El verdadero significado de la Navidad es el amor.
Jn 3,16-17 dice: “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él.” Por lo que, el verdadero significado de la Navidad es la celebración de este increíble acto de amor.
La verdadera historia de la Navidad es la historia de Dios hecho hombre en la Persona de Jesucristo ¡porque nos ama! La Natividad de Cristo fue necesaria ¡porque necesitábamos un Salvador! Dios nos ama tanto, porque Él mismo es amor. (1 Jn 4,8). Y por gratitud hacia Dios por lo que hizo por nosotros, conmemoramos y celebramos cada año el nacimiento de Su Hijo por lo cual debemos adorarlo meditando en lo que significó para cada uno de nosotros que Jesús viniera y durante sus tres años de vida pública enseñara una nueva forma de vivir, amando y perdonando.
Tener manifestaciones de amor, no solo con nuestros allegados, “con todos”, también con los pobres y los menos afortunados, porque el verdadero significado de la Navidad es amor. Dios amó a los suyos y proveyó el camino como dijo el mismo según leemos en Jn 14,6 «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí.»
San Juan al inicio de su Evangelio, nos dice claramente quién es Jesús, haciendo referencia al relato de la creación que se encuentra en el Gn 1, 1.31.
Leemos en Jn 1, 1-5: «En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio junto a Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada. Lo que se hizo en ella era la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron.»
Más adelante, en el mismo capítulo 1 verso 14 dice: «Aquel que es la Palabra se hizo hombre y vivió entre nosotros. Y hemos visto su gloria, la gloria que recibió del Padre, por ser su Hijo único, abundante en amor y verdad.»
Debemos entender, que cuando Juan escribió que vivió entre nosotros, estaba refiriéndose a la presencia de Dios en medio de su pueblo, como hizo en la Tienda del Encuentro como narra el Ex 40,34-38; y también lo menciona el mismo San Juan en Ap 21,3 en donde dice: «Y oí una fuerte voz que decía desde el trono: «Esta es la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y él, Dios-con-ellos, será su Dios.» Recordemos que en Mt 1,21-23 narra cuando el ángel del Señor le habla a José en sueños y le dice: «“María tendrá un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Se llamará así porque salvará a su pueblo de sus pecados.” Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había dicho por medio del profeta:”La virgen quedará encinta y tendrá un hijo, al que pondrán por nombre Emanuel”que significa: “Dios con nosotros”.»
En el mismo verso ,14, del capítulo 1 del Evangelio, cuando San Juan escribió «Hemos visto su gloria, la gloria que recibió del Padre», la gloria, se refiere a la presencia activa de Dios para salvar a su pueblo, que es la misma presencia que se manifesto como la nube que llenó el templo del Señor, como leemos en 1Re 8,10-11 que dice: «Al salir los sacerdotes del Lugar Santo, la nube llenó el templo del Señor, y por causa de la nube los sacerdotes no pudieron quedarse para celebrar el culto, porque la gloria del Señor había llenado su templo.» Y es también a la que se refiere Is 60,1 que dice proféticamente refiriéndose a Jesús: «Levántate, Jerusalén, envuelta en resplandor, porque ha llegado tu luz y la gloria del Señor brilla sobre tí».
San Juan al narrar el milagro en la Boda de Caná de Galilea dice en Jn 2,11: «Esto que hizo Jesús en Caná de Galilea fue la primera señal milagrosa con la cual mostró su gloria; y sus discípulos creyeron en Él»; Y en Jn 17,5 Jesús mismo confirma que viene del Padre con quien tenía la misma gloria desde antes que existiera el mundo. Él es verdaderamente el Emmanuel, «Dios con nosotros», anunciado por Is 7,14, donde leemos: «Pues el Señor mismo les va a dar una señal: La joven está encinta y va a tener un hijo, al que pondrá por nombre Emanuel», lo cual, también menciona Mt 1,23 agregando que Emanuel significa “Dios con nosotros”.
Jesús se hizo hombre para que pasemos la eternidad con Él, porque Dios dio a Su único Hijo para realizar el plan de salvación de la humanidad, para que al pagar Él, el castigo por nuestros pecados, ya que, para que los pecados fueran perdonados debía cumplirse lo que Dios había decretado: “para limpiar los pecados, debían lavarse con sangre de aminales sin defectos” como leemos en el Lv, en los capítulos 1 y 3. Razón por la cual a Jesús se le llama el cordero perfecto, pues Él nunca pecó y su sangre lavó los pecados de todos los que lo acepten como Salvador.
San Pablo menciona en Ro 6,23: «El pecado paga un salario, y es la muerte. La vida eterna, en cambio, es el don de Dios en Cristo Jesús, nuestro Señor.» Confirmando así que Jesús es quien vino a redimirnos pues Él pagó, con su pasión y muerte en la cruz, el precio completo y por eso cuando aceptamos este regalo gratuito de amor quedamos libres de condenación. Entiéndase condenación como la sentencia en contra del pecador, aplicándole las penalidades previstas en la ley y según ésta, quien ofende a Dios yendo en contra de sus mandamientos, merece una sola cosa: la condenación eterna, que es la Condenación a ser impuesta, en el juicio final, sobre los que rechazaron la Gracia de Dios, que es un don que nuestro Padre celestial nos concede por los méritos de Jesucristo, por medio de un llamamiento efectivo, que resulta en una vida transformada para mantener una amistad con Dios, llevarnos al cielo, que es el fin sobrenatural de nuestra creación, como hizo con Pablo según dice en Gal 1,15. Es un don que produce fe, arrepentimiento y nos lleva al conocimiento de la verdad; como dice San Pablo en Ef 2,8 y en 2Ti 2,25: «Porque ustedes han sido salvados por la fe, no por mérito propio, sino por la gracia de Dios.» – «Amonesta con suavidad a los adversarios, para que Dios les conceda el arrepentimiento y el conocimiento de la verdad.»
Entonces, la condenación eterna es para quienes rechazan la Gracia de Dios. Se trata de un castigo eterno, por lo tanto, irrevocable. – Sin embargo, por la muerte de Cristo, los que se arrepienten y aceptan a Jesucristo como su único y suficiente Salvador, quedan libres de esa sentencia, esto significa que, a partir del momento en que aceptan a Jesús como su Salvador y Señor, el Justo Juez, los ve como si nunca hubieran cometido algún pecado.
Ese Juez Justo es Jesucristo, quien por su experiencia humana plena está calificado para enjuiciarnos a todos, pues «Dios, pasando por alto la época de la ignorancia, manda ahora a todos los hombres en todas partes a que se arrepientan; porque ha señalado una fecha para juzgar con justicia al mundo por medio de un hombre que él designó para esto. Y a este hombre lo ha acreditado ante todos resucitándolo de la muerte.» Hch 17,30-31 y Jn 5,22 dice: «Porque el Padre no juzga a nadie, sino que ha confiado al Hijo todo el juicio.»
Ese proceso de perdonar los pecados para obtener la vida eterna, no es un simple perdón; al arrepentirse y aceptar a Jesucristo como su único y suficiente Salvador, se realiza una justificación plena como leemos en Rom 5,1 y 8. «Puesto que Dios ya nos ha hecho justos gracias a la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.» y en el verso 8 agrega: «Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.» Ésta, es la razón de nuestro gozo: “Cristo vino a la tierra y se hizo hombre para ser el cordero perfecto que, con su sacrificio de muerte en la cruz, pagó por nuestros pecados.” Por eso recordamos y celebramos con alegría su nacimiento, “porque allí empezó el proceso de nuestra salvación.”
Ahora que conoces que la razón por la cual celebramos la navidad es el amor de Dios que nos manifestó al enviar a su único hijo para que por su sacrificio fuéramos libres de condenación y podamos disfrutar de una vida nueva, plena y abundante; agradece, a Dios Padre y a su Hijo Jesús, por su entrega voluntaria a la muerte por amor a nosotros, y celebra esta Navidad con los tuyos alabando a Dios por su plan de salvación para la humanidad a la que todos pueden acceder con sólo aceptar el sacrificio de Jesús, como le dijeron Pablo y Silas al carcelero cuando éste les preguntó «Señores, ¿qué debo hacer para salvarme? Y ellos contestaron: Cree en el Señor Jesús, y obtendrás la salvación tú y tu familia». Hch 16,31
Y la mejor manera en la que puedes mostrarle agradecimiento a Jesús es reconocerlo como el Hijo de Dios que se hizo hombre para sacrificarse por ti, reconocer también tu necesidad de la salvación que Él te vino a dar con su sacrificio, como dice Ro10,9-10 «Si con tu boca reconoces a Jesús como Señor, y con tu corazón crees que Dios lo resucitó, alcanzarás la salvación. Pues con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con la boca se reconoce a Jesucristo para alcanzar la salvación.» Entónces, acéptalo como tu Salvador y proclámalo como tu Señor. Puedes hacerlo repitiendo conmigo la siguiente oración:
Señor Jesús, te necesito, te confieso mi incapacidad de dirigir mi vida por tu camino de justicia y no quiero fracasar más, por eso hoy, libre, consciente y voluntariamente, tomo la decisión de seguirte.
Creo que eres Dios, el Hijo de Dios Padre, que moriste en la cruz por mis pecados y que resucitaste, por eso hoy te abro mi corazón y te invito a que entres en él y seas mi rey y señor. Me entrego por completo a ti a quien reconozco como mi único salvador. Dirige mi vida y no permitas que me separe de ti para ser tu testigo.
Guíame para que todos los días lea la Biblia, tu Palabra viva, y haga vida lo que lea en ella. Por mi parte y con la ayuda de tu Santo Espíritu, obedeceré tus mandamientos y enseñanzas para ser tu discípulo y piedra viva de tu Iglesia que es tu cuerpo. Amén.
Ahora disfruta la paz y el gozo que el Señor te da y mantente en estado de gracia siguiendo la voluntad de Dios. Dice la primera declaración fundamental sobre el Reino de Dios: “El Reino de Dios está llegando. Conviértanse y crean en el Evangelio” La conversión de los pecadores, y todos lo somos, debe considerarse como un cambio total de mente y de corazón, una renovación del espíritu, pero podemos hacerlo porque contamos con la ayuda del Señor que dijo que estaría con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Mt 28,20. Confía en su promesa y empieza hoy una nueva vida como un discípulo de Cristo, como un hijo de Dios. Que así sea para honra y gloria de Dios y para tu bendición.