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HAGAMOS CON AMOR HASTA LAS COSAS MÁS PEQUEÑAS

HAGAMOS CON AMOR HASTA LAS COSAS MÁS PEQUEÑAS

El nombre del tema se debe a que debemos poner atención a nuestros actos pequeños, a las cosas que hacemos y que aparentemente no tienen importancia, pero sobre todo ahora, en este tiempo en el que nos vimos obligados, por nuestra propia salud y seguridad, a permanecer en una cuarentena que lleva ya varios meses y en la que debemos darnos cuenta de que es precisamente en las cosas pequeñas que llevamos a cabo, con las que vamos forjando poco a poco nuestra voluntad y nuestro sentido de responsabilidad para con los demás y que con ellas agradamos a nuestro prójimo, y también a Dios.

Déjenme explicar esto, porque pareciera que no tiene nada que ver los pequeños actos que realizamos con agradar a Dios y a nuestro prójimo.

Es poco probable que todos tengamos oportunidad de realizar grandes obras, que signifiquen algo para la humanidad, o de hacer un acto que se pueda catalogar como heroico, pues nuestra vida la llevamos por lo general, con cosas que son irrelevantes a nuestros ojos.

Pero es importante que nos detengamos a analizar lo que hacemos y considerar que las virtudes están formadas por una extensa red de actos que no sobresalen de lo corriente, de lo ordinario de cada día, pero en esos actos pequeños, se va forjando cada día, con heroísmo, nuestra santidad, pues en cada cosa que hacemos debemos, poner nuestro empeño para hacerlo bien, en orden, con puntualidad, cuidando todo lo que utilizamos en nuestro hogar, en el trabajo, tanto nuestras cosas, como las de los demás; respetando al prójimo a pesar de que a veces sea difícil de tratar, siendo amables con los miembros de nuestra familia, a quienes por compartir tanto tiempo juntos, se nos olvida que también requieren de nuestra atención, de nuestro trato cariñoso y respetuoso.

También debemos ver que lo que hacemos de ordinario tiene una trascendencia que no seguramente no hemos notado, pero si lo analizamos, ha tenido mucho que ver en la vida de muchas personas, cualquiera que sea la rama del trabajo que realizamos. El campesino, puede pensar que lo que hace no tiene trascendencia pues lo que hace es preparar la tierra y sembrar las semillas, pero debe considerar que luego recoge la cosecha para que llegue a las personas que necesitan ese producto. El obrero que lleva a cabo una labor que le ha parecido monótona y sin importancia pues es lo que hace durante toda la jornada, debe tener en cuenta que el producto final del trabajo del que es solamente una pieza más de la cadena de producción, termina dando un servicio y llenando una necesidad a muchas personas. El maestro, que ahora, frente a una cámara, da clases a los niños que se encuentran lejos, frente a una pantalla en donde escuchan y ven las instrucciones para llevar a cabo un trabajo, o reciben las enseñanzas en todas las asignaturas que posteriormente serán de utilidad porque son las bases del conocimiento necesario para desarrollarse en la vida, como profesionales o como técnicos que brindarán servicios invaluables a los demás.  O la enfermera, que acude diariamente a atender a los pacientes que tiene asignados y que puede pensar que solo debe aplicar inyecciones o dar pastillas o tomar la temperatura y anotar los signos vitales de los pacientes y que todo eso es monótono y aburrido, además de cansado por las largas jornadas que debe cubrir, pero también esa enfermera debe pensar que su servicio salva vidas, que ayuda a los enfermos a recuperar su salud.

Esos son solo algunos ejemplos de lo que puede suceder en las mentes de muchas personas en sus diferentes áreas de trabajo, pero también hay otras, que habiendo comprendido que entregar su vida por amor a los demás, como hizo Jesucristo, es la mejor forma de vivir, puesto que lo que se hace, siguiendo el ejemplo de nuestro Señor y Salvador, por pequeño que parezca, es significativo para la vida de las personas a las que se sirve, pero también y sobre todo, es grato a Dios.

Así que debemos enfocarnos en las cosas que nos han parecido triviales o insignificantes y darnos cuenta que representan una gran oportunidad de servir a los demás y de complacer y servir también a Dios.

Jesús dijo Yo, el Rey, les diré a los buenos: “¡Mi Padre los ha bendecido! ¡Vengan, participen del reino que mi Padre preparó desde antes de la creación del mundo!  Porque cuando tuve hambre, ustedes me dieron de comer; cuando tuve sed, me dieron de beber; cuando tuve que salir de mi país, ustedes me recibieron en su casa; cuando no tuve ropa, ustedes me la dieron; cuando estuve enfermo, me visitaron; cuando estuve en la cárcel, ustedes fueron a verme.”  

»Y los buenos me preguntarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te dimos de comer? ¿Cuándo tuviste sed y te dimos de beber?  ¿Alguna vez tuviste que salir de tu país y te recibimos en nuestra casa, o te vimos sin ropa y te dimos qué ponerte?  No recordamos que hayas estado enfermo, o en la cárcel, y que te hayamos visitado.”  

»Yo, el Rey, les diré: “Lo que ustedes hicieron para ayudar a una de las personas menos importantes de este mundo, a quienes yo considero como hermanos, es como si lo hubieran hecho para mí.”  Mt 25,34-40 

Tal es el caso de Orvelina, una enfermera que llena del Señor, vivía transmitiendo, con su sonrisa permanente, el gozo de vivir sirviendo a los demás, su entusiasmo y alegría contagiaban a todos los que estaban cerca de ella. Entregada por completo a su familia y también a su trabajo, llevó una vida de entrega a los enfermos a su cuidado, en una de las salas repletas de pacientes en un hospital nacional de la capital, a cada uno de los pacientes bajo su cuidado lo conocía por nombre y conocía también su estado, servía a cada uno como amor recordando las palabras del Señor, no le importó que pudiera estar en peligro de contagio del Covid 19, cada, día se presentaba a trabajar con entusiasmo, con alegría, sabiendo que estaría sirviendo, en cada paciente, a Jesús. Y el Señor la llamó a su presencia para que disfrutara con Él por la eternidad, no se contagió del virus, pero su corazón paró de repente y ahora ella disfruta del premio merecido por tantos pequeños actos que realizó con amor.

No nos perdamos en la rutina, que nos vuelve dasamorados y aburridos. A veces, como con el ejemplo de esa valiente enfermera, lo más pequeño, como una sonrisa o un saludo amable o un favor que pareciera insignificante, produce en los demás un bien desproporcionadamente grande, como podría ser sentirse amado, sentir que le importamos a alguien, que nos tratan con respeto, como personas.

Recordemos que cada día nuestro Señor nos espera con sus manos abiertas para recibir nuestras pequeñas obras realizadas con amor. Esas pequeñas cosas que no llenan de vanidad a quien las hace, pues, no las aplaude nadie. Porque ¿Quién aplaude o felicita a quien cede su asiento en el autobús o a quien es ordenado? O ¿Quién le otorga una medalla a la madre porque sonríe después de una larga y pesada jornada de trabajo, o a una enfermera, como la del testimonio, que trata con delicadeza a sus enfermos? Hasta ahora, nadie aplaude esas pequeñas obras, esos gestos de amor, de respeto, de humanidad. Pero nosotros no solamente debemos enfocarnos en hacer esas cosas pequeñas para agradar a Dios, sino debemos reconocer a quienes las hacer agradeciéndoles y animándolas a continuar siendo así, viviendo así. Y dar gracias a Dios por sus corazones entregados al servicio de los demás.

Debemos estar conscientes que lo humano y lo divino se funden en nosotros en una muy fuerte unidad, y esa fuerza resultante nos permitirá, con cada pequeño acto realizado con amor y por amor, ganarnos poco a poco, el cielo.

El cuidado que pongamos en hacer cada pequeño acto que realizamos día a día, será lo que alimente nuestro amor a Dios y también el amor de Dios por nosotros.

Mantengámonos dispuestos a corresponder al amor de Dios, que nos ha dado la vida y todas las bendiciones que disfrutamos realizando hasta las cosas más pequeñas con amor, pero pongámonos metas altas, propongámonos realizar también obras grandes con el mismo amor, gozo y dedicación para agradar y honrar a Dios y podremos escuchar la voz del Rey diciéndonos:

“¡Mi Padre los ha bendecido! ¡Vengan, participen del reino que mi Padre preparó desde antes de la creación del mundo!  Porque cuando tuve hambre, ustedes me dieron de comer; cuando tuve sed, me dieron de beber; cuando tuve que salir de mi país, ustedes me recibieron en su casa;  cuando no tuve ropa, ustedes me la dieron; cuando estuve enfermo, me visitaron; cuando estuve en la cárcel, ustedes fueron a verme.”  

Que así sea para gozo nuestro.

 

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