NO EXISTE CRISTIANISMO SIN CRUZ.
En el programa anterior, nuestro hermano Gustavo Porres habló sobre nuestra conducta como verdaderos seguidores de Jesús. El tema de hoy va enlazado pues tratará de lo que Jesús mismo dice a quienes quieren seguirlo. Y es un tema tan importante que es mencionado en los tres evangelios sinópticos.
Y voy a tratarlo, pues es motivo de reflexión para todos nosotros, por la vida de comodidad que se pretende mantener en esta época, comodidad que nos lleva a no esforzarse para alcanzar metas, a no servir a los demás porque ello implica hacer algo más de lo estrictamente necesario; o porque tememos al sufrimiento, al dolor, o al rechazo de los demás.
Lo podemos leer en Mat 16,24; Mar 8,34 y Lc 9,23, manifestando así que dicho tema es de gran importancia. Leo entonces lo que Jesús dijo a los discípulos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga.»
Este punto no trata solamente de conocer la doctrina de Jesús, sino de vivir de acuerdo a ella y hacerlo por amor a Jesús. Es así, “por amor” como podemos agradecer que además de haber dado su vida para pagar por nuestros pecados, también obtuvimos “a cambio”, su vida, que como leemos en Jn 10,10b: Él mismo dijo que vino para darnos una vida plena y abundante. Pero por su sacrificio, también recibimos una vida de paz y gozo por el perdón y por la salvación que obtuvimos. Pero, también nos hace ver que este seguirle tiene una condición: que es preciso llevar la propia Cruz.
Por lo tanto, teniendo en consideración que fue Jesús mismo quien lo dijo, podemos aseverar con firmeza que NO EXISTE CRISTIANISMO SIN CRUZ, que no se es un verdadero seguidor de Cristo si no se acepta pasar por momentos difíciles, o por situaciones que no son del todo de nuestro agrado. Este huir del sufrimiento, de las dificultades, del dolor, no va con la vida de quienes desean seguir y servir al Señor nuestro Dios, según encontramos en las Sagradas Escrituras desde el Antiguo Testamento, en donde se nos invita, por el contrario a estar dispuestos a padecer por ello, como leemos por ejemplo en el Eclo o Sir 2,1-4
1 Hijo mío, si tratas de servir al Señor, prepárate para la prueba.
2 Fortalece tu voluntad y sé valiente, para no acobardarte cuando llegue la calamidad
3 Aférrate al Señor, y no te apartes de él; así, al final tendrás prosperidad.
4 Acepta todo lo que te venga, y sé paciente si la vida te trae sufrimientos .
(La valentía y la firmeza son otros temas que insistentemente el Señor nos llama a poseer también, como leemos en Jos 1, 6.7 y 9) v.6 «Ten valor y firmeza» v.7 «Lo único que te pido es que tengas mucho valor y firmeza» y en el v.9 «Yo soy quien te manda que tengas valor y firmeza.»
Pero volviendo al Nuevo Testamento y a la enseñanza de Jesús, ese “llevar nuestra cruz cada día” significa negarnos a nosotros mismos, es el no dejarnos llevar por la tendencia de nuestra naturaleza humana de buscar a toda costa satisfacer nuestros deseos, y nuestras pasiones, es también no dejarnos llevar por lo que el mundo nos ofrece para que seamos parte de lo que los demás aceptan como bueno, a pesar de que ello vaya en contra de la misma naturaleza y con ello de la voluntad divina.
Me refiero por ejemplo a las personas que se han dejado llevar por sus pasiones, y que con su degeneración y perversión, quieren que los demás pasemos a ese estado de descomposición en el que ellas se encuentran, pero van más allá, pues pretenden que se acepte por ley lo que es una inclinación antinatural de los instintos y del comportamiento. Digo esto según la definición de degeneración y perversión que se encuentra en los diccionarios. Pues bien, decía que me refiero a esas mentiras que dichas personas desean aceptemos todos, y además pretenden que se autoricen leyes para que esas perversiones sean obligadamente aceptadas por todos, aspirando con ello que perdamos progresivamente nuestros valores morales y con ello, que toda la sociedad inicie el proceso de pasar a un estado de deterioro, es decir que lleguemos a un estado de involución, que es el retroceso en la evolución en el que predominarían los valores que socialmente se consideran negativos. Esto evidentemente no va con la enseñanza de Jesús y es de lo que esas personas deberán dejar para tomar su cruz y seguir a Jesús.
Degeneración: Proceso por el que una persona o una cosa pasa a un estado peor del original por perder progresivamente cualidades o facultades que tenía. Se dice que una persona es degenerada cuando se comporta de modo no ético, especialmente con respecto al aspecto sexual. Referido a las costumbres, la degeneración importa una involución, predominando valores que socialmente se consideran negativos.
Perversión: Inclinación antinatural en los instintos o el comportamiento.
Llevar nuestra cruz de cada día es pues, buscar, a través de pequeñas mortificaciones o pequeños sacrificios, el fortalecimiento de nuestro espíritu para que alcancemos la santidad, dejando atrás todo cuanto obstaculice esa meta.
Ahora bien, debemos tener la certeza que podemos lograrlo; pues el Señor no nos pediría algo que no fuésemos capaces de alcanzar, además que si nuestras solas fuerzas no bastan, Él nos brindará la ayuda para que lo logremos. Lo dice San Pablo en 1Co 10,13: «Ustedes no han pasado por ninguna prueba que no sea humanamente soportable. Y pueden ustedes confiar en Dios, que no los dejará sufrir pruebas más duras de lo que pueden soportar. Por el contrario, cuando llegue la prueba, Dios les dará también la manera de salir de ella, para que puedan soportarla.»
El Señor se dirige a nosotros y habla de la Cruz que debemos llevar cada día. Éstas, como todas las palabras de Jesús, conservan hoy su pleno valor. Esto significa que no hay variaciones de ninguna clase en cuanto a ese mensaje. Son palabras dichas a todos los hombres que quieren seguirle, pues no existe un Cristianismo sin Cruz. Un cristianismo así, sin dolor, sin sufrimiento, sin problemas generados por seguir al Señor Jesús, sería solamente para personas flojas y blandas, sin sentido del sacrificio y Jesús no desea que sus seguidores sean esa clase de personas. Las palabras del Señor expresan una condición imprescindible: “el que no toma su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.”
Dice el profesor de Historia del Derecho Canónico, don José Orlandis, en un libro suyo titulado “Las Ocho Bienaventuranzas”, que un Cristianismo del se pretendiera arrancar la cruz de la mortificación voluntaria y la penitencia, so pretexto de que esas prácticas son residuos oscurantistas, medievalismos impropios de la época humanista, que vivimos, ese Cristianismo “desvirtuado” lo sería sólo de nombre; puesto que ni conservaría la doctrina del Evangelio ni serviría para encaminar en pos de Cristo los pasos de los hombres. Sería por lo tanto un Cristianismo sin Redención, sin Salvación. Estas palabras aun cuando son duras, son lo que expresa Jesús, pues dejó claro que no desea tras de Sí a personas tibias. A esas las rechaza Dios como dice el Ap 3,16.
Y es que precisamente, uno de los síntomas más claros de que la tibieza ha entrado en un alma es el abandono de la Cruz, manifestado en el abandono de las pequeñas mortificaciones, de todo aquello que de alguna manera suponga sacrificio y abnegación. Porque, huir de la Cruz es alejarse de la santidad y de la alegría; porque uno de los frutos del alma mortificada es precisamente la capacidad de relacionarse con Dios y con los demás, y también una profunda paz, aun en medio de la tribulación y de las dificultades externas. Una persona que abandona la mortificación queda atrapada por los sentidos y se hace incapaz de un pensamiento sobrenatural.
Sin espíritu de sacrificio y de mortificación no hay progreso en la vida cristiana. Dice San Juan de Cruz, en un libro titulado “Llama de Amor viva”, «si hay pocos que llegan a un alto estado en unión con Dios se debe a que muchos no quieren sujetarse “a mayor desconsuelo y mortificación”». Dirá el mismo santo, en una carta a Santa Ana: “Si se quiere llegar a poseer a Cristo, jamás, debe buscársele sin la cruz”.
LO NORMAL EN LA VIDA, ES QUE ENCONTREMOS LA CRUZ,
EN LAS CONTRARIEDADES DE CADA DÍA,
La Cruz del Señor, ESA CRUZ que hemos de cargar cada día, no es ciertamente la que producen nuestros egoísmos, envidias, pereza, etc., tampoco son los conflictos que producen nuestro hombre viejo y nuestro amor desordenado. Estas cargas que nosotros mismos, por falta de obediencia a Dios, obediencia que como dije antes es generada por el amor a Él, echamos sobre nuestros hombros y espalda son parte de nuestra naturaleza humana, de nuestra carne, es decir, es la carga que el pecado genera en nosotros, como bien expresó David en el Salmo 32, 3 y 4 cuando expresa: «Mientras no confesé mi pecado, mi cuerpo iba decayendo por mi gemir de todo el día, pues de día y de noche tu mano pesaba sobre mí. Como flor marchita por el calor del verano, así me sentía decaer.» Ese tipo de cruz es el que, al volvernos a Dios, debemos dejar atrás, porque eso no es del Señor, por lo tanto no santifica.
Cuando nos abandonamos en las manos de Dios, es frecuente que Él permita que saboreemos el dolor, la soledad, las contradicciones, las calumnias, las difamaciones y las burlas. Pero el Señor nos dará con sus dones, las fuerzas necesarias para llevar con “gallardía y buena disposición” esa Cruz, y además, nos llenará de gracias y frutos inimaginables. Entonces comprenderemos que Dios bendice de muchas maneras y frecuentemente, a sus amigos, haciéndonos partícipes de su Cruz y corredentores con Él.
Ahora bien, lo normal será que encontremos la Cruz de cada día en pequeñas contrariedades que se atraviesan en el trabajo o en el estudio, o en la convivencia con los demás. La cruz también puede aparecer en un imprevisto, con esa situación que se presenta y con la que no contábamos, o bien con el carácter difícil que hacer crecer “más de lo verdadero” las molestias producidas por ejemplo: por el frío o el calor o el ruido, o por las incomprensiones, o por una leve enfermedad que nos disminuye la capacidad de trabajo un día.
Lo que Jesús nos dice en aquellas palabras es que hemos de recibir esas contrariedades diarias con ánimo alegre, ofreciéndolas a Él, con espíritu de reparación: es decir sin quejarnos, pues la queja es una manifestación del rechazo de la Cruz.
Debemos considerar que estas mortificaciones, molestias o incomodidades que llegan sin esperarlas, pueden ayudarnos, si las recibimos bien, a crecer en el espíritu de penitencia que tanto necesitamos, y también a mejorar en la virtud de la paciencia, en la caridad y en comprensión: en una palabra, en santidad. Pues es la manera en que nos mantendremos siguiendo a Jesús en todo su recorrido, no solamente en los momentos maravillosos en los que manifestó su poder haciendo todo tipo de milagros: multiplicando la comida, sanando todo tipo de enfermedades, liberando a los endemoniados y resucitando muertos; también en el recorrido de su pasión, hasta llegar a la cruz y a morir.
Muchas personas pierden la alegría al final de la jornada, no por grandes contrariedades, sino por no haber sabido santificar el cansancio propio del trabajo, ni las pequeñas dificultades que han ido surgiendo durante el día. La Cruz–pequeña o grande- cuando la aceptamos, produce paz y gozo en medio del dolor, pero además, está cargada de méritos para la vida eterna, pues cuando no se acepta la Cruz, el alma queda desilusionada o con una íntima rebeldía, que enseguida sale, brota de nuestro interior al exterior, en forma de tristeza o de mal humor. Tengamos en cuenta que el cristiano que va por la vida rehuyendo sistemáticamente el sacrificio no encontrará a Dios, ni encontrará la felicidad. Y rehuirá también a la propia santidad. Porque es una forma de rechazar el sacrificio salvífico de Cristo.
Además de aceptar esa Cruz que sale a nuestro encuentro cada día, muchas veces sin esperarla; debemos buscar otras pequeñas mortificaciones, para mantener vivo el espíritu de penitencia y progresar en la vida interior. Para ello debemos empezar por realizar pequeñas mortificaciones, pequeños sacrificios que te irán fortaleciendo poco a poco. Será de gran ayuda tener mortificaciones previstas de antemano, para hacerlas cada día. Por ejemplo, tratar de hablar menos, o dejar de comer aquella fruta que me gusta, o visitar a un amigo o familiar enfermo; ese tipo de cosas que nos ayudan a fortalecernos espiritualmente y al mismo tiempo bendicen a los demás.
Estas mortificaciones buscadas o realizadas por amor a Dios, nos ayudarán a vencer la pereza, la gula y la soberbia; otras estarán orientadas a vivir mejor la caridad, en particular con las personas con quienes convivimos y trabajamos; saber sonreír aunque nos cueste, tener detalles de aprecio hacia los demás, facilitarles su trabajo, atenderlos amablemente, servirles en las pequeñas cosas, atenderlos amablemente en algunos sucesos de la vida corriente, y jamás volcar sobre ellos, nuestro mal humor si lo tuviéramos. Como vemos, es llevar a cabo las obras de Misericordia de las que hemos estado hablando durante este año dedicado a la Misericordia.
Otras mortificaciones están orientadas a vencer la comodidad, o al arreglo personal. Y como la tendencia general de la naturaleza humana es rehuir lo que suponga esfuerzo, debemos puntualizar mucho en esta materia y no quedarnos sólo en los buenos deseos, ya que, como recordaremos, dejar de hacer lo que debes hacer es también pecado, como leemos en la carta a Stg 4,17 El que sabe hacer el bien y no lo hace, comete pecado; es el pecado de omisión, sobre todo si consideramos que lo que harás es algo que agradará a Dios además de que será para bendición de ti mismo.
Por ello te recomiendo que de mañana, al terminar tu rato de oración le digas al Señor que estaos dispuest@ a cargar con la Cruz de ese día y tomes lo que se presente, así como lo que has decidido llevar a cuestas para agradarlo y para fortalecerte espiritualmente para ir avanzando en tu búsqueda de la santidad a la que Jesús nos ha llamado.
Tomar nuestra cruz de cada día es manifestarle a Jesús nuestro amor y deseo de seguirlo en todas las circunstancias de la vida, es morir a nosotros, a nuestra carne, a nuestros deseos que pueden alejarnos de sus enseñanzas. Por ello fortalezcámonos desde ahora ejercitándonos con cosas pequeñas, para que cuando se nos presente alguna dificultad grande estemos preparados y fortalecidos, y podamos como Él, estar dispuestos no solamente a llevar la cruz, sino hasta morir por Él. En la 1Pe 4,12-13 se nos habla de la Alegría en el sufrimiento, dice ahí: “Queridos hermanos, no se extrañen de verse sometidos al fuego de la prueba, como si fuera algo extraordinario. Al contrario, alégrense de tener parte en los sufrimientos de Cristo, para que también se llenen de alegría cuando su gloria se manifieste.»
Que así sea.