DIOS ESCUCHA Y RESPONDE TU ORACIÓN
Aunque dudes de la afirmación que lleva por nombre el tema de hoy, te pido que abras tu mente y tu corazón a lo que voy a decirte, pues es una verdad respaldada por lo que dicen las Sagradas Escrituras, de lo que dijo el Papa Francisco en una audiencia de Diciembre de 2020, y por mi experiencia personal.
En tu interior, hay una presencia que escucha todos tus llamados y un poder que satisface todas tus necesidades. Esa presencia y ese poder están listos y dispuestos a moverse a través de cualquier situación en tu vida para sanar, guiar, iluminar y bendecir, pero también, cuando hace falta reprender para que retomes el buen camino.
Esa presencia y ese poder es Dios mismo, que escucha y responde siempre. No importa lo imposible que pueda parecer una solución, Él escucha y responde a todo llamado.
Dios responde a toda persona que le busca con sinceridad, suministrando la luz, la paz, la armonía, la sanidad o el orden que se desea, y tú, puedes tener la certeza, que «el Señor te escucha cuando acudes a Él cuando lo llamas», como dice en el Sal 4,3.
Pero debes comenzar soltando cualquier preocupación o duda que tengas acerca de si tienes el conocimiento, la fortaleza o la fe que se requiere para que, al orar, recibas la respuesta que necesitas tú u otra persona por la que intercedas. Recuerda que Jesús acudía constantemente al Padre para encontrar las respuestas de todo, y enseñó y probó que Dios responde y está disponible siempre y dondequiera, listo para cualquier llamada. Dios responde para fortalecer la más vacilante muestra de comprensión espiritual. La paz de Dios viene enseguida como respuesta a nuestra búsqueda de paz interna. Pero debemos reconocer que la respuesta de Dios no siempre será según lo que deseamos, pero si será lo que Él sabe que necesitamos, por lo tanto, será siempre bendición. A veces dirá si a nuestra petición, otras, podrá decir aún no es el momento, pero también puede decir no, eso no te conviene.
Dijo el Papa Francisco: nuestra oración incluye la alabanza y la súplica. De hecho, cuando Jesús enseñó a sus discípulos a rezar, lo hizo con el “Padrenuestro”, para que nos pongamos en relación de confianza filial con Dios y le dirijamos todas nuestras necesidades y deseos o anhelos.
Suplicamos a Dios por la santificación de su nombre entre los hombres, por el advenimiento de su señoría, por la realización de su voluntad de bien en el mundo. Y como recuerda el Catecismo: «Hay una jerarquía en las peticiones: primero el Reino, a continuación lo que es necesario para acogerlo y para cooperar a su venida». Consideremos entonces esa jerarquía en nuestras peticiones.
Pero en el “Padrenuestro” rezamos también por los dones más sencillos, por los más cotidianos, como el “pan de cada día”, y esto quiere decir que también pedimos por la salud, la familia, la casa, el trabajo, por las cosas de todos los días; y también quiere decir que pedimos por la Eucaristía, necesaria para la vida en Cristo; y rezamos por el perdón de los pecados, que es algo cotidiano; por lo que siempre necesitamos perdón, y por tanto, la paz en nuestras relaciones; y finalmente pedimos que nos ayude a vencer las tentaciones y nos libre del mal, porque sabemos que, por ser pecadores, nos apartamos de nuestro Padre y de su cobertura y protección. Si nos sentimos mal porque hemos hecho cosas malas, porque hemos pecado; cuando rezamos el Padrenuestro ya nos estamos acercando al Señor, pues es nuestra manifestación de volver a Él.
A veces podemos creer que no necesitamos nada, que nos bastamos nosotros mismos y vivimos en la autosuficiencia más completa. Pero tarde o temprano esta ilusión se desvanece.
Todos experimentamos, en un momento u otro de nuestra existencia, el tiempo de la melancolía o de la soledad, como nos muestra la Biblia sobre la condición humana marcada por la enfermedad, las injusticias, la traición de los amigos, o la amenaza de los enemigos.
A veces parece que todo se derrumba, que la vida vivida hasta ahora ha sido vana. Y en estas situaciones aparentemente sin escapatoria hay una única salida: el grito «¡Señor, ayúdame!». La oración abre destellos de luz en la más densa oscuridad. Esa oración hecha con fe, abre el camino y podemos ver con claridad la senda por la que debemos continuar.
Los seres humanos, somos los únicos que rezamos conscientemente, que sabemos que nos dirigimos al Padre, y que entramos en diálogo con Él. Por tanto, no tenemos que escandalizarnos ni tener vergüenza si sentimos la necesidad de rezar, sobre todo cuando estamos en un momento de necesidad.
Muchos tenemos vergüenza de pedir; de pedir ayuda a alguien, y también vergüenza de pedir a Dios. No hay que tener vergüenza de rezar y decir: “Señor, necesito tu ayuda”, “Señor, estoy en esta dificultad”, “¡Ven en mi auxilio!”. La oración es el grito del corazón necesitado hacia Dios que es Padre. Pero tenemos que aprender a hacerlo también en los tiempos felices; dar gracias a Dios por cada cosa que nos da, y no dar nada por seguro pues todo lo que recibimos y disfrutamos es por gracia, entiéndase ésta como el modo con el que Dios hace participar al hombre de su amor.
En el Libro de los Salmos no hay nadie que levante su lamento en oración y no sea escuchado. Dios responde siempre: hoy o mañana, pero siempre responde, de una manera u otra. Siempre responde. La Biblia lo repite infinidad de veces: Dios escucha el grito de quien lo invoca, como leemos en el Eclo o Sir 2,10-11 ahí dice: «Fíjense en lo que sucedió en otros tiempos: nadie que confiara en el Señor se vio decepcionado; nadie que lo honrara fielmente se vio abandonado; a todos los que lo invocaron, él los escuchó. Porque el Señor es tierno y compasivo, perdona los pecados y salva en tiempo de aflicción.»
Y querido oyente, te invito a que, cuando ores, hagas lo que dicen los versos anteriores 6-9: «Confía en Dios, y él te ayudará; procede rectamente y espera en él. Tú, que honras al Señor, confía en su misericordia; no te desvíes del camino recto, para no caer. Tú que honras al Señor, confía en él, y no quedarás sin recompensa. Tú que honras al Señor, espera la prosperidad, la felicidad eterna y el amor de Dios.»
Si en este momento parece no haber respuesta a tus oraciones, puedes tener la certeza de que cuentas con la Presencia y el Poder de Dios. El está ahí contigo, escuchando tu voz, y los silenciosos anhelos de tu corazón, que serán como gritos dirigidos a Él, y Dios responderá cuando tú le escuches y le des gracias.
Ahora, suelta por un momento, tus ansiedades y dudas sobre cualquier falta de respuesta a lo que te esté atacando y que te preocupe. En su lugar, asume un modo de pensar y de actuar calmado y confiado en Dios todopoderoso, y a diario ejercita y fortalece tu fe al afirmar “!Gracias Padre por escuchar y responder Siempre! ¡Escucho y sigo tu dirección!” y da gracias a Dios por su respuesta, aun cuando todavía no la veas, porque su respuesta llegará. Da gracias porque su infinita sabiduría está continuamente disponible, porque escucha hasta tus más silenciosas oraciones. Da gracias porque el amor de Dios está ya proporcionando la respuesta, que aun cuando no sea la que deseas será la respuesta perfecta. Y confía porque Dios te dice en el Sal 91,15: «Me llamarás y te responderé; estaré a tu lado en la desgracia, te libraré de la angustia y te colmaré de honores.».
Ya no te inquietes preguntándote que puedes hacer por tus seres queridos, o si tendrás los medios suficientes para satisfacer las necesidades de salud, negocios, estudios o cualquier otra. Más allá de tu visión humana y razonamiento intelectual, están las inmensas e ilimitadas obras de Dios. Por lo que puedes mantener una actitud de calma y confianza en cada oración que eleves a Dios, porque Él escucha y responde ¡siempre!
Sé que hay momentos en los que las cosas van mal, momentos en los que surgen sentimientos de desesperanza, momentos en los que el corazón parece estar totalmente vacío y la mente confusa y hasta incrédula. Entonces, más que nunca, es importante dedicar tiempo a alabar y dar gracias al Padre, y seguir mostrando nuestro agradecimiento con palabras, puedes decirle: “Padre, te doy gracias porque me escuchas” – “Gracias por escuchar y responder siempre”.
En momentos difíciles, cuando sientes soledad o angustia por cualquier circunstancia, recuerda que tienes contigo la Presencia de Dios, que siempre responde. Acude a Él, recordando lo que hizo Jesús en todo momento, como demostró frente a la tumba de su amigo Lázaro. Al decir las palabras que encontramos en Jn 11,41 “Padre, te doy gracias por haberme escuchado”, hacía una afirmación absoluta de su fe en el Padre, sabiendo que Dios contesta siempre.
Jesús dirigió siempre la vida, la curación, el amor y la paz, al Padre omnipotente, sabiendo que Él responde, y vio respuesta de vida donde los demás veían solo carencia y enfermedad. Él miró mas allá de la limitación que lo rodeaba, sabiendo que el Padre estaba allí y respondería con poder y bondad.
Lo puso de manifiesto en multitud de personas, lugares y ocasiones, y la respuesta se dió una y otra vez, nunca falló.
En Jn 11,43, Jesús., en un tono alto y claro, dijo: “Lázaro sal fuera”, con la convicción de que el Padre responde siempre. Tan poderosa fue la intención que Jesús dio a sus palabras de agradecimiento al Padre, que nada hubiera podido impedir que se diera el milagro. Abiertamente alabó a Dios y trabajó con Él haciendo su parte, sabiendo que los resultados contarían la historia mejor que cualquier explicación que se diera. Y así como Jesús hacía y enseñaba, hazlo tu, siguiendo su ejemplo y sus instrucciones, por ello cuando ores, pidiendo algo al Padre hazlo en el nombre de Jesús, como dijo Él en Jn 14,13-14 «Y todo lo que ustedes pidan en mi nombre, yo lo haré, para que por el Hijo se muestre la gloria del Padre. Yo haré cualquier cosa que en mi nombre ustedes me pidan.»
Los milagros de vida y curación, de fortaleza y valor, de paz y abundancia, que tú necesitas, esperan de ti la misma confianza y dependencia de Dios que manifestó Jesús en todo momento. Al dedicar tus pensamientos y sentimientos a la Presencia de Dios, sucederán tus propios milagros personales y tendrán lugar las respuestas que surgirán a pesar de una fe limitada, abriéndose paso a la luz del amor de Dios; y con la respuesta de Dios, también crecerá tu fe.
Ahora, querido oyente, le pido a Dios que tus oraciones suban a su presencia con fe renovada en el poder de tu Padre Celestial que escucha y responde ¡siempre!
Que así sea, para honra y gloria de su santo nombre y bendición tuya y de las personas por las que ores.