Skip links

EL PERDÓN DE DIOS NOS RECONCILIA CON ÉL Y CON NUESTRO PRÓJIMO

EL PERDÓN DE DIOS NOS RECONCILIA CON ÉL

Y CON NUESTRO PRÓJIMO

Para tener bendición con este mensaje, examina tu corazón para darte cuenta cómo se encuentra ahora. Si has aceptado a Jesucristo como tu Señor y Salvador, eres un hijo de Dios y el pecado ya no tiene ningún poder sobre ti, pero lamentablemente, aun cuando renunciamos al pecado, volvemos a dejarnos seducir por las tentaciones que la carne, el mundo y Satanás nos presentan, y ofendemos otra vez a Dios, a nosotros mismos y a nuestros semejantes. Esos actos que son pecados, y el mundo se esfuerza en disimular cambiándole de nombre o justificándolos, son pecados. Por ejemplo, el adulterio, la fornicación y la homosexualidad siguen siendo pecados, aunque el mundo y algunas tendencias las llamen con otros nombres y Dios nos dice que no lo disimulemos, sino que lo reconozcamos para que Él nos perdone, como leemos en Is 1,18: Dice el Señor–. Aunque sus pecados sean como el rojo más vivo, se volverán blancos como nieve; aunque sean rojos como escarlata, como blanca lana quedarán.” El mismo Señor, a través del profeta Isaías, nos llama a reconocer nuestros pecados, a que nos pongamos a cuentas con él. Él quiere purificarnos, limpiarnos y transformar nuestra vida para que la disfrutemos plenamente, para eso, nuestro Señor Jesucristo dejó un mecanismo, en nuestra Iglesia católica, con el que podemos ponernos a cuentas con él. Es el Sacramento de la Reconciliación o Confesión al que tenemos acceso por la gracia de Dios. El Señor nos dice por medio del profeta Ez 33,11: “Yo no me complazco en la muerte del malvado, sino en que se convierta y viva. Conviértanse, conviértanse de su perversa conducta.” Dios nos llama a que, si hemos vuelto a caer en pecado, nos acerquemos a Él para ser cambiados, para ser blanqueados, para ser purificados, como dijo a través de Isaías.

Como dice el profeta Ezequiel, no debemos temer porque “Dios no desea nuestra muerte, desea que cambiemos de conducta y que vivamos.” Y hoy es tiempo propicio para que te examines. Y al reconocer que has pecado, te arrepientas de corazón y le pidas perdón al Padre. Para esto debes recordar que la sangre que Jesús derramó en la cruz tiene un valor infinito para pagar por tus pecados; ese pago que tu enemigo, el Diablo, está empeñado en cobrarte en el momento menos esperado, por lo que pretende engañarte para que no te confieses y no dejes el pecado.

Para hacer tuyo el pago que Jesús hizo en la cruz, es necesario que tu vida esté rendida a Él, que Él esté en el centro de tu corazón y de todo lo eres y tienes.  Pero si aún no has reconocido a Jesucristo como tu Salvador y Señor, hazlo, reconoce que no puedes guiar tu vida por el camino de bendición que Él tiene trazado para ti, y que para ser agradable a Dios, necesitas que tu vida sea gobernada por el Rey de reyes y Señor de señores, Jesucristo; El hijo único de Dios. Entonces, ríndete a Él y pídele que pase a ser el Señor y Salvador de tu vida. Es importante que pase a ser tu Señor y tu Salvador, que tome pleno control de tu vida para que vayas por las sendas agradables a Él y luego pídele también que llene tu corazón de paz, gozo y amor.

Ahora bien, si tú, ya le entregaste tu vida a Jesús, pero has vuelto a caer en la tentación y has pecado, debes arrepentirte y clamar a Dios para que ese pago efectuado por Jesús en la cruz te limpie nuevamente. Cuando aceptas que Cristo Jesús pagó por ti en la cruz, permite que Su bendición te alcance y con ella, Dios te liberará del pecado con el que le desobedeciste y ofendiste.

A Satanás no le gusta que reconozcamos nuestro pecado y que pidamos perdón al Señor, porque no quiere que la sangre de Cristo nos limpie y nos libere así de las cadenas con las que pretende mantenernos esclavizados. Él sabe que cuando acudimos al Sacramento de la Reconciliación y confesamos nuestros pecados, pierde el poder que le dimos sobre nuestras vidas y tratará de evitarlo, engañándonos y mintiendo, lo cual hace de muchas formas, como hacerte creer que eres muy bueno y que no has cometido pecado, pero ya escuchamos lo que dice San Pablo en Ro 3,23, “que todos hemos pecado y estamos lejos de la presencia salvadora de Dios”. Y al respecto dice también 1Jn 1,10: “Si decimos que no hemos cometido pecado, hacemos que Dios parezca mentiroso y no hemos aceptado verdaderamente su palabra.” La Palabra del Señor es clara, no podemos pensar o creer que no hemos cometido pecado pues todos hemos pecado. El único que nunca pecó fue nuestro señor Jesucristo. Todos, de una o de otra forma hemos pecado.

La segunda forma en la que el enemigo puede tratar de engañarnos es hacernos creer que somos tan malos que Jesús no puede salvarnos, que la sangre de Cristo no nos puede limpiar. Pero dice Ro 5,20b:Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia.” Esto significa que no hay pecado tan grande que la sangre de Cristo no pueda limpiar, porque el amor del Señor es infinito y el sacrificio que Cristo hizo en la cruz es suficiente para perdonar cualquier pecado. Otra forma con la que trata de engañarnos es hacernos creer que los pecados que has cometido no son tu responsabilidad, que otros te indujeron a cometer un pecado. Pero la decisión ha sido tuya, nadie te puede obligar a pecar porque el Señor te dio libre albedrío, eso significa que eres libre de tomar tus decisiones, y puedes también pedirle perdón por medio del Sacramento de la Confesión y entonces, como Dice el Señor, en Is 1,18, «Aunque tus pecados sean como el rojo más vivo, se volverán blancos como nieve; aunque sean rojos como escarlata, como blanca lana quedarán

Otra forma de engañarnos es motivarnos a excusamos a nosotros mismos diciéndonos cosas como: “Todo el mundo lo hace”, “Hay que ser listo y aprovechar”, “Así lo hacía mi papá”, “Es mi cuerpo y hago lo que quiera”, y cosas parecidas. También te hace creer que fumar, beber licor, drogarse o exponerse al peligro para disfrutar de la adrenalina, no es pecado. Pero te recuerdo, que con estas acciones contra tu cuerpo que es templo del Espíritu Santo, cometes pecado. No te dejes engañar, todas esas son tretas del enemigo para que no reconozcas tu pecado y no lo confieses así él podrá seguir teniendo dominio sobre ti.

Después de lo que has escuchado ya conoces sus tretas, y puedes reflexionar y seguir adelante actuando según la respuesta que dio San Pedro a quienes lo escucharon predicar sobre la resurección de Jesús después de que el Espíritu Santo los ungió con poder en Pentecostés, como dice Hch 2,38-39.«Arrepiéntanse, -Cambien su manera de pensar y de vivir, y bautícese cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo para perdón de sus pecados, Así Dios les perdonará sus pecados y recibirán el Espíritu Santo como regalo. Esta promesa es para ustedes, para sus hijos y para todos los que están lejos. Es decir, para todos los que el Señor nuestro Dios quiera llamar.»  El Señor, te está llamando a que te vuelvas a Él, que te arrepientas, pues el arrepentimiento es la puerta para la plenitud, al gozo y la paz. Arrepentirse es reconocer que has actuado mal y decides pedir perdón, y hacer lo que le agrada a Dios. Arrepentimiento significa cambiar de manera de pensar y cambiar de vida, arrepentirse es volverse de estar de espaldas a Dios por el pecado, a estar de frente a Él, es dar media vuelta para dejar atrás el pecado y volvernos a Dios, quien nos espera con los brazos abiertos, como el padre de la parábola del hijo pródigo.

En el Sal 119,59. Encontramos una definición clara de lo que es el arrepentimiento. Dice el salmista: Examiné cuidadosamente mi vida y decidí regresar a ti y seguir tus enseñanzas.” El Señor te está llamando a reflexionar sobre cómo ha sido tu conducta, sobre cómo has estado viviendo, si a tu manera o a la manera de Dios. Y te llama a hacer las cosas que Él manda: a cambiar de actitud, a tomar la decisión de andar por el camino que Cristo nos marcó… a obedecer al Padre.

Parte del arrepentimiento es también el propósito de enmienda. Esto quiere decir tener deseo en el corazón de no volver a pecar, dejando de hacer lo malo que ofende a Dios y hacer lo que le agrada a Él. También, si es posible, hacer restitución a quienes hemos defraudado. Lc 19,1-10, nos da un ejemplo, Dice ahí: “En Jericó había un jefe de recaudadores de impuestos muy rico llamado Zaqueo que intentaba ver a Jesús; pero a causa del gentío no lo conseguía porque era de baja estatura, por lo que subió a un árbol para verlo. Cuando Jesús llegó al sitio, alzó la vista y le dijo: –Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa. Bajó rápidamente y lo recibió muy contento. Al verlo, murmuraban todos porque entraba a hospedarse en casa de un pecador. Pero Zaqueo se puso en pie y dijo al Señor –La mitad de mis bienes se la daréa los pobres, y a quien haya defraudado le devolveré cuatro veces más. Jesús le dijo: –Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también él es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y salvar lo perdido.”

Zaqueo, cobrador de impuestos, era un ladrón acostumbrado a cobrar más de lo que correspondía y entregar menos de lo de debido a los romanos para quedarse con la diferencia. Este hombre al ser llamado por Jesús tomó la decisión de cambiar y volverse a Dios.

De igual manera como hizo con Zaqueo, el Señor ha venido a buscarnos a ti y a mí, porque nos habíamos perdido. De nosotros depende tomar la decisión de aceptar su invitación y arrepentidos, volvernos a Él, dejando atrás el pecado. Y una vez que él nos ha perdonado, restituyamos, como lo hizo Zaqueo, lo que hemos robado o defraudado y eso permitirá que también nos reconciliemos con las personas contra quienes actuamos mal.

El arrepentimiento y el perdón son un regalo de Dios que nos da por gracia y misericordia. Son un regalo porque a nosotros no nos cuesta nada y con nada podemos pagarlos. Sin embargo, aun cuando para nosotros es gratuito, a Jesús le costó el sufrimiento y la muerte.

Cristo quiere y tiene el poder para reconstruir tu vida. Para poder hacerlo Él espera que te vuelvas a él como dijo en la parábola del hijo pródigo. El muchacho de esa parábola, es imagen de cada uno de nosotros, después de haber despilfarrado lo que su padre le había dado, que es la imagen de todo cuanto Dios nos ha dado, deseaba comer lo que daba a los cerdos. Pero reflexionó y se dijo: “Es tiempo de volver a la casa de mi padre y decirle que he pecado contra el cielo y contra él, que no merezco llamarme su hijo y que me trate como a uno de sus trabajadores. Y volvió a su padre. Eso debemos hacer tú y yo cuando pecamos, reconocer nuestra falta y arrepentidos volvernos a Dios y pedirle perdón.

Para obtener su perdón sigue estos pasos:

1° Reconoce con humildad tus pecados.

2° Arrepiéntete de haberlos cometido.

3° Confiésalos sin excusas.

4° Pide y acepta el perdón de Dios, y

5° Proponte no volver al pecado que Jesús limpió.

Ahora reflexiona. ¿En qué le has fallado a Dios? ¿De qué manera lo has ofendido? ¿Cuáles son tus pecados? ¿La vanidad?, ¿La avaricia?, ¿La lujuria? Tú lo sabes y Dios también. Confiesa esos pecados para recibir de él el perdón y la misericordia. Y cuando lo hagas, siéntete perdonado/a porque él ve tu corazón y tu arrepentimiento y te perdonará. Él te acepta como eres, pues, aunque aborrece el pecado, ama al pecador. Acepta entonces el perdón y el amor que el Señor te dé cuando te vuelvas a Él arrepentido.

Recuerda también lo que escuchaste en el tema anterior: “El perdón es un acto que libera” y trae a tu mente las personas a las que consideras que te han hecho daño u ofendido, que te provocaron dolor, y con el perdón que Jesús te ha dado, perdónalos. O si tu eres quien ha dañado, ofendido o causado dolor a alguien pide perdón a estas personas. Y sintiéndote, amado, aceptado y perdonado por el Señor y reconciliado con tus semejantes, disfruta con libertad y gozo de la vida que Jesús vino a darnos. Que así sea.