SOMOS LLAMADOS A LA SANTIDAD
SIN SANTIDAD NADIE VERÁ A DIOS
Para Faro de Luz 1172
En el Lev 19,2, el Señor, nuestro Dios dice: “Habla a toda la comunidad de los israelitas y diles: Sean santos, porque yo, Yahveh, vuestro Dios, soy santo.” San Pedro toma estas órdenes y las coloca en el Nuevo testamento en su primera epístola, en donde leemos: “Si es santo el que los llamó, también ustedes han de ser santos en toda su conducta,” 1Pe 1,15
Recordemos que La voluntad de Dios manifestada en las Sagradas Escrituras, es la brújula que nos indica el camino que nos lleva a Él, que es al mismo tiempo, el sendero de nuestra propia felicidad.
El cumplimiento amoroso de la voluntad de Dios es a la vez, la cima de toda santidad y el Señor Jesús nos la muestra a través de su testimonio, de sus enseñanzas y de los Mandamientos, expresados en una nueva versión, en las Bienaventuranzas; con las que nos muestra nuestra vocación de servir a los demás con amor.
La voluntad de Dios se nos manifiesta también a través de aquellas personas a quienes debemos obediencia, y a través de los consejos recibidos en la dirección espiritual y en el Sacramento de la Reconciliación.
Debemos estar seguros que, en nuestra lucha diaria para alcanzar la santidad, nunca estaremos solos, porque tendremos no solamente la compañía del Espíritu Santo, sino también su dirección y respaldo, como dijo Jesús en Jn 14,16 y 26 «Yo le pediré al Padre que les mande otro Defensor, el Espíritu de la verdad, para que esté siempre con ustedes. Los que son del mundo no lo pueden recibir, porque no lo ven ni lo conocen; pero ustedes lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes.» – «El Defensor, el Espíritu Santo que el Padre va a enviar en mi nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que yo les he dicho.»
Y tomando un mensaje que dijo el Papa Francisco, “El Espíritu nos cambia”, y debemos |
también considerar las tribulaciones en la vida, como afirman Pablo y Bernabé en Hch 14,22: «para entrar en el reino de Dios, hay que pasar muchas tribulaciones.« Esto significa que los caminos, de la Iglesia, y nuestro camino cristiano personal, no son siempre fáciles, encontramos dificultades, tribulaciones. Seguir al Señor, dejar que su Espíritu transforme nuestras zonas de sombra, nuestros comportamientos que no son según Dios, y lave nuestros pecados, es un camino que encuentra muchos obstáculos, fuera de nosotros, en el mundo en el que vivimos, pero también dentro de nosotros, en el corazón. Tomemos pues en cuenta que las dificultades, las tribulaciones, forman parte de nuestro camino para llegar a la gloria de Dios, como Jesús, que fue glorificado en la Cruz; y las encontraremos siempre en nuestro caminar diario, mas no por eso nos dejaremos desanimar pues contamos con fuerza del Espíritu para vencerlas.
El secreto de nuestro camino hacia la santidad es que permanezcamos estables en la fe y con una firme esperanza en el Señor, porque Él nos da el valor para caminar contra corriente. Dice el Papa: Escuchen bien, debemos ir contra corriente, eso hace bien al corazón, pero para ir contra corriente hace falta valor, y el Espíritu Santo es quien nos da esa fuerza. No hay dificultades, tribulaciones o incomprensiones que nos hagan temer si permanecemos unidos a Dios, si no perdemos la amistad con Él, si le hacemos cada vez más espacio en nuestra vida. Esto también y sobre todo, si nos reconocemos necesitados, pobres, débiles y pecadores, porque Dios responde a nuestra necesidad, da fuerza a nuestra debilidad, riqueza a nuestra pobreza, así como perdón a nuestro pecado y nos da la capacidad y la fe para nuestra conversión, es decir para que dejemos el pecado y nos volvamos a Él. Es tan misericordioso el Señor que, si vamos a Él, siempre nos perdona. Confiemos en la acción de Dios. Con Él podemos hacer cosas grandes y nos hará sentir el gozo de ser sus discípulos, sus testigos. Los cristianos no hemos sido elegidos por el Señor para las cosas pequeñas, vayamos siempre más allá, hacia las cosas grandes, así que esforcémonos en alcanzar grandes ideales. Aun en las tribulaciones en la vida, mantengámonos firmes en el Señor. Abramos de par en par nuestra vida a la novedad de Dios que el Espíritu Santo nos concede, y dejemos que las dificultades nos fortalezcan y nos hagan creativos; para ello, fortalezcamos nuestra unión con el Señor y permanezcamos firmes en Él: ésta es la verdadera alegría. La vida nueva que Cristo vino a darnos, vida de paz, gozo y amor en abundancia, es una novedad que no se parece a las novedades mundanas. Éstas son provisorias, pasan, y entonces buscamos algo más. La novedad que Dios ofrece a nuestra vida es definitiva, y no sólo en el futuro, cuando estaremos con Él, sino también hoy. Dios está haciendo todo nuevo, y si lo dejamos, el Espíritu Santo nos transformará verdaderamente, pues quiere transformar, con nosotros como sus instrumentos, el mundo en que vivimos. Abramos la puerta de nuestro corazón para que entre y dejemos que nos guíe, dejemos que la acción continua de Dios nos haga personas nuevas, animadas por el amor que el Espíritu Santo nos da. |
Pero debemos entender, que la voluntad de Dios también se manifiesta en aquellas cosas que Él permite y que no son lo que esperábamos, o son contrarias a lo que deseábamos o habíamos pedido en oración y es precisamente en esos momentos en los que debemos aumentar nuestra oración y fijarnos en Jesucristo, especialmente cuando nos resulten muy duros y difíciles los acontecimientos como podrían ser la enfermedad o la muerte de un ser querido o el dolor que padecen los que más queremos.
Recordemos que “Dios sabe más que nosotros” y Él nos consolará de todos nuestros pesares, de nuestros dolores y éstos quedarán santificados, como vemos en algunas citas muy alentadoras acerca del sufrimiento que encontramos en la Biblia:
En Ro 8, 28, dice San Pablo: «Sabemos que Dios dispone todas las cosas para bien de los que lo aman, a quienes él ha escogido y llamado.»
Y Santiago dice en Stg 1,3 «Pues ya saben que cuando su fe es puesta a prueba, ustedes aprenden a soportar con fortaleza el sufrimiento.»
En Heb 10,36 y 12,2 encontramos lo siguiente: «Ustedes necesitan tener fortaleza en el sufrimiento, para hacer la voluntad de Dios y recibir así lo que él ha prometido.» – «Fijemos nuestra mirada en Jesús, pues de él procede nuestra fe y él es quien la perfecciona. Jesús soportó la cruz, sin hacer caso de lo vergonzoso de esa muerte, porque sabía que después del sufrimiento tendría gozo y alegría; y se sentó a la derecha del trono de Dios.»
Y San Pedro dice en 1Pe 2,20b «Si sufren por haber hecho el bien, y soportan con paciencia el sufrimiento, eso es agradable a Dios.»
Recuerda entonces querido oyente, Dios espera que seamos hijos obedientes y que mantengamos limpio el corazón, y en esta época, en la que el mundo nos pone muchos tropiezos para que llevemos una vida santa, debemos esforzarnos para responder a la llamada del Señor que nos invita a mantener la pureza interior, porque Dios solamente se manifiesta a los de corazón puro como leemos en Mt 6, “Bienaventurados los limpios de corazón, porque verán a Dios.”
Sin embargo, son muchas las personas que, a pesar del llamado de Dios, ya sea por desconocimiento, por necedad, o porque están cegados por el mundo y sus atracciones; se mantienen insensibles pues no ven lo esencial, lo que tiene valor eterno, porque tienen el corazón lleno de cosas materiales, de suciedad, de miseria.
La impureza también provoca insensibilidad, por lo que evita que nos compadezcamos ante las desgracias de los demás. En cambio, de un corazón puro nace la alegría, la búsqueda de lo divino, la confianza en Dios, el arrepentimiento sincero, la verdadera humildad que nos lleva al reconocimiento de nuestros pecados, así como amor a Dios y a los demás, por lo que nuestra tarea de cada día es guardar nuestro corazón para alcanzar la santidad, pues solo entonces seremos dichosos, felices y transmitiremos esa felicidad a los demás.
Pero, debemos ser prudentes y guardar nuestro corazón porque tiende a apegarse desordenadamente a cosas y personas. Aunque algunas veces pueden ser buenos, esos apegos se pueden volver desordenados porque llegan a ocupar el centro de nuestro corazón, lugar que le corresponde solamente a Dios. Por ello debemos tener cuidado con los pequeños caprichos, con las faltas de control de nuestras emociones, con la falta de carácter, o la excesiva preocupación por las cosas materiales. Esas son cosas que debemos cortar, porque nos alejan de nuestra búsqueda de la santidad.
Para ayudarnos a salir de esas debilidades, debemos hacer nuestra parte luchando contra ellas, pero también recurrir a la confesión frecuente y hacer un examen de conciencia diariamente. Esto ayudará a mantener nuestra alma limpia y dispuesta para acercarnos a Jesús, para escuchar al Padre y obedecerle.
Si nuestro corazón está limpio, sabremos reconocer a Jesús en la intimidad de nuestra oración, también en medio de nuestro trabajo o en lo que ocurre en nuestra vida diaria, pero, si falta la pureza, aunque se nos presenten señales que Dios nos envía para conducirnos por el camino del bien a sus bendiciones, no las veremos, no nos dirán nada, o podremos interpretarlas mal.
La búsqueda constante de Dios nos lleva a vivir en sus normas, enseñanzas y mandamientos, a guardar los sentidos, a realizar pequeños sacrificios que nos ayudarán a fortalecernos espiritualmente y a dominar nuestra carne.
Aunque esto no significa que debemos enfocarnos solamente en esos aspectos espirituales y abandonar nuestras obligaciones o dejar de lado nuestras relaciones familiares o de amistad, no. Este recogimiento interior, es perfectamente compatible y hasta obligado tanto con nuestra familia y amigos, como con nuestro trabajo.
¿De qué serviría si nos dedicamos a buscar la santidad para mantener una relación estrecha con Dios, pero nos mantenemos alejados de los demás? Debemos actuar de acuerdo a lo que nos enseñan las Sagradas Escrituras, y ahí aprendemos que La fe se muestra con los hechos, es decir, con nuestras buenas obras, como dice Stg 2,14–20.
“Hermanos míos, ¿de qué le sirve a uno decir que tiene fe, si sus hechos no lo demuestran? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe?
Supongamos que a un hermano o a una hermana les falta la ropa y la comida necesarias para el día; si uno de ustedes les dice: “Que les vaya bien; abríguense y coman todo lo que quieran”, pero no les da lo que su cuerpo necesita, ¿de qué les sirve?
Así pasa con la fe: por sí sola, es decir, si no se demuestra con hechos, es una cosa muerta.
Uno podrá decir: “Tú tienes fe, y yo tengo hechos. Muéstrame tu fe sin hechos; yo, en cambio, te mostraré mi fe con mis hechos.”
Tú crees que hay un solo Dios, y en esto haces bien; pero los demonios también lo creen, y tiemblan de miedo.
No seas tonto, y reconoce que si la fe que uno tiene no va acompañada de hechos, es una fe inútil.”
Actuar de esa forma, no solamente ayudará en sus necesidades materiales a los demás, mostrará al Jesús que llevas dentro. El testimonio que debemos mostrar al mundo es, que por Jesús tenemos amor, paz, gozo y muchos dones que recibimos del Espíritu Santo. Is 11 y 1 Co 12.
Si hacemos lo que nos corresponde y procuramos agradar a Dios sirviéndole a través del servicio a nuestro prójimo, al final de nuestra vida podremos contemplar a Dios cara a cara.
Abrámonos al Espíritu Santo para que con su dirección nos fortalezca espiritualmente y conservemos la pureza de corazón para recibir en él a Jesús y podamos vivir como Él vivió, cumpliendo cada día, la voluntad del Padre y alcanzar así nuestra santificación. Que así sea.