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ANUNCIEMOS LA BUENA NUEVA

ANUNCIEMOS LA BUENA NUEVA

Lc 24,13-48, nos narra las apariciones de Jesús, primero a los discípulos que iban camino a Emaús, luego en Jerusalén a los once apóstoles y a sus compañeros, y al final de esa cita, en los versos 46-48, narra las palabras de Jesús. Dice ahí: “Les dijo: Está escrito que el Mesías tenía que morir, y resucitar al tercer día, y que en su nombre se anunciará a todas las naciones que se vuelvan a Dios, para que él les perdone sus pecados. Comenzando desde Jerusalén, ustedes deben dar testimonio de estas cosas.” 

Con esas palabras, nuestro Señor Jesús nos invita a unirnos como miembros de la Iglesia a ese grito de victoria que resonó el día de la resurrección del Señor, y demos a conocer la buena noticia, la gran noticia de que ahora el hombre podría vivir una nueva vida, una vida diferente, una vida de gozo, de libertad, porque Jesús resucitó, venció a la muerte, venció a nuestro pecado.

Esa noticia es para toda la humanidad, no solamente para los que estaban cerca de las mujeres que gritaban ¡Ha resucitado! Como menciona el Evangelio de San Marcos. Esa noticia gozosa abrió la etapa de la esperanza, la esperanza gozosa de la victoria del Señor. Sin embargo, hemos de recordar que este grito de victoria no fue ni es fácil de aceptar. Vemos por ejemplo el caso de Tomás, que, recibiendo el testimonio de sus amigos, sus compañeros, aquellos con los que había compartido tanto, se resiste a creer y les dice “Si yo no meto mis dedos en los agujeros de sus manos, si no meto mi mano en la llaga de su costado, no creeré”. 

Fue necesario que se presentara Jesús con las huellas de la resurrección, las llagas desde donde ahora brota la vida, la resurrección, la esperanza. Esa actitud de Tomás es la de muchas personas que necesitan ver señales, y nosotros, como miembros de la Iglesia y seguidores del Señor Jesús, debemos mostrar al mundo las señales y prodigios que nos identifican como sus discípulos. 

Si solamente nos dedicamos a predicar, será difícil que las personas crean. Y no solamente debe haber señas, signos, sino que debe evidenciarse una fe que está cargada también de signos, elementos vitales que hacen que la gente pueda creer lo que nosotros creemos, porque un problema en nuestra sociedad, es que nuestra fe pasa desapercibida. Decimos tener fe, pero no hay muchas muestras de que sea una fe creída y vivida

Luego del encuentro de Jesús con los discípulos en el camino a Emaús, ellos regresan corriendo a contarles a sus compañeros que han encontrado al Mesías. Jesús ya se les había aparecido a las mujeres y a Pedro, y se les presenta a los discípulos que se quedan inmóviles y Jesús tiene que decirles ¡Mírenme, miren mis llagas, miren que tengo carne, que tengo huesos!  Denme algo de comer, vean que soy yo mismo y estoy vivo.

Aún ante la evidencia, los discípulos, continúan con una fe de niños, porque no alcanzan a comprender la grandeza del misterio, pero creen, pero porque lo están viendo, pero siguen inmóviles, no hacen nada. Eso mismo sucede ahora; gran parte de nuestra Iglesia tiene la misma inmovilidad de los discípulos, por lo que el mundo no puede experimentar la gracia de la resurrección.

Una fe verdadera requiere de tres elementos visibles en el cristiano. El primer signo es que transmite la buena nueva, como María Magdalena que corrió gritando “Lo he visto, resucitó, está vivo”. El primer impulso de una fe viva, de la fe de aquel que reconoce que Jesús está vivo, es ir a contar, a transmitir la buena nueva.

En San Juan encontramos los ecos de la primera comunidad que gritaba, escribía y buscaba todas las formas posibles para manifestar que Jesús está vivo.

La 1 Jn recorre la experiencia de la Iglesia Primitiva, y nos muestra en 1,1-4, el impulso de ir a evangelizar, de llevar la buena noticia del Señor. Dice: “Les escribimos a ustedes acerca de aquello que ya existía desde el principio, de lo que hemos oído y de lo que hemos visto con nuestros propios ojos. Porque lo hemos visto y lo hemos tocado con nuestras manos. Se trata de la Palabra de vida. 

Esta vida se manifestó: nosotros la vimos y damos testimonio de ella, y les anunciamos a ustedes esta vida eterna, la cual estaba con el Padre y se nos ha manifestado. 

Les anunciamos, pues, lo que hemos visto y oído, para que ustedes estén unidos con nosotros, como nosotros estamos unidos con Dios el Padre y con su Hijo Jesucristo. 

Escribimos estas cosas para que nuestra alegría sea completa.”

La alegría plena consiste en anunciar a los demás que Jesús está vivo. Y esto tiene que ser para nosotros los cristianos la manifestación de nuestra fe en el resucitado, decir: “Hermanos, regocíjense porque Jesús está vivo. Ha vencido tu muerte, ha vencido tu pecado. Ahora puedes tener una nueva vida, gozosa, feliz”. Tiene que brotar de nuestro corazón este deseo de evangelizar, sin embargo, vemos, que desde hace muchos siglos la Iglesia no ha tenido este empuje gozoso. Por ello, el Papa Juan XXIII, cuando cita al Concilio Vaticano II dice: “Abramos nuevamente las puertas y las ventanas de la Iglesia para que vuelva a circular por ella, el aire fresco del Espíritu Santo, para que el cristiano vuelva a sentir este impulso de ir con sus hermanos a anunciarles el evangelio.”

En la reciente conferencia de los obispos de Latinoamérica en Aparecida, Brasil, al reflexionar cayeron en cuenta de que la misión de la Iglesia es que seamos discípulos y misioneros. Hemos sido llamados, como lo dice el texto Mt 28 en los últimos dos versículos: “Vayan y hagan discípulos”. San Pablo se pregunta en Ro 10,14 ¿Cómo van a invocarlo, si no han creído en él? ¿Y cómo van a creer en él, si no han oído hablar de él? ¿Y cómo van a oir, si no hay quien les anuncie el mensaje? 

Y hoy, ¿sentimos nosotros esa necesidad imperiosa de transmitir la buena noticia? Hoy hablamos poco de Dios, nos da pena, vergüenza. No sentimos el impulso, la necesidad de comunicar esa buena noticia a los demás. A nuestros padres, hijos, parientes, vecinos, compañeros, amigos, no les hablamos de la buena nueva, y con ello les quitamos la experiencia de la victoria de Jesús.

Quien cree que Jesús ha resucitado, busca comunicar esta novedad de vida que ha traído para él mismo. ¿Hemos hecho eso?, ¿Hemos buscado a aquellas personas que no conocen a Jesús, o que conociéndolo no lo aman, porque lo conocen solo de nombre, para insistirles sobre esta maravillosa noticia?, ¿Tenemos el impulso que tuvo Magdalena, o Pedro, o los dos discípulos de Emaús? ¿O estamos como los discípulos en el cenáculo, es decir, creemos y estamos gozosos pero inmóviles? Por eso pregunta San Pablo: ¿Quién irá?

Quien cree en la resurrección, tiene que ser un misionero, alguien que obedece a Jesús, que dijo antes de ascender al cielo: “Vayan por todo el mundo y anuncien a todos la buena noticia.” Mr 16,15

Un segundo elemento que identifica la fe de quien cree en la resurrección, es que su vista, su corazón y su alma, estén en el cielo. Porque quien cree que Jesús resucitó, cree que la vida no termina aquí, porque al resucitar, Jesús ha mostrado que la vida se extiende. Entonces es una persona que está poniendo siempre sus ojos en lo alto, que sabe que todo lo que hace durante su vida tiene un fin, alcanzar la gloria donde está ya Cristo. Lo ve resucitado y espera poder alcanzar la gloria de la resurrección. Pero nos hemos hecho cristianos mundanizados. 

El Papa Benedicto XVI, antes de ser proclamado Papa, escribió sobre el estado del cristianismo hoy día y habla del neo-paganismo cristiano, es decir sobre la unión del paganismo al cristianismo, lo cual es algo inconcebible pues, o somos cristianos o somos paganos.  Esta es una nueva forma de paganismo que ha logrado penetrar las estructuras de la Iglesia y en algunos cristianos. Ha influenciado tanto que hay muchos cristianos que piensan como paganos. Si analizamos con sinceridad la forma en la que llevamos nuestra vida, nuestros negocios, nuestros pensamientos, nuestros criterios, llegaremos a la conclusión de que muchas veces actuamos como paganos, y eso es incompatible con nosotros. Debemos pues, estar conscientes de que si decimos ser seguidores de Cristo, debemos vivir según sus enseñanzas y ejemplo.

En Fil 3,20-21 San Pablo dice: “Nosotros somos ciudadanos del cielo, y esperamos como Salvador al Señor Jesucristo, que cambiará nuestro cuerpo miserable para que sea como su propio cuerpo glorioso. Y lo hará por medio del poder que tiene para dominar todas las cosas.  

Lo que estamos esperando es la gloriosa venida de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, porque Él va a darnos un cuerpo glorioso como el de El, para vivir en el cielo, porque somos ciudadanos del cielo. Pero, si no estamos viviendo como Cristo, ni siguiendo sus enseñanzas; si pensamos y actuamos como mundanos, con criterios de los que no creen, no les manifestamos a los demás que somos del cielo. Porque ¿Cómo creerán si nuestro testimonio es de personas ancladas a esta tierra, que no vemos hacia el cielo como nuestra meta? 

Si inventamos cualquier pretexto para no orar, para no ir a misa, para no confesarnos, o para no ir a un retiro, somos mundanos, y así nos ve la gente, como mundanos, no como personas que buscamos agradar a Dios y servir a los demás por amor, es decir como personas espirituales. 

Una persona que verdaderamente cree en la resurrección de Jesús, que cree que está vivo, espera llegar al cielo y recuerda que el pecado no es compatible con el cielo.

Si creemos en la resurrección y que Cristo nos da la capacidad de vencer nuestro pecado, nuestra miseria, nuestras tentaciones y debilidades. ¿Lo estamos mostrando con nuestra vida? Si no es así, ¿Cómo va a creer nuestro prójimo? ¿Cómo vamos a enseñarle que somos ciudadanos del cielo, que somos personas espirituales, que nuestra forma de pensar es la que Cristo nos enseñó y encontramos en el Evangelio?

Démonos tiempo para crecer espiritualmente, para que nuestra fe crezca y nuestro corazón se haga santo para que la gente crea. 

Es importante, por tanto, que le dediquemos tiempo a la oración, a la lectura de la Biblia, a las cosas espirituales. Pues si le dedicamos poco tiempo a las cosas del espíritu. ¿Cómo podrá entonces la gente considerarnos ciudadanos del cielo, como podremos decirles que la nueva vida que nos dio Jesús es una vida diferente si nos ve que somos mundanos? 

No podemos aparentar lo que no somos, por ello, debemos analizar lo que vemos por el cine, la televisión o internet, lo que escuchamos por la radio, lo que vemos o leemos en libros o revistas, con quién nos relacionamos, como nos comportamos, como nos expresamos,

Otro elemento fundamental es la fe en el resucitado, en Su Palabra. Si Jesús resucitó, nos mostró con ello que El es Dios, y si es Dios, su Palabra es incuestionable, es viva y eficaz, se cumple y debe ser la fuente y la norma para nuestros criterios, decisiones y actos. 

San Agustín decía: “No puedo amar lo que no conozco”, y este es un buen recordatorio para que conozcamos a Jesús y sus enseñanzas a través de la lectura, estudio y meditación de la Sagrada Escritura. Si no llevamos en nuestra mente y nuestro corazón, la Palabra de Dios, para que sea la norma de nuestra vida, tomaremos nuestros criterios de lo que nos rodea, de lo que dicen los medios de comunicación del mundo, de las modas del momento. Si no conocemos la Biblia, muchas cosas contrarias a la vida evangélica, influenciarán nuestros criterios y nos iremos volviendo cristianos neo-paganos.

¿Cómo van a creer en nosotros si nosotros ni siquiera conocemos las Sagradas Escrituras? Debemos conocer primero el contenido de las Escrituras para hacer lo que la Biblia dice. Hay quienes llevan la Biblia, pero no creen lo que dice, de la misma forma en que los discípulos del Señor no creyeron a pesar de que se les presentó. Dudaron como ahora dudan algunas personas aplicar lo que dice Dios a través de la Biblia.

Entonces manifestemos nuestra fe mostrando las señales del resucitado, que Jesús al despedirse menciona en Mr 16,17-18: “Estas señales acompañarán a los que creen: en mi nombre expulsarán demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes; y si beben algo venenoso, no les hará daño; además pondrán las manos sobre los enfermos, y estos sanarán.” 

Pongamos nuestra fe en acción y vivamos en paz, con gozo, sirviendo a los demás con amor y la gente creerá en el Señor por quien lo hacemos. Porque Él es quien, con su presencia en nuestra vida nos da esos y otros muchos dones que presentaré en otro programa.

Dice que los que creen, en el nombre de Jesús expulsarán demonios, los espíritus de perturbación, de pereza, de vanidad, de orgullo, de lujuria. Y para expulsarlos, basta con que oremos e impongamos las manos. Podemos decir, fuera de mí espíritu de odio, espíritu de maldad, espíritu de lujuria, espíritu de soberbia, espíritu de vanidad, vete espíritu que estás perturbando a mi esposa, a mi esposo, a mi hijo o hija, a fulano de tal; en el nombre de Jesús yo te echo fuera de aquí y en su Santo nombre, pido que me llenes, o llenes a esta persona de tu espíritu de paz, de amor, de alegría, de consuelo.

Como cristianos debemos reunirnos para orar en familia y expulsar de nuestras vidas los espíritus de pereza, de incapacidad, de temor y cualquier otro, fuera de nuestras vidas; y pedir que Espíritu de Dios descienda sobre nosotros.  

Eso lo enseñan las Sagradas Escrituras, pero hay quienes no creen, o no saben que se puede hacer, porque no han leído, pero el Señor nos ha dado ya la victoria y quiere que su victoria sea nuestra, porque desea que vivamos con gozo y paz. Si una persona es perezosa, no va a tener gozo ni paz. Si es gobernada por sus pasiones, por el orgullo, por la vanidad, por el egoísmo, por la lujuria o por la gula, no tendrá paz. Por ello debemos pedir la victoria sobre esos espíritus en el nombre de Jesús y echarlos fuera de nuestra vida o de la vida de aquellos por los que oremos. Yo mismo lo he padecido y por ello, cuando me he sentido perturbado, he orado o he pedido que oren por mí, y cuando oran, me siento liberado, porque obedecemos la enseñanza del Señor.

Enseguida dice: “hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño.” Pero esto no significa que nos vayamos a meter entre serpientes o que bebamos veneno. Lo que esto significa es: “No te preocupes, van a llegarte muchas calamidades, muchos problemas. Hoy estamos viviendo situaciones tremendas: la pandemia, secuestros, robos, asaltos; mas no por eso nos vamos a encerrar en nuestras casas por temor. Esas son las serpientes a las que hacen referencia las Escrituras, por lo que podremos andar entre serpientes. Y en cuanto a lo de beber veneno, tenemos el ejemplo de la televisión, el cine, incluso la música, con la que nos inyectan una cantidad de veneno terrible. 

Entonces, ¿no hay que ver tele, ni ir al cine, ni oír música mundana? NO, me refiero a que debemos inmunizarnos contra esas cosas. Quien cree, recibirá los dones del Espíritu Santo, que vamos a tratar en otro programa, y podrá discernir lo que conviene y lo que no, y podrá tomar la decisión adecuada. 

Dice también el texto: “hablarán en lenguas nuevas”. En esta época de las comunicaciones en la que nos podemos comunicar con alguien al otro lado del mundo por internet, por el celular, resulta que no nos entendemos con nuestra pareja, porque hombres y mujeres hablamos idiomas diferentes. Y ¿dónde podemos aprender a hablar este lenguaje? Esta es una lengua nueva que puedes aprender, si crees, porque es el lenguaje del amor. Por eso es que, en una familia cristiana, una familia bien integrada, que se abrazan, que se cuidan, que se aman, se da la comunicación verdadera porque hablan el mismo lenguaje, y sirve de ejemplo y testimonio del resucitado, porque tienen fe en Jesucristo, porque creen en Él. 

Una familia con esas características tiene gran ventaja sobre aquellas que no creen porque más del 80% de los problemas que se dan en las familias, son consecuencia de la mala comunicación. Y la única forma de superar la mala comunicación es a través del amor de Jesucristo, que llenará a cada miembro de Su amor y con él en la comunicación habrá entendimiento, amor, gozo, que es lo que nos dejó Cristo al resucitar.

El último signo es que “impondrán las manos sobre los enfermos y estos sanarán.” Podemos sanar física, emocional y anímicamente a través de la oración, porque así dice la Biblia, y como creer en la resurrección nos lleva a creer en las Sagradas Escrituras, entonces nos encontramos con que podemos hacer esto para llevar la vida plena y abundante que Jesús vino a darnos. La gente necesita ver que nuestra fe es verdadera. Cuando haya un enfermo, muéstrale el amor de Jesús y ora con fe, al Padre, en el nombre de Jesús, por él, y sanará, porque esta es una de las señales que acompañarán a los que creen.

Si crees que Jesús resucitó y está vivo, estas señales te acompañarán, porque mantenerse estáticos, sin hacer nada, no es característica de los que creen, como sucedió con los discípulos que no tenían su fe madura, y nosotros debemos procurar que nuestra fe madure como maduró la de ellos. Y nos veremos actuando bajo la acción del Espíritu de Dios como ellos, que no se quedaron inmóviles, salieron a anunciar a Jesús vivo y realizaron señales milagrosas. Actuemos como ellos y veremos cómo sanan los enfermos. 

Busquemos pues, que, durante este tiempo, nuestra fe en el resucitado crezca, se desarrolle y seamos capaces de transmitir la Buena Nueva de salvación por Cristo que resucitó. Hagámoslo confiados, con fe, con el impulso que el Espíritu nos da.  

Que nuestra fe crezca y que nuestros ojos puedan estar clavados en el cielo donde está Jesucristo resucitado, que podamos creer lo que dice la Sagrada Escritura y vivamos de acuerdo a ella. Una fe como esta es la que muestra a Jesús a los demás y entonces, el mundo empieza a cambiar y a tener esta vida victoriosa, de amor, armonía, paz y gozo.

Seamos portadores de esta noticia triunfadora a través de nuestra fe y de las señales del resucitado. Que así sea.

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