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DIOS NOS HACE NUEVAS CRIATURAS

DINOS HACE NUEVAS CRIATURAS

El Génesis, el primer libro del Antiguo Testamento, describe a nuestro Padre celestial como el creador de todo cuanto existe, y narra como creó los cielos y la tierra, las aguas, las estrellas, los animales y también al hombre, su creación especial, tanto así, que fuimos hechos a su imagen y semejanza.
La Biblia también nos dice en Jn 1,3, refiriéndose a Jesús, a quien el evangelista llama la Palabra: “Por medio de él, Dios hizo todas las cosas; nada de lo que existe fue hecho sin él.” Y San Pablo en Col 1,16 escribe, también refiriéndose a Cristo: “En él Dios creó todo lo que hay en el cielo y en la tierra, tanto lo visible como lo invisible. Todo fue creado por medio de él y para él.” Notamos pues que, como parte de la creación, siempre hemos pertenecido a Cristo, pues dice que “Todo fue creado, y aquí estamos incluídos nosotros, por medio de él y para él”.
Cuando fuimos creados, Dios por medio de Cristo nos hizo de tres partes, cuerpo, alma y espíritu como dice San Pablo en 1Ts 5,23 “Que Dios mismo, el Dios de paz, los haga a ustedes perfectamente santos, y les conserve todo su ser, espíritu, alma y cuerpo, sin defecto alguno, para la venida de nuestro Señor Jesucristo.”
En el 1698 del Catecismo dice: “Jesucristo, Nuestro Señor, es vuestra verdadera Cabeza, y vosotros sois uno de sus miembros. El es con relación a vosotros lo que la cabeza es con relación a sus miembros; todo lo que es suyo es vuestro, su espíritu, su Corazón, su cuerpo, su alma y todas sus facultades, y debéis usar de ellos como de cosas que son vuestras, para servir, alabar, amar y glorificar a Dios.”

En cuanto a la diferencia entre alma y espíritu, los dos términos denotan el elemento espiritual del hombre desde distintos puntos de vista. Como espíritu, es el principio de vida y acción el cual controla el cuerpo, y como alma, es el sujeto personal, el cual piensa, siente desea, y en algunos casos es el asiento de los afectos. En algunas ocasiones se refiere al Alma como el resultado de la interacción del espíritu que hemos recibido de Dios, y el Ser humano, así el ser humano que ha recibido el espíritu en su concepción es“alma viviente”pues puede conocer a Dios y conocerse a sí mismo.
El hombre fue creado como un ser espiritual para tener una relación con Dios, pero al pecar, fueron su alma y su carne las que pasaron a gobernar su vida, dejando a un lado la dirección que el Espíritu, por medio de nuestra conciencia nos fue dada. Entonces, el cuerpo y el alma junto con Satanás y el mundo, nos alejan de la voluntad Dios.
De la carne surge el egoísmo y de éste, fluye lo que San Pablo describe como los frutos de la carne en Gal 5,19-21 “Es fácil ver lo que hacen quienes siguen los malos deseos: cometen inmoralidades sexuales, hacen cosas impuras y viciosas, adoran ídolos y practican la brujería. Mantienen odios, discordias y celos. Se enojan fácilmente, causan rivalidades, divisiones y partidismos. Son envidiosos, borrachos, glotones y otras cosas parecidas. Les advierto a ustedes, como ya antes lo he hecho, que los que así se portan no tendrán parte en el reino de Dios.”
Estos frutos de la carne, no son gratos a Dios, por que son pecados que llegan a dominarnos, a esclavizarnos; y con frecuencia se nos hace difícil aceptar o darnos cuenta, que somos esclavos de la carne, del mundo o de Satanás, por lo que se nos hace difícil salir de esa esclavitud solo por nuestras propias fuerzas.
Pede ser que este sea tu caso y seas un esclavo del pecado, que te tenga atrapado: alcohol, drogas, odio, venganza, pornografía, adulterio, envidia, orgullo, soberbia o cualquier otro.
Pero debes saber que el deseo de Dios es que todos alcancemos la salvación y seamos liberados de todo tipo de esclavitud y dejemos de ser gobernados por nuestras bajas pasiones, como nos dice nuestro Señor por medio de San Pablo: “Deben ustedes renunciar a su antigua manera de vivir y despojarse de lo que antes eran, ya que todo eso se ha corrompido, a causa de los deseos engañosos. Deben renovarse espiritualmente en su manera de juzgar, y revestirse de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios y que se distingue por una vida recta y pura, basada en la verdad.” Ef 4,22-24
La invitación del Señor a dejar la vida de pecado, a la que llama del hombre Viejo, es clara y nos hace ver los frutos que nos ha dejado: sufrimiento, dolor, división, destrucción, muerte; y no solo muerte física, muerte de sueños e ilusiones, y no solo tuyos, sino de los seres más cercanos a ti; haciéndote con ello cómplice del Diablo, el ladrón que vino a “robar matar y destruír” como dijo Jesús en Jn 10,10a.
Por eso Jesús nos invita a ser hombres nuevos, a unirnos a Cristo, como dice San Pablo “El que está unido a Cristo es una nueva persona. Las cosas viejas pasaron; se convirtieron en algo nuevo.” 2Cor 5,17
El deseo de Dios es que seamos transformados a esta nueva creación, que es una transformación tan extraordianaria y milagrosa, pero a la vez tan sencilla y natural que es importante que entendamos que es lo que sucede con ella.
Como ejemplo tomaremos la oruga, que puede ser muy dañina y desagradable, pero al sufrir la metamorphosis se convierte en algo hermoso, en “una mariposa” que además, llega a ser muy útil debido a su papel en la polinización. De algo dañino y desagradable nace algo nuevo, distinto, bello y útil.
Al igual que la mariposa, en el hombre se da esta transformación con cambios radicales en su vida y esto sucede, porque como dice la cita de San Pablo que acabamos de escuchar, “el que está unido a Cristo es una nueva persona.”
Para entender lo que significa estar unido a Cristo, la Biblia nos da un ejemplo con el matrimonio, en el que un hombre y una mujer se unen y los dos llegan a ser como una sola persona delante de los ojos de Dios. Igual sucede con quien se une a Cristo, se hace espiritualmente uno con Él.
Ahora bien, ¿qué tanto conoces a Cristo? Muchos creen conocerlo, pero no lo han conocido lo suficiente y no saben o entienden lo que ha hecho por nosotros, no conocen hasta donde llegó su amor; que se entregó en sacrificio hasta la muerte en cruz para romper las cadenas que nos tenían esclavizados y darnos libertad. Lo llaman Señor, pero no le obedecen y continúan viviendo dejandose llevar por su carne o por las sugerencias del mundo o por las tentaciones que Satanás pone en su camino. Es decir, no se han hecho uno con Él, pues “Cuando alguien se une al Señor, se hace espiritualmente uno con él” dice San Pablo en 1Co 6,17
Esta unión milagrosa sucede cuando reconocemos a Jesús como nuestro único Señor y Salvador y creemos que “El pago que da el pecado es la muerte, pero el don de Dios es vida eterna en unión con Cristo Jesús, nuestro Señor” Ro 6,23. Y que con el sacrificio que hizo en la cruz, Él cargo con todos nuestros sufrimientos y pecados y que al morir crucificado, pagó nuestra deuda y nos liberó de toda acusación.
Esto significa que al reconocer ese sacrificio, todos nuestros pecados son limpiados, toda maldad queda borrada y “Sabemos que lo que antes éramos fue crucificado con Cristo, para que el poder de nuestra naturaleza pecadora quedara destruido y ya no siguiéramos siendo esclavos del pecado” Ro 6,6. Eso significa que el hombre Viejo quedó crucificado con Cristo. Debemos creer que esa obra ya fué hecha, completa y perfecta, y lo único que tenemos que hacer es creerlo.
Si verdaderamente deseamos ser de Jesucristo, debemos crucificar nuestra naturaleza pecadora, nuestras pasiones y malos deseos, es decir la carne, nuestra antigua naturaleza. Esto significa que debemos tomar la decision de rechazar la mentira, las borracheras, la crítica, la murmuración, la envidia, el rencor, los resentimientos, la falta de perdón, los vicios, es decir, todo lo que ofende a Dios y nos hace daño a nosotros y a los demás.
Hay algunas personas que creen que solo con sus propias fuerzas pueden alcanzar la nueva vida, la salvación, pero, las Sagradas Escrituras nos dicen otra cosa: “Pues por la bondad de Dios han recibido ustedes la salvación por medio de la fe. No es esto algo que ustedes mismos hayan conseguido, sino que es un don de Dios. No es el resultado de las propias acciones, de modo que nadie puede gloriarse de nada; pues es Dios quien nos ha hecho; él nos ha creado en Cristo Jesús para que hagamos buenas obras, siguiendo el camino que él nos había preparado de antemano.” Ef 2,8-10.
Y amplía la información al respecto en Tit 3,5 en donde leemos: “Sin que nosotros hubiéramos hecho nada bueno, por pura misericordia nos salvó lavándonos y regenerándonos, y dándonos nueva vida por el Espíritu Santo.”
San Pedro lo confirma cuando dice:“Por medio de Cristo, ustedes creen en Dios, el cual lo resucitó y lo glorificó; así que ustedes han puesto su fe y su esperanza en Dios.” 1Pe 1,21.
Esto significa que la nueva vida la obtenemos únicamente por la Gracia y Misericordia de Dios al aceptar el sacrificio de Cristo y unirnos espiritualmente a Él. Pero, a cada uno de nosotros nos corresponde hacer algo que dijo Jesucristo “Les aseguro que si el grano de trigo al caer en tierra no muere, queda él solo; pero si muere, da abundante cosecha.” Jn 12,24. Esto significa que debemos morir a nuestra Antigua naturaleza, al hombre Viejo; debemos rechazar todo lo que sabemos no es grato a Dios aunque resulte muy atractivo a nuestra carne. A eso se refería Jesús cuando dijo: “Si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda la vida por causa mía, la encontrará.” Mat 16,24-25
Entonces, si queremos seguir a Jesús, ser verdaderamente sus discípulos, debemos morir día a día a nuestra Antigua naturaleza procurando cambiar nuestra forma de pensar como dice San Pablo en Ro 12,2: “No vivan ya según los criterios del tiempo presente; al contrario, cambien su manera de pensar para que así cambie su manera de vivir y lleguen a conocer la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que le es grato, lo que es perfecto.” Al hacerlo, mostraremos que es Cristo quien vive en nosotros pues le imitamos en amor, en humildad, en obediencia, en valor, en misericordia, en compasión y en servicio a nuestro prójimo.
Al aceptar a Jesús en tu vida, como tu Señor y Salvador, mueres a ti mismo, a tu antigua naturaleza y serás sepultado/a con Él, pero, también con Él resucitarás como una nueva criatura para vivir una nueva vida, como Jesucristo, con la ayuda y dirección del Espíritu Santo que te conducirá por amor, y tú también, por amor, te dejarás conducir y obedecerás, mientras disfrutas de los dones que Él te dará para que tengas la vida plena y abundante que Jesús ofreció.
San Juan Eudes, en su obra “Nuestro Señor Jesucristo fuente de salvación y de vida verdadera”, dice: “Les ruego que piensen que Jesucristo, Nuestro Señor, es su verdadera Cabeza, y que ustedes son uno de sus miembros. El es con relación a ustedes lo que la cabeza es con relación a sus miembros; todo lo que es suyo es de ustedes, su espíritu, su Corazón, su cuerpo, su alma y todas sus facultades, y deben usar de ellos como de cosas que son suyas, para servir, alabar, amar y glorificar a Dios. Ustedes y él son como los miembros y su cabeza. Así desea él ardientemente usar de todo lo que hay en ustedes, para el servicio y la gloria de su Padre, como de cosas que son de él.
Así que dispongámonos y entreguémonos a Jesucristo, y recibámoslo en nuestro corazón para que nos haga nuevas criaturas y disfrutemos de la vida plena y abundante que Jesús vino a darnos, y le sirvamos, a través del servicio a los demás, y le obedezcamos como los miembros obedecen a la cabeza, para glorificar así a nuestro Padre del cielo. Que así sea.

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