PRESENTA A JESÚS A TODOS
PRESENTA A JESÚS A TODOS
Quienes recibimos el Sacramento del bautismo, tuvimos un encuentro con Él, le reconocimos como nuestro Salvador y lo aceptamos como nuestro Señor, debemos tener claro también, que fuimos llamados por Él para ser sus instrumentos y transmitir a nuestro prójimo la buena nueva de salvación. Aunque debemos considerar que nuestras palabras, por más sabias y hermosas que sean, si no son dirigidas por el Espíritu Santo, es decir si no van llenas del poder de Dios, no transformarán el corazón de los hombres. Esto significa que no basta con tener la buena intención de presentar el plan de salvación de los hombres por medio de Jesucristo; pues para tener éxito en esa labor a la que nuestro Señor Jesús nos envió debemos pedir la dirección del Espíritu Santo para que Él venga a nosotros y nos dé los dones necesarios para llevarla a cabo.
Pero no debemos solamente estar capacitados, lo cual significa que debemos conocer las Sagradas Escrituras, cumplir los Mandamientos y estar en Gracia, es decir con nuestra conciencia limpia por no tener pecados que puedan evitar que actuemos en nombre del Señor, por lo que debemos acudir al Sacramento de la Reconciliación para confesar cualquier pecado que dificulte o no permita una libre relación con Dios, lo que significaría no tener su dirección y respaldo, también acudir al Sacramento de la Eucaristía a tomar en la Hostia consagrada, el cuerpo, alma y divinidad de Jesús, que nos preparará para la misión a la que nos envió. Entonces estaremos preparados y listos para realizar la misión que el Señor espera llevemos a cabo; además debemos vivir según enseñó Jesús para que nuestro testimonio confirme que lo que decimos sobre la vida plena que nos dio Jesús, por la que disfrutamos de paz, libertad, amor y gozo, es una realidad que ellos también podrán disfrutar.
Pero debemos prepararnos, puesto que presentar a Jesús hoy es una labor difícil porque el corazón de los hombres se ha endurecido por el materialismo, como por las ideologías que el mundo está promoviendo, o por el deseo de mantenerse cómodos y sin aceptar responsabilidades, pero también por las muchas actividades que llenan las vidas de las personas, todo eso hace que la evangelización sea un reto para los apóstoles de hoy, que son quienes que se sienten llamados por el Señor para presentar la Buena Nueva, y es un verdadero reto porque están siempre ocupados, lo que hace difícil que se perciba la necesidad de los demás, pues están enfocados en el trabajo que quieren realizar y no en las personas y su necesidad, que no siempre es material, pues hay mucha gente que teniendo muchos bienes y dinero, tiene problemas de soledad, de tristeza, de falta de amor y de paz.
Si estamos dispuestos a obedecer a Dios y nos detenemos a observar a las personas, veremos en los rostros de muchas de ellas la tristeza y soledad que padecen, aún cuando disimulan, con una sonrisa fingida y un aparente buen ánimo, los problemas que enfrentan. Pueden ser compañeros de trabajo, compañeros de escuela o universidad, vecinos del barrio o quienes viajan con nosotros cada día y buscan iniciar una conversación, también nuestra familia. Pero, si estamos muy ocupados con nuestros asuntos, sucederá que nos vamos a olvidar o dejaremos de lado lo verdaderamente importante, “las personas”, “a quienes debemos dar a conocer a Cristo y la salvación que nos dio con su sacrificio”. Si mantenemos esa actitud egoísta, de ocuparnos solamente de lo nuestro, seremos como el fariseo y el levita, de la parábola del “Buen Samaritano”, que dejaron de lado al hombre necesitado que encontraron en su camino, que lo dejaron atrás porque tenían otras cosas qué hacer, cosas que consideraron más importantes.
En este mundo individualista en el que vivimos, es importante que estemos conscientes de nuestra responsabilidad y abrirnos a los que van por la vida caminando con nosotros, incluso a los que se cruzan en nuestro camino solo por un instante.
Si decimos ser hombres y mujeres que conocemos a Cristo y le somos fieles, que mantenemos una relación estrecha con Él por medio de la oración, que estudiamos y meditamos las Sagradas Escrituras y participamos de los Sacramentos, debemos tener una palabra de aliento y dedicar un momento para, con respeto, establecer un vínculo con esas personas y abrirles nuestro corazón para darles testimonio de lo que Jesús ha hecho en nosotros, por nosotros y con nosotros. Así será más probable que se abran y podamos escucharlos y comprenderlos para entonces, darles una palabra que los reanime y orar para poner delante de Dios su necesidad, dándoles a conocer que nuestro Padre celestial escucha y responde las oraciones hechas con fe, como dijo Jesús: “Todo lo que pidan en su oración, lo obtendrán si tienen fe en que van a recibirlo.” Mr 11,24
Cuesta poco ser amables, sonreír o preguntar ¿cómo ha estado?, ¿cómo va su vida? Así como hablar de la vida cristiana y dar testimonio de lo que Dios ha hecho en nuestras vidas. Porque si nos detenemos a pensar, Dios ha hecho mucho por nosotros y en nosotros; y de nosotros depende que también lo haga con nosotros.
Es necesario que los cristianos dejemos nuestro egoísmo, nuestra zona de confort y seamos conscientes que vivimos en un mundo lleno de personas que nos necesitan, que junto a nosotros camina gente sin esperanza y oprimida por el dolor; que debemos hacer la parte que nos corresponde para ayudar, para dar la respuesta que necesitan, para cumplir con la misión a la que el Señor Jesús nos ha enviado y mostrarlo a Él como el camino para llegar al Padre, para encontrar la paz y el amor, el camino para llegar a la verdad que liberará de todas las mentiras con las que el mundo y Satanás han invadido su mente, y puedan disfrutar de la vida plena y abundante que vino a darnos con su sacrificio en la cruz. Toma la decisión y muestra la luz del Señor a quienes se encuentran en la oscuridad de una vida sin Dios. Cumple la orden que Jesús dio a todos los que somos sus seguidores con la fe y la confianza en que quien envía a esa misión estará contigo. Es una promesa de Jesús que encontramos en Mt 28,19-20 y dice: “Vayan y hagan discípulos a todas las gentes y bautícenlas para consagrarlas al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, y enseñenles a cumplir todo lo que les he mandado. Yo estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo.” y Él siempre cumple sus promesas.
A pesar de las dificultades que encontremos en nuestro caminar “estará con nosotros todos los días hasta el fin del mundo.” Por lo que debemos tener la certeza que el Espíritu Santo, el otro paráclito, (defensor o consolador), que envió Jesús, nos guiará y respaldará. Esa es otra promesa que está en Jn 14,16 en donde Jesús dice: “Yo rogaré al Padre y os dará otro Paráclito, que estará con ustedes para siempre.” Y diez versos más adelante añadió: “El Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, hará que recuerden lo que yo les he enseñado y les explicará todo.” Podemos entonces, tener la confianza en que si vamos en el nombre de Jesús, del Padre y del Espíritu Santo, éste estará con nosotros y nos hará recordar las enseñanzas de las Sagradas Escrituras. Y no solo hará que las recordemos, nos las explicará, para que vivamos de acuerdo a ellas.
Por el estado en el que se encuentra la sociedad hoy, nos damos cuenta, que hay mucho qué hacer, pero eso, lejos de desanimarnos, nos debe estimular, porque podemos ver que en efecto, cuando cumplimos la orden del Señor y presentamos a los demás las enseñanzas de Jesús, el poder de Dios actúa y hace lo que parecería imposible: lleva a las personas a una vida en la que el amor, la felicidad y la paz se desarrollan armoniosamente. Porque, cuando en obediencia presentamos a Jesús el Espíritu Santo toca el corazón de las personas, toda su vida se inunda de amor y de paz, y sus deseos y aspiraciones se trasladan a una nueva dimensión de gozo, a una nueva forma de ver la vida, a una nueva vida, en la que lo importante es agradar a Dios, dejando de buscar egoístamente solo el bien personal, lo cual lleva a servir y compartir con los demás lo que se recibió.
El Señor Jesús dijo: “La mies es mucha y los operarios pocos. Oren pues al dueño de la mies, para que envíe operarios a sus campos. «¡Vayan! y tengan en cuenta que los envío como corderos en medio de lobos.” Lc 10,2-3. Ese, fue el llamado de Jesús para que nos uniéramos a esa labor de levantar la cosecha de almas que podrán ser rescatadas por amor. Debemos tomar la decisión: o nos levantamos y llevamos a cabo la labor a la que nos llamó Jesús, o nos hacemos de oídos sordos y perdemos la oportunidad de trabajar para la expansión del Reino de Dios aquí en la tierra, y con ello, no solo perderíamos bendiciones, sino seríamos responsables de que esas personas a las que no les presentamos el plan de salvación de Dios por medio de su Hijo Jesucristo puedan perderse por la eternidad, y en nuestro juicio final, Dios nos pedirá cuentas de lo que no hicimos. Ahora bien, no se trata de obedecer y responder positivamente al llamado de Jesús por temor, debemos hacerlo por amor a Dios y a las personas a las que les presentaremos a Jesús y su obra salvífica.
Recuerda la enseñanza del Señor Jesús en el sermón del monte, donde dijo:
Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra.
Bienaventurados los que sufren, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Pobres de espíritu son quienes tienen necesidad de llenar su alma de amor, paz y gozo, es decir de llenarla de Dios; mansos o humildes son quienes son dóciles y obedientes a las normas divinas; los que sufren y lloran, son los que esperan que se les haga justicia; los misericordiosos, son quienes tienen compasión por los demás y los ayudan en sus necesidades; los de limpio corazón son quienes han sacado todo lo que hace daño a su vida espiritual, los que trabajan por la paz, son quienes evitan las discordias; y los perseguidos son todos los que reciben burlas o críticas por su forma de vida pacífica, honesta, servicial. Y en todos esos casos nosotros podemos ser quienes les otorguemos lo que necesitan, pues al mostrarles a Jesús y la vida nueva que obtienen quienes lo reciban como su Salvador y Señor, obtendrán el Reino de Dios, la herencia de Dios, que es la vida eterna, serán consolados pues recibirán el consuelo, la sanidad espiritual y el gozo que viene como consecuencia de la presencia de Jesús en su vida; disfrutarán de la justicia divina y obtendrán compasión y clemencia; porque verán a Dios, serán llamados hijos de Dios y el Reino de los cielos será suyo. Y solo llegarán a ser dichosos si colaboramos a que lo conozcan y lo reciban en su corazón. Nuestra respuesta al llamado de Jesús será la salvación eterna para quienes les hablemos de Jesús y le entreguen su vida, pero si no respondemos a ese llamado, esas almas podrían perderse por la eternidad. Estar conscientes de esa realidad, debe hacernos tomar la decisión de aceptar la responsabilidad de tomar ese llamado y dejarnos conducir por Dios para que llevemos a cabo la misión.
Desde que Jesús hizo ver la necesidad de la colaboración de sus seguidores para trabajar como obreros levantando la cosecha, ha pasado mucho tiempo, pero la situación es la misma, en todo el mundo hacen falta hombres y mujeres dispuestos a servir en la expansión del Reino de Dios aquí en la tierra. Y toca a los laicos colaborar con Jesús y su Iglesia como sus instrumentos, no solo para orar por las vocaciones, que no debemos dejar de hacer, para que los jóvenes a los que el Señor quiere en sus filas como sacerdotes, respondan positivamente al llamado del Señor e intercedan al Padre por los hombres también los laicos debemos mantener atentos nuestros oídos espirituales para escuchar la voz de Dios y estar dispuestos a ser los mensajeros que se necesitan para transmitir la Buena Nueva y presentar a Jesucristo a cuantos podamos, para que, al conocerlo, le amen, le sigan y le obedezcan, para que, como dice San Pablo en Ro 12,2: “No vivan ya según los criterios del tiempo presente; al contrario, cambien su manera de pensar para que así cambie su manera de vivir y lleguen a conocer la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que le es grato, lo que es perfecto” y entonces, al vivir de esta manera, se salven y por la eternidad disfruten de la presencia de nuestro Dios Trino.
Esta obra del Espíritu lleva dos mil años tocando corazones y transformando vidas. Y nos corresponde, a los bautizados, colaborar para que esa labor continúe en todo el mundo, porque no se trata de que critiquemos lo mal que está la sociedad, sino de hacer algo para que cambie y eso solamente cambiará radicalmente cuando hagamos nuestra labor de mostrar a Jesús y sus enseñanzas donde vivimos, donde nos movemos, donde trabajamos, con todas las personas con las que tengamos contacto; en primer lugar debemos hacerlo con nuestra familia, que es nuestro prójimo más cercano, para luego, abarcar más y más personas, recuerda que el testimonio, la forma de vivir con amor, paz y gozo, debe ser la primera etapa de la evangelización a los demás, porque debe haber congruencia entre cómo vivimos y lo que decimos.
Si queremos que nuestra sociedad cambie, que el mundo cambie para bien, hagamos nuestra parte. Si todos los bautizados estamos dispuestos a trabajar bajo la dirección de Dios, podemos lograrlo. Hagamos bien nuestro trabajo y lograremos que la humanidad conviva en armonía, con el amor, el gozo y la paz que trae consigo Jesús cuando le abrimos el corazón para que sea nuestro Señor. Así que, si queremos ver un mundo mejor, compartamos el amor, compartamos a Jesús.
Que así sea para gloria de Dios y bendición nuestra y de todas las personas a quienes les presentemos a Cristo.
