HAZ DE TU CORAZÓN EL PESEBRE DONDE RECIBIRÁS A JESÚS
HAZ DE TU CORAZÓN EL PESEBRE DONDE RECIBIRÁS A JESÚS
Un niño recién nacido fue colocado en un pesebre y el mundo lo celebra incluso sin saberlo; se adornan las casas y las calles, se queman cuetes, hay luces por doquier.
Navidad es una fiesta que debemos celebrar, aunque muchos digan que el sentido se ha ido perdiendo. Ya no se dice “Feliz Navidad” sino “felices fiestas” porque se ha olvidado que Jesús es el motivo de esta celebración.
Por eso esta es época de alegría, de adornar nuestras casas, de compartir, de comer, de convivios, de regalar, aunque para muchos, es tiempo de nostalgia, de tristeza. También es época de preparar nuestros corazones para recibir a Jesús y la Iglesia nos recuerda que Jesús debe de ser el centro de nuestras vidas.
Nuestro corazón es como una casa, y a veces le cerramos puertas a Jesús. Le decimos a que áreas de nuestra vida puede entrar y a cuales no, pero debemos dejar que el gobierne en todo nuestro ser, para que ordene y limpie nuestra vida, por ello debemos hacer un buen examen de conciencia y confesarnos para que, así como San José preparó todo el establo y puso paja fresca en el pesebre, para que fuera un lugar limpio y cómodo, también nuestro corazón esté limpio para recibir a Dios hecho hombre.
Pero no debemos recibirlo solo el 25 de diciembre, pues debemos estar preparados para la segunda venida de Jesús, como nos recuerda San Pedro en 2 Pe 3,10ª.14b Pero el día del Señor vendrá como un ladrón. Hagan todo lo posible para que Dios los encuentre en paz, sin mancha ni culpa.
Recordemos que Jesús nació en condiciones modestas, resaltando la sencillez y la falta de pretensiones en su llegada a la Tierra.
San Lucas 2,6b-7 describe allí que “mientras estaban en Belén, le llegó a María el tiempo de dar a luz. nació su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, por no haber sitio para ellos en el mesón.”
Jesús siendo Dios nos enseña con su ejemplo a ser sencillos de corazón. Sencillez es el valor moral que implica la falta de arrogancia, vanidad o ambición.
Podríamos decir que Dios nos invita a morir a nuestro yo, a nuestro egoísmo, a nuestros placeres, a ser el centro, y que el mundo no debe de girar en torno a nosotros y que, si Dios no hace las cosa como pensamos o a nuestro tiempo, no debemos pelearnos con él, y recordarnos que no somos Dios.
Jesús, con su nacimiento también nos enseña Humildad. La elección de Belén como el lugar del nacimiento de Jesús subraya la humildad de su llegada al mundo. Miqueas en 5,2 profetizó: “En cuanto a ti, Belén Efrata, pequeña entre los clanes de Judá, de ti saldrá un gobernante de Israel que desciende de una antigua familia.”
Por lo que también nosotros debemos tener esa virtud humana que es la humildad y reconocer que todo lo que somos y todo lo que tenemos es por gracia de Dios, y también reconocer la importancia de vivir adheridos a Jesús, la vid verdadera, porque somos débiles y caemos constantemente en las tentaciones y pecamos, con facilidad me alejo de Dios y como hicieron los israelitas en el desierto después de salir de Egipto, comenzamos a adorar ídolos. Por ello nos dice el Señor en Jn 15,4-5: “Sigan unidos a mí, como yo sigo unido a ustedes. Una rama no puede dar uvas de sí misma, si no está unida a la vid; de igual manera, ustedes no pueden dar fruto, si no permanecen unidos a mí. Yo soy la vid, y ustedes son las ramas. El que permanece unido a mí, y yo unido a él, da mucho fruto; pues sin mí no pueden ustedes hacer nada.”
También el nacimiento de Jesús en las condiciones descritas nos enseña sobre la humildad. El profeta Sofonías, definió a un grupo de gente humilde y pobre, pero fieles a Dios, como “el resto de Israel”, un pequeño grupo que se mantenía firme y vigente en la alianza y permanecerá firme en la comunión con Dios. Recordemos que cuando se habla de alianza, nos referimos al acuerdo entre Dios y la familia humana, mediante el cual Él promete bendecir a los que aceptan su voluntad y guardan sus mandamientos. Y en estos tiempos también hay un pequeño grupo que se mantiene fiel a Dios, que no se deja llevar por las corrientes del mundo, que se enfoca en la Verdad, y eso es lo que el Señor nos pide, que recordemos que la Navidad, no es la cena, tampoco los regalos, los adornos, o las luces. Debemos recordar que el motivo de esta celebración es Jesús, por lo que debe de ser el invitado especial, y celebrar que nació como uno de nosotros y que, siendo Dios, nos da el privilegio de tenerlo en nuestro corazón pues “Dios es tan grande que puede cubrir toda la tierra con su amor, y tan pequeño que puede acurrucarse en tu corazón”.
Hoy Jesús nos dice: “Mira, yo estoy llamando a la puerta; si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos juntos.” Ap 3,20
Esta invitación simboliza la relación íntima que Dios busca con cada uno de nosotros. El pesebre, como el corazón, se convierte en un lugar donde se acoge a Jesús, pero eso requiere de nosotros una transformación. Para ello debemos estar dispuestos, pero contaremos con la ayuda de Dios que dijo en Ez 36,25-26 “Los lavaré con agua pura, los limpiaré de todas sus impurezas, los purificaré del contacto con sus ídolos; pondré en ustedes un corazón nuevo y un espíritu nuevo. Quitaré de ustedes ese corazón duro como la piedra y les pondré un corazón dócil.”
El corazón, como el pesebre, simboliza la transformación interior que Dios desea realizar en la vida de las personas, reemplazando un corazón duro con uno receptivo y amoroso.
Este tiempo también está marcado por la Alegría: La alegría de saber que el Señor ya está cerca, alegría que debemos manifestar porque sabemos que Jesús vino al mundo para salvarnos, como dice Jn 3,16-17: “Pues Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él.”
Por lo que, como Isaías, también debemos manifestar nuestra alegría, como dice en 61,10: “¡Cómo me alegro en el Señor! Me lleno de gozo en mi Dios, porque me ha brindado su salvación, ¡me ha cubierto de victoria!”
Y San Pablo insiste en que manifestemos nuestra alegría en todo momento, lugar y circunstancia, cuando escribió en 1 Tes 5,16-19 “Estén siempre contentos. Oren en todo momento. Den gracias a Dios por todo, porque esto es lo que él quiere de ustedes como creyentes en Cristo Jesús. No apaguen el fuego del Espíritu.” Con esto nos está dando claves para que nos mantengamos felices y agradecidos con Dios.
Debemos aprender a disfrutar lo que tenemos, sea mucho o poco, y ser agradecidos por todo, disfrutar el presente, el regalo de la vida, el privilegio que nos da de tenerlo en el corazón. Para ello debemos aprender a entregarle a Dios la tristeza, el dolor, la angustia, la inconformidad, y decirle con confianza: “Señor mi Pasado lo entrego a tu Misericordia, mi Futuro a tu Providencia, y mi Presente a Tu Amor”.
La idea de que el pesebre de Jesús debe ser nuestro corazón resalta la importancia de transformar nuestro interior en un vida agradable a Dios, una vida sencilla, humilde, y alegre, esto implica aceptar el reto y esforzarnos para mantenernos firmes en sus Mandamientos y enseñanzas de Jesús que se encuentran en las Sagradas Escrituras, la Biblia.
Y para iniciar ese proceso te invito a orar conmigo, para lo cual te pido que inclines tu rostro en actitud de humildad ante nuestro Dios y te enfoques en cada una de las peticiones. La oración la haremos a título personal, por lo que voy a decirla en la primera persona singular para que cada uno la haga suya.
Oremos entonces, “En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo:
Señor Dios, en el nombre de tu amado hijo Jesús te pidoPerdón por mis pecados, por mi arrogancia, vanidad y orgullo. Perdóname por no pedirte ayuda en mis debilidades, por no reconocer que sin ti no soy nada y dejarme llevar por la forma de pensar del mundo, por no defender tu Verdad y tus enseñanzas.
Te pido también Señor, que me sanes de mis tristezas, angustias, dolor por pérdida de seres queridos y por la escasez tanto material como afectiva.
También te pido que me ayudes a hacer de mi corazón un pesebre en donde puedas venir para hacer de él tu trono para quedarte conmigo y desde ahí dirijas mi vida de hoy en adelante.
Y para mantenerme firme en tus enseñanzas y Mandamientos, te pido que me des con tu Espíritu Santo aceptación, alegría y agradecimiento por lo que soy y lo que tengo, para entonces, con mi conducta de servicio amorosa y alegre te muestre a mi prójimo y así deseen conocerte y entregarte su vida como yo me entrego totalmente a ti, para glorificarte y honrarte por siempre. Amén.