LLAMADOS A SERVIR EN EL PROYECTO DE DIOS
LLAMADOS A SERVIR EN EL PROYECTO DE DIOS
La intención de Jesús no era fundar una escuela rabínica ni que sus apóstoles le sirvieran, tampoco quiso crear una comunidad ritualmente pura y obediente a la ley, al estilo de los grupos fariseos más radicales. Más bien, así como Él servía a los demás, les enseñó a compartir mesa con gentes extrañas al grupo; los quería ver entre las “ovejas perdidas de Israel”. Nunca pensó en un grupo cerrado y excluyente. No quería formar con ellos una comunidad de “elegidos” de Dios. No los llevó al desierto para separarlos de un pueblo contaminado y crear un “nuevo Qumrán”, No. Tampoco los reclutó para iniciar una guerra santa contra Roma. Su propósito era muy distinto cuando los envió “como corderos en medio de lobos”, como leemos en Lc 10,3 y Mt 10,16. Esta sugestiva imagen que empleó Jesús es evidencia de que su proyecto consistía en crear una nueva sociedad totalmente diferente, una nueva sociedad en la que prevaleciera el amor pues no se necesitaba más sangre, sino más paz.
Jesús los llamó para que compartieran su experiencia de la entrada del reino de Dios y, juntamente con él, participaran en la tarea de ayudar a la gente a acogerlo. Y ellos respondieron dejando su trabajo, pero no para vivir en el ocio y la vagancia, sino para entregarse por completo, con todas sus energías, al reino de Dios. Abandonaron a su padre, a su madre, a su familia y todo cuanto tenían, para defender a tanta gente desprovista de padre y protección. Había que crear una familia nueva que aceptara al único Padre de todos. No era una tarea fácil. Seguir a Jesús los convirtió en personas desplazadas, apartadas, porque su llamada los arrancó de su aldea, su familia y su trabajo donde, hasta entonces, tenían identidad, seguridad y protección. Pero Jesús no los integró en un nuevo sistema social; los condujo hacia un espacio nuevo, lleno de posibilidades, pero sin un lugar concreto donde encontrar una identidad social. Por eso seguirle era toda una aventura. En adelante, su identidad consistirá en vivir “caminando” hacia el reino de Dios y su justicia, por eso Lucas describe la vida cristiana como “estar en el Camino”. Son cristianos los que “entran al Camino, el Nuevo Camino” como dice en Hch 9,2; 18,25-26; 19,9-23; 22,4; 24,14-22.
Para Jesús, aquel pequeño grupo estaba llamado a ser símbolo del reino de Dios y de su poder transformador. En aquel grupo se empezó a vivir la vida tal como la quiere Dios. Todo era humilde y pequeño, como una “semilla de mostaza que se siembra en la tierra que siendo la más pequeña de todas las semillas del mundo y una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las otras plantas del huerto, con ramas tan grandes que hasta las aves pueden posarse bajo su sombra” Mr 4,31-32. No fue fácil obtener allí la “levadura” que podría transformar aquella sociedad, pero en aquel grupo de seguidores se podía percibir algo del proyecto de Dios. Con ellos se iba definiendo, dentro de la cultura dominante del Imperio, una vida diferente: “la vida del reino de Dios.”
Los discípulos de Jesús no vivieron ya sometidos al César. No temían a los recaudadores de impuestos, pues no tenían tierras ni negocios de pesca. No vivían pendientes de los decretos del emperador, sino “cumpliendo la voluntad de Dios” Mr 3,35 a quien reconocían como su Padre, como le llamaba Jesús que empleó imágenes extraídas del mundo familiar. No percibía a los suyos como semilla de un “nuevo Imperio”, sino de una “familia” de hermanos y hermanas. Para descubrir las nuevas relaciones sociales exigidas por el reino de Dios no había que mirar al Imperio, sino a esta humilde familia proyectada por Jesús.
Con ese grupo creó un espacio nuevo sin dominación masculina. Los varones abandonaron la posición privilegiada que ocupaban en sus casas como padres, esposos o hermanos. Habían renunciado al liderazgo propio del varón y se desprendieron de una buena parte de su identidad de hombres en aquella sociedad patriarcal. La nueva familia que estaba creando Jesús no era espejo de la familia patriarcal. Jesús no se presentó como “padre” del grupo, sino como “hermano”. En su movimiento de seguidores, todos podrán descubrir que en el reino de Dios no hay dominación masculina.
Por ello Jesús y sus seguidores fueron ofendidos por algunos sectores, que los llamaron “eunucos” o castrados, como deja ver Jesús en Mt 19,11-12, en donde leemos que “Él les dijo (a sus discípulos): «No todos entienden esto, solo los que han recibido ese don. Hay eunucos que salieron así del vientre de su madre, a otros los hicieron los hombres, y hay quienes se hacen eunucos ellos mismos por el reino de los cielos.».” Por ello ante aquella sociedad machista eran vistos como “medio hombres”, sin el honor masculino vinculado a su rol sexual y patriarcal. Jesús aceptó que los vieran como castrados que habían abandonado el espacio masculino de la sociedad patriarcal por el reino de Dios. Con la expresión “los que se han castrado a sí mismos por el reino”, Jesús quiso dar a entender que hay quienes no se casan porque están dispuestos a servir al Reino de Dios plenamente, dejando atrás todo.
El abandono de las estructuras del Imperio y la salida del grupo familiar fue acercando inevitablemente a los seguidores de Jesús hacia quienes estaban fuera o en los márgenes del sistema. Esa “familia” no se parecía a las familias herodianas, las que estaban en el círculo cercano a Antipas y que estaban en el círculo de poder. Se movía, más bien, en los espacios marginales de aquella sociedad. No tenían casa, ni tierras, ni bienes. No ocupaban una posición honorable. Estaban entre los insignificantes de Galilea. Quien los observara descubriría que Dios acoge a todos, hasta los últimos.
Los seguidores de Jesús tuvieron que aprender a vivir en la inseguridad, pues, al entrar a un pueblo, podían ser acogidos o rechazados. Solo los simpatizantes les ofrecían hospitalidad. Por ello, no es extraño que, en alguna ocasión, se despertara en ellos la preocupación de todos los vagabundos: ¿qué van a comer? ¿Con qué se van a vestir? Pero Jesús les infundió su confianza en Dios cuando les dijo “No se preocupen” Esta llamada insistente proviene de Jesús y está en el corazón de un conjunto de exhortaciones que invitan a vivir confiando en Dios como nos transmiten tanto Lucas como Mateo.
En Lc 12,22-31 leemos que Jesús dijo a sus discípulos: “No se inquieten pensando qué van a comer para poder vivir, ni con qué vestido cubrirán su cuerpo. Porque la vida es más importante que el alimento, y el cuerpo más que el vestido. Observen a los cuervos; no siembran ni cosechan, ni tienen despensas ni graneros, y Dios los alimenta. ¡Cuánto más valen ustedes que los pájaros! ¿Y quién de ustedes, por más que lo intente, puede alargar su vida una hora? Por tanto, si nada pueden hacer en estas cosas tan pequeñas, ¿por qué se inquietan de lo demás? Fíjense cómo crecen los lirios; no se fatigan ni tejen, pero les digo que ni Salomón en todo su esplendor se vistió como uno de ellos.
Y si Dios viste así a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se echa al fuego, ¿cuánto más hará por ustedes, hombres de poca fe?
Así que ustedes no se inquieten buscando qué comerán o qué beberán. Por todo eso se inquieta la gente del mundo, pero su Padre ya sabe lo que necesitan. Busquen más bien su reino, y él les dará lo demás. No temas, pequeño rebaño, porque el Padre ha querido darles el reino. Vendan sus posesiones y den limosna. Acumulen aquello que no pierde valor, tesoros inagotables en el cielo, donde ni el ladrón ronda ni la polilla destruye. Porque donde está tu tesoro, allí estará tu corazón.
Al parecer, esa enseñanza estaba originalmente dirigida a sus discípulos, pero Mateo comprendió más tarde, como escribió en Mt 6,25-34, que ésta es una exhortación dirigida a todos los que se encontraran en una situación de necesidad.
El grupo debía vivir con paz y confianza, como debemos hacer nosotros hoy. ¿Cómo no iba a cuidar de ellos, como de nosotros, ese Padre que cuida de los pájaros del cielo y de las flores del campo? Los veía llamar a la puerta de las casas en busca de comida y hospitalidad. Y puesto que no siempre eran bien recibidos, Jesús los animaba y les decía: “Pidan y recibirán; busquen y encontrarán; llamen a la puerta y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llame a la puerta, le abrirán” Lc 11,9-10 y Mt 7,7-8. Jesús estaba plenamente convencido que los simpatizantes que se habían adherido a su causa los acogerían, y que el Padre respondería a sus necesidades.
Todos podrían ver que la vida de quienes buscan el reino de Dios se sostiene en la recíproca acogida y en la solicitud del Padre. Es decir que los que pertenecen al Reino de Dios, se servirán, se apoyarán y se acogerán mutuamente, con alegría de servir a Dios al servir a los hermanos, como dice en Mt 25,31-40: «Cuando venga el Hijo del hombre en su gloria con todos sus ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones se reunirán delante de él, y él separará unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá las ovejas a un lado y los cabritos al otro.
Entonces el rey dirá a los de un lado: «Vengan, benditos de mi Padre, tomen posesión del reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; era un extraño, y me hospedaron; estaba desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; en la cárcel, y fueron a verme».
Entonces le responderán los justos: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos; sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo fuiste un extraño y te hospedamos, o estuviste desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?». Y el rey les responderá: «Les aseguro que cuando lo hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron».”
Había otro rasgo que Jesús quería cuidar en su grupo: la alegría. Estos hombres y mujeres lo habían dejado todo porque habían encontrado “el tesoro escondido” o “la perla preciosa”. Jesús pudo ver en los ojos de algunos discípulos la alegría de quienes han empezado a descubrir el reino de Dios, por lo que no tenía sentido ayunar ni hacer duelo ya que vivir junto a él era una fiesta. Algo parecido al ambiente que se creaba en las bodas de los pueblos en las que lo mejor eran las comidas. Jesús les enseñaba a celebrar con gozo la recuperación de tanta gente perdida y rechazada. Sentados a la mesa con Jesús, los discípulos se sentían como los “amigos” del pastor, que, según una parábola, disfrutaban al verlo llegar con la oveja perdida. Las discípulas, por su parte, se alegraban como las “vecinas” de aquella pobre mujer, que, según otra parábola, había encontrado la moneda perdida. En esta alegría de sus seguidores pudieron descubrir todos, que Dios es una buena noticia para los perdidos, los pecadores, los cargados de problemas, que es una buena noticia para todos.
Por ello, más adelante, cuando Jesús, ya resucitado, antes de ascender al cielo, les dijo: “Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos y bautícenlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, enseñándoles a poner por obra todo lo que les he mandado. Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos.” Mt 28,19-20.
También Marcos nos transmite el mismo mensaje en Mr 16,15: “Jesús les dijo: Vayan por todo el mundo y proclamen la buena noticia a toda criatura.”
Por lo que, si eres un discípulo de Jesús, si lo sigues y vives según sus enseñanzas, debes tú también obedecer esta orden y dar testimonio con tu vida y tus obras para mostrar que Jesús es tu Salvador y tu Señor y que lo llevas en tu corazón, desde donde te dirige por medio del Espíritu Santo. Al hacerlo, estarás cumpliendo lo que el Señor Jesús nos pide a todos los que lo seguimos, pues como dijo San Francisco “Lo que haces puede ser el único sermón que algunas personas escuchen hoy.”
Y si aún no has reconocido a Jesús como tu salvador, y deseas seguirle, deja por un lado todo cuanto te estorba, todo lo que dificulta tu vida espiritual y te aleja de Él. Entrégale tu vida, pues como dice en Hch 4,12 “Nadie más que él puede salvarnos, pues sólo a través de él nos concede Dios a los hombres la salvación sobre la tierra”. Y síguelo como hicieron aquellos que dejándolo todo le siguieron. Puedes hacerlo también realizando la siguiente oración con fe, aun cuando ésta sea poca o no la tengas, si éste es el caso, puedes también pedirle a Dios, nuestro amoroso Padre, que desea bendecirnos a todos, que te de la fe necesaria para caminar con Él.
Cualquiera que sea tu situación, si deseas conocer más a Jesús y vivir según sus enseñanzas y sientes la necesidad de establecer una relación con Dios, te invito a que, en actitud de oración, inclines tu rostro y hagas la siguiente oración:
“Señor Jesús, sé que eres Dios, el Hijo de Dios Padre, que moriste por mí y que resucitaste. Reconozco mi necesidad de ti, por eso te abro mi corazón y te entrego lo que soy y lo que tengo. Me arrepiento de haberte ofendido al pecar y te pido perdón, porque reconozco que, por mis pecados, Tú padeciste y moriste en la cruz, y por tu sufrimiento evitaste que yo padeciera para pagar mi ofensa, y que la sangre que derramaste me limpió de mis pecados. Por eso hoy abro mi corazón para que entres en él como “mi Salvador y mi Señor”. Te pido que reines en mi vida, que tu Espíritu Santo me dirija de hoy en adelante y me conduzca por tu camino de justicia, amor y paz, porque quiero mantenerme agradable a ti. De mi parte, haré mi esfuerzo para lograrlo, pero te pido Señor, tu gracia para acudir al Sacramento de la Confesión y reconciliarme contigo, y al Sacramento de la Eucaristía para que, al tomarte en la comunión, me fortalezcas espiritualmente para mantenerme firme en tu Voluntad, en tus Mandamientos y tus Enseñanzas, Amén.”
Ahora vive como hicieron los apóstoles y los discípulos que lo siguieron dejándolo todo, esto significa que dejarás todo lo que dificulta tu vida espiritual para vivir según las Sagradas Escrituras, para lo cual te invito a leer a diario un fragmento de la Biblia para que te sirva de guía y llegues a conocer cada día más a Jesús y sus enseñanzas, pues solo así vivirás grato a Dios y en consecuencia recibirás manifestaciones de su amor y tendrás paz y gozo por la libertad que sentirás al ser conducido por Dios.
Que así sea.
Para comprender lo dicho al inicio del tema: “La intención de Jesús no era fundar una escuela rabínica”, debemos comprender a cabalidad la función y el significado de Rabino.
«Rabino» es un término derivado de la raíz hebrea rbb, que significa «ser grande» y rab o rabbé, que significa maestro. Es pues un título honorífico surgido en el siglo I a.C. que indica a una persona eminente, sobre todo por estar instruida en la ley mosaica, por ser un maestro. Pero se aplicaba tanto a jefes como a maestros porque se le llamaba así al que es especialista en la interpretación y aplicación de la ley de Moisés. Es el guía espiritual de la sinagoga, o asamblea, que se reúne bajo su liderazgo. El rabino, como lo conocemos, comenzó a aparecer después del cautiverio babilónico. Al contrario de los sacerdotes del Antiguo Testamento, no tiene que ser de la tribu de Leví porque el rabinazgo no es sacerdocio; es magisterio.
En un nivel más sencillo, los discípulos de Juan el Bautista llamaron rabí a su maestro (Jn 3.26). A Jesús también sus discípulos le aplicaron el título; en ocasiones también lo hicieron sus enemigos. Los Evangelios lo reflejan frecuentemente con las palabras didáskalos y kathergetés, y ambas significan «maestro». Sin embargo, quizá la mejor traducción sea la de «maestro y señor» (Jn 13.13). Algunas veces los evangelistas simplemente transcriben el título en su forma hebrea o bien aramea (Mt 23.7s.). Sin embargo, Jesús, un “laico” en términos judíos, funcionó como rabino y sacerdote al realizar lo que sus seguidores llegaron a entender como un ministerio divino de reconciliación para el mundo (2Co 5,18-19). Jesús aceptaba ser reconocido como rabí (Jn 13.13), pero desaconsejaba a sus discípulos aceptar el título, «porque uno es vuestro Maestro, el Cristo» (Mt 23.8).
Y esto porque cualquier persona que se dedicara al estudio de la Torá y fuera capaz de enseñarla podía ser rabino. No se trata de una clase sacerdotal, ni de una casta. Tampoco era un linaje, aunque se apreciaba que un hijo de rabino llegara a serlo también. No se permitía a la mujer ser rabino, porque ésta estaba bajo la autoridad de su marido.
En el NT es un tratamiento honorífico de Juan Bautista (Jn 3,26), y sobre todo de Jesús (Mt 26,25.49 Mc 9,5 11,21 14,45 Jn 1,38.49 3,2 4,31 6,25 9,2 11,8; falta en Lc). Hacia el final del siglo del cristianismo rabino fue la designación oficial de los doctores de la ley de la antigua palestina.
Durante el siglo 1 d.C. y comienzos del 11, los rabinos eran «ordenados» mediante la imposición de manos, después de un largo período de formación junto a un maestro reconocido (la edad canónica para la ordenación eran los 40 años). Después de que, en el 135 d.C., los romanos prohibieron las ordenaciones bajo pena de muerte, los candidatos eran simplemente «proclamados» rabinos: de esta manera se les confería la autoridad de juzgar en el terreno civil y en el religioso.
En el judaísmo de la diáspora, el rabino es el responsable de la vida religiosa de una comunidad judía, que tiene su punto de referencia en la sinagoga: cuida del culto y de la instrucción religiosa, organiza la enseñanza escolar y juzga, según los lugares, en materia -matrimonial. A partir del siglo XIX se instituyeron seminarios rabínicos, en los que los candidatos se forman en la Escritura, en la Misná, en el Talmud, en la codificación y en las respuestas; una vez completado el ciclo de estudios (que actualmente dura de ocho a diez años), reciben el título de rabino.
En el judaísmo de la diáspora, el rabino es el responsable de la vida religiosa de una comunidad judía, que tiene su punto de referencia en la sinagoga: cuida del culto y de la instrucción religiosa, organiza la enseñanza escolar y juzga, según los lugares, en materia -matrimonial. A partir del siglo XIX se instituyeron seminarios rabínicos, en los que los candidatos se forman en la Escritura, en la Misná, en el Talmud, en la codificación y en las respuestas; una vez completado el ciclo de estudios (que actualmente dura de ocho a diez años), reciben el título de rabino.
En la época del exilio en Babilonia, cuando ya no les era posible a los judíos seguir practicando los sacrificios en el Templo como punto central del culto a Dios surge la sinagoga, lugar de instrucción y de culto no sacrificial de los judíos, que puede establecerse donde haya un número suficiente de personas. La vida religiosa judía se concentró en el estudio de las Escrituras, en la oración, y en la observancia del sábado y de las festividades tradicionales. El rabino, como encargado de la instrucción religiosa, llegó con el tiempo a sustituir al sacerdote propiamente dicho. Al regreso de la cautividad, y aunque el culto del Templo fue restablecido, la sinagoga continuó en funciones y siguió siendo el centro del estudio bíblico y de la instrucción sobre la ley y sus prácticas. Por otra parte, los judíos de la dispersión –los que se quedaron en Babilonia y los demás que residían fuera de Palestina– hicieron de la sinagoga no solo el centro de su vida religiosa sino también el de su cohesión y continuidad como comunidad.
El clérigo judío, actualmente, se denomina «rabino», pero no es solo pastor espiritual sino también «abogado» y «juez». Recientemente el término «Rabí» ha venido a significar clérigo Judío, director con responsabilidades congregacionales y comunitarias.