ADVIENTO Y CUATRO VERDADES DE LA SAGRADA ESCRITURA
ADVIENTO Y CUATRO VERDADES DE LA SAGRADA ESCRITURA
Para Faro de Luz 1244 del 15122022
Estamos en Adviento, el tiempo de preparación para la celebración del nacimiento de Jesús, por lo que debemos saber lo que significa su venida a la tierra como uno de nosotros.
Los hombres fuimos creados por Dios para que tengamos una vida feliz cerca de Él. Así lo declara la Sagrada Escritura, donde también encontramos sus instrucciones para que nuestra vida sea libre y feliz. Esto significa que si queremos disfrutar plenamente la vida debemos conocer el contenido de la Biblia para saber cómo debemos vivir, pues ahí encontramos lo que agrada al Señor y cómo nos bendecirá, así como lo que debemos evitar para no caer en los errores que nos alejarán de Él al rechazar su amor y no seguir sus enseñanzas y su dirección, manifestando así, que no necesitamos de Él y por orgullo, soberbia y egoísmo, nos dejamos llevar por los deseos de la carne y la influencia del mundo, lo cual nos lleva a una vida de desconsuelo, ansiedad, preocupación, inseguridad, temor y al final a la muerte y a la separación eterna de Dios.
Podemos pretender que no nos afecta vivir alejados de Dios y sus enseñanzas y mandamientos, pero tarde o temprano reconoceremos que llevar una vida basada en las cosas materiales o según las apetencias de la carne, no nos lleva a la felicidad que tanto buscamos, pues vivir así, nos lleva a la intranquilidad, al desasosiego, a la ansiedad y la angustia. Por ello, presentaré cuatro puntos importantes que debemos conocer, que se encuentran en la Biblia, cuatro verdades por las que vamos a comprender por qué celebramos con alegría la Navidad, para la cual nos estamos preparando en este tiempo de Adviento.
Leemos en las Sagradas Escrituras que Dios siempre nos ha amado, como dice Dios en Jer 31,3: «Yo te he amado con amor eterno; por eso te sigo tratando con bondad.» Y para comprobar esta primera gran verdad basta con que analicemos nuestra conducta y la forma en la que Dios ha actuado en nuestra vida, a pesar de nuestro mal comportamiento y de nuestros pecados, porque debemos reconocer, que nuestros actos no siempre han sido conforme a la voluntad divina.
Dios nos advierte que la paga del pecado es la muerte, pero nos sigue llamando con amor, a que nos volvamos a Él, que dejemos el pecado, porque no desea que nadie se pierda, sino que tenga vida eterna con Él, porque como escribe San Juan en 1Jn 4,8b: «Dios es amor.» y lo repite más adelante, en el verso 16b: «Dios es amor, y el que vive en el amor, vive en Dios y Dios en él.»
Jesús, el Mesías anunciado por los profetas dice en Jn 10,10b-11: «Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia. Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas». Y eso es lo que hizo Jesús como manifestación de su amor: dió su vida por nosotros, murió en la cruz, para redimirnos, para que, por su sacrificio, no tuviéramos que pagar, con nuestra muerte, el castigo merecido por haber ido en contra de la voluntad de Dios Padre y fuéramos perdonados de nuestros pecados por su sangre derramada en su pasión. Por ello San Pablo dice en Ro 6,23: “El pago que da el pecado es la muerte, pero el don de Dios es vida eterna en unión con Cristo Jesús, nuestro Señor.”
La segunda verdad es: “Hay dos caminos, el de bendición y el de maldición.” Lo leemos en Dt 28,1-2 «Si de veras obedeces al Señor tu Dios, y pones en práctica todos sus mandamientos que yo te ordeno hoy, entonces el Señor te pondrá por encima de todos los pueblos de la tierra. Además, todas estas bendiciones vendrán sobre ti y te alcanzarán por haber obedecido al Señor tu Dios.» y a continuación da un listado de las bendiciones.
Más Adelante en el verso 15 dice: «Pero si no obedeces al Señor tu Dios, ni pones en práctica todos sus mandamientos y leyes que yo te he ordenado hoy, vendrán sobre ti y te alcanzarán todas estas maldiciones.» Y sigue otra lista, que es mayor que la de las bendiciones, pues al rechazar la dirección de Dios, lo rechazamos a Él y eso nos lleva a separarnos de él, y la consecuencia es el sufrimiento, por la falta de su amor que se manifiesta también en las malas relaciones con los demás.
Si actuamos fuera de lo que Dios nos ha indicado es lo que debemos hacer para vivir en libertad y felices, y decidimos dar la espalda a esas normas y mandamientos, el resultado es la muerte, no necesariamente muerte física, aunque puede llevar a eso, pero sí muerte espiritual, pues nos alejaríamos de Dios que es la vida, y esto generaría desamor, descontento, rencor, temor, sufrimiento, odio y muchas otras cosas que nos afectarán negativamente.
Dios, que nos ha dado a conocer sus normas y mandamientos, nos dice en Dt 30,19-20 «En este día pongo al cielo y a la tierra por testigos contra ustedes, de que les he dado a elegir entre la vida y la muerte, y entre la bendición y la maldición.» Y a continuación ordena, pero con un tono de petición amorosa: «Escojan, pues, la vida, para que vivan ustedes y sus descendientes; amen al Señor su Dios, obedézcanlo y séanle fieles, porque de ello depende la vida de ustedes y el que vivan muchos años.»
Vemos entonces, que como dice San Pablo en Ro 6,23: «El pago que da el pecado es la muerte», pero la segunda parte de ese verso, es más importante, porque es la tercera verdad: en Jesús encontramos nuestra salvación. Dice: “El don de Dios es vida eterna en unión con Cristo Jesús, nuestro Señor.” Eso significa que aun cuando hayamos estado alejados de nuestro Padre celestial por nuestra decisión de ir en contra de su voluntad, es decir, por haber pecado, podemos volver a disfrutar de una vida libre, feliz, en paz y con amor, al presentarnos arrepentidos a pedir perdón al Padre, por medio de Jesucristo, que fue enviado por Dios Padre como el Mesías, el Salvador, el Redentor de la humanidad, y cuya venida fue profetizada 740 años antes del Nacimiento de Jesús, como dice Is 61,1 en donde se resume esa acción libertadora de Cristo, a quien describe como quien hará reinar la paz y la justicia sobre la tierra y difundirá el conocimiento de Dios. Esa es la cita que leyó Jesús en la sinagoga de Nazaret según dice Lc 4,18, donde dice: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos.” Confirmando así que Él era el enviado por Dios para a anunciar la Buena Nueva de Salvación a los pobres de espíritu, a los necesitados de consuelo y de amor; que fue enviado a aliviar a los afligidos por los espíritus del mal, a liberar a los encadenados por los pecados y vicios, y a dar paz a los desesperados y a los oprimidos.
Jesús, es de quien Pedro dice en Hch 4,12: «En ningún otro hay salvación, porque en todo el mundo Dios no nos ha dado otra persona por la cual podamos salvarnos.»
San Juan, uniendo los dos conceptos: “el amor de Dios”, que nos ha amado con amor eterno y “el perdón de nuestros pecados por el Sacrificio de Jesús” dice en 1Jn 4,10 «El amor consiste en esto: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo, para que, ofreciéndose en sacrificio, nuestros pecados quedaran perdonados.»
Y San Pablo confirma y amplía la información que San Pedro había dado cuando dice en 2Co 5,17: «El que está unido a Cristo es una nueva persona. Las cosas viejas pasaron; se convirtieron en algo nuevo», haciéndonos ver con esto, que aun cuando por el pecado podemos estar muertos espiritualmente, si nos unimos libre y voluntariamente a Jesús, aceptando su sacrificio de amor por nosotros, si aceptamos que murió en la cruz para librarnos del castigo que merecíamos por haber ido contra las normas establecidas por Dios, y que con su sangre derramada en su pasión nos limpió del pecado y nos dio su vida, es decir, “si lo aceptamos como nuestro Salvador y lo reconocemos como Señor”, pasaremos a ser nuevas personas.
Pero Jesús tiene para nosotros mucho más que darnos una nueva vida, plena; también ofreció que enviaría su Espíritu para que guiara nuestros pasos por el camino de luz que nos conduce a la presencia del Padre, y para que nos diera poder para vivir esa vida nueva. Esa es la cuarta verdad, que se menciona en Hch 2,38-39, en donde San Pedro dice: «Vuélvanse a Dios y bautícese cada uno en el nombre de Jesucristo, para que Dios les perdone sus pecados, y así él les dará el Espíritu Santo. Esta promesa es para ustedes y para sus hijos, y también para todos los que están lejos; es decir, para todos aquellos a quienes el Señor nuestro Dios quiera llamar.» Con esto se refería a nosotros, que hoy estamos siendo llamados por Dios para que, dejando el pecado, nos volvamos a Él. Y con El bautismo de JESÚS: con el que somos llenos del Espíritu Santo y produce en nosotros la renovación interior que nos hace «partícipes de la naturaleza divina”, podremos tener un abogado, un consolador. Ese Espíritu es la “tercera persona de nuestro Dios Trino”, que es una realidad dinámica, innovadora, creadora, de poder que transforma vidas, al darnos los dones, para que le sirvamos, a través del servicio a los demás.
El Espíritu Santo es la presencia de Dios obrando, es el poder de Dios en acción, es quien da testimonio de Cristo glorificado y quien continúa la labor de Cristo en el mundo, Él vivifica la iglesia, otorga salvación, intercede por nosotros, y es garantía de la vida eterna que recibimos al aceptar a Cristo como Salvador, porque al rendir nuestras vidas a Jesús, el Espíritu viene en nuestro auxilio para que nos mantengamos dentro de la voluntad de Dios. Pero para tener ese poder, debemos además de aceptar a Jesús como Señor y Salvador, tener un corazón limpio, y pedir, con fe, que venga a nosotros y nos llene con su presencia.
San Juan muestra a Jesús como el creador de todo cuanto existe, lo identifica al inicio del Evangelio como “la palabra que existía desde el principio, que estaba con Dios y era Dios, que, por medio de él, Dios hizo todas las cosas, que nada de lo que existe fue hecho sin Él. En Él estaba la vida, y la vida era la luz de la humanidad. La luz que brilla en las tinieblas, y que las tinieblas no han podido apagar.”
Y sigue diciendo: «La Palabra (Jesús) era la luz verdadera, que con su venida al mundo ilumina a todo hombre. Estaba en el mundo, pero el mundo, aunque fue hecho por ella, no la reconoció. Vino a los suyos, pero los suyos no la recibieron.» Refiriéndose a todos los que no creyeron en Jesús, los que se le opusieron y que conspiraron hasta hacerlo crucificar, entre los cuales nos encontramos cuando rechazamos sus enseñanzas y Mandamientos al pecar.
Continúa San Juan: «Pero a quienes lo recibieron y creyeron en él, les concedió el privilegio de llegar a ser hijos de Dios.» Con esto se refiere a que todos los que creemos que Jesús es Dios y que con su muerte vino a darnos libertad, que con su sacrificio nos ha otorgado el perdón de nuestros pecados y que al aceptarlo como Señor y nuestro Salvador personal, podemos llegar a ser hijos de Dios, como dice Jn 1, 12
Con esa promesa ¿Cómo no vamos a celebrar con júbilo el Nacimiento de Dios hecho hombre? Preparémonos entonces, para que, esta Navidad, Jesús sea el homenajeado, al que le brindamos posada en nuestro corazón.
Si aun no tienes a Jesús en tu corazón como tu Salvador, como tu Señor, basta con que hagas una oración, en la que le reconoces como tal y pides que el Espíritu Santo te llene con su presencia para que te conduzca por el camino de bendición que Jesús vino a mostrarnos con sus enseñanzas y el ejemplo de su vida.
Entrégale a Jesús tu vida, tu libertad, tus triunfos y tus fracasos, tus gozos y tus tristezas, tus esperanzas y tus desesperanzas, es decir “entrégale todo”. Porque tu vida completa debes darla a Cristo, para que Él transforme tu existencia de, como la has llevado, a lo que Dios planificó para ti, que es: una vida de bendición, de paz, amor y gozo abundantes. Eso no significa que no tendrás dificultades o tropiezos, no; sin embargo, de todo eso saldrás adelante como vencedor, como dice San Pablo: “Pero en todo esto salimos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.” Ro 8,37 y más adelante, en 10,11-13 dice: “El que confíe en Jesucristo, no quedará defraudado. No hay diferencia entre los judíos y los no judíos; pues el mismo Señor es Señor de todos, y da con abundancia a todos los que lo invocan. Porque esto es lo que dice: Todos los que invoquen el nombre del Señor, alcanzarán la salvación.” Entonces, ruega a Dios Padre, en el nombre de Jesucristo a quien reconoces como tu Salvador y como el Señor a quien obedecerás, y pídele que tus pecados sean perdonados y que tu alma sea renovada para que disfrutes de la vida nueva y abundante que Jesús vino a darnos, como leemos en Jn 10,10b. Desde luego eso implica que pongas en acción tu fe y confíes que, con Él, todo es para tu bien.
Pero, en este Adviento: ¿cómo entregar tu libertad a Cristo? ¿Cómo dejar que Él opere en tí? Considerando que Dios nos dio el libre albedrío, por el cual podemos aceptar o rechazar su oferta de seguirlo, podemos decidir no seguir a Cristo, por lo que, cada uno, al escuchar en su corazón cuando Él diga «sígueme”, puede no entregar su libertad a Cristo. Y, no pasará «nada», es decir, nuestra vida se irá convirtiendo en nada, en una vida sin sentido, porque habríamos rechazado lo más valioso, que es la vida con Cristo. Pero, ¿Quién es capaz de soportar la nada en el corazón? ¿Acaso no es ese vacío en el corazón lo que nos hace buscar el amor que todo lo llena, ese amor que solamente puede ser el de Dios y que Jesucristo vino a darnos?
La decisión más sabia es darle nuestra libertad a Cristo, aceptarlo como Señor y Salvador. Seguirlo es lo que verdaderamente vale, lo que cambiará nuestra vida para bien. Recuerda Dios te ama, y el pecado te separa de Dios. Jesús vino a salvarte, y al tenerlo como tu Salvador y Señor, serás vivificado por el Espíritu Santo y podrás llevar tu vida en orden, con Cristo como centro y ejemplo a seguir.
Estas cuatro verdades que nos presentan las Sagradas Escrituras son motivo más que suficiente para que celebremos con alegría y agradecimiento la Navidad, el Nacimiento de Jesucristo el Hijo de Dios.
Que en este tiempo del Adviento se reafirme en el interior de cada uno de nosotros la decisión de ser, con nuestro testimonio de amor y de servicio a los demás, auténticos “seguidores de Cristo” y en obediencia a su última orden, antes de ascender al cielo, también lleguemos a ser “pescadores de hombres”, y que afiance en nuestro corazón la convicción de ser, para los que nos rodean, mensajeros que lleven la Buena Noticia de Dios.
El mandato de Jesucristo, a todos sus discípulos, es que lo demos a conocer, que contemos lo que hizo y lo que dijo y todos podemos contar lo que Él ha hecho en nosotros y por nosotros: la vida que tenemos hasta este instante, la familia, el trabajo, todo lo bueno que hemos disfrutado, los milagros, las sanidades y la liberación de las ataduras que nos tenían esclavizados a los vicios, a los pecados. Todos tenemos mucho que agradecer y contar de la obra de Dios en nuestra vida y celebrar su nacimiento es una buena oportunidad para hacerlo.
También podemos transmitir lo que Jesús dijo y enseñó, que está en los Evangelios y en las Epístolas. Para transmitir esos mensajes debemos primero, conocerlos y para ello debemos leerlos, estudiarlos y meditarlos para hacerlos vida , pues antes de hablar, debemos mostrar con nuestra forma de vivir, que seguimos las normas y enseñanzas de nuestro Señor y Salvador ya que solo así, con nuestro testimonio de vida, ganaremos el derecho ante los demás, de hablarles de quien nos hace vivir disfrutando de amor, de paz y de gozo. Entonces reconocerán que no se trata solamente de palabras, sino de una forma de vida respaldada por buenas obras de acuerdo a las enseñanzas y testimonio de Jesucristo, nuestro Señor y Salvador, que por obra y gracia del Espíritu Santo se encarnó de la Virgen María y se hizo hombre y enseñó una forma de vivir amando a Dios y sirviendo a los demás por amor.
Pero, para ser un testigo de la obra de Dios, debemos primero, reconocer que somos pecadores, pues Dios es quien nos hace justos por la fe en Jesucristo y eso significa aceptar a Jesús como Salvador y pedirle perdón por haber pecado. Como dice San Pablo en Ro 3,22-24: “Por medio de la fe en Jesucristo, Dios hace justos a todos los que creen. Pues no hay diferencia: todos han pecado y están lejos de la presencia gloriosa de Dios. Pero Dios, en su bondad y gratuitamente, los hace justos, mediante la liberación que realizó Cristo Jesús.” Para que nuestros pecados sean absueltos, lo indicado es acudir al Sacramento de la Reconciliación, a la confesión. Aprovecha este tiempo de Adviento y busca el encuentro con Jesús representado por sus ministros los Sacerdotes, que perdonarán tus pecados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, siguiendo el mandato de Jesús que cuando instituyó ese Sacramento dijo: “Igual que el Padre me ha enviado a mí, les mando yo también a ustedes. Y dicho esto sopló y les dijo: Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a quienes no se los perdonen, les quedarán sin perdonar.” Jn 20,21-23
Y habiéndonos confesado y recibido la absolución de nuestros pecados, sigamos preparándonos con oración, con buenas obras, meditando lo que significa el nacimiento del Mesías, el maravilloso misterio de Dios que se hace hombre; y así, cuando Jesús venga, encuentre nuestro corazón limpio, lleno de amor, paz, agradecimiento y gozo, y haga en él su trono desde donde dirija nuestra vida. Entonces en Navidad podremos celebrar su venida a la tierra con verdadero júbilo, porque su nacimiento es el motivo de esa celebración y podremos dar a la Navidad un sentido espiritual y así, por saber lo que significa, con alegría que brota del corazón perdurará por toda nuestra vida.
Celebremos la Navidad sin afanes mundanos o materialistas, celebremos el nacimiento de nuestro Salvador, celebremos el nacimiento de quien vino a pagar el castigo que merecíamos por haber pecado, celebremos el nacimiento de quien vino a darnos por amor, el perdón y una vida nueva y abundante, celebremos el nacimiento de quien vino a darnos la salvación eterna por medio de su muerte en la cruz, celebremos jubilosos el nacimiento de Jesucristo, nuestro Redentor. Y con nuestra forma de celebrar el mayor acontecimiento de la historia, seamos testigos ante quienes nos rodean, que, ser sus seguidores es motivo de gozo.
Que así sea.