SAQUEMOS PROVECHO DE LAS ADVERSIDADES
SAQUEMOS PROVECHO DE LAS ADVERSIDADES
En momentos de tribulación, “Jesucristo tiene el poder de aliviar nuestras cargas y aligerar nuestros sufrimientos” y con el tema que presento hoy tomado del Capítulo 12 del libro IMITACIÓN DE CRISTO de Tomás de Kempis que trata sobre EL PROVECHO QUE PODEMOS OBTENER DE LAS ADVERSIDADES, pretendo mostrar cuán bondadoso es el Señor que nos enseña que aún en las dificultades, o adversidades, Él está con nosotros y nos muestra cómo sacar provecho de esas situaciones, siempre que estemos tomados de su amorosa mano, y que a veces esa la razón por la cual permite que pasemos por momentos difíciles es que, reconozcamos nuestra necesidad de Dios y nos volvamos a Él.
Si vemos entonces que la adversidad es un medio para reconocer nuestra necesidad de Dios, podemos agradecer esos momentos de dificultad, pues estos forman parte del plan de Dios para nuestro progreso y fortalecimiento espiritual ya que nos ayudarán a esforzarnos para encontrar nuestro camino a la santidad, a la que hemos sido llamados pues en Lv 11,45; y más tarde en 1 P 1,16, nuestro Padre Celestial nos dice: «Sean santos, porque yo soy santo», y ahora el Papa Francisco en la Exhortación Apostólica “Gaudete et Exsultate”, o Alegraos y Regocijaos en español, sobre el llamado a la santidad en el mundo actual, en el primer párrafo, con el sub título: “Los santos que nos alientan y acompañan”, empieza diciendo: «En la carta a los Hebreos se mencionan distintos testimonios que nos animan a que «corramos, con constancia, en la carrera que nos toca». Allí se habla de Abraham, de Sara, de Moisés, de Gedeón y de varios más y sobre todo se nos invita a reconocer que tenemos «una nube tan ingente de testigos» que nos alientan a no detenernos en el camino y nos estimulan a seguir caminando hacia la meta. Y termina diciendo: Quizá su vida no fue siempre perfecta, pero aun en medio de imperfecciones y caídas siguieron adelante y agradaron al Señor.» Y con esto indica que su camino a la santidad no fue sobre pétalos de rosa, debieron enfrentar dificultades, tribulaciones, problemas de todo tipo, pero, a pesar de ellas, se mantuvieron firmes en hacer la voluntad de Dios y le agradaron es decir alcanzaron la santidad.
En 1Pe 5,6-10, el primer Papa, escribió:
“Humíllense bajo la poderosa mano de Dios, para que él los enaltezca a su debido tiempo. Dejen todas sus preocupaciones a Dios, porque él se interesa por ustedes. Sean prudentes y manténganse despiertos, porque su enemigo el diablo, como un león rugiente, anda buscando a quien devorar.”
Sinónimos de devorar son: destruír, arruinar, devastar, aniquilar, despedazar, desgarrar; esto debe dejarnos claro que lo que el diablo pretende es hacernos pasar por dificultades, tribulaciones, adversidades.
Continúa San Pedro mostrándo lo que debemos hacer al estar en esa situación: “Resístanle, firmes en la fe, sabiendo que en todas partes del mundo los hermanos de ustedes están sufriendo las mismas cosas. Pero después que ustedes hayan sufrido por un poco de tiempo, Dios los hará perfectos, firmes, fuertes y seguros. Es el mismo Dios que en su gran amor nos ha llamado a tener parte en su gloria eterna en unión con Jesucristo.” Con esto nos hace ver que todos somos tentados, que todos somos atacados para que padezcamos sufrimientos con el fin de apartarnos de Dios al renegar por ellos, y es por ello que El Beato Topmás de Kempis escribió:
Bueno es que algunas veces nos sucedan cosas adversas y vengan contrariedades, porque suelen atraer al corazón del hombre, para que se conozca desterrado y no ponga su esperanza en cosa alguna del mundo.
Con esto nos hace ver que Dios permite esas situaciones que parecieran negativas para nuestra vida para que nos enfoquemos en las cosas espirituales y reconozcamos que Dios tiene todo bajo control y que, como dice San Pablo en Ro 8,28: “Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, a los cuales él ha llamado de acuerdo con su propósito.” Y recordemos que Pablo sabia lo que era padecer, pues como dice en la 2Cor 11, pasó sufrimientos por servir al Señor Jesús. Él cuenta: “me han encarcelado, he sido azotado y muchas veces he estado en peligro de muerte. En cinco ocasiones me castigaron con los treinta y nueve azotes. Tres veces me apalearon, y una me apedrearon. En tres ocasiones se hundió el barco en que yo viajaba, y, a punto de ahogarme, pasé una noche y un día en alta mar. Me he visto en peligros de ríos, en peligros de ladrones, y en peligros entre mis paisanos y entre los extranjeros. También me he visto en peligros en la ciudad, en el campo y en el mar, y en peligros entre falsos hermanos. He pasado trabajos y dificultades; muchas veces me he quedado sin dormir; he sufrido hambre y sed; muchas veces no he comido; he sufrido por el frío y por la falta de ropa.”
Tomando en cuenta esto, El Beato de Kempis continua escribiendo: “Bueno es que padezcamos a veces contradicciones y que sientan de nosotros mal e imperfectamente, aunque hagamos bien y tengamos buena intención. Estas cosas de ordinario ayudan a la humildad y nos defienden de la vanagloria. Porque entonces mejor buscamos a Dios por testigo interior, cuando por de fuera somos despreciados de los hombres y no nos dan crédito.”
Con esto nos hace ver que aun haciendo con la mejor de las intenciones lo que hagamos, podemos ser mal entendidos, como sucede con frecuencia, y que no debemos defender nuestra conducta, pues hemos de ser humildes y evitar la vanidad o la vanagloria, pues, como se mencionó en el programa anterior eso es un grave peligro para nuestras almas, además, será el Señor quien nos defienda en el momento oportuno, ya sea en esta vida o al momento de nuestro juicio.
Y continúa de Kempis: Por eso debe uno afirmarse de tal manera en Dios, que no le sea necesario buscar el consuelo humano. Cuando el hombre de buena voluntad es atribulado, o tentado, o afligido con malos pensamientos; entonces reconoce que tiene mayor necesidad de Dios, y experimenta que sin ÉI no puede hacer nada bueno. Entonces se entristece, gime y ora a Dios por las miserias que padece. Y la vida larga le es molesta, y desea hallar la muerte para ser desatado de este cuerpo y estar con Cristo, que es un pensamiento ampliado de lo que Dice San Pablo en Fil l,21: “Porque para mí, seguir viviendo es Cristo, y morir, una ganancia.” Y termina ese capítulo cuando dice: Entonces también conoce que no puede haber en el mundo perfecta seguridad ni cumplida paz.
Ten presente eso pues, en el mundo, hoy se da mucha importancia a la comodidad, a la seguridad, a la felicidad, así como a lo fácil y rápido. Con ello, a los seguidores de Cristo se nos olvida que estamos en guerra permanente con el diablo, un enemigo real y poderoso que pretende alejarnos de Dios y someternos a la esclavitud de cualquiera de los pecados a los que intenta hacernos caer, por ello con estos mensajes pretendemos enseñar cómo enfrentar una guerra espiritual y sacar provecho de esos ataques.
Tengamos en cuenta que la vida de los discípulos de Cristo no tiene como propósito ser un paseo agradable; ni se nos promete librarnos de peleas con el enemigo. Lo que si se nos promete, por medio de San Pablo, es que tomados de la mano de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, y con las armas espirituales que Dios nos da, podemos salir vencedores en todo conflicto, pues con Él somos más que vencedores.
Ahora bien, nos toca a cada uno prepararnos para la batalla y eso lo haremos teniendo una relación continua con Dios, por medio de la oración; pero también debemos conocer las bendiciones que tiene para nosotros así como aquello que no le agrada a Dios porque nos hace mal, razón por la cual nos da sus instrucciones y nos enseña a dónde nos conduce cada decisión que tomemos, como dice en el Deut cap. 28.
Sin embargo, si hasta ahora no has vivido de acuerdo a sus normas y mandamientos, puedes tener la certeza de que Dios te recibirá como el Padre amoroso que es y si llegas ante Él con corazón arrepentido a pedirle perdón, Él te recibirá y te perdonará, porque Él no desea que te pierdas por la eternidad, razón por la cual envió a su Hijo único, Jesucristo, para que, por su sacrificio hasta la muerte en la cruz, Él pagara el castigo que merecíamos por haber pecado al desobedecer a Dios y recibiéramos el perdón como profetizó el profeta Isaías 640 años antes de Cristo como leemos en Isa 55,3 “Vengan a mí y pongan atención, escúchenme y vivirán. Yo haré con ustedes una alianza eterna, cumpliendo así las promesas que por amor hice a David.” Esa alianza eterna es la que menciona también Is 61,8; y Ez 16,60.
En Jer 32,40 el Señor especifíca: “Me comprometeré a no dejar nunca de hacerles bien, y les llenaré del deseo de honrarme y de no apartarse nunca de mí.” Promesa que Salomón había pedido al Señor que cumpliera según leemos en 1Re 8,25, ahí dice: “Señor, Dios de Israel, cumple también lo que prometiste a tu siervo David, mi padre: que no le faltaría un descendiente que, con tu favor, subiera al trono de Israel, con tal de que sus hijos cuidaran su conducta y se comportaran en tu presencia como él se comportó.” Y como notamos, no solo reconoce la promesa de Dios sino la condición que se debe cumplir para que recibamos la bendición: que cuidemos nuestra vida y nos comportemos en Su presencia como David se comportó. Recordemos que si bien, David cometió graves pecados, también se arrepintió y fué perdonado de inmediato, aunque tuvo que asumir las consecuencias de su crimen.
Con esta promesa de Dios, podemos entonces, tener la confianza de que podremos rendirnos a Él, pues en nuestro corazón Él pondrá el deseo de mantenernos fieles a Él, y disfrutando de sus manifestaciones de amor y por ello, podremos también, mantenernos firmes en sus mandamientos y enseñanzas.
Sin embargo, como hemos dicho antes, nos corresponde hacer nuestra parte y en la lucha contra la tentación de renegar y apartarnos de Dios cuando nos encontremos sufriendo o con tribulaciones, debemos “someternos a Dios y resistir al diablo para que huya de nosotros” como dice Stg 4,7 y no darle “oportunidad al diablo” pues como dice San Pablo en Ef 4,27 y San Pedro también hace referencia a este punto cuando dice en 1Pe 5,8: “Sean prudentes y manténganse despiertos, porque su enemigo el diablo, como un león rugiente, anda buscando a quien devorar”.
Para estar preparados contra los ataques de ese león rugiente, debemos tener en cuenta que sus ataques pueden enfocarse en nuestra mente, nuestro cuerpo, nuestras posesiones, nuestros sentimientos o en nuestras relaciones interpersonales. Por lo que, para vencerlo debemos declarar públicamente nuestra fe con nuestro testimonio de vida, confiando también en el poder y los méritos de la sangre de Cristo como afirma San Juan en Ap 12,11 “Nuestros hermanos lo han vencido con la sangre derramada del Cordero y con el mensaje que ellos proclamaron; no tuvieron miedo de perder la vida, sino que estuvieron dispuestos a morir.” Entonces, enfrentemos las tribulaciones, las dificultades y los problemas con el conocimiento de que Dios está permitiendo esas pruebas para que salgamos fortalecidos.
Si tú eres de los que están combatiendo, aunque aún no veas la solución, recuerda la promesa del Señor que encontramos en Ap 21,7, ahí dice: “El que salga vencedor heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo”. Ya no seremos solamente creaturas suyas, seremos sus hijos y como dice San Pablo en Ro 8,17 “Y si somos hijos, también herederos: herederos de Dios, coherederos con Cristo; de modo que, si sufrimos con él, seremos también glorificados con él.”
Ahora bien, no debemos conformarnos con sabernos salvados por haber aceptado a Cristo como nuestro Señor y Salvador, porque como seguidores de Cristo debemos también con nuestro testimonio de vida y después con nuestras palabras, dar a conocer a nuestro prójimo, sus enseñanzas y el contenido de las Sagradas Escrituras, enfatizando en los Evangelios, para presentar a Cristo y la salvación que nos otorgó con su sacrificio en la cruz, resaltando su poder sobre la muerte al resucitar. Debemos combatir en otra batalla evangelizando las almas de quienes aún no conocen a Cristo y no disfrutan de su amor y sus bendiciones. Y si en el proceso sufrimos, debemos recordar que por amor Jesús murió para salvarnos y que de esa manera estaremos también nosotros compartiendo sus sufrimientos y podemos entonces decir, como San Pablo a los Filipenses en Fil 3,7-11:
“Todo lo que antes valía mucho para mí, ahora, a causa de Cristo, lo tengo por algo sin valor. Aún más, a nada le concedo valor si lo comparo con el bien supremo de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por causa de Cristo lo he perdido todo, y todo lo considero basura a cambio de ganarlo a él y encontrarme unido a él; no con una justicia propia, adquirida por medio de la ley, sino con la justicia que se adquiere por la fe en Cristo, la que da Dios con base en la fe.
Lo que quiero es conocer a Cristo, sentir en mí el poder de su resurrección y la solidaridad en sus sufrimientos; haciéndome semejante a él en su muerte, espero llegar a la resurrección de los muertos.”
Entonces, debemos también prepararnos y conocer el contenido de las Sagradas Escrituras y las enseñanzas de la Iglesia que se encuentran en el Catecismo, no solo para mantenernos firmes en el camino que Dios nos muestra y que nos lleva a su presencia, sino para orientar a los que buscan a Dios de corazón y se abren a Él, para que aprendan a vivir según sus normas y mandamientos y no se pierdan al volver al mundo y sus tentaciones. Debemos saber que no podremos vencer al enemigo adoptando sus mismas armas, sino utilizando las que Dios ha provisto como dice San Pablo en 2Co 10,4: “Las armas que usamos no son las del mundo, sino que son poder de Dios capaz de destruir fortalezas.”
Y si nos preguntamos ¿cuáles son esas armas que Dios nos da, Pablo también nos las describe en Ef 6,10-18 en donde dice: “Hermanos, busquen su fuerza en el Señor, en su poder irresistible. Protéjanse con toda la armadura que Dios les ha dado, para que puedan estar firmes contra los engaños del diablo. Porque no estamos luchando contra poderes humanos, sino contra malignas fuerzas espirituales del cielo, las cuales tienen mando, autoridad y dominio sobre el mundo de tinieblas que nos rodea. Por eso, tomen toda la armadura que Dios les ha dado, para que puedan resistir en el día malo y, después de haberse preparado bien, mantenerse firmes.
Así que manténganse firmes, revestidos de la verdad y protegidos por la rectitud. Estén siempre listos para salir a anunciar el mensaje de la paz. Sobre todo, que su fe sea el escudo que los libre de las flechas encendidas del maligno. Que la salvación sea el casco que proteja su cabeza, y que la palabra de Dios sea la espada que les da el Espíritu Santo. No dejen ustedes de orar: rueguen y pidan a Dios siempre, guiados por el Espíritu. Manténganse alerta, sin desanimarse, y oren por todo el pueblo santo.”
Recordemos pues, que Satanás sigue en combate contra el reino de Dios y que si hemos aceptado a Jesús como nuestro Señor y Salvador, somos suyos, “del Vencedor”, que ha ganado la guerra, aunque a Satanás todavía se le permite actuar, por lo que debemos ser valientes y confiar, pero también ser prudentes y evitar la presunción, porque, como dice 1Jn 4, 4: “Ustedes son de Dios y han vencido a esos mentirosos, porque el que está en ustedes es más poderoso que el que está en el mundo.”
Nuestro Padre celestial nos enseña que aún en las dificultades está con nosotros y nos muestra cómo sacar provecho de esas situaciones, siempre que estemos tomados de su amorosa mano, y que la razón por la cual permite que pasemos por momentos difíciles es que, reconozcamos nuestra necesidad de Dios y nos volvamos a Él. ¡Nada puede ser mejor que estar con Dios!
Recuerda que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien; a los cuales ha llamado conforme a su designio, que es, que lleguemos a alcanzar nuestra santificación y logremos pasar en su presencia por la eternidad. Que Así sea.