito a que me acompañes en una oración, para entregarle tu vida al Señor y pedirle que te capacite y te guíe para que puedas llevar una vida de Santidad. Voy a conducir la oración, para que la hagas tuya. Ahora, inclina tu rostro en actitud de respeto a Dios y cierra tus ojos para evitar distracciones y ayudarte a concentrarte en Dios y en tu conversación con Él y tu corazón esté en armonía con Él. Entonces como dice en Hb 4,16 “Acerquémonos con confianza al trono de Dios que es generoso, a fin de alcanzar misericordia y hallar la gracia de un auxilio oportuno.”
Ora entonces, sabiendo que te estarás dirigiendo a nuestro poderoso y amoroso Dios. Dile: Padre nuestro, en nombre de tu amado hijo Jesús, me dirijo a ti para darte gracias por amarme, por todo lo que has hecho por mi, por las bendiciones como por los desafíos y las dificultades, porque por ellas he sido fortalecido espiritualmente, y gracias también por darme la oportunidad de comenzar este año con el deseo de acercarme a tu trono de Gloria para honrarte, bendecirte y glorificarte. Reconozco que he pecado y te pido perdón por no haber actuado siempre según tus mandamientos y enseñanzas, pero es mi deseo parecerme a tu hijo Jesús y superar mis debilidades, por eso te pido tu auxilio y dirección para lograrlo, porque mi objetivo es alcanzar la santidad. Te amo, por eso hoy te entrego mi vida y mi voluntad para agradarte y servirte. Te pido también que me des tu paz, la paz que sobrepasa todo entendimiento y que tu Santo Espíritu me dé el don de conocer, estudiar y meditar tu palabra para obedecerte en todo. Con fe que escuchas mi oración y responderás de la manera que consideres más adecuada, desde ya te doy gracias, te alabo y te bendigo.
Amén.

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