DESIERTO, LUGAR DE ENCUENTRO CON DIOS
En el Antiguo Testamento, con frecuencia se menciona el desierto, un lugar de tierra seca, con poca vegetación y la que hay, es de cardos, abrojos y maleza; que los escasos habitantes son nómadas, en resumen, un lugar que produce pena, dolor, hambre, sed, desesperación, angustia, temor, tristeza, sufrimiento, desconsuelo. Jer 2,6 lo describe cuando escribe: «¿Dónde está el Señor que nos sacó de Egipto, que nos condujo a través del desierto, tierra árida y agrietada, tierra de sequía y de oscuridad, tierra por donde nadie pasa y en donde nadie vive?»
Es por eso que, cuando hablamos de estar en el desierto, sentimos desagrado, rechazo y hasta de temor.
En el Nuevo Testamento, se describe con las mismas características, pero con un significado diferente: el aislamiento para buscar a Dios; como hicieron Juan Bautista y Jesús.
Y hay momentos de nuestra vida en que tendremos problemas y dificultades, situaciones que podemos comparar con estar en un desierto, lo cual, aun cuando no es una experiencia agradable, puede ser positiva si la aprovechamos para buscar a Dios, para llegar a tener con Él una relación. Y debemos comprender que, queramos o no, Dios permite los problemas y dificultades, es decir, nos llevará al desierto, para que escuchemos lo que quiere decirnos, y aprendamos a vivir según su voluntad, que al final será para nuestra bendición, como hizo con el pueblo hebreo, según narra Moisés en Dt 1,19: “nos encaminamos a las montañas amorreas, atravesando aquel inmenso y terrible desierto cumpliendo las órdenes del Señor”. Y aunque no nos guste, debemos saber que el paso por el desierto significa “crecimiento spiritual”, por lo que debemos considerarlo, de gran valor para nuestra vida, porque mejorará nuestra relación con el Señor.
Pasar por el desierto no es una experiencia única en la vida, es una realidad que podemos vivir varias veces. “Por eso, dice el Espíritu Santo: Si hoy oyen su voz, no endurezcan el corazón como en el tiempo de la rebelión, como el día de la prueba en el desierto, cuando sus padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras.” Heb 3,7-9
Y aunque no es algo que deseamos, cuando nos toca, debemos reconocer que es necesario y no debemos temer, pues el Señor siempre irá con nosotros como dice Neh 9,19-21: “Pero tú, por tu gran compasión, no los abandonaste en el desierto. No se alejó de ellos la columna de nube que los guiaba por el camino de día, ni la columna de fuego que de noche les iluminaba el camino que debían recorrer. Les diste tu buen espíritu para instruirlos, no les quitaste de la boca tu maná, les diste agua en los momentos de sed. Cuarenta años los sustentaste en el desierto y nada les faltó; ni sus vestidos se gastaron ni se hincharon sus pies.”
Dios está con nosotros siempre. Esa es una promesa que repite varias veces en las sagradas Escrituras, como en el capítulo 1 de Josué en donde Dios dice: “Nadie te podrá derrotar en toda tu vida, y yo estaré contigo así como estuve con Moisés, sin dejarte ni abandonarte jamás.”
Y a continuación Dios establece las condiciones que nos pide hoy, como las pidió a Josué: “Ten valor y firmeza. Lo único que te pido es que tengas mucho valor y firmeza, y que cumplas toda la ley que mi siervo Moisés te dio. Cúmplela al pie de la letra para que te vaya bien en todo lo que hagas. Repite siempre lo que dice el libro de la ley de Dios, y medita en él de día y de noche, para que hagas siempre lo que este ordena. Así todo lo que hagas te saldrá bien. Yo soy quien te manda que tengas valor y firmeza. No tengas miedo ni te desanimes porque yo, tu Señor y Dios, estaré contigo dondequiera que vayas.” Nos está diciendo que seamos valientes, que nos mantengamos firmes y seamos perseverantes en lo que Él nos indique en la oración y en sus instrucciones que encontraremos en las Escrituras.
En el Nuevo Testamento es Jesús quien promete que estará siempre con nosotros cuando, antes de ascender al cielo, dice “Por mi parte, yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo.” Mt 28,20b
Podemos entonces, con la Gracia de Dios, prepararnos para estar en el desierto y allí, amar al Señor, agradecidos porque va con nosotros para enseñarnos y conducirnos a nuestra tierra prometida, a disfrutar de las bendiciones que ha preparado para nosotros; incluso hará del desierto, un lugar grato, pues Él, “Convierte desiertos en lagunas y tierras secas en manantiales; allí establece a los que tienen hambre, y ellos construyen sus ciudades. Siembran campos, plantan viñedos y recogen cosechas abundantes.” Sal 107,35-37
Es, como dice San Pablo en Ro 8,28: “Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, a los cuales él ha llamado de acuerdo con su propósito.” Nos llama porque tiene un propósito para nuestras vidas. Entonces, dejemos de ver las dificultades como algo malo, pues Dios las cambiará en bendiciones.
Al comprender esto, veremos que, a pesar de que el desierto es un lugar que nos separa de todo, Él que estará con nosotros siempre, nos hará ver, cómo todo es para bendecirnos.
Is 35,1-3 dice: “Que se alegre el desierto, tierra seca; que se llene de alegría, que florezca, que produzca flores como el lirio, que se llene de gozo y alegría. Dios lo va a hacer tan bello como el Líbano, tan fértil como el Carmelo y el valle de Sarón. Todos verán la gloria del Señor, la majestad de nuestro Dios. Fortalezcan a los débiles, den valor a los cansados, digan a los tímidos: “¡Ánimo, no tengan miedo! ¡Aquí está su Dios para salvarlos y a sus enemigos los castigará como merecen!”
Debemos entender entonces, que el desierto es un lugar para escuchar y aprender, esto significa que debemos estar atentos y expectantes. El pueblo de Dios pasó cuarenta años en el desierto. Fué un tiempo de prueba y aprendizaje, de preparación para que después disfrutaran de la tierra prometida. Y si tardaron cuarenta años en el desierto fué porque no siguieron las instrucciones de Dios, fueron temerosos de tomar la tierra que se les indicó porque estaba habitada por gigantes, es decir, problemas, dificultades, no confiaron en Dios sino que se dejaron llevar por sus propios pensamientos y temores.
Cada quien compare las situaciones que, por no buscar ayuda y dirección, no ha querido enfrentar a pesar de que Dios ha mostrado que está a su lado.
Si bien, no es fácil estar en el desierto, pues, al igual que Juan el Bautista, allí, en el desierto, padeceremos limitaciones y dificultades, y tendremos que realizar trabajo duro, y orar para pedir paz, sabiduría, discernimiento y la dirección de Dios para encontrar las respuestas que necesitamos. Entonces se nos presentará, y nos dirá qué hacer. Podremos sentir en nuestra mente y corazón lo que debemos hacer, y nos será confirmado por la Sagrada Escritura y por el Catecismo. Dice San Pablo: “Las Sagradas Escrituras te darán la sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús. Toda Escritura está inspirada por Dios y es útil para enseñar, rebatir, corregir y guiar en ‘el bien’. 2Ti 3,15-16
Ahora bien, no se trata solamente de escudriñar las Escrituras, como dijo Jesús a los fariseos: “Ustedes estudian las Escrituras con mucho cuidado, porque esperan encontrar en ellas la vida eterna; sin embargo, aunque las Escrituras dan testimonio de mí, ustedes no quieren venir a mí para tener esa vida. Jn 5,39-40
Por ello, debemos rendir nuestro caos interior, nuestros problemas, dificultades y sufrimiento a Dios, y estar atentos a sus instrucciones, que nos vendrán por muchos medios, y no solamente esperemos, démosle gracias y alabémoslo, confiados en que Él, en Su tiempo, dará la respuesta que necesitamos. Dice el Sal 42,6b: “Esperaré en Dios y le daré gracias de nuevo, le alabaré porque él es mi salvador y mi Dios.” Dice: le daré gracias de nuevo esto quiere decir que muchas veces y por todo debemos mostrar nuestro agradecimiento a Dios y alabarlo por su bondad y misericordia.
Un buen ejemplo de lo que el desierto hace, lo tenemos en Moisés, hombre carnal, fuerte, autosuficiente, pero que debía ser preparado por Dios para que llevara a cabo una gran obra que sería de bendición para muchos. El silencioso desierto es el lugar adecuado para oír a Dios con atención, para que aprendamos la lección que quiere darnos. Por ello, Jesús pasó por el desierto como narra Mt 4,1.
No debemos temer ni rechazar los momentos en los que el Señor nos lleva al desierto, a la soledad y al silencio, para que nos dediquemos a la meditación, a la oración; pues en un lugar solitario y en esas condiciones, es en donde iniciaremos o recuperaremos la relación con Dios, por lo tanto, hagámos nuestra parte y busquémos la presencia de Dios para que nos hable y su presencia la encontraremos en el Santísimo Sacramento del Altar.
Jesús enseña que debemos buscar la fuerza y dirección de Dios en la soledad cuando dice a los apóstoles: “Vengan ustedes nada más, a solas, a un lugar despoblado y descansen un poco. Y se fueron en la barca a un lugar despoblado, a solas.” Mr 6,31-32 Y la barca es la imagen de la Iglesia en la que está presente Jesús, que nos cobija, nos enseña y se nos entrega como alimento en la Eucaristía, como leemos del numeral 1380 del Catecismo: «Es grandemente admirable que Cristo haya querido hacerse presente en su Iglesia de esta singular manera, (al quedarse entre nosotros en la Eucaristía). Cristo iba a dejar a los suyos y quiso darnos su presencia sacramental. Puesto que iba a ofrecerse en la cruz por nuestra salvación, quiso que tuviéramos el memorial del amor con que nos había amado hasta el fin, hasta el don de su vida».
El Señor nos ama tanto, que aprovecha nuestras caídas, fracasos, dudas y arrepentimientos, para enseñarnos, y corregirnos, como dice Ro 8,28 que leímos antes: “Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, a los cuales él ha llamado de acuerdo con su propósito.” San Pablo nos dice que “Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman”, por lo que no se trata solamente de esperar que Dios, porque nos ama, dispondrá de todo para nuestro bien; la condición que deja clara es que debe haber una correspondencia de amor, de nosotros a Dios, esto significa que debemos buscarlo, seguir sus enseñanzas y obedecer sus mandamientos, que a su vez implica, que los conozcamos, y para ello debemos conocer las Sagradas Escrituras, por lo que debemos leerlas, estudiarlas y meditarlas, para poder hacerlas vida, pero también debemos conocer el Catecismo, que contiene la exposición de la fe, doctrina y moral de la Iglesia católica, atestiguadas o iluminadas por la Sagrada Escritura, la Tradición apostólica y el Magisterio Eclesiástico. Esto significa que es la forma en la que la Iglesia fundada por Cristo, también nos enseña cómo enfrentar las situaciones que nos toca vivir en el tiempo presente. Entonces, al vivir según las enseñanzas de Cristo y de la Iglesia fundada por Él, se cumplirá lo que dice San Pablo, porque al final de la cita, nos hace saber que Dios tiene un propósito para cada uno de los que Él ha llamado. Así que debemos aceptar que todo cuanto nos pasa es con un propósito divino. Él aprovecha nuestras caídas, fracasos, dudas y arrepentimientos, es decir, de nuestro paso por el desierto, para enseñarnos, corregirnos y mostrarnos su amor.
Pero debemos considerar que en el desierto también nos enfrentaremos a tentaciones, como Jesús después de cuarenta días de ayuno y oración. Pero no estaremos solos, pues como dice San Pablo: “Ustedes no han pasado por ninguna prueba que no sea humanamente soportable. Y pueden ustedes confiar en Dios que no los dejará sufrir pruebas más duras de lo que pueden soportar. Por el contrario, cuando llegue la prueba, Dios les dará también la manera de salir de ella, para que puedan soportarla.” 1Co 10,13
Nuestro paso por el desierto es entonces, una maravillosa oportunidad de recibir instrucciones de Dios y debemos aprovechar el momento para aprender, porque Él desea que salgamos airosos, triunfantes y victoriosos como Josué y Caleb, que confiaron y le creyeron a Dios “y dijeron a todos los israelitas: ¡La tierra que fuimos a explorar es excelente! Si el Señor nos favorece, nos ayudará a entrar a esa tierra y nos la dará. Es un país donde la leche y la miel corren como el agua. Pero no se rebelen contra el Señor, ni le tengan miedo a la gente de ese país, aunque sean gigantes, porque ellos van a ser pan comido para nosotros; a ellos no hay quien los proteja, mientras que nosotros tenemos de nuestra parte al Señor. ¡No tengan miedo! Núm 14,7-9.
Más adelante en los versos 36-38 narra lo que sucedió a quienes no confiaron en Dios, dice: “En cuanto a los hombres que Moisés había enviado a explorar el país y que al volver dieron tan malos informes, haciendo que la gente murmurara, el Señor los hizo caer muertos. De todos ellos, solo Josué y Caleb quedaron con vida.” Vemos con ese ejemplo que al obedecer a Dios disfrutaremos de la vida y podremos disfrutar de sus promesas.
Como seguidores del Señor Jesús, debemos cultivar nuestra oración a solas con el Señor, costumbre que debemos formar, cuando no estemos en el desierto, para que cuando seamos llamados a estar en él, podamos acudir confiadamente al Señor, y veremos entonces, que ese desierto árido, lo transformará en un oasis de gozo y paz.
Que así sea, para gloria de su nombre y bendición nuestra.