“JESÚS, EN SU RESURRECCIÓN, TAMBIÉN MOSTRÓ CUÁNTO NOS AMA”
Durante la Cuaresma y la Semana Santa, meditamos la pasión de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, confirmando que su sacrificio lo llevó hasta la muerte por amor a cada uno de nosotros. Pero, no debemos quedarnos con la imagen de Cristo crucificado solamente, porque la última etapa de su obra salvífica, Su resurrección, es la etapa que nos muestra que Él es el vencedor, porque venció hasta la muerte.
“La Resurrección es la base de nuestra fe, Dice San Pablo, porque si se cumplieron todas las profecías y promesas de las Sagradas Escrituras, se cumplirá también que tendremos vida nueva y eterna, y que resucitaremos con Cristo”, y esto, basta para dejar el pensamiento de que Cristo fue derrotado porque lo mataron, y disfrutar con verdadera alegría, porque su resurrección nos da esperanza en la vida que Él nos ofreció.
La resurrección de Cristo, hizo evidente para todos, que su predicación sobre el Reino de Dios encarnado en su persona, sobre que Él es el Hijo de Dios y sobre la salvación a través de su muerte, era ciertamente Palabra de Dios dirigida a toda la humanidad, y eso fortaleció la fe de los discípulos, a pesar de que, ante la pasión y muerte de Jesús, habían reaccionado con temor y duda que los hizo huir.
En el Credo, nuestra profesión de fe, están resumidas todas las partes de este acto salvífico en cuatro puntos: 1° Se confirmó la muerte de Jesucristo.
Para el mundo judío, la crucifixión, «la más infame de las muertes», como escribió Flavio Josefo, representaba el signo de la maldición de Dios. Y la muerte de Jesús fue confirmada por la autoridad romana, que lo verificó con la apertura del costado, garantizando así que había muerto, por lo que no hubo necesidad de romperle los huesos de las piernas, para evitar que siguiera respirando.
2°punto que menciona el Credo es que fue sepultado.
Según la ley judía, ningún crucificado podía ser sepultado en una tumba familiar, porque se le consideraba impuro según la ley, que dice: “Si un hombre es condenado a morir colgado de un árbol, su cuerpo no deberá dejarse allí toda la noche, sino que tendrá que ser enterrado el mismo día, porque el que muere colgado de un árbol es maldito de Dios y ustedes no deben convertir en impura la tierra que el Señor su Dios les va a dar en propiedad.” Dt 21,22 y 23. Y esto explica el “sepulcro nuevo» donde fue puesto el cadáver de Cristo.
El 3er punto es la resurrección.
El texto «Fue sepultado y resucitó al tercer día, como lo anunciaban las Escrituras», que leemos también en 1 Cor 15,4, indica dos cosas: que esa acción es obra del Padre, y que, no es que Jesús «vuelva a vivir» de la misma manera que Lázaro o la hija de Jairo, sino que, para JESÚS, la vida es una acción permanente, es decir, que no tendrá fin. (Ro 6,9)
Y por último, las apariciones. En relación a este punto, la profesión de fe afirma, que Jesús “se dejó ver» 1° por Pedro y luego por los doce y algunas mujeres”, y los autores sagrados dicen que “vieron resucitado a Jesús, el que había muerto crucificado.” Y los testigos que afirman un hecho tan grande y misterioso, por el que estuvieron decididos a morir por defender su fe en Jesús resucitado, es una garantía para nuestra fe en la resurrección de Cristo.
En cuanto a los testimonios, tenemos los de los dos discípulos de Emaús, que les cuentan a los apóstoles “que Jesús se les apareció en el camino,” luego, también a los apóstoles se les aparece, a pesar de que estaban encerrados, como cuenta San Lucas en 24,36: «Jesús se puso en medio de ellos y los saludó diciendo: Paz a ustedes.»
El testimonio de estos hombres y mujeres que vieron, hablaron y comieron con Jesús resucitado, es fundamental para nuestra fe, pues creemos no solamente lo que los apóstoles vieron, sino lo que ellos creyeron: “que la vida del resucitado nos es dada a todos como perdón de nuestros pecados, así como primicia y promesa de nuestra propia resurrección futura.”
Hay, además, algo que confirma la verdad del hecho pascual: el cambio de vida de los discípulos, quienes tuvieron una experiencia particular que los llevó a renunciar a todo, por atestiguar el hecho de que Jesús había vuelto realmente a la vida y de que ellos lo habían visto. Esos testimonios confirmados por el martirio, solo pueden manifestar la realidad que ellos vivieron.
Pablo también está convencido, porque él mismo lo vio cuando estuvo tres años en el desierto de Arabia, como afirma él mismo en 1Cor 9,1: “No me negarán ustedes que yo tengo la libertad y los derechos de un apóstol, pues he visto a Jesús nuestro Señor”. Y precisamente por este acontecimiento, él también se juega la vida, y dice, con toda convicción: «Si Cristo no ha resucitado, es vana nuestra fe y es inútil nuestra predicación» 1 Cor 15,14
Por ello, la resurrección da sentido a la vida y nos da fuerzas para seguir adelante, al saber que el pecado y la muerte ya han sido vencidos de una vez por todas y que ahora nosotros, aunque sabemos que vamos a morir, sabemos también que vamos a resucitar. Esta esperanza en la resurrección se nos da el día de nuestro bautismo, para que no vivamos esta vida con la tristeza y la angustia de no saber nada sobre el futuro.//
San Pablo no solamente nos fortalece el espíritu haciéndonos saber que seremos resucitados, también nos hace ver nuestra responsabilidad cuando dice en su carta a los Ro 7,4 y 8,11: “Así también, ustedes, hermanos míos, al incorporarse a Cristo han muerto con él a la ley, para quedar unidos a aquel que después de morir resucitó. De este modo, podremos dar una cosecha agradable a Dios”
“Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús vive en ustedes, el mismo que resucitó a Cristo dará nueva vida a sus cuerpos mortales por medio del Espíritu de Dios que vive en ustedes.”
Notamos aquí, que la Santísima Trinidad: Cristo que murió y Resucitó, El Padre que lo resucitó y el Espíritu Santo que vive en nosotros, trabajan en unidad, por amor a nosotros, para que demos frutos para Dios. Debemos, por tanto, estar conscientes de ello y ofrecer a Dios, todo cuanto hagamos, para agradarlo.
Después de mostrar la Resurrección de Cristo como una verdad comprobada, notamos, que fue un acto más con el que nos confirma su amor y también nos da esperanza y una nueva forma de vida.//
Recordemos brevemente, la historia de la celebración de la Pascua, que inició con Moisés y la liberación del pueblo hebreo esclavizado por los egipcios. Y vamos a hacer nuestra esa historia, entendiendo que, cuando en la Biblia se menciona al pueblo hebreo, éste es imagen nuestra; los egipcios, simbolizan el pecado que nos tiene esclavizados; y Moisés es imagen de Jesucristo, pues ambos fueron designados por Dios para liberar a su pueblo: Moisés para liberarlo de la esclavitud física y Jesucristo de la esclavitud espiritual.
Pues bien, Pascua es una palabra derivada del hebreo pesach que significa paso, y tenemos entonces, la primera Pascua, que consistió en el paso salvífico del Sañor Yahveh, aquella noche en que el pueblo hebreo salió de Egipto, dirigido por Moisés, que los liberó de la esclavitud, (Ex 12)
Luego la segunda Pascua, que el pueblo judío celebraba anualmente en recuerdo de la primera, como ordenó el Señor en el v.42. del mismo capítulo 12, del Ex. Esa fue la que Jesús, respetuoso de las leyes, celebró con sus discípulos en lo que conocemos como “la Última cena del Señor”.
Después la tercera Pascua; la Pascua de Cristo, que consistió en su sacrificio, en su «paso de este mundo al Padre» a través de la pasión y muerte.
Y la cuarta Pascua, la Pascua de la Iglesia, que es la que celebramos cada año, pero también cada día, en la celebración de la Misa, que renueva la Pascua de Cristo hasta que vuelva.
De ahí la importancia de participar en la Misa, en memoria de nuestro paso de “esclavos del pecado”, a la “libertad”.
La Victoria de Cristo no consiste solamente en que murió para darnos libertad y vida abundante como había ofrecido en Jn 10,10b: «Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia», Y en Jn 11,25, cuando dijo «Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque hubiera muerto, vivirá»; que es otra forma de decirnos que vivamos en paz y gozosos, mostrándonos así, una vez más, que nos ama.
Jesús resucitó para mostrarnos su poder incluso sobre la muerte y para que, creyendo en su resurrección, creamos también en la vida nueva que nos dio; una vida plena, en la que estamos capacitados y fortalecidos para alcanzar la santidad.
Y para ayudarnos a alcanzar esa meta, no solo resucitó, ¡se quedó con nosotros! para que vayamos a Él y nos entreguemos cada vez que lo tomamos en la Comunión, porque cuando comulgamos nos da su gracia, para que podamos mantenernos firmes en la búsqueda de nuestra santidad, que es nuestra prioridad aquí en la tierra, pues como dice la Escritura, en Hb 12,14: “Procuren la santidad, sin la cual nadie verá al Señor.”
Vemos en su resurrección, que el poder del amor vence y supera todos los males, porque la Muerte de Jesucristo, fue la muerte de la muerte, porque la venció al resucitar, y por su resurrección también a nosotros se nos da una nueva vida. Vida nueva que renovamos y fortalecemos cada vez que comulgamos.
Y esto es manifestación de su amor y motivo de nuestro gozo.
Y así como Él derrotó a la muerte, con Él, podemos derrotar a nuestros enemigos, y vencer las tentaciones, porque, así como nos dio vida nueva, también nos da el poder del amor, para vencer y llegar a ser santos, Y esto, es también manifestación de su amor y motivo de nuestra alegría.
La resurrección transformó el cuerpo mortal de Jesús en un cuerpo “espiritual», como principio de una vida nueva, que también nosotros vamos a disfrutar. Por ello, nosotros, como creyentes y seguidores de Jesús, al ser perdonados, limpios y cambiados a nuevas criaturas, como Cristo en su cuerpo glorioso; debemos presentarlo a nuestro prójimo, con una manera diferente de vivir en este mundo, viviendo con fe, con amor y esperanza, en paz, con gozo, siendo misericordiosos y conciliadores, sirviendo al prójimo con amor, “buscando siempre la santidad.”
Hoy, necesitamos recordar que Dios está con nosotros, que nos ama, que nos sana física y espiritualmente y que nos invita a vivir reconciliados con Él y con los demás; por eso nos llama a ser sus mensajeros del amor, de la misericordia y de la paz, sus instrumentos de bendición. Por ello debemos confirmar cada día nuestra entrega total como seguidores de Jesús y vivir según sus enseñanzas. Enseñanzas respaldadas por la Sagradas Escrituras y por la sana doctrina de la Iglesia, guardada durante casi veinte siglos.
Por esa enseñanza, podemos y debemos ser instrumentos “en las manos de Dios”, para que el mundo mejore con los valores con los que fuimos educados por Dios por medio de las Sagradas Escrituras para Su gloria, y bendición nuestra y de nuestro prójimo; para que vivamos en paz y armonía, sirviendo con amor, como Cristo vivió y enseñó.
Entonces, tomados de Su mano y caminando con los hermanos, apoyémonos y sirvámonos en amor y por amor, según lo que hemos aprendido, para mantenernos firmes en la voluntad de Dios, que encontramos en la lectura, estudio y meditación de las Sagradas Escrituras, y en nuestra oración diaria, con la que estableceremos comunicación con Dios, para alabarlo, bendecirlo y glorificarlo; para hablar con él de nuestras cosas, para darle gracias, y también para escuchar sus instrucciones y lo que desea de nosotros. Y participemos en los Sacramentos que nuestro Señor dejó para que nos mantuviéramos espiritualmente sanos y fuertes: en la Reconciliación o Confesión donde nos encontraremos con Jesucristo mismo que, por medio del sacerdote, nos perdonará y limpiará de nuestros pecados y nos fortalecerá con su gracia, para no pecar más; y en la Eucaristía o Comunión, en donde “hecho pan” se nos entrega, para que, al comulgar, Él nos tome y nos ayude a continuar nuestro viaje, para hacer crecer Su Reino en la tierra.
A los dos discípulos de Emaús, en el camino, el Señor Jesús resucitado les mostró que los amaba y que seguía con ellos, que nunca los abandonaría. Y por su resurrección, nos muestra “que a nosotros tampoco nos desamparará”, pues nunca abandonará a ninguno de los que acepten su invitación a vivir con Él y seguir sus enseñanzas. Esto significa estar dispuestos a vivir según sus enseñanzas y ejemplo: “amando, con esperanza, con fe, con gozo, con el poder de cambiar vidas mostrándolo a los demás, dando testimonio de su presencia en nuestro corazón, para gloria de su nombre y bendición nuestra y de todos aquellos que nos rodean.
Aceptemos de corazón el mensaje de la Pascua y con gozo, Cantemos alabanzas a nuestro Señor y Salvador Jesucristo que nos redimió y nos da la certeza de nuestra resurrección.
Mostremos a todos nuestra fe viviendo felices por la certeza de que las promesas del Señor se cumplirán para los que lo obedecen, porque nos ama.
Él, que es el Señor de la Vida, para hacernos libres y limpiarnos de nuestros pecados, murió, pero hoy Reina vivo. Jesucristo resucitó. ¡El Señor verdaderamente Resucitó! Cristo, nuestra esperanza, Resucitó. ¡Su amor y su misericordia han vencido para siempre!
Celebremos cada día, la Pascua, celebremos que el Señor Jesús resucitó, y celebremos también la vida nueva que nos dio. Que así sea.