LLÉNATE DEL FUEGO DEL ESPÍRITU SANTO
En la fiesta de Pentecostés, celebramos el nacimiento de la Iglesia, porque fue cuando el poder del Espíritu Santo vino sobre los discípulos de Jesús, que se encontraban reunidos, como les había ordenado el Señor. Ese poder se manifestó en el fuego con el que valientemente salieron a dar testimonio de Jesús y la salvación que se alcanza por creer en Él, y pudieron hacerlo, gracias al don de lenguas con el que predicaron a las personas que habían llegado a Jerusalén de diferentes lugares, y a pesar de que hablaban diferentes idiomas, todos les entendían como narra Hch 2.
Ese es el mismo poder que recibimos en nuestro bautismo sacramental, y también cuando, los que creemos en Jesús como nuestro Señor y Salvador, lo recibimos cuando nos imponen las manos en nuestra confirmación, también con cada comunión y también cuando, con fe le pedimos al Señor ese regalo de su amor, según la promesa de Jesús que dijo: “Pidan, y Dios les dará; busquen, y encontrarán; llamen a la puerta, y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; y el que busca, encuentra; y al que llama a la puerta, se le abre. “¿Acaso alguno de ustedes, que sea padre, sería capaz de darle a su hijo una culebra cuando le pide pescado, o de darle un alacrán cuando le pide un huevo? Pues si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan!” Lc 11,9-13.
Y de ese Espíritu y su acción en nosotros, trataremos hoy.
En Hch 2,1-4 y 4,31 leemos: “Cuando llegó la fiesta de Pentecostés, todos se encontraban reunidos en un mismo lugar. De repente, un gran ruido que venía del cielo, como de un viento fuerte, resonó en toda la casa donde ellos estaban. Y se les aparecieron lenguas como de fuego que se repartieron, y sobre cada uno de ellos se asentó una. Y todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y predicaban con valentía la palabra de Dios.”
Cuando dice todos, se refiere a los mencionados en 1,13 y14. “los 11 apóstoles y algunas mujeres, con María, la madre de Jesús, y con sus hermanos.” (Ya en el tema anterior expliqué que al decir hermanos, no se refiere literalmente a hermanos de carne de Jesús.) Ellos pues, fueron los primeros en ser bautizados en el Espíritu Santo después de la ascension del Señor.
Ese poder dado por el Señor cuando fueron llenos del Espíritu Santo, está en quienes creemos. Y somos testigos de su poder.
Sin embargo, a veces, por dejarnos llevar por las circunstancias a nuestro alrededor, nos olvidamos que podemos tener ese poder a nuestro alcance, no solo para nuestra bendición, sino para bendición de nuestro prójimo y también para continuar la obra de expansión del Reino de Dios. Aunque talvez ni siquiera sabías que puedes tener ese poder.
Para determinar cuál es tu condición, en relación a esto, respóndete las siguientes 3 preguntas:
- Cuando te sientes cargado y agobiado por tus problemas, ¿buscas al Señor para entregárselos?
- ¿Sientes en tu corazón el fuego del Espíritu Santo que te impulsa a compartir con los demás la Buena Nueva?
- ¿Las personas que te rodean, notan que eres cristiano por la forma en que te comportas?
Si respondiste “no” a una o varias de las preguntas, significa que hay algo que está impidiendo que el Espíritu Santo actúe en ti; puede ser que prefieras luchar con tus fuerzas, o que no quieras seguir la dirección del Espíritu Santo. Entonces, es importante que busques el sacramento de la confesión cuanto antes, pues el orgullo que te lleva a pretender solucionarlo todo, o rechazar la dirección del Espíritu, no te permitirán llevar la vida plena que Jesús vino a darte, y tampoco podrás ser su instrumento para bendición de los demás.
También puede ser porque le has dado cabida en tu vida, a un pecado que impide que el poder del Espíritu Santo se manifieste en ti. Dice San Pablo en Ef 4,30: “No hagan que se entristezca el Espíritu Santo de Dios, con el que ustedes han sido sellados para distinguirlos como propiedad de Dios”. Ese sello del que habla Pablo, es el que, desde nuestro bautismo, nos identifica como propiedad de Dios.
Hay al menos 4 causas que pueden estar impidiendo que el Espíritu Santo fluya en ti:
- Creer que, aceptar a Jesús como Salvador y Señor basta, y que ya no pecamos como antes, que ya estamos bien.
Puede suceder que, por haberle entregado nuestra vida al Señor, pensemos que ya hemos alcanzado un alto grado de santidad, y dejamos de combatir las tentaciones, y los pecados, que aún persisten en nosotros, como el mal carácter, la impaciencia o el orgullo.
Nos engañamos pensando que estamos bien y nos volvemos insensibles a su acción santificadora, y, entre más tiempo pasemos sin hacer nada al respecto, más se irá debilitando nuestra capacidad de percibir la dirección del Espíritu Santo, por lo que debemos tomar en cuenta lo que nos dice el Señor en Ap 2,4: “Tengo una cosa contra ti: que ya no tienes el mismo amor que al principio. Por eso, recuerda de dónde has caído, vuélvete a Dios y haz otra vez lo que hacías al principio”. Se refiere a vivir alegres, buscando siempre agradar a Dios, rechazando el pecado.
La 2ª causa que puede estar impidiendo que el Espíritu Santo fluya en ti, es consentir algún pecado, porque no queremos dejarlo.
Recordemos que tenemos tres enemigos (la carne, el mundo y Satanás) que no quieren que luchemos contra el pecado; y nos tientan constantemente en nuestras áreas débiles; lo hacen de formas sutiles, y nuestra conciencia, poco a poco, se va adormeciendo, hasta que dejamos de oír la voz del Espíritu Santo, que Dios envió para guiarnos, advertirnos y mostrarnos el camino que nos lleva a su presencia. Entonces, por no escucharlo, perdemos el temor a ofenderlo y olvidamos que nuestros pecados tendrán consecuencias que nos afectarán a nosotros, a quienes nos rodean, y también a Dios, a quien ofenderemos. Pro 14,12 “Hay caminos que parecen rectos, pero al final conducen a la muerte”.
- Otra causa que impide que el Espíritu Santo fluya en nosotros es No tomar acciones para librarnos de la esclavitud del pecado. Con esto me refiero a que sabemos que estamos actuando mal y quisiéramos cambiar, pero caemos en la trampa de posponerlo, pues pensamos que lo tenemos bajo control y por esa pereza espiritual, nos convencemos de que Dios es tan bueno, que siempre tendremos acceso a Su misericordia y a Su perdón. Pero eso es actuar neciamente, ya que nadie puede garantizarnos de cuánto tiempo disponemos. Dice Stg 4,13-14: “Oigan esto, ustedes, los que dicen: “Hoy o mañana iremos a tal o cual ciudad, y allí pasaremos un año haciendo negocios y ganando dinero”, ¡y ni siquiera saben lo que mañana será de su vida! Ustedes son como una neblina que aparece por un momento y en seguida desaparece.”
Otra causa que impide que el Espíritu Santo fluya en nosotros es darnos por vencidos y dejar de resistir.
Nadie dijo que seguir al Señor sería fácil. Pero cuando nos toca afrontar situaciones difíciles por largo tiempo, nos desanimamos, dejamos de buscar la santidad y de luchar contra el pecado, en lugar de aprovechar esas situaciones adversas para crecer en santidad, como nos aconseja el Eclo 2,4: “Acepta todo lo que te venga, y sé paciente si la vida te trae sufrimientos. Porque el valor del oro se prueba en el fuego, y el valor de los hombres en el horno del sufrimiento”. Y San Pablo nos motiva a mantenernos firmes en la lucha en 2 Tim 1,6-7: “Por eso te recomiendo que avives el fuego del don que Dios te dio cuando te impuse las manos. Pues Dios no nos ha dado un espíritu de temor, sino un espíritu de poder, de amor y de buen juicio”.
Entonces, conociendo las causas que impiden que actúe en nuestras vidas, veamos qué podemos hacer, para llenarnos del fuego del Espíritu.
Heb 12,1b dice: “dejemos a un lado todo lo que nos estorba y el pecado que nos enreda, y corramos con fortaleza la carrera que tenemos por delante.” ¿A qué carrera se refiere? La misma carta a los Heb 2,1, nos da la respuesta cuando dice que “debemos prestar mucha más atención al mensaje que hemos oído,” es decir a las enseñanzas de Jesús, al Evangelio, “para que no nos apartemos del camino que nos enseñan.” Esto significa, que busquemos nuestra santidad. Y esto implica, al menos ocho cosas:
- 1. Convertirnos, Volvernos a Dios y dejar el pecado. La verdadera conversión significa entrega diaria, rechazar el pecado y volvernos a Dios, luchar contra las cosas pequeñas que nos impiden alcanzar la santidad, así como esforzarnos por poner en práctica lo que agrada al Señor.
- 2. Vivir conscientes de nuestra debilidad. Como dice San Pablo en 1ªCo 10,12 “El que cree estar firme, tenga cuidado de no caer”. Nuestros enemigos no descansan, por lo que debemos estar siempre atentos, como dice 1Pe 5,8: “Sean prudentes y manténganse despiertos, porque su enemigo el diablo, como un león rugiente, anda buscando a quien devorar.”
- 3. Prestar atención a las señales de alarma, como la tibieza espiritual que lleva a la aparición de los frutos de la carne: “lo que hacen quienes siguen los malos deseos: cometen inmoralidades sexuales, hacen cosas impuras y viciosas, adoran ídolos y practican la brujería. Mantienen odios, discordias y celos. Se enojan fácilmente, causan rivalidades, divisiones y partidismos. Son envidiosos, borrachos, glotones y otras cosas parecidas.” Gál 5,19-21
- 4. Reconocer nuestros pecados con humildad, y arrepentidos, pedir perdón en el sacramento de la confesión; y tomar la decisión de dejarlo, con la gracia de Dios, que el Sacramento nos da. Sal 32,5: “Te confesé sin reservas mi pecado y mi maldad; decidí confesarte mis pecados, y tú, Señor, los perdonaste”.
- 5. Mantenernos llenos de la Gracia de Dios, practicando de la rueda del cristiano: orar, estudiar la Palabra de Dios, congregarnos con regularidad, practicar los sacramentos y servir a los demás. Lc 24,32: “¿No es verdad que el corazón nos ardía en el pecho cuando nos venía hablando por el camino y nos explicaba las Escrituras”?
- 6. Ser agradecidos por todo. Dios nos hizo libres por lo que somos nosotros los que decidimos qué actitud tomar ante las circunstancias de la vida: o quejarnos y renegar por todo, o ser agradecidos siempre y por todo, porque, como dice San Pablo: “Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, a los cuales él ha llamado de acuerdo con su propósito.” Ro 8,28
- 7. Generar un círculo virtuoso, a través de la práctica del bien, ya que, entre más demos, más recibiremos. “Den a otros, y Dios les dará a ustedes. Les dará en su bolsa una medida buena, apretada, sacudida y repleta”. Lc 6,38
y 8. No nos conformemos con lo que Dios nos ha dado o nos ha permitido alcanzar hasta el día de hoy, ya que Él siempre desea y puede darnos “muchísimo más de lo que nosotros pedimos o pensamos”. Ef 3,20.
Entonces, ¡no perdamos más el tiempo en cosas inútiles! Busquemos al Señor con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con toda nuestra mente y con todas nuestras fuerzas; pidámosle que nos llene del fuego de Su Amor con el Espíritu Santo y disfrutemos de los frutos que el espíritu produce y que menciona San Pablo en Gál 5,22 y 23: “Amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio.” Y como dice en el verso 25: “Si ahora vivimos por el Espíritu, dejemos también que el Espíritu nos guíe.” Que así sea.