SIRVE A DIOS OBEDECIÉNDOLE
Dice Jn 14,15: “SI ME AMAS OBEDECERÁS MIS MANDAMIENTOS”
Lo primero que debemos tener en cuenta con el tema de hoy es que la obediencia es un acto razonado, libre y voluntario. Esto significa que no es algo que llevemos a cabo porque estamos obligados, por lo tanto, a disgusto o forzados a realizar. Nuestra obediencia a Dios debe ser por amor, con gusto, con gozo y no representará carga porque será para agradar a quien amamos.
Dice el Catecismo: Obedecer en la fe, es someterse libremente al Evangelio, es decir a la enseñanza de Jesucristo, porque su verdad está garantizada por Dios que es la Verdad misma.
Los mandamientos de Dios, debemos entenderlos como las normas que Él desea que cumplamos para nuestro beneficio, para nuestro bien y no como meras imposiciones que “debemos” cumplir so pena de castigo. Por ello debemos tener una relación estrecha con Dios, para conocerlo y conocer su amor; así podremos comprender la razón de sus mandamientos, que, como sus enseñanzas a lo largo de toda la Biblia, nos han sido dadas por medio de los profetas y por Jesús mismo para nuestro bien. Por lo tanto, obedecer es un acto que brotará libremente desde el fondo de nuestro corazón como una forma de mostrar que comprendemos su amor.
Sus normas, preceptos y mandamientos son para nuestro beneficio, por lo que, al obedecer, vamos a actuar por amor a Él y para agradarlo, pero también vamos a ser bendecidos.
En Jn 14,15 Nuestro Señor Jesús dice: “Si ustedes me aman, guardarán mis mandamientos” y Él dio ejemplo con su vida pues toda su existencia tuvo como única intención, hacer la voluntad del Padre. Por eso dijo: “El que me ha enviado está conmigo; mi Padre no me ha dejado solo, porque yo siempre hago lo que a él le agrada”. Jn 8,29
Quien ha tenido su encuentro con Dios y ha entrado en contacto con Él, obedece sus leyes. Por ello, luego de haber conocido a Jesús y haberle entregado nuestra vida, si decimos que le amamos, significa que estamos dispuestos a seguirle y obedecerle. Esto implica no seguir haciendo lo que queremos, o lo que creemos o sentimos es lo que debemos hacer, eso sería hacer nuestra voluntad, no lo que Dios quiere.
Nuestro padre celestial ya nos dio a conocer su voluntad en la Biblia. Entonces, leámosla, estudiémosla y meditemos en su contenido, pues solo así podremos hacerla vida.
La Palabra de Dios es muy clara en sus enseñanzas y nos hace saber que a quienes no siguen las normas establecidas por Dios, los alcanzará el castigo y la maldición; aun cuando pareciera, a sus ojos, que lo que hicieron era lo correcto, lo razonable, lo que era lógico, o lo que las demás personas esperaban que se hiciera, es decir, que actúan por quedar bien consigo mismos o con los demás, antes de obedecer y agradar a Dios.
Y no es que Dios envíe la maldición por desobedecerle pues ya está escrito en el Dt 11,26-28 y 30,15 que somos nosotros los que tomamos la decisión del camino que tomaremos, el de bendición o el de maldición. Ahí Dios dice:
“En este día les doy a elegir entre bendición y maldición. Bendición, si obedecen los mandamientos del Señor su Dios, que hoy les he ordenado. Maldición, si por seguir a dioses desconocidos, desobedecen los mandamientos del Señor su Dios y se apartan del camino que hoy les he ordenado. Miren, hoy les doy a elegir entre la vida y el bien, por un lado, y la muerte y el mal, por el otro.”
Esto significa que si leemos las Sagradas Escrituras vamos a saber a dónde nos lleva cada camino que se presenta delante de nosotros, y Dios quiso dejarlo escrito para que lo supiéramos, pues Él quiere que seamos felices y recibamos Su bendición, como nos indica en Dt 28,1-14 que empieza diciendo, en los versos 1 y 2: “Si de veras obedeces al Señor tu Dios, y pones en práctica todos sus mandamientos que yo te ordeno hoy, (la condición) entonces el Señor te pondrá por encima de todos los pueblos de la tierra. Además, todas estas bendiciones vendrán sobre ti y te alcanzarán por haber obedecido al Señor tu Dios.” Y del verso 3 al 14 enumera las bendiciones y las maldiciones. En el caso de las primeras, son promesas que Él cumplirá y las segundas son advertencias para que no vayamos por el mal camino. Desde luego, porque nos ama, no quiere que recibamos maldición. Y aun cuando hayamos tomado el camino equivocado, su amor es tan grande, que nos da la oportunidad para volvernos a Él, como dice en Dt 30,2-3 “Si se vuelven al Señor y lo obedecen de todo corazón y con toda su alma, ustedes y los hijos de ustedes, como yo se lo ordeno ahora, entonces el Señor su Dios cambiará la suerte de ustedes y les tendrá compasión.”
Comprendemos entonces, que la maldición es la falta de bendición de Dios, por no obedecer sus normas, preceptos y mandamientos. Pero sepamos también, que, por amor, Dios nos da oportunidad para que, arrepentidos por haberlo ofendido, pidamos perdón y volvamos a su lado, razón por la cual, estableció el Sacramento de la Reconciliación cuando dijo a sus discípulos: “A quienes ustedes perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a quienes no se los perdonen, les quedarán sin perdonar.” Jn 20,23
En la Biblia encontramos ejemplos de cómo nuestro Padre celestial manifiesta su deseo de salvarnos, pero también que las transgresiones son castigadas. Ejemplo de esto tenemos en Nm 13 y 14 donde se narra que, luego de la expedición de la tierra prometida en la que participaron 12 personas, uno por cada tribu, y el reporte que dieron 10 fue un informe negativo contra 2, Josué y Caleb, que a pesar de los aspectos negativos que presentaron los otros diez, quisieron entrar a tomar la tierra prometida, confiando en que era promesa de Dios. El pueblo al escuchar a los diez, decidieron no tomar la tierra y la consecuencia de esa decisión, fueron 40 años de vagar por el desierto. Pero el amor de Dios se manifestó en que, a pesar de la rebeldía de su pueblo, los acompañó durante esos cuarenta años manifestándoseles en la nube que los guiaba de día y la columna de fuego de noche, les dio de beber y de comer maná y perdices.
Y Jos 7,1 narra cuando Acán, un miembro de la tribu de Judá, tomó varias cosas que eran anatema, es decir, que estaban consagradas como ofrenda a Dios, por lo que debían ser destruídas, y por ese acto de desobediencia de un solo hombre, todos los israelitas resultaban culpables ante el Señor. Por eso la ira del Señor se encendió contra ellos y éstos perdieron la batalla contra Ai.
En estos ejemplos, las excusas eran válidas para ellos, sin embargo, esto no evitó que fueran castigados. Lo mismo nos puede sucedernos o estar sucediéndonos. Por lo que, si queremos ser bendecidos, debemos hacer siempre lo que Dios espera de nosotros, esto significa “obedecer lo que dicen las Sagradas Escrituras”.
Entonces, dejemos que el Espíritu Santo nos conduzca por el camino de luz, y no nos dejemos llevar por lo que queremos pues podemos caer en el error del que nos advierte Pro 14,12 «Hay caminos que a uno le parecen rectos, pero al final son caminos de muerte.»
Si nos hemos dejado llevar por el orgullo y la soberbia de hacer lo que queremos sin obedecer a Dios, ya sea por desconocimiento o simplemente porque no hemos querido, hoy podemos decidir cambiar nuestra conducta, dejar esos errores, esas actitudes que no nos dejan alcanzar las bendiciones que Dios tiene para nosotros, y conscientes de nuestra necesidad, permitamos que el Espíritu Santo nos conduzca. Rindámonos a Él como decimos en cada padrenuestro («…hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo…»)
El carácter del cristiano es actuar de acuerdo a las Escrituras, y lo que empezamos en el Espíritu, debemos continuarlo de la misma manera. San Pablo dijo en Ga 3: “Si para comenzar la nueva vida que les dio Jesús, necesitaron la ayuda del Espíritu de Dios, ¿por qué ahora quieren terminarla mediante sus propios esfuerzos, según lo que ustedes creen? Esto significa que no basta con dejarnos conducir por el camino del bien al iniciar cada nueva etapa de nuestra vida, debemos dejar que siempre nos conduzca el amoroso Espíritu de Dios. Por ello establezcamos la diferencia entre: nuestros planes y la voluntad de Dios, es decir, entre ser necios u obedientes al Señor.
Debemos rendirnos a lo que Dios quiere de nosotros (ya lo dijo y dejó escrito en la Biblia), pero no debemos dejar la responsabilidad de nuestros actos al Espíritu Santo, si verdaderamente estamos interesados en agradar a Dios, obedeciéndole, debemos hacer nuestra parte. Para lograrlo y evitar que la vida mundana y que la carne nos influencie, fortalezcamos nuestro espíritu con oración y ayuno, para doblegar el orgullo y la soberbia con el fruto del dominio propio que el Espíritu Santo nos dará, sabiendo que Él estará con quien le obedezca, como ofreció a Josué cuando le dijo: “Yo soy quien te manda que tengas valor y firmeza. No tengas miedo ni te desanimes porque yo, tu Señor y Dios, estaré contigo dondequiera que vayas.” Jos 1,9 Sabiendo esto, camina confiado, porque Jesús, el León de Judá, va contigo para librarte de tus enemigos, y su ayuda llegará si actúas de acuerdo a su voluntad. Porque si actuamos por nuestras propias ideas o intereses, lamentaremos los frutos amargos que esto producirá. Entonces, lo sabio será corresponder al amor de Dios obedeciéndole, aun en las dificultades.
Santo Tomás Moro dijo: Dios nos da fortaleza para obedecer y hacer su voluntad en los momentos difíciles. Y debemos que tomar en cuenta que él, un laico, dio testimonio de ello, por lo que fue decapitado por orden del rey Enrique VIII al mantenerse fiel a las enseñanzas del Señor y oponerse a su matrimonio con Ana Bolena.
Otra forma en la que Dios nos dice cómo debemos actuar, la encontramos en el Catecismo. Allí leemos: «En lo más profundo de su conciencia el hombre descubre una ley que él no se da a sí mismo, sino a la que debe obedecer y cuya voz resuena, en los oídos de su corazón, llamándole siempre a amar y a hacer el bien y a evitar el mal. Esto significa, que debemos obedecer siempre a nuestra conciencia. Si actuamos deliberadamente contra ella, nos condenaríamos a nosotros mismos.
Pero la conciencia puede estar en la ignorancia y formarse ideas equivocadas sobre actos que ya realizamos o queremos llevar a cabo. Por ello la enseñanza que transmitimos es que conozcamos las Sagradas Escrituras y vivamos de acuerdo a ellas.
Por ejemplo, es importante que sepamos que Is 11,1-2 enseña los siete dones del Espíritu Santo, que nos ayudan a una mejor relación con Dios, son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Estos dones, que pertenecen a Cristo, completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben,* nos hacen dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas. Todos tenemos virtudes que Dios nos ha otorgado, pero el Espíritu Santo con los Dones las perfeccionan.
Estos dones del Espíritu, se comunican al alma a través de los sacramentos. Por ello debemos acudir a ellos y recibirlos para fortalecernos y podamos llevar la vida bienaventurada a la que hemos sido llamados por Dios. “Vengan a mí todos ustedes que están cansados de sus trabajos y cargas, y yo los haré descansar.” dijo Jesús, según leemos en Mt 11,28, y en Lc 18,1 Jesús nos hace ver que la oración es una condición indispensable para poder obedecer los mandamientos de Dios, cuando dice «Oren siempre sin desanimarse»
San Juan Crisóstomo en su Homilía sobre san Mateo dijo: «Dios no necesita de nuestros trabajos, sino de nuestra obediencia» Esto significa que si obedeces, verás milagros. Y nosotros hemos sido llamados a mostrar, con nuestra vida, con nuestra conducta, con nuestras obras, a Jesucristo y la salvación que por su pasión y muerte obtuvimos. Llevemos a cabo el último deseo que expresó Jesús: “Vayan por todo el mundo y anuncien a todos la buena noticia”. Mr 16,15.
Entonces, presenta con entusiasmo y gozo a Jesucristo y la buena nueva de salvación, con tu testimonio en primer lugar, luego con las Sagradas Escrituras.
Obedece a Dios, y verás milagros en tu vida.
Oración: Señor Dios, te pedimos de común acuerdo y en el nombre de Jesucristo tu hijo, nuestro Salvador y Señor, que no confundamos “obedecer” con “el mucho hacer”. Queremos obedecerte para mostrar que te amamos, por ello ayúdanos a conocer tu voluntad, acompáñanos y condúcenos en la lectura, estudio y meditación de las Sagradas Escrituras, para que las hagamos vida. Guíanos con tu Santo Espíritu, para que comprendamos claramente lo que deseas de cada uno de nosotros y danos corazón dócil para aceptar tu voluntad y obedecer tus mandatos. Amén.