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JESÚS REALIZÓ UN GESTO MUY PELIGROSO

JESÚS REALIZÓ UN GESTO MUY PELIGROSO

 

A los pocos días de haber llegado a Jerusalén para celebrar la Pascua, sucedió algo grave. Jesús, que solía hospedarse, en casa de sus amigos Lázaro, María y Marta, en Betania a unos 3 kilómetros de Jerusalén, apartada de la ruta de los peregrinos, llegó a la ciudad y realizó la acción pública más peligrosa de su vida. De hecho, esa intervención en el templo fué lo que desencadenó su detención y rápida ejecución.

Nadie duda del gesto audaz y provocativo de Jesús. Llegó al templo y con paso decidido entró en el gran patio de los gentiles donde se llevaban a cabo diversas actividades necesarias para el culto. Allí se cambiaban las diferentes monedas del Imperio por el shekel, la única moneda que se aceptaba en el templo, por ser la más fuerte y estable en aquella época, también se vendían las palomas, tórtolas y demás animales para los sacrificios y el cumplimiento de los votos; los peregrinos preferían comprarlos en Jerusalén en vez de traerlos desde su casa, ya que corrían el riesgo de perderlos o lesionarlos en el camino, quedando entonces inservibles para el culto.

Según Mr 11,15-19 y Jn 2,13-22, Jesús «comenzó a echar fuera a los que vendían y compraban»; además “volcó las mesas de los cambistas y los puestos de vendedores de palomas”; y “no permitía que nadie transportase cosas por el templo” inspirado con citas de Is que en 56,7b dice: «mi casa será declarada casa de oración para todos los pueblos» y de Jr 7,11 que dice: «¿Acaso piensan que este templo que me está dedicado es una cueva de ladrones?» puestas en labios de Jesús. Pero, Juan da al episodio una información adicional. Dice en Jn 2,14-16  «Y encontró en el templo a los vendedores de novillos, ovejas y palomas, y a los que estaban sentados en los puestos donde se le cambiaba el dinero a la gente. Al verlo, Jesús tomó unas cuerdas, se hizo un látigo y los echó a todos del templo, junto con sus ovejas y sus novillos. A los que cambiaban dinero les arrojó las monedas al suelo y les volcó las mesas. A los vendedores de palomas les dijo: ¡Saquen esto de aquí! ¡No hagan un mercado de la casa de mi Padre!» Notamos pues que Juan agregó que Jesús hizo un látigo con cuerdas y que expulsó a vendedores de bueyes y ovejas, no solo de palomas.

Aunque es probable que su intervención haya sido modesta, y solo haya alterado momentáneamente el funcionamiento rutinario de la jornada, puesto que el patio de los gentiles era enorme y ocupaba la mayor parte de la explanada del templo, y que, además, esos días cercanos a la celebración de la fiesta de Pascua se concentraban ahí miles de peregrinos; lo que significa que debió haber allí docenas de mesas para el cambio y muchos puestos de venta de animales para los sacrificios. Además, que el servicio de orden del templo y muchos sacerdotes cuidaban de que todo transcurriera en paz y que los soldados de Pilato lo controlaban todo desde la torre Antonia para evitar cualquier situación que pudiera generar un alboroto.

El tamaño de los atrios exteriores o patio de los gentiles, donde se encontraban los cambistas y los vendedores de animales era de 91 metros de ancho y 182 de largo, cada uno. Estaba rodeado por una sólida muralla de piedra con cuatro puertas macizas chapadas de bronce para regular la entrada de las personas al lugar del templo. En esa parte, había grandes columnatas y cámaras que servían de almacenamiento de los útiles necesarios para que se realizaran los deberes y servicios de los sacerdotes y levitas. La puerta oriental servía como entrada principal.

Ese era el lugar que permitía al pueblo de Israel acercarse a la Casa de Dios para rendirle adoración, ofrecerle sus dádivas y estrechar su relación con el Todopoderoso. Era el lugar donde rendían culto junto a los judíos, prosélitos, hombres y mujeres.

Tomando estos detalles en consideración, podemos pensar que Jesús atropelló solamente a un pequeño grupo de vendedores y compradores, volcó algunas mesas y puestos de venta de palomas, e interrumpió la actividad durante unos momentos. No pudo haber hecho mucho más pues para bloquear el funcionamiento del templo se hubiera necesitado un gran número de personas. Sin embargo, lo importante de ese gesto, aunque haya sido pequeño y limitado, es que estuvo cargado de una fuerza profética y un significado de consecuencias inesperadas.

Atacar el templo fue atacar el corazón del pueblo judío, ya que era el símbolo alrededor del cual giraba la vida religiosa. En aquel lugar santo, signo de que Dios había elegido a Israel como su pueblo, como le dijo a Moisés en Ex 3,10 «Por lo tanto, ponte en camino, que te voy a enviar ante el faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, a los israelitas», habitaba el Dios de la Alianza: su presencia garantizaba la protección y la seguridad del pueblo. Solo allí se podían ofrecer a Dios sacrificios y recibir su perdón. En este lugar santo, protegido de toda impureza y contaminación, se manifestaría un día, la victoria final de Dios. Por lo tanto, cualquier agresión al templo era una ofensa peligrosa e intolerable no solo para los dirigentes religiosos, sino para todo el pueblo, pues, ¿Qué sería de Israel sin la presencia protectora de Dios en medio de ellos? ¿Cómo podrían sobrevivir sin el templo?

La acción de Jesús, aun cuando estaba dirigida al mal uso del templo, fue sin duda un gesto hostil de protesta, y debemos tratar de comprender el significado concreto que le quiso atribuir.

Son muy variadas las posiciones de los investigadores sobre el significado de ese gesto de Jesús, entre ellas se destacan las que dicen que estuvo dirigido a purificar el Templo de la profanación realizada por las actividades comerciales; que fue una protesta contra las injusticias y abusos de los sacerdotes, las cuales, como hemos mencionado, eran muchas; y también como protesta contra la exclusión de los gentiles, puesto que consideraba que todos tenían el derecho de buscar a Dios, a volverse a Él y acercarse, para pedirle y recibir su perdón, y entonces, convertidos en nuevas personas, llevar una vida según sus normas y mandamientos.

Para entender todo el alcance de ese acto de Jesús, debemos conocer al clima de confusión que envolvía al templo y a los altos dignatarios que lo controlaban en aquellos momentos. El primer punto es el recelo del pueblo que venía desde el inicio de las obras de restauración que llevó a cabo Herodes, pues, aunque nadie dudaba de la belleza y esplendor del nuevo templo, se preguntaban ¿cuál había sido la intención real de Herodes? ¿Quiso levantar una casa al Dios de Israel, o engrandecer su imagen ante el Imperio romano? ¿Para qué construyó aquel gigantesco “patio de los gentiles” que ocupaba las tres cuartas partes de la explanada? ¿Fue para acoger a peregrinos fieles a la Alianza, o para atraer a viajeros paganos a admirar su poder? ¿Qué significaba el templo en esos momentos? ¿Casa de Dios o signo de colaboración con Roma? Pero, sobre todo, se preguntaban ¿Es Santuario de perdón o símbolo de las injusticias? ¿Es Templo de oración o almacén de los diezmos y primicias de los fieles? ¿Está al servicio de la Alianza o beneficia a la aristocracia sacerdotal?

Las dudas y las críticas eran muchas, y estas últimas preguntas surgieron porque en el Templo, lugar del culto a Dios, había surgido una enorme organización mantenida por un gigantesco cuerpo de funcionarios, escribas, administradores, contables, personal de orden y siervos de las grandes familias sacerdotales.

Las actividades de los sacerdotes habilitados eran: ofrecer sacrificios, ejecutar ritos, y prestar servicio al templo. Estaban organizados en 24 grupos, y cada grupo aseguraba el servicio del templo durante una semana y los turnos se sacaban a la suerte. Por la cantidad de culto en el templo, se necesitaban 300 sacerdotes ayudados por 400 levitas.

­ Otros sacerdotes principales eran, el Comandante del Templo, responsable del orden, los tres Sacerdotes Tesoreros, a cargo de las finanzas y los Sacerdotes Vigilantes, quienes guardaban las llaves del templo y se responsabilizaban de la vigilancia y orden bajo la autoridad del Comandante del Templo.

El personal que atendía el Templo estaba distribuido de la siguiente manera:

-a) el sumo sacerdote.

-b) el grupo de los sacerdotes jefes, integrado por: el jefe supremo del templo y los jefes de las secciones semanales de sacerdotes y los encargados del culto, que eran 24.

– los jefes del turno diario de sacerdotes, que también se encargaban de las cuestiones del culto. Eran unos 156, puesto que cada una de las 24 secciones semanales tenía de 4 a 9 turnos diarios.

– los guardianes del templo, que se encargaban de la vigilancia del templo.

– los tesoreros. Eran tres y se encargaban de las finanzas.

-c) los sacerdotes. Habría unos 7200 y

-d) los levitas, que eran unos 9600, con 24 secciones semanales compuesta cada una de dos grupos: los cantores y músicos, y los servidores y guardias del templo.

Todos esos sacerdotes y ayudantes al servicio del templo vivían de las actividades que se desarrollaban en el templo y significaban una carga más para la población campesina.

Por ello, las críticas del pueblo se centraban en las poderosas familias sacerdotales. Aunque todos presumían de sus linajes, la dinastía de Sadoc, el Sumo Sacerdote del tiempo del rey David, a cuya familia se le confió el control del templo y debería mantener la tradición del sumo sacerdocio, había quedado rota por causa de la aceptación del sumo sacerdocio por la familia Asmonea (153 a. de J.C.)  Por otro lado, los miembros de la familia Asmonea no eran los reyes de Israel. El rey de Israel tenía que venir de la ciudad de David, tenía que ser descendiente de David, nacido en Belén, de la tribu de Judá, no podía ser un sacerdote de la tribu de Levi. Pero Herodes ya había importado de Babilonia y Egipto familias sacerdotales de dudosa legitimidad además de que, en aquel momento fueron las autoridades romanas las que nombraban y cesaban a su voluntad al sumo sacerdote de turno. No es extraño pues, que estos se preocuparan más, de perpetuarse en el poder y aprovecharse de sus privilegios, que de servir al pueblo, por eso distribuían los cargos más lucrativos entre sus familiares, ejercían un fuerte control de las deudas y llegaron incluso a enviar a sus esclavos a arrebatar a los sacerdotes de los pueblos agrícolas los diezmos que les correspondían.

El Talmud de Babilonia ha conservado un poema del siglo I, que condena severamente a las familias sacerdotales de Boeto, Anás, Katrós e Ismael, que dice: “¡Ay de mí… porque ellos son los sumos sacerdotes, y sus hijos son los tesoreros, y sus yernos los administradores, y sus criados golpean al pueblo con bastones!”

Aunque es probable que lo que más irritara al pueblo fuera su vida lujosa a costa de las gentes del campo. Cuando se distribuyó la tierra prometida, la tribu de Levi no recibió un territorio como las demás. Eso dice el Dt 18,1-5, donde leemos: «Los sacerdotes levitas, es decir, todos los de la tribu de Leví, no tendrán parte ni herencia como los demás israelitas. Tendrán que mantenerse de los sacrificios que se ofrecen al Señor, y de lo que a él le corresponde. No recibirán herencia como sus compatriotas, ya que su herencia es el Señor, como él lo ha dicho.  “Los derechos que los sacerdotes tienen sobre los sacrificios de toros o corderos ofrecidos por la gente, son los siguientes: les tocará la espaldilla, la quijada y el cuajar, y también los primeros frutos de trigo, vino y aceite, y la primera lana que se corte a las ovejas; pues el Señor su Dios los ha elegido a ellos, de entre todas las tribus, para que de padres a hijos tengan siempre a su cargo el culto al Señor.»

Su heredad sería Dios y vivirían de los sacrificios, diezmos y tributos, sin embrgo, poco después de volver del destierro de Babilonia, algunos sacerdotes ya poseían tierras y en tiempo de Jesús, bastantes habían comprado extensas fincas y posesiones, seguían quedándose con la parte correspondiente de los animales sacrificados, y presionaban al pueblo para cobrar las primicias y diezmos de los productos del campo, exigiendo además, el pago del tributo anual. Con solo esos ingresos hubieran podido vivir en la opulencia, pero el desarrollo de la monetización generó una acumulación de riqueza en las arcas del templo y una hábil política de préstamos hizo el resto para enriquecer aún más a los sacerdotes. Entonces el templo se fue convirtiendo en fuente de poder y riqueza de una minoría aristocrática que vivía a costa de los sectores más débiles que se preguntaban ¿Es ese el templo querido por el Dios de la Alianza?

Flavio Josefo proporciona datos que dan a entender la gran riqueza acumulada en el templo, por ejemplo, que el año 40 a. c., Sabino, el prefecto en funciones, se apoderó del tesoro del templo, y con él recompensó espléndidamente a sus soldados, y se quedó él mismo con cuatrocientos talentos; otro dato indica que Pilato, durante su gobierno, provocó un grave incidente al tomar dinero del templo para construir un acueducto para traer agua a Jerusalén.

Jesús hizo diversas acciones simbólicas como son las comidas con pecadores, la elección de los doce, la entrada en Jerusalén, la última cena, y su acción en el Templo fue un gesto simbólico más. Su intervención en aquella gran explanada durante un tiempo corto* es poco importante en sí misma, pero buscaba atraer la atención sobre algo que para Él era muy importante. Había escogido bien la situación, el lugar y el tiempo: había allí peregrinos de todo el mundo, la policía del templo estaba atenta a cualquier incidente y los soldados romanos vigilaban desde la torre Antonia lo que sucedía en ese patio para actuar en caso de cualquier indicio de desorden. Ese era el escenario adecuado para que su mensaje tuviera la notoriedad que quería. Lo que Jesús pretendió no fue purificar el culto, puesto que no se acercó al lugar de los sacrificios para condenar prácticas abusivas. Su gesto fue más radical y profundo. Jesús bloqueó e interrumpió las actividades comerciales que se habían vuelto normales puesto que eran necesarias para el funcionamiento del templo, como el cambio de moneda o la venta de palomas y corderos, ya que sin dinero no se podrían comprar animales puros; sin animales no habría sacrificios; sin sacrificios no habría expiación del pecado ni perdón.

La intervención de Jesús no parece un gesto de protesta contra el culto del pueblo judío, que excluía la participación de los paganos. Jesús insistía que los gentiles serían acogidos en el reino de Dios, pero no hizo ningún gesto para que los paganos empezaran a tomar parte en los sacrificios del templo. Su intervención no estuvo tampoco dirigida directamente a condenar la vida corrupta de la aristocracia sacerdotal, aunque en el trasfondo de su acción estuvo claramente presente su actuación abusiva.

El gesto de Jesús fue más radical y total. Anunció el juicio de Dios no contra aquel edificio, sino contra un sistema económico, político y religioso que no podía ser del agrado de Dios. El templo se había convertido en símbolo de todo lo que oprime al pueblo, pues mientras en la “casa de Dios” se acumulaba la riqueza, en las aldeas de sus hijos crecía la pobreza y el endeudamiento y eso no era del agrado de Dios.

El templo no estaba al servicio de la Alianza establecida por Dios con el pueblo elegido, porque nadie defendía ahí a los pobres ni protegía los bienes y el honor de los más vulnerables y necesitados. Se estaba repitiendo de nuevo lo que Jeremías condenó en su tiempo: el templo se había convertido en una cueva de ladrones. Y ese mensaje era claro, la cueva no es el lugar donde se cometen los crímenes, sino donde se refugian los ladrones y criminales después de haberlos cometido y eso sucedía en Jerusalén: no era en el templo donde se cometían los crímenes, sino fuera; el templo era el lugar donde los ladrones se refugiaban y acumulaban su botín.

Jeremías en 7,6.10 y 11 tiene una expresión muy clarificadora: condenó a los que oprimen al peregrino, el huérfano y la viuda y piensan escapar del castigo de Dios refugiándose en su templo.

Tarde o temprano era inevitable el choque del reino de Dios con aquel sistema corrupto. El gesto de Jesús fue una destrucción simbólica y profética, no real y efectiva en aquel momento, pero con él anunció el final de esos abusos.

San Marcos dice literalmente en 11,15, que Jesús derribó las mesas de cambistas y vendedores, lo cual sugiere la destrucción del templo del Dios de los pobres y excluidos, que ya no reinaba desde ese templo y que jamás legitimaría ese sistema, además, con la venida del reino de Dios, el templo iba a perder su razón de ser pues al aceptar a Jesús como el Mesías, el Espíritu Santo llenará los corazones de los creyentes y cada uno será Templo vivo del Espíritu Santo, como dirá más tarde San Pablo en 1Co 6,19: ¿No saben ustedes que su cuerpo es templo del Espíritu Santo que Dios les ha dado, y que el Espíritu Santo vive en ustedes?

Esa actuación de Jesús fue demasiado lejos. El personal de seguridad del templo y los soldados de la fortaleza Antonia sabían lo que tenían que hacer. Había que esperar a que la ciudad se encontrara más tranquila y los ánimos de los peregrinos más calmados, y es que ese acto de Jesús no preocupó solo a los sacerdotes del templo; inquietó también a las autoridades romanas ya que el templo fue siempre lugar de conflictos; por eso lo vigilaban de cerca. Cualquier incidente en el recinto sagrado despertaba su desconfianza: quienes pusieran en peligro el poder del sumo sacerdote, fiel servidor de Roma, ponían en peligro la paz.

Por ello, si Jesús no abandonaba su actitud y renunciaba a actuaciones tan subversivas, sería eliminado. Sin embargo, no era aconsejable detenerlo en público, mientras estuviera rodeado de seguidores y simpatizantes. Por lo que debían apresarlo de manera discreta. Y buscaron la forma de lograrlo.

Como escuchaste, los actos de Jesús al tratar de dejar en claro que lo que Él buscaba era poner orden y purificar el templo, en el que lo importante era dar culto a Dios, pero en el que las autoridades sacerdotales habían permitido que se realizaran actos comerciales, totalmente ajenos a la razón para la que había sido construido: que era alabar y adorar a Dios, buscar su perdón y su dirección. Y eso puede estar sucediendo hoy, cuando nos presentamos a los templos solamente para cumplir los mandatos de la Iglesia o para cumplir con compromisos sociales.

Ojalá que este tema sirva para que estemos conscientes que Dios espera de nosotros, que lo busquemos para tener con Él una relación de hijos con Él, nuestro Padre, y que cumplamos su voluntad siguiendo sus normas y mandamientos así como las enseñanzas de Jesús, a quien debemos imitar.

Que así sea.

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