JESÚS FUE FIEL A SU MISIÓN HASTA EL FINAL
JESÚS FUE FIEL A SU MISIÓN HASTA EL FINAL
En el tema anterior dije que Jesús se había arriesgado al viajar a Jerusalén para celebrar la Pascua, aunque sabía la posibilidad de un final violento. Y no porque fuera ingenuo, Él sabía el peligro al que se exponía si continuaba su actividad insistiendo en la llegada del reino de Dios, y que su vida podía desembocar en la muerte. Y como dije en temas anteriores, también sabía que el peligro lo amenazaba desde diversos frentes. Aunque mientras recorría las aldeas de Galilea, tal vez no pensaba tanto en la intervención de Pilato, que fue finalmente quien lo condenó a muerte, pues su palacio de Cesarea del Mar, donde vivía, quedaba apartado del ambiente campesino en que él se movía. En los comienzos de su vida pública, tampoco podía ver el peligro que representaba la aristocracia saducea del templo. Solo cuando subió a Jerusalén pudo comprobar su poder y hostilidad.
Tres predicciones de su muerte se encuentran en Mr 8,31; 9,31 y 10,33-34, ahí leemos que Jesús empezó a instruir a sus discípulos diciéndoles: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días». Notamos aquí, que, como habíamos dicho en el tema en el que hablé de los fariseos, éstos no se mencionan aquí como los instigadores que pedían la muerte de Jesús. Sin embargo, los grupos que se mencionan, los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas resintieron su prédica de buscar una vida digna y justa para los últimos, por lo que lo consideraron peligroso, pues eso podía hacerlos perder autoridad y posición.
Jesús no pudo promover el reino de Dios como un proyecto de justicia y compasión para los excluidos y rechazados sin provocar la persecución de aquellos a los que no interesaba cambio alguno, ni en el Imperio ni en el templo. Era imposible solidarizarse con los últimos como lo hacía él sin sufrir la reacción de los poderosos. Jesús sabía que tanto Herodes como Pilato tenían poder para darle muerte. Tal vez la amenaza del prefecto romano quedaba más lejana, pero lo ocurrido con el Bautista, a quien Herodes mandó decapitar, le hizo ver que en cualquier momento le podía suceder también a Él. Todos sabían que Jesús provenía del entorno de Juan y Mt 14,13a nos informa que, al enterarse de la ejecución del Bautista, se retiró a un lugar apartado.
Herodes Antipas lo miraba como un profeta que prolongaba la sombra del Bautista. Jesús sabía que lo ocurrido al Bautista no era algo casual, era el destino trágico que comúnmente esperaba a los profetas y como él también era profeta, según una idea muy extendida entre los judíos del siglo I, el destino que esperaba a los profetas era la incomprensión, el rechazo y la persecución y Jesús sabía que harían lo mismo con él, pero también sabía que morir era su misión para salvar a la humanidad del pecado y la muerte eterna.
En las Escrituras sagradas de Israel no se narra en ninguna parte el martirio de los profetas; solo se menciona la muerte de algunos profetas poco importantes y a partir de estos hechos aislados se extendió la idea de que el destino de los profetas era el martirio. Un escrito del siglo I, llamado la Ascensión de Isaías, describe con detalle la muerte de Isaías, serrado por la mitad con una sierra de madera; otro escrito titulado Vida de los profetas, narra el martirio de Isaías, de Miqueas, de Joel, de Zacarías y de otros profetas. Además, Jesús debió conocer los monumentos funerarios que, en los alrededores de Jerusalén, se elevaban a los profetas.
No debió ser fácil para Jesús vivir día a día teniendo como horizonte un final violento. Jesús aunque no era un suicida y no buscaba el martirio, estuvo dispuesto a padecerlo para que se cumpliera el plan de Dios para la salvación de la humanidad según dicta la Ley de Dios en Lv 4,14a: “en cuanto se sepa el pecado que han cometido deberán ofrecer todos juntos un becerro como sacrificio por el pecado.”
Jesús nunca quiso el sufrimiento para los demás ni para él, por ello toda su vida se había dedicado a combatirlo en la enfermedad, las injusticias, la marginación, el pecado o la desesperanza, y si aceptó la persecución y el martirio fue por fidelidad al proyecto del Padre, que no quiere ver sufrir a sus hijos. Jesús no corrió tras la muerte, pero tampoco se echó atrás. No huyó ante las amenazas; tampoco modificó su mensaje; no lo adaptó ni lo suavizó. Le habría sido fácil evitar la muerte. Habría bastado con callarse y no insistir en lo que podía irritar a los sacerdotes del templo o a las autoridades romanas. Pero no lo hizo, al contrario, continuó su camino obedeciendo a su Padre. Prefirió morir antes que traicionar la misión para la que se sabía escogido. Actuaría como Hijo fiel a su querido Padre. Mantenerse fiel no fue solo aceptar un final violento, significó tener que vivir día a día en un clima de inseguridad, enfrentamientos y verse expuesto continuamente al rechazo y a las burlas. Pero anunciar el reino de Dios desde una vida tranquila y serena no era lo que debía hacer, pues debía enseñar en muchos lugares para que muchos lo escucharan, y eso requería ir a muchos sitios y hacerlo abiertamente, porque su misión era mostrar la verdadera forma de vivir según Dios, aunque fuera en contra de los poderosos, tanto los religiosos como los terratenientes que habían tergiversado las Escrituras y actuaban para beneficiarse con esas normas de Dios manipuladas. Esos grupos fueron los que lo acusaron ante la autoridad romana para deshacerse de Él.
Los relatos de las tentaciones, (Mr 1,12-13; Lc 4,1-13 y Mt 4,1-11) y de la oración en Getsemaní (Mr 14,36; Mt 26,39; Lc 22,42) nos permiten vislumbrar, aunque sea un poco, las luchas vividas por Jesús así como el temor que debió vencer para enfrentar lo que había de venir. Sin embargo, siguió adelante, por amor, amor al Padre que lo había enviado a esa misión… y amor a nosotros, puesto que con su sacrificio nos liberaría del castigo que merecíamos por haber ofendido a Dios, y también de las cadenas que nos mantenían esclavos del pecado.
Se necesita mucha confianza en Dios para dejarlo actuar y ponerse en sus manos y eso fue lo que Jesús hizo. Su actitud no fue de resignación sumisa. Jesús no se calló; por el contrario, se reafirmó en su misión, insistiendo en su mensaje para defender las exigencias del reino de Dios. Nada le detuvo, a pesar del peligro que lo acechaba se mantuvo obediente a la voluntad de su Padre. Y se atrevió a hacerlo no solo en las apartadas aldeas de Galilea, sino también en el entorno peligroso del templo, y eso fue lo que lo condujo a la cruz.
Fiel a su Padre, Dios, en quien había confiado siempre, estuvo dispuesto a morir. Por ello, aunque su actuación irritara a muchos, Él siguió acogiendo a pecadores y “excluidos”. Y moriría como un excluido, pero con su muerte confirmaría lo que fue su vida: confianza total en Dios que no rechaza ni excluye de su perdón a nadie. Él siguió anunciando el reino de Dios a los últimos, identificándose con los más pobres y despreciados del Imperio, por mucho que molestara en los ambientes cercanos al gobernador romano; si un día lo ejecutaran en la cruz, sacrificio reservado para esclavos sin derecho a nada, moriría como el más pobre y despreciado de todos, pero con su muerte sellaría para siempre su mensaje de un Dios defensor de todos los pobres, oprimidos y perseguidos por los poderosos. Y con su sacrificio traería la vida nueva a todos los que creyeran en Él como el Hijo de Dios que trajo vida nueva y libertad, paz y gozo a los corazones. Jesús siguió amando a Dios con todo el corazón, no dio a ningún césar y a ningún sumo sacerdote lo que es solo de Dios. Siguió defendiendo a los pobres hasta el final, y aceptó la voluntad de Dios cuando se le presentó bajo forma de martirio, porque sabía que con ello rompería las cadenas de pecado que tenían esclavizados a muchos.
Jesús aceptó su muerte, su crucifixión, como consecuencia de su entrega incondicional al proyecto redentor de Dios. A pesar de su miedo a terminar torturado en la cruz, no vio contradicción entre la instauración definitiva del reino de Dios y su aparente fracaso como mensajero y portador de una vida plena. Más allá de su muerte, el reino de Dios alcanzaría su plenitud. Jesús entendió su muerte como un sacrificio de expiación ofrecido al Padre comparado al sacrificio pedido por Dios para el perdón de los pecados en el libro Levítico y encontramos gran similitud en el rito que encontramos en Ex 12 en donde se narra con detalle la preparación del cordero para la comida de la Pascua celebrada por el pueblo hebreo la noche anterior a su salida de Egipto.
Sabía que debía morir para obtener el perdón de los pecados de todos, pues como más tarde escribió San Pablo en Ro 6,23 “El pago que da el pecado es la muerte, pero el don de Dios es vida eterna en unión con Cristo Jesús, nuestro Señor.” Jesús entregó su vida para que el honor de Dios, ofendido por el pecado, quedara restaurado y, así los seres humanos fuéramos perdonados y obtendría clemencia para el mundo, por eso dijo: “El hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida como rescate de muchos”. Mr 10,45. El término “rescate”, aquí significa el pago por la libertad de los esclavizados por el pecado.
Jesús entendió su muerte como su vida: l como un servicio al reino de Dios, en favor de todos. Por eso se dedicó día a servir y defender a los demás; y si fuese necesario, moriría por ellos. Jesús quiso que se entendiera así toda su actuación, cuando dijo: “Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve”. Lc 22,27
Mr 10,45 nos aproxima al pensamiento de Jesús, dice: “Porque ni aun el Hijo del hombre vino para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud.” Y 1Pe 2,24-25 explica el significado de su sacrificio cuando dice: “Cristo mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre la cruz, para que nosotros muramos al pecado y vivamos una vida de rectitud. Cristo fue herido para que ustedes fueran sanados. Pues ustedes andaban antes como ovejas extraviadas, pero ahora han vuelto a Cristo, que los cuida como un pastor y vela por ustedes.”
San Pablo, que recibió instrucción de Jesús en el Desierto de Arabia también menciona el sacrificio de Jesús cuando escribió en 1Tim 2,6: “Cristo Jesús se entregó a la muerte como rescate por la salvación de todos.”
Debemos pues, tener claro que estuvo en la cruz como el que sirve, que es el rasgo característico que le definió, desde el principio hasta el final, el que inspiró y dio sentido a su vida y a su muerte. Su actitud al afrontar su muerte fue de confianza total en el Padre y de voluntad de servicio hasta el final, por ello se entiende que las comunidades cristianas interpretaran muy pronto la muerte de Jesús a la luz de la figura del “Siervo de Yahvé” que aparece en Is 11,2-5 y dice: “Sobre él reposará el Espíritu de Yavé, espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de prudencia y valentía, espíritu para conocer a Yavé y para respetarlo, y para gobernar según sus preceptos. No juzgará por las apariencias ni se decidirá por lo que se dice, sino que hará justicia a los débiles y defenderá el derecho de los pobres del país. Su palabra derribará al opresor, el soplo de sus labios matará al malvado. Tendrá como cinturón la justicia, y la lealtad será el ceñidor de sus caderas.” Notamos en este texto que esas fueron las cracterísticas de Jesús.
Jesús vivió ofreciendo salvación y sanidad a quienes vivían sufriendo el mal y la enfermedad, dando acogida a los excluidos por la sociedad y la religión, otorgando el perdón gratuito de Dios a pecadores y gentes perdidas, incapaces de volver por sí mismas a su amistad. No solo proclamó la vida y salvación de Dios, pues al mismo tiempo las ofrecía a todos y lo hacía movido por su confianza en el amor increíble de Dios. Vivió su servicio curando, acogiendo, bendiciendo, ofreciendo el perdón gratuito y la salvación de Dios; y murió como había vivido. Su muerte fue el servicio último y supremo al proyecto de Dios, su máxima contribución a la salvación de todos.
Aunque Jesús no aplicó a sí mismo el título de “Siervo de Yahvé” ni elaboró teología alguna sobre el carácter redentor de su muerte, la vivió como servicio y como ofrecimiento de la salvación de Dios.
Para que recibamos la salvación y el perdón de nuestros pecados que nos ofreció Jesús al morir en la cruz, solo debemos aceptar que lo hizo por amor a nosotros y, como dijo San Pedro al carcelero en Hch 16,31: “Cree en el Señor Jesús y obtendrás la salvación tú y tu familia.” Abre pues tu corazón y recibe en él a Jesús, como tu Salvador, y lee las Sagradas Escrituras para conocer lo que Dios tiene para ti al vivir según sus enseñanzas.
No te dejes llevar por la influencia del mundo que pretende hacerte esclavo de las cosas materiales y de las ideologías que degradan la condición humana. De eso ya nos habla Dios desde el Antiguo Testamento en Job 22,24-25: “Si miras aun el oro más precioso como si fuera polvo, como piedras del arroyo, el Todopoderoso será entonces tu oro y tu plata en abundancia.” ¿Te imaginas tener por tesoro a Dios? Esa promesa no se queda ahí, porque continua diciendo: “Él, Dios, el Todopoderoso, será tu alegría, y podrás mirarlo con confianza. Si le pides algo, él te escuchará, y tú cumplirás las promesas que le hagas. Tendrás éxito en todo lo que emprendas; la luz brillará en tu camino. Porque Dios humilla al orgulloso y salva al humilde. Él te librará, si eres inocente, si estás limpio de pecado.”
También en el Nuevo Testamento encontramos advertencies sobre lo que el mundo está tratando de hacer ver como normal. San Pablo dice en en 1Co 6,9-10 “¿No saben ustedes que los que cometen injusticias no tendrán parte en el reino de Dios? No se dejen engañar, pues en el reino de Dios no tendrán parte los que se entregan a la prostitución, ni los idólatras, ni los que cometen adulterio, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los ladrones.”
Entonces, si deseas recibir bendiciones debes “cumplir las promesas que le hagas, ser humilde, mantenerte dentro de las normas de Dios y enseñanzas de Jesús, lo cual significa estar libre de pecado”.
Jesús también nos dejó enseñanzas al respecto como la que nos traslada Mt 6 19-21, en donde dice: “No junten tesoros y reservas aquí en la tierra, donde la polilla y el óxido hacen estragos, y donde los ladrones rompen el muro y roban. Junten tesoros y reservas en el Cielo, donde no hay polilla ni óxido para hacer estragos, y donde no hay ladrones para romper el muro y robar. Pues donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón.”
Entonces, si nuestro Tesoro lo tenemos en el Cielo, nuestro corazón estará enfocado siempre en el Cielo y nuestras obras las realizaremos siempre para agradar a Dios. Si tu tesoro es Dios y está en tu corazón, querrás libremente y con gozo, vivir de acuerdo a su voluntad para agradarlo siempre, siguiendo el ejemplo de Jesús, y Sus bendiciones te alcanzarán sin que tengas que buscarlas, como dice Dt 28, 2 “Si obedeces al Señor tu Dios, todas sus bendiciones vendrán sobre ti y te acompañarán siempre.”
Que así sea para ti y los tuyos.
