CÓMO Y POR QUÉ ADORAR A DIOS
CÓMO Y POR QUÉ ADORAR A DIOS
Dios está buscando verdaderos adoradores que puedan adorarlo en espíritu como resultado de creer en Su Palabra y actuar según Su Palabra.
Adoración es la forma de reconocer lo que Dios ha hecho y está haciendo en nosotros y por nosotros, por ejemplo por el envío de su Hijo Jesús, que con su sacrificio hasta la Muerte en la cruz puso la salvación a nuestro alcance, como por el envío del Espíritu Santo, que vino para guiarnos por el camino que nos lleva al Padre.
Pero la adoración no se trata solamente de postrarse ante Dios, tiene que ver, sobre todo, con la actitud del corazón. A eso se refería Jesús en Jn 4,23-24 cuando dijo a la samaritana: “Ha llegado la hora en la cual los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad. El Padre quiere ser adorado así.” Y termina esta cita aclarando la razón cuando dice: “Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad.” Esto significa que nuestra adoración debe brotar de nuestro interior con agradecimiento, gozo y sinceridad y puesto que adorar implica la actitud o intención de nuestor corazón con la que le manifestamos a Dios nuestra entrega total, eso significa que también nos rendimos a Dios, lo cual nos lleva a ser obedientes a sus normas y mandamientos, así como obedecer el Evangelio, es decir, las enseñanzas de Jesús.
Adoramos a Dios cuando “todo lo hacemos para agradarle.” Esto significa que debemos llevar una forma de vida grata a nuestro Padre celestial y con esa forma de manifestarle nuestro respeto, admiración y amor, nos permitirá también, que tengamos una relación con el Espíritu Santo que el Padre nos envió para guiarnos por el camino que nos lleva a Él, para lo cual nos da los dones o carismas con los que, además, seremos instrumentos de bendición para nuestro prójimo. Por lo que debemos acudir con frecuencia al Sacramento de Reconciliación con Dios por medio de la confesión de nuestros pecados y al Sacramento de la Eucaristía para recibir a Cristo, que cuando comulgamos, se nos presenta en cuerpo, alma y divinidad en la hostia consagrada.
Por eso, para adorarlo, reverenciarlo o rendirle culto, debemos conocer las Sagradas Escrituras y seguir sus instrucciones, por ejemplo lo que dice Jn 4,24 que mencioné antes “Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad.”
Otro ejemplo lo tenemos en Ro 12,1-2 en donde leemos que San Pablo se refiere a una forma de adorar a Dios con nuestra conducta santa, cuando dice: “Les ruego, pues, hermanos, por la gran ternura de Dios, que le ofrezcan su propia persona como una ofrenda viva y santa capaz de agradarle; este culto conviene a criaturas que tienen juicio. No sigan la corriente del mundo en que vivimos, sino más bien transfórmense a partir de una renovación interior. Así sabrán distinguir cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno, lo que le agrada, lo que es perfecto.” Ahora bien, cuando San Pablo dice que le ofrezcamos a Dios nuestra vida y que nos transformemos renovándonos interiormente, está indicando que debemos buscar nuestra santificación, la cual solo podremos alcanzarla si sabemos lo que Dios quiere de nosotros y eso lo sabremos solamente si conocemos las Sagradas Escrituras en donde Dios nos ha dejado sus instrucciones para que vivamos agradándole y también para que seamos bendecidos. Para que comprendamos su contenido y podamos aplicarlo a nuestra vida, antes de leer las Sagradas Escrituras, debemos orar pidiéndo que el Espíritu Santo nos conduzca y nos enseñe a vivir para que alcancemos la santidad, pues como dice Hb 12,14: “debemos procurar la paz con todos y la santidad, sin la cual ninguno verá al Señor.”
Cuando San Pablo dice transfórmense a partir de una renovación interior, se refiere a que llevemos a cabo un cambio de vida, a que dejemos de pensar como los que son del mundo, que dejemos el pecado y nos volvamos a Dios, porque así podremos adorarle pues cuando tenemos un estilo de vida de adoración, nos alineamos con el Espíritu Santo, es decir, tendremos una relación estrecha con Él y dejaremos que nos guíe. También nos gozaremos viviendo en la voluntad de Dios, que nos permitirá reconocer su amor en todo, lo cual nos llevará a que, con corazón agradecido y maravillados por sus obras, le alabemos y adoremos.
La adoración nos lleva a valorar a Dios por encima de todo, de nosotros mismos, de la familia, de nuestra carrera, de fama, salud y los amigos, pues la esencia de la adoración es colocar a Dios como centro, como lo más importante de nuestra vida. Y al ser el centro, todo lo demás girará en torno a Él y mantendremos cerca solo lo que le agrada y es bueno para nuestra vida. Y lo que no le agrada a Dios y no es bueno para nosotros, con nuestra determinación y con su ayuda, lo mantendremos fuera de nuestra vida.
Por eso Jesús dijo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente.” Mt 22,37. Con esto se confirma, que nuestro Padre celestial debe ser siempre, por amor, el centro de nuestra vida y el primero en nuestra lista de relaciones. Por ello debemos tener en cuenta la enseñanza que Jesús nos dejó, cuando después de su ayuno de 40 días en el desierto y el diablo le dijo: “Si te postras ante mí, todo será tuyo.” Y Jesús respondió: «Está escrito: Adorarás al Señor tu Dios, y sólo a él darás culto. Lc 4,7-8. Esto significa que para adorar a Dios, debemos amarlo y mantenerlo siempre como centro de nuestra vida. Ahora bien, para amarlo, debemos conocerlo, pues no podemos amar a quien no conocemos y para conocerlo debemos tener una relación con Él a través de la lectura, estudio y meditación de las Sagradas Escrituras, y por nuestra comunicación personal con Él por medio de la oración, que como dije en el tema sobre la oración, debe ser una comunicación de doble via en la que le hablamos pero también escuchamos lo que nos diga, lo que significa que debemos dedicarle el tiempo necesario para que podamos escuchar y comprender lo que Dios nos dice y quiere de nosotros.
Entonces, adorar a Dios es la manera en la que, agradecidos, le brindamos nuestra fidelidad y reverencia, como también nuestro servicio a Dios y a nuestro prójimo con amor y misericordia, puesto que la esencia de la adoración es manifestar nuestro amor y aprecio a Cristo a quien vemos en los rostros de los demás.
Jesús, al conversar con la mujer samaritana, enseñó sobre la naturaleza de la verdadera adoración, cuando dijo: “Pero la hora viene, y ahora es, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad.” Jn 4,23-24 Debemos tener en cuenta que la verdadera adoración consiste en postrarse ante Dios, como manifestación de que nos rendimos a Él reconociendo su grandeza y poder, y aunque no es necesario que lo hagamos físicamente, sí debemos hacerlo de corazón, aceptándo que es nuestro Padre, el creador de todo cuanto existe, que mandó a su Hijo Jesucristo para que, por su sacrificio, obtuviéramos el perdón de nuestros pecados, la liberación de las ataduras que nos mantenían esclavizados y disfrutáramos de una vida nueva. Entonces, al reconocer el sacrificio de Jesús por nosotros y aceptarlo como nuestro Salvador y reconciéndole también como nuestro Señor, es decir como aquel a quien nos rendimos para obedecerle, podremos disfrutar de paz y gozo verdaderos, aún en medio de las dificultades, además de que, como prometió Jesús, recibirémos al Espíritu Santo que nos guiará y nos dará los dones o carismas que nos ayudarán a comunicarnos con Dios, a servir al prójimo como instrumentos de Dios y a mantenernos firmes en el camino que nos lleva al Padre. Si comprendemos esto, no podemos quedarnos sin manifestar nuestro agradecimiento a Dios y con gozo, le alabarémos, le adoremos, le exaltemos, le glorifiquemos y le honremos, dándole así el reconocimiento que merece.
Porque aun cuando lo hemos ofendido al pecar y siendo imperfectos como somos, Jesús como la más grande manifestación de amor, fue voluntariamente a la cruz y murió en nuestro lugar para librarnos del castigo que merecíamos, pues como dice San Pablo en Ro 6,23: “El pago del pecado es la muerte, mientras que Dios nos ofrece como don la vida eterna por medio de Cristo Jesús, nuestro Señor.” Entonces, si reconocemos nuestros pecados, y los confesamos, Jesús nos perdonará por medio de sus representantes los sacerdotes, a quienes les dejó esa autoridad, como leemos en Jn 20,19-23 en donde dice: “por la tarde del domingo en el que Jesús resucitó, estando reunidos los discípulos en una casa con las puertas cerradas por miedo a los judíos, Jesús se presentó en medio de ellos y les dijo: –La paz esté con ustedes. Y les mostró las manos y el costado. Los discípulos, se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús les dijo de nuevo: –La paz esté con ustedes. Y añadió: –Como el Padre me ha enviado, yo también los envío a ustedes. Sopló sobre ellos y les dijo: –Reciban el Espíritu Santo. A quienes les perdonen los pecados, Dios se los perdonará; y a quienes se los retengan, Dios se los retendrá.”
Al conocer esa otra manifestación de su amor, brotará de nuestro corazón el deseo de alabarlo, de ir a él con expresiones de agradecimiento y de adoración, reconociéndo lo grande y maravilloso que es. Por ello, debemos considerar, que cuando deseamos adorar, debemos hacerlo con arrepentimiento por haberle fallado, y con humildad, postrarnos a sus pies.
Jesús, conoce nuestras vidas y nuestro corazón, por lo que no podemos presentarnos ante Él sin habernos librado del pecado, porque un verdadero adorador sabe a quién adora, por lo tanto, nuestra adoración no está condicionada por nuestros sentimientos sino por nuestra fe. Esto significa que debemos alabar y adorar agradecidos por todo lo bueno que Dios ha sido con nosotros y porque nos permite disfrutar de libertad al romper las ataduras de pecado que nos mantenían esclavizados. Pero podemos acudir a él con alabanza y adoración, también cuando estemos pasando por dificultades, porque sabemos que no nos abandonará, pues como dijo a Josué antes de pasar el rio Jordán y tomar posesión de la tierra prometida, y nos dice a nosotros hoy en Jos 1,9: “Sé fuerte y valiente. No tengas miedo ni te desanimes porque el Señor tu Dios estará contigo donde quiera que vayas.” Es tan importante esa promesa porque Jesús también dijo antes de ascender al cielo: “Tengan presente que yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo.” Mt 28,20.
Si quieres ser un adorador debes reverenciar y honrar a Dios, contar con una vida de entrega y fidelidad a Él, por lo que ha hecho en ti y por ti, como dice el salmista en el Sal 30,11-12: “Señor tú cambiaste mi tristeza en baile. Me quitaste el luto y me vestiste de alegría.” Con esto el salmista nos hace ver que, al reconocer la obra que ha hecho en nosotros, debemos mostrarnos alegres. Esa alegría es la que nos diferencia de los que no conocen a Jesús y viven sin obedecer los mandamientos y las enseñanzas de Dios que encontramos en la Biblia. Al no conocer a Jesús, tampoco conocen al Padre porque Él es el camino que nos lleva ante Dios, como dijo Jesús según leemos en Jn 14,6: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie puede llegar hasta el Padre, sino por mí.”
Por eso la adoración eficaz es la que reconoce a Jesús como la única verdad. Sabiendo esto, sé un verdadero adorador y alabador para agradar a Dios Padre. Que así sea.
