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EL PLAN DE SALVACIÓN

EL PLAN DE SALVACIÓN

“La paga del pecado es muerte”, dice San Pablo en Ro 6,23. Dios lo dijo a nuestros primeros padres, como leemos en el Gn 2,15-17: “Cuando Dios el Señor puso al hombre en el jardín de Edén para que lo cultivara y lo cuidara, le dio esta orden: “Puedes comer del fruto de todos los árboles del jardín, menos del árbol del bien y del mal. No comas del fruto de ese árbol, porque si lo comes, ciertamente morirás.” Este texto tiene muchas enseñanzas, pero en este programa vamos a enfocarnos únicamente en la orden dada por Dios cuando dijo: No comas del fruto de ese árbol. Cuando le impone este precepto, Dios le está haciendo ver al hombre que es responsable de sus actos, pero, al mismo tiempo afirma su soberanía sobre él y lo obliga a guardar sus límites, reconociendo que es hombre, una criatura, y no Dios. 

Sin embargo, a pesar de la orden dada por Dios, se dejaron llevar por lo que la serpiente, que es imagen del diablo, les dijo, minimizando la consecuencia de desobedecer. El capítulo 3 del Génesis narra la caída de Adán y Eva, como representantes de la especie humana, leemos allí: 

La serpiente era más astuta que todos los animales salvajes que Dios el Señor había creado, y le preguntó a la mujer: ¿Así que Dios les ha dicho que no coman del fruto de ningún árbol del jardín? Y la mujer le contestó: Podemos comer del fruto de cualquier árbol, menos del árbol que está en medio del jardín. Dios nos ha dicho que no debemos comer ni tocar el fruto de ese árbol, porque si lo hacemos, moriremos. 

Pero la serpiente le dijo a la mujer: No es cierto. No morirán. Dios sabe muy bien que cuando ustedes coman del fruto de ese árbol podrán saber lo que es bueno y lo que es malo, y que entonces serán como Dios. La mujer vio que el fruto del árbol era hermoso, y le dieron ganas de comerlo y de llegar a tener entendimiento. Así que cortó uno de los frutos y se lo comió. Luego le dio a su esposo, y él también comió.” Gén 3,1-6  

Un breve análisis de esta porción de la palabra nos servirá para que, al ponerlo en perspectiva de lo que a veces nos sucede, comprendamos las situaciones que debemos evitar para no caer en las trampas que con mentiras nos llegan a la mente o al corazón.

El primer punto que vemos en la cita es, que la serpiente entabló una conversación con Eva. Esto significa que Eva, al estar sola, decidió escuchar las mentiras que Satanás quería dejar en su corazón, y así, sin la cobertura y protección de Adán, dejó que la duda de lo que Dios había dicho creciera y llegara a considerar, lo que Satanás decía, como algo verdadero, y creció en ella el deseo de llegar a ser como Dios. 

Poniéndo esa situación en nuestra vida, ¿No es eso lo que sucede, cuando dejamos de tener una relación con Dios y vamos por la vida tomando nuestras propias decisiones influenciados muchas veces por las tendencias del mundo?, ¿cuando no oramos y no leemos las Escrituras, por lo tanto desconocemos cuál es la voluntad de Dios, cuáles son sus normas y mandamientos y llegamos a ver como agradables los frutos que no debemos comer? 

Y lo hacemos aun cuando sabemos que actuar según la voluntad de Dios, que lo que desea para nosotros es que seamos libres, felices y si le obedecemos Él nos dará honor, paz y gloria, y que si actuamos en contra de sus leyes normas y decretos, nos traerá consecuencias negativas, y como dice el texto, la muerte. Tal vez no muerte física, pero si la muerte spiritual, que es la separación de Dios, que conlleva el deterioro de toda la persona, padeciendo de enfermedades, intranquilidad, pesar, dolor, tristeza, soledad, insatisfacción, desolación, desconfianza, incomprensión, desamor, inseguridad, miedo, inestabilidad moral e intellectual, irresponsabilidad, negligencia, temor, fracasos, miseria, egoísmo, injusticia, explotación, incomprensión violencia, problemas, tribulación, desgracias y como resume San Pablo: “Habrá sufrimiento y angustia para todos los que hacen lo malo, es decir, para los que desobedecen a Dios, para los judíos en primer lugar, pero también para los que no lo son.” Ro 2,9

Pero eso no es todo, el pecado que cometemos también afecta nuestras relaciones porque al endurecer nuestro corazón, con nuestra conducta, les causo penas y desgracias a los demás, y lo peor es que a Dios nuestro Padre celestial, lo entristecemos porque al obrar contra su voluntad, preferimos obedecer a Satanás; y al volverle la espalda a Jesús, que pagó por nosotros con su sangre, lo dejamos con las bendiciones que tiene para nosotros.

Sin embargo, a pesar de que la ley establece la muerte para el que peca, nuestro amoroso Padre celestial nos dice por medio del profeta Ez 33,11: “Yo, el Señor, juro por mi vida que no quiero la muerte del malvado, sino que cambie de conducta y viva.”. Vemos pues, que el Señor aun cuando pecamos, no nos rechaza, porque nos ama y desea darnos las bendiciones que preparó desde el inicio de la creación.

Continuamos con la narración del Génesis. En el capítulo 3 Dios manifiesta su amor y misericordia hacia su creación al presentar la forma en la que podemos alcanzar su perdón, cuando da a conocer que Él ya tiene su Plan de Salvación, como leemos en Gén 3,15, en donde Dios dice a la serpiente: “Haré que tú y la mujer sean enemigas, lo mismo que tu descendencia y su descendencia. Su descendencia te aplastará la cabeza, y tú le morderás el talón.” 

En esta mención de la descendencia de la mujer, la tradición cristiana ha visto una referencia a Jesús, el Mesías, en su lucha contra Satanás y en su victoria final sobre las fuerzas del mal, que es el punto central del Proyecto de Dios para nuestra salvación, plan que nos irá mostrando a lo largo del Antiguo Testamento, como vemos por ejemplo en el Levítico, en donde el Señor da a conocer las normas que se deben realizar para obtener el perdón de los pecados, y esto es, “que debe hacerse un sacrificio”, que es lo que estipula la orden de Dios, como leímos en el Gn 3,17 “no comas del fruto de ese árbol, porque si lo comes ciertamente morirás”, pero, para que no muera el pecador, el ser humano amado por Dios, deberá sacrificarse, en su lugar, un animal; y establece que para que el sacrificio sea aceptado por Dios, debe ser un cordero sin defecto, que es imagen de Jesucristo que nunca pecó, y que fue sacrificado “por todos y para siempre”. Pero, para que obtengamos el perdón, debemos cumplir las siguientes condiciones: 1° Reconocer que hemos pecado, al romper sus normas, leyes y mandamientos, que se encuentran en las Sagradas Escrituras y pedir perdón a nuestro creador, de corazón por haberlo ofendido, lo que implica hacernos el propósito de nunca más pecar. El 2° requisito para obtener el perdón de nuestros pecados y la vida nueva, plena y abundante que nos trajo Jesús; es que reconozcamos que Él es el Hijo de Dios que se sacrificó por todos y cada uno de nosotros, y que por ese sacrificio, nuestros pecados fueron perdonados; esto significa, que lo reconozcamos como nuestro Salvador, y al reconocerlo como el Hijo de Dios, por lo tanto como “Dios”, reconocerlo también como nuestro Señor.

Y éste, es fundamentalmente, el plan de Dios para que disfrutemos de una vida nueva, de paz, amor y gozo en esta vida y por la eternidad en su presencia.

En cuanto a que Jesús es el Cordero de Dios, San Juan supo realmente quién era Cristo cuando Juan el Bautista declaró: “He aquí el Cordero de Dios” Jn 1,36. Juan el Bautista, hijo de sacerdote, conocía muy bien la importancia del título “Cordero de Dios”. 

El título “Cordero de Dios” que le da Juan el Bautista a Jesús en Jn 1,29  tiene varios significados, algunos son: El de la imágen de inocencia y mansedumbre. Al hablar de la inocencia de Cristo queremos decir que estaba absolutamente libre de toda mancha de mal. No significa ignorancia, ni libertad de la tentación. En cuanto a la mansedumbre de Jesús era la de quien sufre, no por debilidad, sino por amor. La inocencia y la mansedumbre de Jesús se relacionan directamente con su sufrimiento, que sustituye al de todos nosotros a quien Él representa.

Otro significado es el de cordero pascual. Como nos recuerda el Ex 12, la sangre del cordero de la Pascua salvó a los israelitas de la destrucción y la muerte en Egipto. Juan mostró el verdadero sacrificio que podía librar tanto de la muerte física como de la espiritual. 1Pe 1,18-19, dice: «Dios los ha rescatado a ustedes de la vida sin sentido que heredaron de sus antepasados; y ustedes saben muy bien que el costo de este rescate no se pagó con cosas corruptibles, como el oro o la plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, que fue ofrecido en sacrificio como un cordero sin defecto ni mancha.» 

Cordero de Dios también signifca ofrenda por el pecado. Juan el Bautista estaba muy relacionado con los ritos judíos. Este rito en particular demandaba que cada mañana y cada tarde se sacrificara un cordero en el templo por los pecados del pueblo como dice Éx 29,38-42. Pero el Bautista declaró que Jesús era el sacrificio permanente que libraría del pecado, no solo a los judíos, sino a todo el mundo.

Un cuarto significado es el de Mesías sufriente. Juan usa el título “Cordero de Dios” como referencia a lo que dicen Is 53,1-12 y Jer 11,1-23, textos que no leeré por lo extenso, pero que recomiendo lean y mediten.  Estos dos grandes profetas tuvieron la visión de alguien que redimiría a su pueblo mediante sus sufrimientos y su sacrificio, aceptados con humildad y amor.

Y un quinto significado de Cordero de Dios es el Símbolo de conquistador. Durante el tiempo que medió entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, se libraron cruentas batallas para liberar a Israel de sus enemigos. Durante ese período, el cordero, particularmente con cuernos, se convirtió en símbolo de un gran conquistador y Juan, en el Apocalipsis (Ap 5,13; 7,17 y 17,14), presenta al Cordero triunfante.

Vemos que cada uno de esos significados son atributos de Jesús: es el cordero sin mancha, inocente y manso, enviado por Dios para ser sacrificado en nuestro lugar y cuya sangre, como la del cordero pascual, nos libró de la muerte, pues se ofreció como ofrenda por los pecados al ser el mesías redentor, que, con su sacrificio aceptado voluntariamente, padeció hasta la muerte de cruz para romper nuestras ataduras y darnos libertad. También se le reconoce como el cordero que venció a nuestros enemigos, el diablo y la muerte, y cuya sangre lavó nuestras ropas, que han sido blanqueadas, como señal de que hemos sido purificados; es también, quien nos guiará a manantiales de aguas de vida, que nos darán vida eterna; por lo que es digno de que le demos nuestra alabanza, honor, gloria y poder por todos los siglos!

En cuanto al título “Señor”, éste se refiere a alguien con autoridad y poder. En la literatura bíblica, la palabra “señor” es la traducción de una variedad de palabras hebreas que se refieren, a Dios Padre y a Jesús.

En el judaísmo primitivo se percibía al Señor, al Kyrios, como aquel que podía disponer, determinar o decidir legalmente pues veían el señorío de Dios en su acto de creación y sustento del universo. Además, sabían, que fue el Señor quien sacó a Israel de la esclavitud de Egipto, por lo tanto, que tenía un derecho legítimo sobre su pueblo, con el que había hecho un pacto, por lo que Dios tenía el poder, el derecho y la autoridad para disponer sobre todas las cosas.

Jesús en Mt 11,25 se refirió a Dios Padre como “Señor del cielo y de la tierra”, reconociendo así, a su Padre, como la eterna voluntad divina, y a la vez, daba muestras de que su obediencia voluntaria a la voluntad divina, de ninguna manera indicaba falta de fuerza de voluntad o de libertad. Esta actitud de Jesús hacia su Padre nos ayuda a comprender la confesión, en la que Pablo le agrega a Jesús el título de Señor, cuando dice en Fil 2,11: “Toda lengua confesará que Jesucristo es el Señor”, y su señorío es la consecuencia de su humilde obediencia escogida libremente, como dice en el verso 8: “Se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. 

Entonces, de acuerdo a lo dicho en el AT y confirmado por San Pablo en Ro 6,23, que dice: “El pago que da el pecado es la muerte, pero el don de Dios es vida eterna en unión con Cristo Jesús, nuestro Señor.”  Éste es el resúmen y punto central del tema.

San Pablo en Ro 5,20b-21, nos presenta el amor de Dios actuando a nuestro favor al perdonarnos aun cuando reincidimos. Dice: “Cuando el pecado aumentó, Dios se mostró aún más bondadoso. Y así como el pecado reinó trayendo la muerte, así también la bondad de Dios reinó haciéndonos justos y dándonos vida eterna mediante nuestro Señor Jesucristo.”

Pero también debemos conocer nuestra responsabilidad y las consecuencias de nuestras malas decisiones, como nos hace ver Stg 1,14-15, ahí dice: “Uno es tentado por sus propios malos deseos, que lo atraen y lo seducen. De estos malos deseos nace el pecado; y del pecado, cuando llega a su completo desarrollo, nace la muerte.” 

Dios, no solo creó a Adán y Eva, representantes de toda la humanidad, sino que puso a su disposición y bajo su administración (a nuestra disposición y bajo nuestra administración) todo lo creado, con la única condición que encontramos en Gn 2,15, en donde dice: “Cuando Dios el Señor puso al hombre en el jardín de Edén para que lo cultivara y lo cuidara, La orden es clara y precisa, cuidar y administrar la creación. Podían disponer de todo, menos del fruto de un arbol, que estaba plenamente identificado, y a pesar de ello, en el Gén 3 se nos narra que Adán y Eva desobedecieron a Dios

Pero en Rom 5, San Pablo nos presenta la esperanza de la salvación cuando escribe: “Nos gloriamos de los sufrimientos; porque sabemos que el sufrimiento nos da firmeza para soportar, y esta firmeza nos permite salir aprobados, y el salir aprobados nos llena de esperanza. Y esta esperanza no nos defrauda, porque Dios ha llenado con su amor nuestro corazón por medio del Espíritu Santo que nos ha dado. Pues cuando nosotros éramos incapaces de salvarnos, Cristo, a su debido tiempo, murió por los pecadores. 

Dios prueba que nos ama, en que, cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros. Y ahora, después que Dios nos ha hecho justos mediante la muerte de Cristo, con mayor razón seremos salvados del castigo final por medio de él. Porque si Dios, cuando todavía éramos sus enemigos, nos reconcilió consigo mismo mediante la muerte de su Hijo, con mayor razón seremos salvados por su vida, ahora que ya estamos reconciliados con él. Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en Dios mediante nuestro Señor Jesucristo, pues por Cristo hemos recibido ahora la reconciliación.

En el AT, el sacrificio por el pecado requería que se colocaran las manos sobre el animal que iba a ser ofrecido en sacrificio, identificándose así con el animal a sacrificar, que llegaba a ser su sustituto. De la misma forma, Cristo, nuestra Ofrenda por el pecado, se identificó completamente con nosotros y llegó a ser nuestro Sustituto en la cruz. A la luz de esta verdad debemos entender las palabras de Pablo en 2Co 5,21: “Dios hizo cargar con nuestro pecado al que no cometió pecado, para que así nosotros participáramos en él de la justicia y perfección de Dios.”

La carta a los Hebreos habla del misterio llevado a cabo por Cristo nuestro Señor cuando dice citando el Sal 40,7-9: «Por eso Cristo, al entrar en el mundo, dijo a Dios: “No quieres sacrificio ni ofrendas, sino que me has dado un cuerpo. No te agradan los holocaustos ni las ofrendas para quitar el pecado. Entonces dije: ‘Aquí estoy, tal como está escrito de mí en el libro, para hacer tu voluntad, oh Dios.’» Hb 10,5-7

Luego de haber explicado brevemente el sacrificio de Jesús, podemos ahora comprender que su muerte es a la vez el sacrificio pascual que lleva a cabo la redención definitiva de los hombres por medio del «cordero que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29; cf. 1P 1, 19) y el sacrificio de la Nueva Alianza (1Co 11,25) que devuelve al hombre a la comunión con Dios (Éx 24,8) reconciliándole con El, por «la sangre derramada por muchos, para remisión de los pecados». 

Dice Jesús en Mt 26,28: «Esto es mi sangre, con la que se confirma la alianza, sangre que es derramada en favor de muchos para perdón de sus pecados», por lo que el sacrificio de Cristo se convierte en la Fuente, de la que brotará inagotable, el perdón de nuestros pecados. 

Dios dio a su propio Hijo para que muriera en nuestro lugar, porque: “En Cristo, Dios estaba reconciliando consigo mismo al mundo, sin tomar en cuenta los pecados de los hombres.” (2Co 5,19) porque el propósito redentor y la obra de Jesús para salvar “a su pueblo de sus pecados” (Mt 1,21) tenían como fin llevarnos a la vida eterna en el reino sin fin de Dios. Por eso le dijo Jesús a Pilato: “Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo”. Jn 18,37.

El sacrificio de Cristo nos justifica, pero la justificación es un acto que resulta de la respuesta inmediata de Dios a la fe del pecador en el sacrificio de Jesucristo. Es pues, el acto de gracia de parte de Dios, por el cual otorga, al pecador, perdón completo de toda culpa, lo perdona del castigo por los pecados cometidos y lo acepta como justo; además, lo hace una nueva criatura, con base a la respuesta de confianza y obediencia del pecador a la obra redentora de Jesucristo en la cruz. 

Como Adán y Eva, también nosotros conocemos el castigo que merecemos por desobedecer los mandamientos, las normas y las enseñanzas de Dios, que se encuentran en las Sagradas Escrituras, pero también ahí encontramos la invitación a la alegría y a la acción de gracias por la promesa de salvación, que leemos en Jl 2, que nos habla de la misericordia del Señor:

«Pero ahora, lo afirma el Señor, vuélvanse a mí de todo corazón. ¡Ayunen, griten y lloren!”  ¡Vuélvanse ustedes al Señor su Dios, y desgárrense el corazón en vez de desgarrarse la ropa! Porque el Señor es tierno y compasivo, paciente y todo amor, dispuesto siempre a levantar el castigo. Tal vez decida no castigarlos a ustedes, y les envíe bendición. Y el Señor tuvo piedad.» 

Algunas de las cosas que agradan al Señor, por lo tanto, que debemos hacer, las encontramos en Is 58,6 y 7 en donde dice: “El ayuno que a mí me agrada consiste en esto: en que rompas las cadenas de la injusticia y desates los nudos que aprietan el yugo; en que dejes libres a los oprimidos y acabes, en fin, con toda tiranía; en que compartas tu pan con el hambriento y recibas en tu casa al pobre sin techo; en que vistas al que no tiene ropa y no dejes de socorrer a tus semejantes.” Como notamos, son algunas de las que Jesús mencionó en el Sermón de la Montaña cuando enseña sobre las Bienaventuranzas. También en Miq 6,8 encontramos un recordatorio de lo que espera Dios de nosotros. Dice: “El Señor ya te ha dicho, oh hombre, en qué consiste lo Bueno y qué es lo que él espera de ti: que hagas justicia, que seas fiel y leal y que obedezcas humildemente a tu Dios.” 

Entonces, debemos poner en acción nuestra fe y obediencia que implica, nuestro cambio de vida, para pasar de darle la espalda a Dios al ir contra su voluntad, a volvernos a Él, y caminar según sus normas y mandamientos, por amor y agradecimiento por el sacrificio de su Hijo Jesús, a quien reconocemos como nuestro Salvador y Señor. 

Que Dios nos ayude a alcanzar esa meta. 

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